lunes, 26 de octubre de 2015

Veinte años y cuarenta días

Entre los libros que escribió el recientemente fallecido Jorge Valls "Veinte años y cuarenta días. Mi vida en una prisión cubana" ocupa un sitio especial. Se trata del recuento más sobrio, descarnado y compacto de la peor etapa del presidio político cubano, el que corresponde a las primeras dos décadas del régimen que mundialmente se conoce como Revolución Cubana. En el siguiente fragmento pueden llevarse una idea de lo que podía ser una buena noticia en aquellos días en que la ley revolucionaria se aplicaba imperaba en todo su esplendor:
"Algunos de mis amigos que se habían enterado de lo que pasaba se preocuparon cuando les conté que el fiscal había pedido doce años y que existía la posibilidad de que me imputaran nuevos cargos. En aquel momento todas las sentencias eran de veinte años, treinta, o de muerte. La sugerencia del fiscal de nuevos procedimientos les hacía pensar que podía aparecer una nueva acusación y que podía ser muy peligrosa. Ya había ocurrido antes.
Más tarde Cristina me pasó un telegrama según el cual me habían condenado a veinte años. Cuando pude hablar con ella supe que, como un favor personal, un empleado tribunal le había dado esta información. Mis amigos se sintieron aliviados. Veinte años era una condena más normal y había menos que temer respecto a nuevos procedimientos"
Más tarde Cristina me pasó un telegrama según el cual me habían condenado a veinte años. Cuando pude hablar con ella supe que, como un favor personal, un empleado tribunal le había dado esta información. Mis amigos se sintieron aliviados. Veinte años era una condena más normal y había menos que temer respecto a nuevos procedimientos"
O cómo se aplicaba la política de igualdad racial intramuros:
"...los negros eran objeto de un trato especialmente malo: "tú, negro" decía el vigilante, "¿cómo pudiste rebelarte contra una revolución que está haciendo seres humanos de ustedes?". Siempre acababan con más golpes y pinchazos de bayoneta que los demás"

O también la compleja manera en que se entendía el proceso de reeducación de los presos:


"Algunas de estas lecciones se impartían de noche, en la galería que se utilizaba como comedor, justo al lado del foso de ejecución. El «profesor» utilizaba un micrófono para que le oyeran todos los que estaban en el patio. Unas veces la lección tenía que ver con la política; otras trataba otros temas relacionados con ella.
 Recuerdo una noche en la que los pobres presos tenían una conferencia sobre las culturas indígenas de Cuba. Su voz salía, estridente, por los altavoces: «los guanacahíbes (sic) vivían en la provincia que hoy se llama Pinar del Río. Pertenecían a la edad paleolítica, o la edad de la piedra no pulimentada». Su voz sonaba como un martillo neumático en el silencio forzoso de la noche. Luego oímos el ruido de los coches que traían a los condenados que iban a ser fusilados, y al pelotón que marchaba hacia el foso. El conferenciante continuaba: «los guanacahíbes vivían en cuevas y se alimentaban de la caza». Oímos la voz de mando: «¡Preparados!». «Los guanacahíbes utilizaban trozos de concha como ralladores.» «¡Fuego!» Se oyó la descarga. El pobre hombre seguía hablando de los indios. Trajeron otro condenado al paredón. Nos retorcíamos en el suelo, incapaces de hablar, llorar o salir corriendo. El altavoz continuaba: «Los guanacahíbes enterraban a sus muertos en montículos, una primera capa con los cuerpos y otra capa de conchas y piedras». Parecía que continuaría siempre. Murmurábamos una oración, sin saber si íbamos por el principio, el final o estábamos repitiendo el mismo verso. Solo Dios sabe cuántas veces lo hicimos aquella noche.Otra descarga. No sé cuántas veces pasó. No sé cuándo acabó o cuándo me quedé dormido"

