sábado, 30 de abril de 2022

La época de oro de los chistes cubanos: el periodo especial



Por Gery Vereau

Por ahora no pido más justicia que la del almuerzo. Con este epígrafe del poeta chileno Pablo Neruda el escritor Enrique Del Risco, residente de West New York, presenta éste sábado su libro “Nuestra Hambre en La Habana” cuyo título anuncia que lo que viene se saborea en clave de humor.

Si ese autor olvidado que es Alexander Solzhenitzyn sirve en plato hondo las penurias del comunismo soviético, con Archipielago Gulag y Un Día en la Vida de Ivan Denisovich, aderezadas, desde el inicio, con el frío inclemente de las estepas como principal preocupación, Del Risco inicia la cena sin un ambiente de calor y sin comida pero con música (Un Tocadiscos, es el primer relato).

“Al cubano se le asocia con la alegría y la música. Cuba ha producido mucha música, pero eso no quiere decir que el cubano sea gente feliz, por lo mismo que ha creado el son y la guaracha ha creado el bolero que es uno de los géneros más tristes del continente, y entonces yo creo que ese carácter viene de toda la vida. Ese carácter tradicional del cubano, también muy humorístico, tiende a confundir a los observadores que piensan que así en medio de la miseria de Cuba están felices”, aclara Del Risco.

Asume que el problema de la miseria que se vive en la isla es lo extendida que está, a unos niveles que no se conoce en Latinoamérica, excepto en Venezuela y quizá en Haití. Los problemas económicos de Cuba son hoy, al irse secando los ingresos provenientes del petróleo venezolano para la isla, similares al periodo especial, sostiene el autor.

El libro es un documento que nunca jamás ha presentado la literatura cubana sobre la situación que vivió -todavía lo viven de alguna manera- el pueblo de Cuba, desde la cotidianidad pero también desde la humanidad, en una determinada época, la del periodo especial de los años 90, cuando la Unión Soviética dejó de parar la olla de aquel “Socialismo o Muerte”, que pasó a ser el país donde los gatos y los gordos desaparecían. “Porque a los gatos se los cazaban y se los comían. Y a los gordos porque no comían lo suficiente”.

Es proverbial que la escasez, los apagones, la producción de alcohol de cualquier cosa, los inventos gastronómicos de bistec sin carne, de pan sin harina, de sopa con azúcar, han potenciado la época como la del “siglo de oro de los chistes cubanos”.

Del Risco sostiene que esa época fue peor que la Gran Depresión de los años 20, pero sostiene que lo peor de un sistema así no es el hambre (yo pongo el hambre porque es los más notorio, acota), ni la prostitución física a un extranjero o una prostitución moral al gobierno, lo peor es la manera en que un sistema así corrompe a un ser humano.

“… cómo lo hace cómplice del abuso reiterado (que se organiza desde el poder) y que mucha gente se vaya acostumbrando y aceptando como algo natural lo que no es natural. Por eso yo creo que este libro con todo su humor, toda su ligereza, es una especie de defensa de esa decencia -y de la felicidad- que muchas veces se pierde,” dice.

Del Risco, nacido en La Habana Cuba, es historiador por la universidad de La Habana y doctor en Literatura Hispanoamericana por la Universidad de Nueva York (NYU) donde actualmente enseñ. Es autor de varias novelas y ha recibido premios internacionales por su obra.

El libro se presenta este sábado 30 de abril, desde las 2:00PM, en la biblioteca central de Union City ubicada en 324 43rd St. Union City, no se sorprenda que habrá doble postre: la memoria “Nuestra Hambre en La Habana” y los ensayos sobre literatura y poder “Los que van a escribir te saludan”. Ambos de Enrique Del Risco, presentados por el profesor Octavio De La Suareé. ¡A comer!

