sábado, 28 de agosto de 2021

¿Para qué una carta?

 


“Yo no creo en las cartas” me dicen a propósito de una petición que desde S.O.S Cuba estamos haciendo circular desde hace días y que ha recibido la adhesión de importantes figuras a nivel mundial. Y debo confesarles: yo tampoco creo en las cartas por sí solas. Como tampoco creo en la buena voluntad de sus destinatarios. En lo que creo es en las virtudes de no quedarse callado, de ejercer presión hasta que esta se vuelva insoportable. Hasta convencer a los que tienen a cientos de cubanos encerrados que les es más costoso mantenerlos en prisión que sacarlos. Una carta es el pretexto para unir voces en pos de un objetivo común y hacerle saber a los destinatarios que esas voces no van a ser silenciadas hasta que no consigan lo que buscan. Si no se les hace llegar a esa certeza ninguna carta tiene sentido.

En esas cartas, las que van acompañadas de esa convicción, sí creo. Y la experiencia me obliga a confiar en su eficacia. Pongo ejemplos. En el 2001 en mi universidad se iba a celebrar la creación de una asociación de escritores latinoamericanos y como cierre del acto estaba programado un documental laudatorio de Fidel Castro realizado nada menos que por su principal propagandista en Estados Unidos, Estela Bravo. A la carrera escribí una carta protestando porque se usara una asociación de escritores latinoamericanos para glorificar a un dictador. Razonaba que como escritores y como hijos de un continente plagado por dictaduras la exhibición de”Fidel” estaba fuera de lugar. Y conseguimos que no se proyectara el susodicho documental bajo la disculpa siempre socorrida de “dificultades técnicas”.


En el 2009 a inciativa del poeta Jorge Salcedo un grupo de amigos y conocidos lanzamos una campaña pidiendo la libertad de un pobre borracho, Juan Carlos González conocido como "Pánfilo" que se había atrevido a decir en un video, que de inmediato se volvió viral, que en Cuba había hambre. La campaña titulada “Jama y Libertad” * llegó a reunir más de cinco mil firmas y fue un factor de peso para que después de que a Pánfilo lo condenaran a dos años de prisión saliera de la cárcel apenas semanas después de haber ingresado allí. En ese caso nuestro razonamiento era el mismo: el de la libertad. Y más tratándose de alguien perteneciente a uno de esos gremios -junto al de los niños y los locos- cuya libertad de expresión se respeta hasta en los regímenes más despóticos.

Al año siguiente, tras la trágica muerte en una huelga de hambre del preso político Orlando Zapata Tamayo el mismo grupo** que había lanzado la campaña “Jama y Libertad” (con alguna que otra adición) lanzamos #OZT pidiendo la libertad del resto de los 75 presos de la primavera negra del 2003 del cual Zapata era parte. La campaña, agotadora para los que participamos en ella, duró meses en los cuáles conseguimos reunir más de cincuenta mil firmas, incluidas las de varios premios Nobel, celebridades de diverso rango de todo el mundo y generó iniciativas que obligaron al régimen a hablar una perversa “campaña mediática contra Cuba”. Junto a las huelgas de hambre de Guillermo Fariñas y las incesantes marchas de las Damas de Blanco #OZT que además de la recogida de firmas incluyó la serie de performances “Némesis” del artista Gendy Pavón proyectando el rostro de Zapata en diversos edificios por todo el mundo entre otras iniciativas, tuvo una importancia decisiva en la liberación de los 75. 

