Antes
de iniciar su partido Inglaterra y Bélgica estaban tan clasificados como una
operación de la CIA de ayer por la mañana. En cambio sus compañeros de grupo -Túnez
y Panamá- solo estaban haciendo tiempo mientras llegaba la hora del vuelo de
regreso. ¿Ganaría Túnez su primer partido en mundiales en 40 años? ¿O lo haría
en cambio Panamá que no triunfaba en esas lides desde el pleistoceno?
En su
partido los europeos alinearon a su banco para que nadie se fuese a quejar que
habían hecho el viaje solo por acumular millas en su tarjeta de crédito.
Inglaterra atacaba, Bélgica defendía. Espectaculares centros ingleses
bombardeaban un minuto sí y otro también el área chica de los belgas. Hasta que
-¿adivinan?- pues sí: gol belga. Un zapatazo que combinado con el espectacular
estirón del portero inglés seguramente producirá una de las fotos más bellas
del mundial. “Ícaro” podría ser el título. Y eso le bastó a los belagas para imponerse a la pérfida Albión. Como quien se mata un mosquito que le estaba chupando el cuello y sigue conversando. De miedo.
Del
otro lado los panameños se fueron adelante en el marcador y por un ratico
pudieron soñar con un regreso triunfal a Ciudad Panamá. Más apoteósico que si
solo le hubieran marcado un heroico gol a los ingleses a cambio de los miserables
seis que estos les propinaron. Pero no. Los tunecinos recordaron que llevaban
unas cuantas vidas más jugando fútbol que los canaleros y les hicieron dos
goles con los que justificarse ante la gente del barrio todo ese aspaviento de
su gira por Rusia.
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