Tomado de Reporte Hispano.

jueves, 21 de abril de 2022

Preguntando sobre el hambre

 


Por Alejandro Luque

En 1990, el promedio de entierros en el principal cementerio de La Habana oscilaba entre 40 y 50 diarios. Tres años después, la cifra ascendía a los 80 a 100. Enrique Del Risco lo sabe porque trabajó allí como historiador. En aquella terrible mitad de los años 90, marcada por la caída del muro de Berlín, asistió a otros fenómenos, como la desaparición a su alrededor del transporte público, los gatos y los gordos. O la aparición de las bicicletas y el ron a granel. Lo cuenta en Nuestra hambre en La Habana (Plataforma), una crónica personal de los años más duros del llamado Periodo Especial.   

Lo primero, aparte de felicitarte porque me ha parecido magistral es saber si hay precedentes de libros que hablen del tema del Periodo Especial como crónica personal, dentro o fuera de la isla. A mí no me constan.

Gracias por la complicidad, algo de que los cubanos estamos tan necesitados en estos tiempos. A mí tampoco me consta la existencia de un libro así, algo quizás que me hubiera disuadido de escribir el mío. En medio del llamado Período Especial hubo varios libros que abordaron esa etapa terrible desde la ficción: la Trilogía sucia de La Habana de Pedro Juan Gutiérrez, La nada cotidiana de Zoe Valdés, El hombre la hembra y el hambre de Daína Chaviano entre los más conocidos. Existe algún libro entre el periodismo, la sociología y la apología del sistema e incluso una antología de textos de escritores sobre el Período Especial publicada en Cuba que acabo de descubrir Google mediante. Se llama No hay que llorar y según se describe en la Wikipedia local se describe como testimonios de “quienes no dejaron de soñar, crear y apostar por el futuro” y en la Cuba oficial cuando se habla de futuro obviamente se refieren al futuro del castrismo. Pero una zambullida personal a lo largo de todo un libro en aquellos recuerdos no creo que exista ningún otro. Todavía.

Voy preguntando a saltos: lo que más me ha llamado la atención es que se aborde una cosa tan seria sin patetismo, y hasta con humor. ¿Es la vaselina? ¿Salvó el humor años cubanos en aquellos años?

Tratándose de mí el humor es casi inevitable, sobre todo cuando se corre el peligro de caer en el patetismo. Hay muy pocas tragedias que justifiquen los excesos del patetismo. En el resto de los casos el patetismo es pura indecencia. También quería que Nuestra hambre en La Habana fuera fiel al joven que era en aquellos días y que, más que tomarse aquella tragedia con humor, veía en el humor un instrumento para desenmascarar aquella tragedia, porque lo peor no era que la gente se estuviera muriendo de hambre, sino que debía hacerlo en silencio. O peor, debía seguir dando vivas al régimen. Un chiste de la época decía que los cubanos éramos como las focas: teníamos el agua al cuello y todavía nos quedaban ganas de aplaudir. En todo caso el humor no salvó a los cubanos. Lo que los salvó fue el dinero de sus familiares en el exterior, la prostitución con el turismo extranjero o la fuga. Por otra parte, si aquello fue una suerte de masacre -en la que murieron miles ya fuera por causas relacionadas con las penurias de aquellos días o ahogados tratando de escapar- también es cierto que fue una masacre en cámara lenta. Y esa es precisamente la definición de comedia que alguna vez dio Woody Allen: tragedia más tiempo.

¿Fue la gran debacle de la Revolución? ¿El fracaso total? ¿O había empezado antes y disimulado, al menos de cara a la galería?