Para los interesados en el libro pueden adquirirlo aquí

domingo, 25 de octubre de 2015

Aquí falta una voz

Un breve discurso que dio Jorge Valls que dio el año pasado en agradecimiento a un homenaje que se le hizo el año pasado en el Club Cubano de Elizabeth. Gracias a Geandy Pavón por haber capturado esa voz y esa fina estampa en uno de sus momentos más dulces y evocadores:

"... y toca piano"

Hoy Diario de Cuba publica una versión mucho más extensa del texto que apareció en El Nuevo Herald ayer sobre Jorge Valls, recientemente fallecido, Acá les dejo un par de fragmentos:

Entre amigos siempre recordamos la vez que, luego de dar una conferencia, lo invitaron a una recepción en un apartamento neoyorquino de esos que incluso en películas parecen increíbles donde con la naturalidad de siempre Jorge pasaba de un tema a otro para embeleso de unas cuantas señoras mayores que no podían creer que alguien pudiera saber tanto de tantas cosas distintas. Como siempre Valls, demasiado entretenido en diseccionar con toda la precisión posible el tema en cuestión apenas se enteraba del efecto que producía en su auditorio. Para completar el involuntario espectáculo circense en que se había convirtiendo la velada un amigo empezó a presionarlo para que tocara alguna pieza en el piano que ocupaba la sala y Jorge, que si algo le molestaba más que el alarde era decepcionar a un amigo empezó a hacer sonar el instrumento como sospecho no lo había hecho en mucho tiempo ante lo cual una de aquellas admiradoras soltó en un suspiro “Ay… y toca piano!”Desde entonces esa frase ha quedado entre nuestro círculo de amigos como resumen de quien, adornado con todas las virtudes imaginables, nos sorprende con una más.  [...]Confieso que en vida lo admiré poco. Preferí disfrutar de su presencia como se puede preferir beber agua en una fuente romana en lugar de hacerse un selfie junto a ella. Con esa falta de perspectiva pero no de consciencia. Quizás porque admirar a alguien así equivaldría a irle redactando mentalmente el panegírico en vida. Porque su austeridad y estoicismo –ese estoicismo que llevó hasta las últimas semanas, días, y horas de su vida que sin duda fueron dolorosas pero nunca permitió que se le notase- no excluían un trato agradable, cortés y ceremonioso respaldado por su voz de león radial y matizado por su agudeza amable pero siempre despierta. A pesar de todas las décadas, experiencias y conocimientos que me llevaba de ventaja nunca se permitió el menor gesto de condescendencia como no se permitía otros vicios tan frecuentes como la envidia o el rencor. Su desprecio al régimen que lo había encarcelado durante dos décadas y luego expulsado al destierro se basaba en su carácter autoritario, corrupto e inconsecuente pero nunca en agravios personales de los que no se daba por enterado. Era en toda la extensión de la palabra un estoico y podía concordar perfectamente con otro compañero de credo, el emperador Marco Aurelio cuando afirmaba que “la forma más noble de vengar una ofensa es no imitar a quien nos ha ofendido”. Fue exigente consigo mismo como no lo he visto en nadie y sin embargo ni siquiera a la hora de su muerte estuvo convencido de haber cumplido con sus deberes. (Me cuentan que al preguntarle en la que sería la víspera de su muerte qué era lo que más le preocupaba repitió varias veces “Mi alma, mi alma”). Entre los que lo asistieron en su muerte estaba Lucy Echeverría, la hermana de José Antonio, aquel líder estudiantil con el que fundó el Directorio sesenta años atrás para librar a su país de alguna tiranía. Curioso como en gente como Jorge todo nos parezca tan literal y tan simbólico al mismo tiempo.
Para leer el texto completo pinchar aquí


sábado, 24 de octubre de 2015

El abismo de los pájaros

Mañana domingo la última función de "El abismo de los pájaros" de Víctor Varela en Brooklyn:
