Luego el régimen cubano se empeñó en demostrar que había liberado a los presos gracias a su infinita bondad y a las gestiones de la iglesia y la cancillería española pero lo cierto es que sin la presión conjunta de todos los que exigieron por meses la libertad de los 75 esta no hubiera sido posible. 
Aún así hay anticastristas tan radicales y suspicaces que cada vez que ocurre una liberación de presos prefieren pensar que esta forma parte de algún perverso plan del régimen antes de admitir que la presión lo ha obligado a actuar contra su voluntad. Y así, sin pretenderlo, de tan listos que son tales anticastristas sagaces cooperan con el mito de la invulnerabilidad de la dictadura.
En los años siguientes las cartas en las que he participado directamente han seguido funcionando. En una ocasión se trató de oponerse al intento de convertir a la universidad pública de Nueva York en tribuna habitual de los agentes del castrismo. (El objeto principal de esa carta fue el funcionario Miguel Barnet a quien lo interpelaron durante su presentación y no salió bien parado. Meses después cuando lo volvieron a invitar, aleccionado por la experiencia anterior, se presentó de incógnito). En fechas más recientes, cada vez que lo hemos creído conveniente y fructífero -porque tampoco se trata de crear campañas cada semana: ni somos profesionales de la protesta y creemos que la repetición hace cualquier esfuerzo ineficaz- hemos participado en otras iniciativas. Desde protestar por la censura de la película “Santa y Andrés” en un festival de cine neoyorquino hasta exigir la libertad de artistas presos como Gorki Águila, El Sexto, o Luis Manuel Otero Alcántara. Hablar de éxito en cualquiera de estos casos mientras la dictadura sigue en pie y en capacidad de seguir haciendo daño siempre resulta una exageración. Pero algo se logra en cada caso y obliga al régimen y a sus simpatizantes en todo el mundo a pensárselo dos veces antes de volver a hacer lo mismo.

Digo todo lo anterior no para exhibir currículum de activista. El activismo político no me hace sentirme particularmente orgulloso: más bien se trata de lo insoportable que se me hace la vergüenza de quedarme callado. Pero en este caso se trata de mucho más que de la incapacidad de lidiar con las vergüenzas personales. Se trata de responder con hechos concretos y conocidos de primera mano a la pregunta sobre el valor de una carta. Y respondo: una carta vale por la cantidad de gente que esté dispuesta a hacerla suya, a respaldarla no solo con su firma sino con iniciativas propias de todo tipo; a hacerle saber a sus destinatarios lo dispuesto que se está a insistir en lo que se exige. Una carta existe bajo el convencimiento de la superioridad absoluta de la palabra indignada sobre el silencio.

*Contribuciones valiosísimas fueron las del caricaturista Alen Lauzán con el todo el diseño de la campaña y del músico Boris Larramendi con la canción tema “Jama y libertad”.


**
Quiero hacer aquí un mínimo homenaje al equipo más entusiasta, esforzado y eficaz con el que haya trabajado nunca, una mezcla difícil de lograr y más si los participantes lo hacen de manera voluntaria y sin remuneración: estaban (y me disculpan si olvido alguno) desde Alemania Giselle Fernández, una matemática brillante que usaba como seudónimo Aguaya Berlín y mi cuñada Marisel de la Vega. Desde España participaban el catalán Joan Antoni Guerrero Vall, la periodista cubana Ana C. Fuentes Prior y el diseñador Jorge Gutierrez que entonces usaba el seudónimo de George Gautier. En Miami estaban la músico Alina Brower, la escritora Daína Chaviano y la que luego se revelaría como una de las principales representantes de la cocina cubana contemporánea Verónica Cervera. Desde Kansas City contribuía el siempre diligente traductor Ernesto Ariel Suárez. También estaban mi queridísimo amigo y escritor Alexis Romay desde Nueva Jersey, desde Montreal el también escritor César Reynel Aguilera y la activísima Isbel Alba y desde México contamos con la ayuda de Laura García Freyre. Muchos otros, sin ser parte formal del equipo contribuyeron al éxito de la campaña como los caricaturistas Alen Lauzán y Gustavo Rodríguez (Garrincha) y el músico Boris Larramendi que esta vez participó con su “Conga del mercenario”. Si alguien recuerda otros participantes en aquella campaña se lo agradeceré.

miércoles, 25 de agosto de 2021

Carta a Díaz Canel


Sr. Presidente Miguel Díaz-Canel Bermúdez:

Con esperanza y preocupación hemos observado las masivas protestas del pasado 11 de julio en Cuba. Esperanza porque una parte significativa del pueblo cubano por primera vez dejó oír su voz al unísono exigiendo la libertad y los derechos de los que hasta ahora han carecido y porque lo hicieron de forma pacífica y al mismo tiempo clara y firme. Sin embargo, hemos visto con preocupación y disgusto la respuesta brutal que usted y el gobierno que representa han dado a tales manifestaciones, negándose a oír los sencillos reclamos de su pueblo y llamando directamente a la violencia y la represión de unos ciudadanos contra otros.

