Fue un juego bonito. Bonito pero ya desde mediados del primer tiempo más
previsible que el resultado de las elecciones en Cuba. Bélgica y Túnez eran
como dos boxeadores con quijada de cristal pero buena pegada. Ganaría el que
más duro diera y esos eran los belgas. El penal otorgado a estos nada más
empezar el partido a la larga se vio redundante. Para marcar no necesitaba de
tales ayudas. Para ello se bastaban su capitán Hazard y su ariete Lukaku, potente
como un tren que de vez en cuando puede sacarse un toque elegante pero sin
exagerar. Ya lleva cuatro goles en el mundial, los mismos que Cristiano. Como
decía, Bélgica para anotar contaba con sus delanteros y con la benevolencia de
los defensas tunecinos. Ambos equipos crearon abundantes y claras oportunidades
de gol. Si hubieran convertido solo la mitad el partido hubiese terminado 10 a
5. Pero no hay que ser avariciosos. Agradezcamos que por una vez en este
mundial dos equipos se tomaran en serio el esotérico concepto de meter la pelota entre
las redes.
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