La revolución en sí misma fue una larga debacle subvencionada. Sin mencionar las violaciones de los derechos humanos que empezaron con los fusilamientos de los primeros días de 1959 so pretexto de juicios que eran puras farsas, la revolución consistió en una larga cadena de desastres económicos. Desde que, luego de apropiarse del 70% de la tierra cultivable, el Estado no tuvo mano de obra con qué cultivarla y echó mano a homosexuales, religiosos y “otros elementos antisociales” para hacerla producir. O al famoso trabajo voluntario. O a los estudiantes de escuela secundaria y preuniversitaria. O a los reclutas de la mili. Todo para que donde único abundaran las patatas fuera en los noticiarios. Cada uno de los faraónicos proyectos de Fidel Castro fracasó, desde la famosa zafra de los diez millones de toneladas de azúcar hasta la termonuclear de Juraguá. El castrismo económicamente siempre fue inviable. Lo que pasó a partir de 1990 es que dejaron de llegar las subvenciones soviéticas y toda la escenografía que se había montado con su ayuda se vino abajo.

Me interesa mucho el proceso de desengaño, porque esa inviabilidad la vemos clara hoy, pero en los 90 todavía había una parte significativa de la población cubana echando la culpa al bloqueo, etc. ¿Fue el PE el momento en que esa gente quedó sin argumento? ¿Llegaste tú a tener conversión? ¿Te caíste del caballo en camino a Damasco?

Sobraban razones para desencantarse desde mucho antes del PE. De hecho, uno de los retos constantes que tiene un régimen así es cómo reactivar a cada rato el entusiasmo de las masas. De ahí la continua necesidad de campañas de depuraciones, rectificaciones, batallas de ideas, revoluciones culturales etc. A mediados de los 80 en todo el mundo comunista cundía el mismo desencanto que salió a la luz con el proceso de la perestroika y la glasnost. Yo, que empezaba en la universidad y todavía me forzaba a creer en la bondad esencial de la revolución, pensaba que Cuba se integraría al proceso de renovación socialista que proponía Gorbachov. En aquellos tiempos en las universidades cubanas pululábamos un montón de estudiantes reformistas, perestroicos, que presionábamos a los dirigentes a todos los niveles para que se unieran al proceso de cambios. Incluso el propio Fidel Castro llegó a reunirse con los estudiantes de la facultad de periodismo, pero se fue de allí enfurecido por los cuestionamientos que le hicieron estos. El desencanto sobrevino al darnos cuenta de que el régimen no solo no estaba dispuesto a escuchar nuestros reclamos de mayores derechos y libertades (expresados muy tímidamente, eso sí) sino que nos aplastaría si nos propasábamos de ciertos límites.

El punto de no retorno fueron los juicios y condenas contra los generales Arnaldo Ochoa y José Abrantes. No tanto porque estos representaran una posibilidad de cambio (aunque hubo ciertas señales en ese sentido) sino porque en esos juicios, que terminaron con la ejecución de Ochoa y la condena y extraña muerte del ex ministro del interior, quedó más que claro que al régimen estaba dispuesto a quitarse del medio a todo el que creyera necesario. Fuimos muchos lo que nos caímos del caballo rumbo a Damasco en esos días.

La apertura al turismo fue un balón de oxígeno para el sistema, pero lo increíble es que la población siga resistiendo después de 30 años. ¿Cómo lo hace? Porque doy por hecho que las dificultades de fondo se han mantenido.

Debe tomarse en cuenta que todas las entradas económicas son acaparadas en Cuba en primer lugar por el Estado y por compañías asociadas con este. El negocio hotelero está monopolizado por la parte cubana por GAESA, que es una compañía creada por el ejército y que tiene de jefe a un ex yerno de Raúl Castro. Y encima el Estado se apropia del sueldo de los cubanos que trabajan para empresas extranjeras y luego les pagan como estimen conveniente. O del sueldo de los médicos y entrenadores deportivos que envían a trabajar al extranjero.  O cobra una tasa elevadísima sobre las remesas que se envían desde el exterior. O multiplica por 2,4 el precio de lo que vende en las tiendas de divisas convertibles. Los cubanos viven de lo que va cayendo por los intersticios de ese mecanismo gigantesco e ineficiente. De lo que logran “resolver”, que es el eufemismo cubano de robarle al Estado. Pero la mayor entrada de dinero y recursos a Cuba no ha venido del turismo sino de las remesas. En el 2019, para hablar del último año “normal” las ganancias cubanas por el turismo fueron de 2.9 mil millones de dólares y las de las remesas 3.1 mil millones y la diferencia es todavía mayor si se piensa que a diferencia del turismo las ganancias de las remesas son netas.  Pero más importante que todo lo anterior fue el monstruoso apoyo en dinero y recursos del régimen venezolano, como lo fue antes el de la Unión Soviética.