Sr. Presidente, no se esfuerce en presentar a aquellos que protestaron como mercenarios al servicio de Estados Unidos. Reconozca en esas protestas la voz de un pueblo hastiado de falta de libertades, de mal gobierno y de estrecheces de todo tipo. No niegue que esas decenas de miles que protestaron en toda la isla son parte de un pueblo que ya no se identifica con el proyecto que propone y que se atreve a decirlo en voz alta pese a los riesgos demostrados que entraña hacerlo. Desde el pasado 11 de julio no tiene sentido hablar de unión monolítica entre su gobierno y su pueblo como no tiene sentido negarles la patria a los que protestan y ofrecerles en cambio muerte, represión y silencio.

No se engañe ni nos trate de engañar. Es hora de que Cuba avance por caminos diferentes a los que usted y su gobierno les han trazado a los cubanos. Para ello es imprescindible que se les respete su derecho a manifestarse y a elegir su destino, en lugar de buscar nuevas maneras de reprimir al pueblo cubano y silenciarlo. Para demostrar su respeto por los derechos de sus compatriotas debe empezar por liberar al más de medio millar que a un mes de las protestas siguen en prisión o están siendo procesados por participar en ellas y, junto a ellos debe liberar a todos los cubanos que están en prisión por manifestar su desacuerdo con su gobierno. Si le importa tanto el pueblo cubano como la revolución que se hizo en su nombre empiece por escucharlo, por no reprimirlo cuando hable.

Sinceramente,

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martes, 24 de agosto de 2021

20 minutos

20 minutos. Esa es la distancia que separa cualquier punto de otro en Miami. De Hialeah a la Pequeña Habana. De South Beach al aeropuerto, de la Sagüesera a Kendall. Da igual el tráfico, las calles cerradas por reparaciones o la distancia. “Eso está ahí mismo, a veinte minutos” te dicen y tienen razón: veinte minutos justos es lo que demora el chofer en potencia en tomarse una última coladita, cambiarse la camisa porque se la manchó de café, despedirse de su familia, salir al draigüey, volver a entrar a buscar las llaves del carro (porque decidió que mejor manejaba el de la mujer que es más chiquito y gasta menos gasolina) hasta sentarse frente al timón. En llegar a su destino gasta cuarenta minutos más. Y eso en caso de que no haya mucho tráfico ni calles cerradas, lo que en Miami es el equivalente a que la fuerza de gravedad haya decidido tomarse un descanso.

Pues en ese curioso cálculo de las distancias creo que estriba la extraña percepción del tiempo que existe en Miami. Más o menos la misma que hay en el interior de un agujero negro donde se dice que la relación espacio-tiempo se curva. Más o menos igual que la calle Ocho al entrar al downtown. De ahí que el tiempo transcurra más lentamente en Miami (como los carros en el Palmetto a las 8 de la mañana) en comparación con el resto del planeta. Eso es lo que explica el misterio —tantas veces abordado por los científicos— de que las invitaciones de bodas en Miami citen para una hora antes del evento real, que los estudiantes, a diferencia del resto del hemisferio norte, empiecen sus clases en agosto y que en la ciudad se hable de un dictador de mediados del siglo pasado como si acabara de llegar al poder.

Para explicar esta anomalía se podría apelar a la llamada “Paradoja de los gemelos” formulada por Einstein, según la cual si un gemelo hace un largo viaje a una estrella en una nave espacial a velocidades cercanas a la velocidad de la luz y el otro gemelo se queda en la Tierra, a su vuelta el gemelo viajero resultará más joven que el que no hizo el viaje. Ese, por supuesto, es un experimento mental, como mi proyecto de pasar un fin de semana con Angelina Jolie. Lo que parece confirmar la teoría de que en Miami el tiempo transcurre más lentamente es que si se envía a uno de los gemelos a La Habana —ya sea por amor a la ciencia o por pura crueldad— y al otro se le deja en Miami, cuando el de La Habana regrese a Miami va a parecer el abuelo del que se quedó. Habrá quien achaque la diferencia de edad a la comida y el aire acondicionado de Miami, pero yo insisto en que se trata de la curvatura espacio-tiempo que sólo puede ser explicada a través de la teoría especial de la relatividad: algo lo suficientemente sofisticado y difícil de entender como para que nos aclare el misterio de que, a pesar de que cualquier mayamés se demore en salir de su casa bastante más de lo que dura un matrimonio en Hollywood, en realidad la vida allí transcurre a la velocidad de la luz.

