Tienes una cita
trascendental con la mujer de tu vida. Te metes un mes en el gimnasio, te
compras ropa nueva y nada más entrar en el restaurante chocas con un camarero
que lleva en la bandeja un coctel de camarones: quedas cagado de arriba abajo
con la salsa roja y un camarón asoma del bolsillo de tu camisa. Algo así le
sucedió a Colombia en su debut mundialista contra Japón. A los dos minutos ya
le habían pitado un penalti con expulsión incluida. Jugarían el resto del
partido con uno menos. Que al principio no se nota tanto pero a medida que
avanza el juego pesa como haber elegido el restaurante equivocado, la chica
equivocada., la vida equivocada. Así y todo Falcao, el Thomas Alba Edison
colombiano, se inventó una falta al borde del área por el conocido método de
empujar y dejarse caer. El árbitro tragó y Quintero coló la pelota por debajo
de la barrera y dentro de la portería. Casi al final del primer tiempo.
Un juego nuevo como quien dice. Pero no. Los colombianos
estaban reventados por corretearle a un japonés de más y en un corner los
japoneses se fueron arriba de un buen cabezazo. Como si luego de sacudirte como
mejor podías la mancha del coctel de camarones al padre de la chica se le
derrame una copa de vino tinto encima de tus pantalones. “Ella no va a ser tan
superficial” te dices. Y te engañas. Porque estamos en un mundial y cualquier detalle
cuenta. Y te regresas a casa diciéndote que la próxima vez que abras la puerta
del restaurante tendrás más cuidado.
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