Urquiola se desencadena

De paso por Miami a donde fue a visitar a su hijo Barbarito Urquiola hace declaraciones sobre el estado actual del beisbol cubano, el de sus antiguas estrellas y otras lindezas más. Algunos fragmentos:

"Ya es otra época, ya esos atletas no quieren jugar por unas latas de refresco, una guagua refrigerada o un hotel con aire acondicionado, si cuando llegan a sus casas sus hijos no tienen ni zapatos para ir a la escuela"

"¿Te enteraste de lo que pasó con Fermín Laffita, que lo encontraron muerto, por la peste, a varios días de haber fallecido?Y no te hablo de Luis Crespo o Porfirio Pérez, que nadie los atiende y se la pasan borrachos y eliminados del INDER, y no los tienen en cuenta para nada, y no es por el alcohol, pero a ellos no les ha quedado más remedio que dedicarse a eso. Pero la lista de ex peloteros, boxeadores o ciclistas retirados que están abandonados es interminable de San Antonio a Maisí" "Y no me jodan más con el bloqueo Yanqui, la incapacidad de los dirigentes de la Comisión Nacional nada tiene que ver con el famoso Imperialismo, las pésimas condiciones de los terrenos, que los únicos que los chapean son los chivos, porque ni machete tienen, y eso no lo venden los americanos, eso es culpa de ellos"

"Con la salida de Barbarito también me jodieron un poco, pero los ubiqué enseguida, les respondí que mi hijo es mi hijo, esté donde esté, que la familia no la separo por metas, ni por ideas políticas, pues ese ha sido un daño de 56 años, donde nos obligaron a pelearnos con parientes y amigos por pensar diferente, y mira hoy queremos ser amiguitos de los yanquis otra vez después de tanto tiempo de consignas y marchas contra esta gente del Norte"