El asunto está en cómo sincronizar a Miami con el resto del planeta, cómo lograr que las bodas comiencen a la misma hora que dicen las invitaciones y los estudiantes empiecen sus clases en septiembre. Lo más fácil sería adelantar los relojes. (O atrasarlos, porque con esto de las teorías ando más confundido que Nicolás Maduro frente a un libro de gramática). Doy por sentado que no bastará adelantar una hora en verano, como en el resto del mundo, porque los mayameses se la gastarán en un par de coladas de café o en llegar a la primera boda que haya en la familia. Hablo de adelantar (o atrasar) años completos cuando no décadas: o poner el reloj en 1958, cuando el presidente era Eisenhower y se recogía dinero en Miami para mantener a Fidel Castro en la Sierra Maestra; o en el 2100, cuando el presidente sea la última versión de iPhone y se recoja dinero en Miami para hacerle un monumento a Fidel Castro como máximo responsable de crecimiento demográfico de la ciudad. Queda en manos de sus habitantes decidir en qué dirección mover las manecillas del reloj.

4 de septiembre de 2013

sábado, 21 de agosto de 2021

Un país reaccionario

El título se refiere a Cuba, por supuesto. No por la obviedad de que la Isla está regida por un manojo de consignas que data de hace seis décadas y por un fantasma atrapado en una piedra cual si de una historia de Las mil y una noches se tratara. (¿Dije obviedad? No lo es tanto cuando muchos se empeñan en llamarle “revolución”, como si algún cambio brusco se hubiese producido en aquella tierra durante el último medio siglo. Como si la velocidad de los cambios en Cuba no recordara más a la geología que a la historia.) Sucede que las fuerzas que pugnan por el cambio, los reclamos de una parte considerable de la sociedad tampoco parecen el último grito de la teoría política. Ni el penúltimo. En la Habana o en Palma Soriano se ha gritado “Libertad” con una frescura y una inocencia inéditas desde hace décadas. Hasta el grito de “Abajo el comunismo” llega treinta años tarde, cuando la caída del imperio soviético permitió a las ajadas democracias occidentales vivir una segunda luna de miel consigo mismas. Las protestas cubanas, por insólitas que sean, han dejado a esa entelequia llamada “opinión pública internacional” más bien fría. En un mundo sacudido a cada minuto por la última revuelta digital, el rarísimo espectáculo de una revuelta real en un Estado totalitario no parece especialmente atendible. O lo es de un modo equívoco. Los manifestantes dicen una cosa y los periodistas extranjeros entienden otra muy distinta. Tal pareciera que no hablaran el mismo idioma.

Si algo llamaba la atención de las protestas de julio, aparte de la masividad, ese atributo que hasta entonces era monopolio del Estado, fue su civilidad, su pacifismo. En un planeta en que cualquier revuelta popular se resuelve como mínimo con barrios arrasados por el fuego y el saqueo, estaciones del metro asaltadas y algún que otro linchamiento, las cubanas alcanzaron una condición cuasi gandhiana. Alguna que otra pedrea, unos pocos carros de policía volteados, algún gendarme golpeado fue todo el gasto de violencia de manifestantes que en general se limitaron a marchar y gritar. (Alguien dirá que la destrucción previa del país los habrá disuadido de contribuir a la obra del Gobierno que repudiaban. No le faltaría razón.) El civismo, la contención, la claridad y sencillez de los reclamos y el uso intensivo de las redes sociales que permitió la fulminante propagación de las protestas podrían haber hecho de ellas un modelo universal de revuelta, y sin embargo algo falló en la transmisión de su mensaje. Donde parecía muy fácil ver una combinación de hastío ante un sistema fallido y la súbita pérdida del miedo que permitió expresarlo, los corresponsales extranjeros y luego los expertos coincidieron en que los manifestantes hablaban por boca del embargo norteamericano y la pandemia china.