¿Y China?

China también pero no se compara con la generosidad soviética o venezolana.

¿Tan eficaz es el sistema para sofocar cualquier revuelta, o es que los cubanos están tan amansados como desmoralizados?

El Sistema es eficacísimo no solo en sofocar revueltas sino en prevenirlas. Y un recurso esencial en esa labor de prevención consiste precisamente en desmoralizar a la gente: desde disuadirlos de antemano del éxito y sentido de una revuelta hasta sembrar la desconfianza en el prójimo. Los cubanos -como en su momento los alemanes de este- viven convencidos que cada cuatro o cinco disidentes hay uno que trabaja para la seguridad del Estado. No se trata de una cuestión de nacionalidad. Los totalitarismos, donde quiera que se han establecido, han demostrado estar a prueba de insurrecciones populares. Solo han conseguido ser derrocados desde afuera (como el nazismo) o desde arriba (como el comunismo europeo). La única insurrección popular victoriosa, la de Rumanía, no habría tenido éxito sin el apoyo del ejército y sin el contexto regional. Recuérdese que la revuelta de Timisoara que detonó la explosion popular en el resto del país tuvo su origen en transmisiones televisivas desde la vecina Hungría.

De ahí lo asombrosa que fuera la masiva protesta del pasado 11 de julio en toda Cuba y la desmesurada respuesta del regimen condenando a los manifestantes entre diez y veinte años de cárcel. Quieren asegurarse a toda costa que no se repita.

Los turistas que llegaban a Cuba en los 90...

Eran como aprendices de Lope de Aguirre o de Hernán Cortés que se creían el Che Guevara. ¿O son uno los tres? Uno se preguntaba cómo se podía hacer turismo en medio de tanta miseria, pero te dabas cuenta que buscaban en Cuba el último reducto de la utopía, un territorio virgen de capitalismo, el paraíso perdido, ¡qué se yo! cualquier cosa para embellecer el hecho de que un puñado de dólares y un acento diferente se sintieran deseados, convertidos en seres superiores. Y que pudieran acostarse con algunas de las personas más bellas de un país que desde hacía mucho tiempo era parte de sus fantasías políticas y sexuales. Algo habrá cambiado desde entonces pero no lo suficiente como para que dejen de aprovecharse de la degradación que ha sufrido una sociedad que lleva demasiado tiempo bajo dictadura. Pero no solo se trataba solo de turistas. En los noventa una compañía como Meliá entró a saco en Cuba y hoy administra cuarenta hoteles en la isla, más que en ningún otro país a excepción de España. Los cubanos seguimos siendo esclavos del sueño de otros. Otros a los que les parece muy bien el mito de la Revolución siempre que se mantenga a distancia. Gracias al turismo Cuba es para buena parte de la humanidad un metaverso muy atractivo. Sobre todo si se experimenta por un tiempo limitado y con euros. Y todo eso sería simplemente ridículo si no fuera por los millones de personas reales que siguen viviendo dentro.

jueves, 14 de abril de 2022

Viajar*


No son tiempos estos en que haya que convencer a nadie de la necesidad de viajar. Si antes era cosa de aventureros y privilegiados, conocer otros países y culturas se ha convertido en costumbre, tendencia, fiebre. El aumento de la seguridad en los medios de transporte, la globalización, la internacionalización del conocimiento ha hecho al mundo más cercano, compacto, apetecible. Desde 1950, cuando se reportaron 25 millones de llegadas internacionales hasta 2019 cuando se llegó a casi mil quinientos millones la cantidad de viajeros se ha multiplicado por sesenta, una proporción que ya quisiéramos para el resto de los indicadores mundiales.