Para ver la entrevista completa pinche aquí

Jorge Valls o de la entereza

Hoy El Nuevo Herald publica un artículo mío sobre Jorge Valls, fallecido la noche del jueves. A continuación el texto completo:
Incluso para su generación, posiblemente la más furibunda y atormentada de la historia cubana, la vida de Jorge Valls Arango fue ejemplar y excéntrica. Nacido en 1933 se opuso al régimen de Fulgencio Batista desde el mismo golpe de estado de 1952 y en 1955 participó junto a José Antonio Echeverría en la fundación del Directorio Revolucionario al frente de la sección obrera y a causa de la cacería que desencadenó la policía batistiana tras el fallido asalto presidencial tuvo que marchar al exilio en México.
El conocimiento de primera mano de la naturaleza autoritaria y desleal del líder de la revolución de 1959 le evitó la tentación de la confianza ciega y la esperanza ilimitada. Sin embargo, su condena a veinte años de prisión en 1964 más que muestra de la arbitrariedad de la nueva dictadura lo fue de esa excentricidad esencial en Valls: mientras que en aquellos días se acababa en la cárcel por cualquier causa vagamente opositora Jorge Valls terminó en prisión por defender a un amigo. Se trataba de Marcos Rodríguez acusado de delatar a las víctimas de la matanza de Humbolt 7. Incluso convencido de lo inútil de la defensa de alguien condenado de antemano consideró su deber presentarse a declarar en el juicio que se le siguió. Ser el único elemento discordante de aquella cuidadosa y siniestra coreografía no fue pasado por alto por el régimen y a menos de quince días de su declaración ya había sido apresado.Sus experiencias en el presidio las contó en su libro “Veinte años y cuarenta días” pero hay que leer las memorias de sus compañeros de prisión para comprender que estos, comulgando o no con sus ideas políticas, no podían menos que agradecer su reconfortante presencia allí. A su prisión le sucedió un exilio aún más extenso donde fue recibido con honores de los que se fue desprendiendo sin esfuerzo ni aspavientos. Pudiendo gozar de la amistad de un multimillonario como George Soros o una estrella de cine como Val Kilmer –quien le ofreció un jugoso contrato para llevar su vida al cine- optó por una existencia modestísima que incluso para muchos de sus amigos más cercanos parecía inconcebible. Tenía al morir 82 años.Hasta ahí las circunstancias de su vida. Pero si como decía Ortega y Gasset la existencia humana se descompone en el Yo y las circunstancias cualquiera que haya conocido a Jorge Valls habrá de concordar de que su Yo era bastante superior a sus circunstancias. Los obituarios se ven obligados a condensar su vida con palabras como “activista”, “poeta”, “exprisionero” cuando todo el que lo conoció sabe que todos estos atributos eran puro accidente. Oyéndolo hablar, viéndolo desplegar su inteligencia en casi cualquier región del conocimiento humano, desde las artes a las ciencias naturales, desde la historia y la filosofía a las abstracciones matemáticas o teológicas no costaba trabajo imaginar cómo sería la experiencia de conocer a un filósofo de la Grecia clásica o a alguno de aquellos sabios del renacimiento florentino.
Pero si algo superaba incluso esa erudición eran su humildad, su preocupación por el prójimo, su desinterés por las recompensas mundanas y su estremecedora serenidad ante las adversidades. Como si ejercitara cierta forma –clandestina- de la santidad. Su desprecio al régimen que lo había encarcelado y luego desterrado se basaba en su carácter autoritario, corrupto e inconsecuente pero nunca en agravios personales de los que no se daba por enterado. Era, en toda la extensión de la palabra, un estoico y podía concordar perfectamente con el emperador Marco Aurelio cuando afirmaba que “la forma más noble de vengar una ofensa es no imitar a quien nos ha ofendido”. Entre los que lo asistieron en su muerte estaba Lucy Echeverría, la hermana de José Antonio, aquel líder estudiantil con el que fundó el Directorio sesenta años atrás para librar a su país de alguna tiranía. Sorprende como en gente como Jorge todo parezca tan literal y tan simbólico a la vez.Todos conocemos de la bondad absoluta de los muertos. De ahí que con Valls todo lo dicho anteriormente parezca tan redundante e innecesario. Y alevoso, puesto que hemos tenido que esperar a que muriera para escribir algo que nunca nos atrevimos a decirle a la cara. Pero si algo justifica tanta indiscreción es dar cuenta de que los que lo conocimos somos perfectamente conscientes del privilegio que nos tocó. Pero también dar una idea de cuánto perdió un país que se dio el lujo de tenerlo encerrado dos décadas y desterrarlo tres más y al que sin embargo él nunca abandonó. “Vivo en Cuba –solía decir cuando se le preguntaba donde vivía- y pernocto donde me agarre la noche”.

viernes, 23 de octubre de 2015

Jorge Valls (1933-2015)

Anoche murió Jorge Valls, algo que sus amigos temíamos hace mucho tiempo y que a la vez nos parecía imposible. Porque una cosa era saber de los retrocesos de su salud y otra imaginarse la vida sin uno de los seres más sabiamente humanos que se puedan conocer. Y a los que lo conocimos ese es justo el consuelo que nos queda: haber sabido gracias a él que en esta vida se puede aspirar a más, a eso que él conseguía sin el menor esfuerzo, que hasta la muerte no parece tan inmensa ante alguien que supo estar tan intensamente vivo.





Tersites pone en movimiento lo mejor de su prosa para darnos una descripción muy precisa de quien fue Jorge Valls.
"Tengo para mí que era el mejor de los cubanos [...] “La gente se entretiene”, me dijo alguna vez, “pero no se tiene”. Había en él la vocación radical de “tenerse” y entregarse, una vocación consciente y explícitamente cristiana, católica. Una vocación en la que se combinaban su intelecto aquinatense con una sencillez, un candor, una voluntad de inocencia que evocaban al Poverello de Asís. 
"Yo vivo en Cuba, pero pernocto donde me llegue la noche", me dijo al final de una velada  en casa amiga. En cualquier otra boca la frase hubiese sido un disparate o una desfachatez. Pero cuando él lo dijo supe que era tan verdad como el color de sus ojos. 