También hay que reconocer que, en su incomprensión ante el fenómeno, los periodistas fueron imparciales: tampoco le creyeron al aprendiz de tirano Miguel Díaz-Canel. No le creyeron su afirmación de que los que protestaban eran mercenarios al servicio del imperialismo –lo cual tiene sentido dadas las dificultades que tiene el imperialismo para repartir dinero a tanta gente por toda la Isla–, pero tampoco aceptaron la afirmación del vocero del castrismo de que la protesta ciudadana era contra su régimen. No se trata tanto de ignorancia o malicia por parte de periodistas o académicos –aunque en ciertos casos es imposible obviar alguna de esas razones– como de una comprensión muy clara de las necesidades del público al que se dirigen. Hace ya demasiado tiempo que esa parte de la humanidad cuya opinión cuenta para algo experimenta las ventajas y las desventajas de la democracia y de la libertad de expresión, asociación y reunión. Y no le entusiasma demasiado que un pueblo se lance a la calle clamando cosas que hace rato dejaron de tener atractivo. La humanidad desconfía cada vez más de lo que ella misma puede hacer con la libertad y la democracia y de momento le tienta encomendarse a hombres fuertes e ideologías extremas. Para esa opinión pública una revuelta como la cubana debe parecer sospechosa. Y tan anacrónica como una demanda para abolir la esclavitud.

Cuba, que tantas pasiones causa casi siempre por las peores razones, se ve ahora cercada por la indiferencia. De un lado la de la derecha, con la arrogancia improductiva de quien ya viene de vuelta de todo y a la que las protestas del 11 de julio no le dicen nada nuevo. Quienes ya sabían que el comunismo era terrible desde el 1ro. de enero de 1959 o el 7 de noviembre de 1917 y nada de lo que ocurra va a hacerlos cambiar de opinión… ni mover un dedo en dirección a los desesperados de ahora. Y la tensa indiferencia de la izquierda, demasiado incómoda ante protestas que dejan en muy mal sitio su nostalgia por aquella revolución que tuvo algún momento –seguramente imaginario– en que no mataba ni oprimía y, si lo hacía, seguro que era por buenas razones. Porque si hay algo que la izquierda odia bastante más que la opresión es tener que darle la razón a la derecha.

Y luego está el asunto de la excepcionalidad cubana: gracias a su diferendo con Estados Unidos en el que la dictadura ha interpretado magníficamente el papel de víctima, Cuba se ha convertido en el único país donde explotar obreros o alquilar sexo adolescente no causa cargos de conciencia a los progres de este mundo. Allí los inversionistas y biempensantes coinciden en desoír los gritos de los cubanos o en malentenderlos. Gritar “Abajo el comunismo” les suena a macartismo, clamar contra la dictadura les parece cosa de mal gusto. Llamarle “singao” a Díaz-Canel a la derecha le parece chusma, y a la izquierda sexista, homofóbico o a saber qué otra exquisitez. Tanto Gayatri Spivak insistir en dejar hablar al subalterno, para que ahora ella misma se ponga del lado de los que les caen a palos.

La culpa de tanta indiferencia no la tienen otros que los propios cubanos que esperaron tanto para lanzarse a la calle. No es culpa de este mundo que los cubanos tuvieran que esperar a que la mezcla exacta de desesperación y telefonía móvil los lanzara a la calle en una época en que un tweet políticamente incorrecto de la celebridad incorrecta causa más conmoción que la angustia de todo un pueblo. De poco vale que algunos bienintencionados traten de vender las protestas de este verano como the next big thing en cuestión de movimientos sociales, la nueva tendencia que va a adoptar la humanidad como antes hizo con las religiones monoteístas o los Crocs. Tanto la opresión como la resistencia cubanas son demasiado anticuadas para que a esta última se la pueda marketear adecuadamente. ¿Qué es eso de “Patria y vida”, consigna retrógrada donde las haya? ¿No es acaso la patria la carnada del nacionalismo, refugio de la reacción? ¿Ya qué tanto lío con la vida? ¿Eso no los acerca a los antiabortistas y, de paso, no parece un ataque a la eutanasia, ese derecho humano recién conquistado? (También deberíamos aceptar que “patria y vida” es una redundancia de no ser porque en Cuba durante sesenta años la patria, más que espacio de convivencia para los cubanos, ha sido un sinónimo de sacrificio, opresión y muerte.)