Si importante es viajar no lo es menos para qué y cómo. Que no es lo mismo hacerlo para conocer museos, salas de conciertos, costumbres, tradiciones, comidas y bebidas de otros pueblos que para atracarse con la mesa sueca de un crucero o resort. No es que tenga nada en contra de la ingestión de carbohidratos, grasas y proteínas, pero incluso cuando se trata de la gula deberíamos de ser algo curiosos. El padre de la iglesia Agustín de Hipona, más conocido luego como san Agustín, decía que “el mundo es un libro y aquellos que no viajan solo han leído la primera página”. Yo añadiría que los cuentan sus viajes por libras ganadas o lo rentable que le ha salido el “todo incluido” actúan como si en lugar de leerse el libro del mundo les bastara con hojearlo o llevarlo bajo el brazo. Cuando no comérselo. Cualquier cosa menos intentar su lectura.

Los viajes concebidos expresamente como un modo de aprendizaje son casi tan antiguos como la humanidad. Primero se trataba de la exploración de nuevos territorios como paso previo al intercambio o la conquista como son los casos paradigmáticos de Marco Polo y Cristóbal Colón. O la exploración científica como los viajes que emprendieran Alexander von Humboldt y Charles Darwin, esos ávidos lectores del libro del mundo en el siglo XIX. Fue el mismo siglo en el que se puso de moda entre el mundo artístico viajar a Italia para entrar en contacto, sin intermediarios con la bella decadencia del mundo clásico: desde Wolfgang Goethe hasta Stendhal pasando por la norteamericana Escuela del Hudson que sentó las bases del arte pictórico del Nuevo Mundo.

Más adelante el interés artístico se trasladó a París. Hasta allí peregrinaban los creadores de todas partes tanto para compartir cafés y código postal con sus ídolos artísticos como para conocer de primera mano su producción más reciente y el ambiente que la condicionaba. Más que fetichismo con determinado sitio buscaban revolucionar su perspectiva personal experimentando la mayor intensidad y variedad de impresiones que se podía concebir por metro cuadrado en aquellos tiempos. Sin sus estancias parisinas la obra de los norteamericanos Gertrude Stein, Ernest Hemingway, del guatemalteco Enrique Gómez Carrillo, de los argentinos Julio Cortázar y Alejandra Pizarnik o de la cubana Lydia Cabrera habrían sido radicalmente distintas. “Descubrí a Cuba en la orillas del Sena” decía esta última. Porque no se trata de lo que se aprenda del mundo en general sino del profundo cambio de perspectiva que adquirimos incluso sobre lo que nos es más cercano.

Con el mundo bastante más domesticado los viajes de aprendizaje ya son parte del currículum habitual de muchas universidades. Desde el proyecto europeo de intercambio conocido como Erasmus hasta las diferentes ramas que han creado las universidades norteamericanas en lugares tan distantes como ciudad Buenos Aires, Madrid, Londres, París, Berlín, Praga, Florencia, Accra, Abu Dabhi, Sidney, Tel Aviv o Shanghai, por solo mencionar ciudades en las que mi propia universidad tiene programas. Experiencias que les sirven a los estudiantes para ensanchar su mundo, cuestionar viejas certezas, descubrir nuevas posibilidades de sí mismos. Con la carnada de idiomas y hábitos exóticos y una edad legal para beber alcohol sensiblemente más baja muchos estudiantes terminan curándose ese engreído solipsismo norteamericano que los hacía creer que los Estados Unidos es el único lugar de la tierra que merece ser habitado.