Jorge Valls creyó en la eternidad del alma y en la resurrección del cuerpo —y en la de su patria. Así sea.

Ver el texto completo en su blog.

miércoles, 14 de octubre de 2015

Post data pioneril

Como un lector de este blog sugiere quizás sea el caso de Elián González el paradigma del pionero cubano, del hombre nuevo, incluso pese a su aparición tan tardía en la historia del castrismo. Con la madre muerta al tratar de escapar de Cuba se vio envuelto en un frenético proceso de reclamaciones entre su familia en Miami arropada por los políticos locales y el gobierno cubano que usaba al padre como carnada. (Se me llamará tendencioso y poco objetivo pero no nos engañemos como algunos lo hicieron en aquellos días: no hay manera de presentar los bandos en cuestión de manera equilibrada como no había equilibrio de fuerzas en aquellos días). Al final fue el gobierno cubano –con la decidida colaboración del norteamericano, vale decir- el que triunfó en esta reedición del círculo de tiza caucasiano. (La diferencia fue que esa vez al niño sí lo arrastraron por el brazo).

La advertencia histérica de las masas enardecidas de Miami de que a Eliancito, de vuelta a Cuba, lo iban a adoctrinar y convertirlo en un trofeo del gobierno resultó bastante tímida si se le compara con lo que ocurrió en realidad. Lo que consiguió el gobierno cubano al descargar toda su capacidad de manipulación sobre un solo niño puede juzgarse en cualquiera de las entrevistas recientes que se le han hecho ya entrado en la mayoría de edad. Y hasta ahora, ante la realidad que es uno de los robots humanoides más perfectos que se conocen ninguno de los que abogaban por el regreso del niño a la isla ha reconocido que aquella multitud enloquecida de miameses tenía algo de razón.

domingo, 11 de octubre de 2015

Pioneros en Manhattan

Hoy aparece en Diario de Cuba un texto mío sobre la expo “Pioneros: Building Cuba's Socialist Childhood” clausurada la semana pasada en Nueva York Comienza así:


A mediados de los años 70, el recientemente fallecido periodista mexicano Jacobo Zabludovsky decidió hacer un experimento. Entrevistaría a los hijos de los funcionarios de la embajada cubana en México DF. Nada complicado. Preguntas elementales como "¿A quién quieres más?", "¿Qué quieres hacer cuando seas grande?" Nada que alarmara a los funcionarios que debían autorizar la entrevista. La segunda parte del experimento era —al parecer— igualmente inofensiva, y consistía en hacerle las mismas preguntas a niños mexicanos.Lo verdaderamente revelador fue presentar en televisión en conjunto el resultado de ambas encuestas. Así, mientras los niños locales afirmaban amar más a su mamá o a su abuela y de grandes querer ser como cierto futbolista o personaje de cómic, los cubanitos decían querer más a Fidel o a la Revolución y que cuando crecieran serían como el Che o sacrificarían su vida por la Patria.
Zabludovsky trascendió por sus entrevistas a gente famosa en todo el mundo, por su conducción durante décadas de programas noticiosos en su país, pero la noche de aquella emisión le cambió la vida al menos a una persona. "Me sentí como un robot", me contó muchos años después uno de aquellos niños cubanos. Verse soltando aquellos lugares comunes de la propaganda oficial, uno tras otro, cuando resultaba bastante más natural querer más a la abuela que al gobernante del país. Como resultado de esa experiencia, aquel niño decidió que en lo adelante dedicaría todos sus esfuerzos a  escapar de aquel país al que su padre representaba.
Por supuesto que fue esa una experiencia bastante rara para los niños cubanos de aquella generación. Para la casi totalidad de los niños cubanos, aquellas consignas, aquellos lugares comunes fueron lo más normal del mundo. La exposición Pioneros: Building Cuba's Socialist Childhood, que acaba de clausurarse en Nueva York al cuidado de María Antonia Cabrera Arús y Meyken Barreto, es un intento de reconstruir aquella "normalidad", aunque la colección de juguetes, uniformes, diplomas, expedientes escolares, libros, etc, expuesta en una sala en medio de la Quinta Avenida neoyorquina resultara una suerte de naufragio doble.
Por una parte, el naufragio de un proyecto abandonado hace bastante tiempo (aunque sus efectos sigan vigentes) y, por otra, el desamparo intraducible que enfrentan esos mismos objetos en una ciudad tan ajena como es el Nueva York de 2015. Aunque puede que me equivoque en lo segundo y no haya ciudad más afín a tal exhibición que esa, obsesionada con el reciclaje de modas y exotismos.