Evitaré ese viejo vicio martiano de situar a Cuba en el centro del universo. De repetir aquellos mesianismos del Apóstol al estilo de: “Un error en Cuba, es un error en América, es un error en la humanidad moderna. Quien se levanta hoy por Cuba se levanta para todos los tiempos”. Más vale tomar a Cuba en su machucada excentricidad. Pero en un mundo en que tanto se exalta la tolerancia y la aceptación de la diferencia, apelemos a ellas para apoyar el capricho de los habitantes de la Isla de ser libres cuando ya no está de moda. Apoyemos su derecho a reclamar un presente escamoteado eternamente en nombre de un futuro que 62 años después está más lejos que nunca. Marchemos un rato con esos cubanos, aunque eso perjudique nuestro prestigio de luchadores sociales de última generación. Aunque pidamos para esos cubanos cosas tan anticuadas como libertad, como democracia. Como patria. Como vida. Quien quita que algún día de estos vuelvan a ponerse de moda.

domingo, 8 de agosto de 2021

¿Cuál es el animal que más come?*

La crisis bestial que empezó a tomar forma a finales de 1990 no disuadió al gobierno de celebrar en La Habana los Juegos Panamericanos programados para el año siguiente. Me imagino que si alguna vez eso se discutió en el único nivel que se discutían esas cosas Quientusabes acalló el debate diciendo que ya se habían gastado demasiados recursos en la construcción de las instalaciones donde tendrían lugar los juegos como para echarse atrás. Era verdad. Yo mismo, en mi último año como estudiante universitario, había trabajado unos cuantos días en la construcción de la Villa Panamericana. Y junto conmigo media ciudad.

Igual podrían haberse arrepentido. Las obras ya marchaban retrasadísimas y el estadio olímpico diseñado para la ocasión nunca llegó a terminarse. Durante la ceremonia inaugural transmitida por televisión pudimos constatar que la mitad de las gradas no habían sido construidas, aunque los comentaristas televisivos presentaban aquello como una particularidad del diseño. Al poco tiempo de concluir aquellos juegos todas las instalaciones pasaron a formar parte de la magnífica colección de ruinas producidas por la Revolución Cubana a lo largo de su Historia. Hoy, treinta años después, ninguna de ellas funciona.

La preparación de los atletas no parecía ir mucho mejor. Siempre había tenido la idea de que recibían un trato especial, una alimentación especial. Algo de eso habría, pero también a ellos el Hambre les había dado alcance. Una vez me encontré en el autobús con una integrante del equipo de remos. Una mujer bellísima, previsiblemente alta y de ojos azules que hablaba pestes del gobierno y de la comida que recibía para prepararse con vistas a la competencia. Se refería con rabia especial de unos espaguetis fríos que aparecían con demasiada frecuencia en su bandeja. “Y con esa mierda esta gente quiere que les gane una medalla”, me dijo.

[…] Resultó que no habíamos estado suficiente tiempo en Baracoa. Todavía le quedaba un buen rato a los Panamericanos con su euforia inducida y sus competencias interminables acaparando los televisores. Tras cada victoria cubana sonaban las notas de nuestro bonito himno plagiado a Mozart que eran rematadas con la entrevista al ganador que invariablemente le dedicaba su victoria al Comandante en Jefe. No les dejaban muchas opciones. Al preguntarle a la campeona absoluta de la gimnástica que a quién le dedicaba sus medallas mencionó a sus padres, su familia. El periodista insistió y la campeona incluyó en la dedicatoria a su barrio, a sus amigos, al pueblo cubano. Cuando no le quedaba nadie más que mencionar y el periodista insistía fue que la gimnasta se resignó a mencionar al Comandante en Jefe.