Pero el cómo es tan importante como el dónde. A principios del milenio, siendo todavía estudiante graduado les decía, medio en broma medio en serio, a los estudiantes que tomaban mi curso de verano en Madrid que nada como el alcohol para aceitar la práctica de un nuevo idioma. Pero que de poco valía que viajaran hasta Madrid si terminaban emborrachándose con otros estudiantes de su mismo país. Si querían aprender de verdad el español y su cultura debían emborracharse con los españoles. Porque pretender que no se iban a emborrachar era pura ilusión.

Apenas unas semanas bastaron para confirmar mi tesis. Justo al inicio del curso uno de los estudiantes me había preguntado de dónde era y al mencionarle mi país reconoció nunca haber oído hablar de él. No me lo tomé a mal siendo la ignorancia el más común de los vicios y le expliqué que mi país se encontraba al sur de la Florida, plantado entre el golfo de México y el mar Caribe. Al terminar el curso la mayoría de los estudiantes que se mantuvieron saliendo con compatriotas progresaron razonablemente en el dominio del español, pero sin exagerar. En cambio, aquel estudiante que al principio nos había deslumbrado con su ignorancia geográfica se manejaba con una fluidez notable. No me sorprendió pues alguna vez lo había visto, botellón de cerveza en ristre, saliendo de un vagón de metro con un grupo de muchachos locales mientras se insultaban alegremente en castellano. Sí me sorprendió, en cambio, que me dijera que estaba escuchando algunos de los mejores grupos musicales cubanos, aunque no necesariamente los más obvios. Un conocimiento impresionante sobre un país que seis semanas atrás ignoraba su existencia. Pero más que el alcohol el milagro lo obró la compañía con que se había rodeado aquel muchacho y su evidente deseo de sumergirse de lleno en el mundo que se abría ante él.

martes, 12 de abril de 2022

Nuestra hambre en La Habana: el trailer

Imagina un mundo postapocalíptico. O sin post, un apocalipsis puro, pero en cámara muy lenta.
Imagina un país sin combustible ni transporte público, casi sin electricidad, sin restaurantes, ni cafeterías. 
En fin, sin comida y sin libertad, ni siquiera para quejarte. 
O para llamar a lo que sientes por su nombre. 
Y el nombre es Hambre.




Enrique Del Risco: “Los turistas que venían a Cuba en los 90 eran aprendices de Hernán Cortés que se creían el Che Guevara”*

Por Alejandro Luque

En 1990, el promedio de entierros en el principal cementerio de La Habana oscilaba entre 40 y 50 diarios. Tres años después, la cifra ascendía a los 80 a 100. Enrique Del Risco lo sabe porque trabajó allí como historiador. En aquella terrible mitad de los años 90, marcada por la caída del muro de Berlín, asistió a otros fenómenos, como la desaparición a su alrededor del transporte público, los gatos y los gordos. O la aparición de las bicicletas y el ron a granel. Lo cuenta en Nuestra hambre en La Habana (Plataforma), una crónica personal de los años más duros del llamado Periodo Especial.

Habanero de 1967, Del Risco es actualmente profesor de la Universidad de Nueva York, y ha publicado libros de relatos como Lágrimas de cocodrilo o ¿Qué pensarán de nosotros en Japón? y la novela Turcos en la niebla, que obtuvo el premio Unicaja Fernando Quiñones. En aquel tiempo, sin embargo, era un joven graduado en Historia que confiaba en que Cuba se integraría en los procesos renovadores de Gorbachov. “En aquellos tiempos en las universidades cubanas pululábamos un montón de estudiantes reformistas, perestroicos, que presionábamos a los dirigentes a todos los niveles para que se unieran al proceso de cambios. El desencanto sobrevino al darnos cuenta de que el régimen no solo no estaba dispuesto a escuchar nuestros reclamos de mayores derechos y libertades –expresados muy tímidamente, eso sí– sino que nos aplastaría si nos propasábamos de ciertos límites”.