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sábado, 10 de octubre de 2015

Noticias

Una de estas dos noticias es falsa pero ahora no recuerdo cuál:

a) Julio Iglesias especula con viajar a Cuba“Antes no podías ir, te ponían bombas en Miami" dice, al parecer ignorando que durante un montón de años estuvo prohibido allá.

b) Yoko Ono confirma sesión espiritista en La Habana en la que se invocará el alma de John lennon para que dé concierto en la isla antes que los Rolling Stones. "Si no fue a cantar en vida fue por presiones de la mafia de Miami", asegura.


viernes, 2 de octubre de 2015

Totalitarismo y prejuicio

La reseña publicada el domingo en Diario de Cuba sobre la Historia mínima de la revolución cubana de Rafael Rojas ha venido acompañada con “ataques” y “defensas” que lo mismo atribuyen el libro de Rojas a pactos con el castrismo que mi reseña a oscuros rencores personales.  Dado lo crispado que anda el ambiente en estos tiempos ese descenso de la discusión a un largo repertorio de bajezas no me sorprende demasiado. A Rojas –con quien tengo una larga relación de amistad- tampoco le debe de haber sorprendido que en la reseña intente continuar discusiones públicas y privadas que hemos sostenido sobre los temas que toca el libro, temas que me parecen vitales en cualquier debate que se emprenda en esos tiempos sobre el pasado reciente. Como tampoco creo que Rojas imagine, como buena parte de sus defensores de estos días, que lo estoy acusando de castrista. Si algo me decidió a escribir esa reseña fue la convicción que su lectura de mi texto no sería tan elemental.

De todo el barullo generado por la reseña me parece atendible la insistencia de algunos comentaristas anónimos en que la ausencia de conceptos como “dictadura” o “totalitarismo” para definir al régimen existente desde 1959 es sustituida en el texto satisfactoriamente por el de “régimen comunista”. Pero que sea atendible no significa necesariamente convincente porque para ello habría que concordar en dos cosas: una es que comunismo y dictadura totalitaria son sinónimos perfectos; la otra es que el régimen que controla Cuba desde 1959 puede definirse objetivamente como comunista. A la primera condición no le haría objeciones pero sospecho que buena parte de los lectores no iniciados en estos temas –que es a quienes están dirigidas estas historias mínimas- no necesariamente estaría dispuesta a aceptar esa equivalencia de una ideología que las más de las veces le puede parecer exótica y utópica pero no necesariamente opresiva. En cuanto a la segunda condición, o sea, la precisión conceptual del uso del término “comunista” para definir la revolución cubana, es mucho más inexacta que definirla como “dictadura totalitaria”. Haga la prueba más elemental: búsquense las definiciones de ambos términos, compárese con la realidad que nos ocupa decida cuál es la que la retrata mejor.