En un periódico donde leí los resultados de los juegos vi, entre los medallistas, el nombre de la bella remera que había conocido en el autobús. Me alegré por ella, aunque sospecho que también tuvo que dedicarle su medalla al Comandante. Hay algo consustancial a Aquello y es no dejar que disfrutes tus logros sin que vengan sus representantes a reclamarte lo que creen suyo.

Años después descubrí el nombre de la remera en un reportaje de un periódico de Boston tras haber conseguido escapar de Cuba. Me alegré más por ella que cuando consiguió la medalla.

Fueron días rellenos con el himno mozartiano, las dedicatorias al Comandante y la presencia del Tocopán. El Tocopán era la mascota de los juegos. Su nombre venía del apareamiento del ave nacional, el tocororo, (que a pesar de su estatus simbólico poquísimos cubanos han visto en su vida), y los juegos Panamericanos. Un pajarito con sombrero de yarey e indumentaria deportiva que se convirtió en la respuesta a una adivinanza que se puso de moda al acabarse los juegos. “¿Cuál es el animal que más come?”.

—El Tocopán. Se come en dos semanas la comida de once millones de personas para un año.

Pero, ¿qué es la comida ante la gloria continental? Solo en dos ocasiones Estados Unidos ha sido relegado al segundo puesto de la competencia. En 1951 por la Argentina de Perón en los juegos celebrados en Buenos Aires, y cuarenta años después por la Cuba de Fidel Castro en los juegos de La Habana. Meses después, en medio de la peor hambruna que haya soportado la República de Cuba, podías encontrarte gente orgullosa de aquel primer lugar en el medallero panamericano. La comida al fin y al cabo se digiere y se excreta mientras que el brillo de las hazañas deportivas resplandece para siempre. Así que nunca olviden el dato: en el verano de 1991, Cuba se impuso a los Estados Unidos en los Juegos Panamericanos. No fue poca el hambre que nos costó.


*Fragmento del libro inédito Nuestra hambre en La Habana

viernes, 6 de agosto de 2021

Una petición


 

Una Petición de S.O.S. Cuba

Director de El País:

Con bochorno y frustración hemos visto la penosa manera en que su periódico ha cubierto las protestas populares del 11 y 12 de julio pasado en Cuba y la brutal represión posterior contra sus participantes. Pese a las masivas manifestaciones a lo largo de la isla presididas por los gritos de “Libertad” y “Abajo la dictadura” la mayoría de los reporteros y comentaristas de su periódico se han esforzado en presentarlas como reacción circunstancial a las dificultades económicas impuestas por el embargo y las restricciones del Covid-19. El ansia de libertad de tantos cubanos tras sufrir la limitación de sus derechos más elementales por más de 62 años es reducida por su periódico a mera fisiología. Avergüenza todavía más que un periódico que tuviera un papel tan destacado en la transición española se empeñe tanto en negar los deseos de libertad de los cubanos.

Ofende, pero no sorprende. Durante años, El País se ha obstinado en mantener como su principal informador en asuntos cubanos a Mauricio Vicent, mal disimulado apologeta del régimen cubano. Décadas ha pasado Vicent aireando inexistentes virtudes del régimen, anunciando reformas que nunca se producen, cambios que nunca llegan. Ahora que los cubanos se han cansado del desprecio del gobierno cubano por sus derechos y necesidades Vicent último insiste en achacarle el malestar de los cubanos al embargo, en ignorar la situación de los cientos de cubanos en prisión a raíz de las protestas del mes pasado y en darle la palabra a voceros oficiosos del régimen cubano. Tanto El País como Vicent, en vez de intentar entender lo que está pasando realmente en la isla, de darle voz a los jóvenes perseguidos por el régimen insisten en buscar medios de maquillar la realidad, tal y como The New York Times y el periodista Walter Duranty maquillaron los peores años de la Unión Soviética bajo Stalin. Para usted, más que petición tenemos una pregunta: ¿Es así como quiere que su periódico quede para la historia cubana? ¿Como el maquillista de la dictadura más extensa del hemisferio? 

#SOSCuba #VerdadSobreCuba

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