El punto de no retorno fueron, recuerda, los juicios y posteriores ejecuciones de los generales Arnaldo Ochoa y José Abrantes, con los que el régimen mostró su rostro más inflexible. Para muchos empezó ahí su desafección a la utopía castrista, respaldada por la lucha cotidiana por conseguir una pastilla de jabón o una pieza de pan. Para Del Risco, fue la culminación de un fracaso: “La Revolución en sí misma fue una larga debacle subvencionada”, asevera. “Sin mencionar las violaciones de los derechos humanos que empezaron con los fusilamientos de los primeros días de 1959, la Revolución consistió en una larga cadena de desastres económicos. Desde que, luego de apropiarse del 70% de la tierra cultivable, el Estado no tuvo mano de obra con qué cultivarla y echó mano a homosexuales, religiosos y ‘otros elementos antisociales’ para hacerla producir. O al famoso trabajo voluntario. O a los estudiantes de escuela secundaria y preuniversitaria. O a los reclutas de la mili. Todo para que el único sitio donde abundaran las patatas fuera en los noticiarios”.
Apagones y enfermedades

“Cada uno de los faraónicos proyectos de Fidel Castro fracasó, desde la famosa zafra de los diez millones de toneladas de azúcar o el de la termonuclear de Juraguá”, resume el autor. “El castrismo económicamente siempre fue inviable. Lo que pasó a partir de 1990 es que dejaron de llegar las subvenciones soviéticas y toda la escenografía que se había montado con su ayuda se vino abajo”.

El escritor, que ha llegado a pesar 50 kilos más que en sus años habaneros, describe la dantesca cotidianidad de una capital que se reducía lentamente a ruinas, que se veía sometida a larguísimos apagones, de la que escaparon 45.000 balseros en cinco años, y un número indeterminado de ellos acabó devorado por los tiburones del estrecho de Florida; una capital en la que la falta de nutrientes y de higiene producía enfermedades que llevaban a la invalidez y la ceguera, desataban epidemias de polineuritis, neuropatía óptica o beriberi, o disparaba los suicidios.


Y sin embargo, Del Risco no renuncia al humor para contar lo vivido, sobre todo para escapar del patetismo. “El humor fue entonces un instrumento para desenmascarar aquella tragedia, porque lo peor no era que la gente se estuviera muriendo de hambre, sino que debía hacerlo en silencio. O peor, debía seguir dando vivas al régimen. Un chiste de la época decía que los cubanos éramos como las focas: teníamos el agua al cuello y todavía nos quedaban ganas de aplaudir”.

“En todo caso -matiza- el humor no salvó a los cubanos. Lo que los salvó fue el dinero de sus familiares en el exterior, la prostitución con el turismo extranjero o la fuga. Por otra parte, si aquello fue una suerte de masacre -en la que murieron miles ya fuera por causas relacionadas con las penurias de aquellos días o ahogados tratando de escapar- también es cierto que fue una masacre en cámara lenta. Y esa es precisamente la definición de comedia que alguna vez dio Woody Allen: tragedia más tiempo”.
Turismo salvador

Cómo logró el poder evitar que una población de once millones de cubanos hambrientos no se rebelara contra él es otra de las incógnitas que Del Risco trata de responder. “El sistema es eficacísimo no solo en sofocar revueltas sino en prevenirlas”, dice. “Y un recurso esencial en esa labor de prevención consiste precisamente en desmoralizar a la gente: desde disuadirlos de antemano del éxito y sentido de una revuelta hasta sembrar la desconfianza en el prójimo. Los cubanos -como en su momento los alemanes del este- viven convencidos que cada cuatro o cinco disidentes hay uno que trabaja para la seguridad del Estado”.