Si todo fuese una cuestión de nombres estaría dispuesto a aceptar que mis objeciones son definitivamente bizantinas y pueriles pero no creo que sea así. Insistir en el carácter comunista del régimen es aceptar la coartada ideológica que durante una época utilizó para legitimar su poder absoluto sobre la sociedad cubana como mismo ha utilizado antes y después la coartada ideológica del nacionalismo. Es incurrir en la comodidad que supone adoptar el nombre que cualquier régimen se da así mismo. Al decir un tanto bíblico y maniqueo del poeta Joseph Brodsky en una polémica con Vaclav Havel “comunismo” es “una terminología […] inventada por el mal para obscurecer su propia realidad”. Estoy seguro en que Rojas concordaría conmigo en que si bien el oficio del historiador no incluye entre sus obligaciones denunciar el mal no por eso debe renunciar a iluminar la realidad de que se trate. Y en la historia cubana reciente hay muchos hechos y procesos que el libro de Rojas o ignora o los presenta de una manera bastante oscura e irreconocible.

“Hasta el día de hoy la palabra ‘comunismo’ sigue resultando cómoda, pues todo ‘ismo’ sugiere un hecho consumado” dijo Brodsky en aquella polémica. Algo de ese fatalismo hay en el libro de Rojas, en presentarnos la revolución cubana como una realidad inevitable y casi automática donde ese “liderazgo carismático” de Fidel Castro -del que tantas veces el propio Rojas ha hablado en otros libros- se desvanece. Tal parecería que en su intento por desdramatizar la historia cubana Rojas no halla otra solución que rebajar la importancia de sus protagonistas. Por otra parte, insistir demasiado en la naturaleza ideológica y socioeconómica del poder de los Castro sobre el país equivale a ignorar cómo ha administrado durante estos años su poder, a desconocer cómo cualquiera de las decisiones tomadas podrían ser incongruentes con la ideología oficial del momento pero nunca con la concepción que del ejercicio del poder tiene Fidel Castro; definir al régimen como comunista equivale a no comprender cómo ha sobrevivido dicho régimen independientemente de la ideología y el sistema socioeconómico que esgrima en determinadas circunstancias. El concepto de comunismo es incapaz de explicar al mismo tiempo la capacidad del castrismo de exportar guerrillas marxistas en los años sesentas o sistemas represivos a los socialismos del siglo XXI. Conformarse con el término “comunismo” nos impide, en fin, entender que en su aprendizaje y en su accionar político Fidel y Raúl Castro están más cerca de Maquiavelo y Vito Corleone que de Marx y Lenin, salvando, claro está, el detalle de que Lenin cuando no se empeñaba en explicar el engranaje del materialismo dialéctico tenía mucho de Corleone.

 (Por supuesto que en los años formativos de los Castro no se conocían las andanzas del famoso -y ficticio- capo siciliano pero en cambio el poderoso gangterismo político que se desarrolló en la segunda mitad de la década del cuarenta fue parte esencial de la etapa formativa de Fidel Castro. Como digo en la reseña, que dicho gangsterismo no se mencione en el libro deja sin explicaciones más de un fenómeno abordado en la “Historia mínima”. Por otra parte, de la avidez con que la élite cubana  revolucionaria recibió la novela de Mario Puzzo se da constancia en el libro “Dulces guerreros cubanos” de Norberto Fuentes).

Si todo se redujera a la elección de un término, repito, quizás me merecería la acusación de algo así como ser la versión inversa del Departamento de Orientación Revolucionaria, de estar acusando a Rojas de no ser lo suficientemente anticastrista. Si fuese así bastaría entonces con un cambio de conceptos y de incluir quizás la mención de las cifras totales de ejecuciones políticas judiciales y extrajudiciales, o del total presos de conciencia o de exiliados que ha dejado como saldo el proceso que damos en llamar “Revolución Cubana”, datos que el libro de Rojas no menciona. Mucho más importante para el oficio del historiador es tratar de entender el proceso que tiene delante y la dinámica que lo domina y da sentido y es lo que siento que se le escapa a Rojas en un libro por otra parte muy informado y cuidadosamente construido algo que se nota en su dificultad de lidiar con aquellos “hechos incómodos” que según Max Weber todo científico encuentra en su camino.

De ahí que las respuestas a las preguntas más elementales que surgen cuando uno se enfrenta a un fenómeno como este (¿por qué ocurrió? ¿cómo ocurrió?) sean satisfechas de manera muy parcial. Ya se sabe que siempre las respuestas a estas preguntas son parciales pero dado el cúmulo de evidencias disponibles uno percibe que en este gran esfuerzo que supone construir un relato coherente se pudo llegar bastante más lejos, incluso optando por la manera del relato tradicional escogida por Rojas. Y es entonces cuando la precisión conceptual puede ayudar a iluminar con mayor o menor claridad el camino a recorrer. Para determinar qué tiene en común un proceso tanto con los que lo precedieron como los que lo acompañaban en el tiempo y en qué se distingue realmente de estos. Para darle su peso relativo en el marco más amplio de la historia universal contemporánea. Identificar al castrismo sólo con el comunismo y no en el marco de otros sistemas totalitarios y dictatoriales del siglo XX equivaldría entonces –y discúlpeseme lo elemental del símil- con identificar a un gato dentro de la familia de los felinos pero de algún modo pasar por alto que se trata de un mamífero carnívoro. Sólo así un fenómeno como el de la revolución cubana se hará menos exótico e incomprensible que aquellos cuadrúpedos que los conquistadores españoles encontraron a su llegada a América y que se resignaron a llamar “perros que no ladran”. Incluso para los que experimentamos ese fenómeno como parte esencial de nuestras vidas y seguimos buscándole sentido. O sobre todo para nosotros, para los que, en contraste  con nuestra experiencia, tal extrañeza menos justificable y creíble. 

A lo que apuntaba mi reseña era a aventurar que buena parte de las omisiones, inexactitudes y afirmaciones difíciles de sostener del libro de Rojas podrían deberse, más que a intenciones conscientes del autor, a un ambiente intelectual y académico en que el fiel de la balanza está corrido a favor de un régimen cuyo principal mérito está en la mera supervivencia. Ese corrimiento hace que al sopesar el pasado del régimen se considere de mal gusto insistir en ciertas realidades, en ciertos términos (como el de totalitarismo) o que se lo valore con menos rigor que a otros sistemas similares por el simple hecho de que se ha mantenido cuando estos cayeron. (Ya sé que luego de que el castrismo se ha pasado su existencia diciendo que 2+2=5 debería parecernos un 2+2=4,5 es más cercano a la realidad pero entonces deberíamos tener en cuenta todas las consecuencias que supone ese extraño modo de cómputo en el que 2=2,5 o que 2-2=0,5 o -0,5 y así sucesivamente). Esa supersticion ante el milagro de la supervivencia no impide la crítica pero previene a muchos estudiosos de parecer “anticastristas” como pecado de lesa objetividad (mientras por otro lado es perfectamente legítimo ejercer otras fobias, como las del antirracismo, el antifascismo o hasta el anticapitalismo). Asumo el temor a parecer "anticastrista" (o incluso "castrista") como un prejuicio tan coyuntural como cualquier otro y frente al que cualquier estudioso o intelectual debe resistirse a riesgo de resultar más un vocero de las supersticiones de su época que analista lúcido de ella.

Esa insisto, es la parte más aventurada de mi reseña pues obedece a meras suposiciones con las que trataba de explicar las carencias objetivas del libro de Rojas. Discútase ad infinitum la precisión de un término sobre otro pero las insuficiencias que afectan la narrativa de la “Historia mínima de la Revolución Cubana” seguirán ahí, intactas. Como mismo lo está ese régimen que persiste en tejer desdichas para que los historiadores escriban sobre ellas. O no.  


P.D.:
También en este blog puede leerse sobre debates en torno al concepto de "totalitarismo" el post El totalitarismo y los cubanos o revisar los post que aparecen bajo esta etiqueta