Para el escritor, “no se trata de una cuestión de nacionalidad. Los totalitarismos, donde quiera que se han establecido, han demostrado estar a prueba de insurrecciones populares. Salvo en Rumanía, solo han conseguido ser derrocados desde afuera –como el nazismo– o desde arriba, como el comunismo europeo. De ahí lo asombrosa que fuera la masiva protesta del pasado 11 de julio en toda Cuba y la desmesurada respuesta del régimen condenando a los manifestantes entre diez y veinte años de cárcel. Quieren asegurarse a toda costa de que no se repita”.El balón de oxígeno que el Castrismo encontró para aliviar la asfixia económica fue el turismo. 30 años después, la depauperada Cuba sigue dependiendo de él tanto como de los envíos de dinero de los cubanos del exterior. “Debe tomarse en cuenta que todas las entradas económicas son acaparadas en Cuba en primer lugar por el Estado y por compañías asociadas con este”, explica. “El negocio hotelero está monopolizado por la parte cubana por GAESA, que es una compañía creada por el ejército y que tiene de jefe a un ex yerno de Raúl Castro. Y encima el Estado se apropia del sueldo de los cubanos que trabajan para empresas extranjeras y luego les pagan como estimen conveniente. O del sueldo de los médicos y entrenadores deportivos que envían a trabajar al extranjero. O cobra una tasa elevadísima sobre las remesas que se envían desde el exterior. O multiplica por 2,4 el precio de lo que vende en las tiendas de divisas convertibles”.

Así, concluye Del Risco, “los cubanos viven de lo que va cayendo por los intersticios de ese mecanismo gigantesco e ineficiente. De lo que logran resolver, que es el eufemismo cubano de robarle al Estado. Pero la mayor entrada de dinero y recursos a Cuba no ha venido del turismo sino de las remesas. En el 2019, para hablar del último año ‘normal’, las ganancias cubanas por el turismo fueron de 2,9 mil millones de dólares y las de las remesas 3,1 mil millones y la diferencia es todavía mayor si se piensa que a diferencia del turismo las ganancias de las remesas son netas. Pero más importante que todo lo anterior es el monstruoso apoyo en dinero y recursos del régimen venezolano, como lo fue antes el de la Unión Soviética”.
Paraíso perdido

Hay un momento en Nuestra hambre en La Habana en que su autor se pregunta por qué venían los turistas a Cuba. “Eran como aprendices de Lope de Aguirre o Hernán Cortés que se creían el Che Guevara. ¿O son uno de los dos? Uno se preguntaba cómo se podía hacer turismo en medio de tanta miseria, pero te dabas cuenta de que buscaban en Cuba el último reducto de la utopía, un territorio virgen de capitalismo, el paraíso perdido, ¡qué se yo! cualquier cosa para embellecer el hecho de que un puñado de dólares y un acento diferente les convirtiera en deseados, en seres superiores. Y que pudieran acostarse con algunas de las personas más bellas de un país que desde hacía mucho tiempo era parte de sus fantasías políticas y sexuales”.

Del Risco no oculta cierto resentimiento hacia aquellas figuras atraídas por las playas de arenas doradas y los daiquiris, pero también por toda la mitología revolucionaria. “Algo habrá cambiado desde entonces, aunque no lo suficiente como para que dejen de aprovecharse de la degradación que ha sufrido una sociedad que lleva demasiado tiempo bajo dictadura. Pero no se trataba solo de turistas. En los noventa una compañía como Meliá entró a saco en Cuba y hoy administra cuarenta hoteles en la isla, más que en ningún otro país a excepción de España”.

“Los cubanos seguimos siendo esclavos del sueño de otros”, apostilla el escritor. “Otros a los que les parece muy bien el mito de la Revolución siempre que se mantenga a distancia. Gracias al turismo Cuba es para buena parte de la humanidad un metaverso muy atractivo si se experimenta por un tiempo limitado y con euros, lo cual sería simplemente ridículo si no fuera por los millones de personas reales que siguen viviendo dentro”.


*Tomado de El Diario