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jueves, 6 de noviembre de 2014

Elogio del elogio

Raúl Flores, escritor de la llamada Generación Cero, (pues su entronización a la vida literaria se corresponde más o menos con los inicios del milenio) le dedica hoy en Diario de Cuba una reseña a mi libro "Elogio de la levedadpublicado originalmente por la editorial Colibrí en el 2007 y reeditado este año por  Hypermedia con la intención explícita de distribuirlo gratuitamente en Cuba junto a otra serie de títulos. Y sí, me complace que Flores haya dedicado unos cuantos párrafos a ese derivado de mis esfuerzos por cumplir las exigencias de mi doctorado. En parte porque la propia existencia de la reseña es prueba de que el libro ha accedido, gracias a los esfuerzos de Hypermedia, a una sobrevida que ya no le imaginaba. En parte porque del reseñista, que tiene la fortuna de no conocerme pesonalmente, he leído cuentos que me parecen magníficos y siempre es agradable ser juzgado favorable y generosamente por personas que uno respeta. Y complace más que a siete años de su primera edición y a nueve de haber sido escrito su atento lector encuentre algún borde del qué resaltar su filo.
Dice:


Los términos levedad y gravedad contrapuestos. En uno de los extremos: la maquinaria estatal de la Revolución cubana; en el otro, algo que aún no se sabe: lo invisible, lo inasible. Palabras fantasmales y una línea de fuga para esta literatura nacional cada vez más nacionalista (literatura institucional, para no decir institucionalizada, domesticada). Un volumen que puede asustar, o incomodar a los que dictan los parámetros de la cultura cubana. Un dorso que lastima, o agrada, pero nunca dejará indiferente al lector. Prosa filosa como fragmento de vidrio incrustado en el pie, en los ojos; lo que vendría después si no estuviéramos tan ocupados para darnos cuenta de que ya estuvo aquí, tocando a la puerta.

Apenas le señala un defecto (de ahí que diga que es generoso) y es que “que el estudio finalice en la década de los 90 del pasado siglo y no se interne en los recovecos de la literatura nacional hecha a partir del XXI”. El defecto es tan obvio como la excusa. A la altura en que fue terminado el libro (2005) era muy poco a lo que pude acceder de lo publicado por la Generación Cero. No es hasta fechas más o menos recientes en que he podido reunir textos como para hacerme una idea de su perfil generacional. Y es cierto: aquellas ficciones leves que parecían ser un matiz marginal en una literatura obsesionada -y no necesariamente al servicio de "la maquinaria estatal de la Revolución cubana"- con los grandes (y graves) discursos de la Nación son ahora multitudes. Y claro que merecen reflexiones y libros dedicados exclusivamente a esa literatura que viene emergiendo hace años, superadas las remoras que debimos arrastrar nosotros durante buen tiempo. Solo que me temo que ellos están en mejores condiciones de juzgarnos a nosotros que a la inversa.

Para leer la reseña completa pinchar aquí.

miércoles, 8 de octubre de 2014

Elogio de la levedad (en leve versión electrónica)

Diario de Cuba anuncia la publicación en formato digital de mi libro "Elogio de la levedad: mitos nacionales cubanos y sus reescrituras literarias en el siglo XX" por la editorial de creación reciente que funciona desde Madrid, Hypermedia. Además de su comercialización digital el proyecto prevee el envío masivo y gratuito de ejemplares electrónicos de este y otros libros de la editorial a Cuba. A continuación la respuestas a un breve cuestionario que con motivo de la publicación del libro me hicieron desde Diario de Cuba:

—¿Cuál fue tu propósito con el libro? 

“Elogio de la levedad” tiene su origen en la disertación que escribí para obtener mi doctorado en Literatura Latinoamericana de la Universidad de Nueva York. O quizás ese fue solo un pretexto para sumergirme en un tema que ya había tratado en la ficción en “Leve historia de Cuba”, (un libro escrito a cuatro manos con mi condiscípulo de la licenciatura de Historia y tremendísimo narrador Francisco García González) que ahora desde el ensayo analizaba la creación y desarrollo de ciertos mitos que todavía tienen plena vigencia en el imaginario nacionalista cubano. Quiero aclarar primero que aquí no uso el concepto de mito en la acepción de falsedad sino de una suerte de relato fundacional que en determinada comunidad se toma como modelo para representarse a sí misma independientemente de la fidelidad que guarde o no a los hechos históricos. Los mitos que elegí fueron el de Martí y el de la Revolución, insisto, no como referencias históricas sino como relatos que son recogidos en diferentes textos y van acrecentando su sentido. Mi propósito no fue desmitificar la historia cubana porque si algo han demostrado los mitos a lo largo del tiempo es lo indestructibles que son: solo se desvanecen una vez que han dejado de ser funcionales. Sí me interesaba descubrir y exponer versiones de esos mitos a las que les llamo “leves” porque carecen de ese carácter inequívoco, teleológico, determinista y “pesado” en el que abundan las versiones oficiales e interesadas de estos mitos. O sea, lo que a la larga intentaba hacer era reconstruir una tradición de textos “leves” sobre estos mitos y en la cual inscribir nuestra “Leve historia de Cuba”. Convencerme de que no éramos tan originales nada y que estábamos menos solos de lo que pensábamos. Y yo creo que ese es el gran mérito del libro: definir y constituir una tradición otra sobre cierta idea de lo cubano que antes parecía inamovible. 

—¿Cómo crees que se leerá en la Cuba de hoy, sobre todo por los jóvenes? 

Creo que el libro y los cubanos en la isla –sobre todo los jóvenes cubanos interesados en estos temas- están en mejores condiciones para encontrarse que hace unos años, cuando todo eso se veía como herejía pura. Esa propuesta de una tradición “leve” de nuestra historia en estos tiempos la veo por todas partes, sobre todo en artistas plásticos o músicos, pero también en escritores, periodistas o en activistas de diverso tipo, y (como dicen con esa fórmula deliciosa) “pueblo en general”. Dije antes que no pretendía que fuese un libro desmitificador pero definitivamente está dirigido contra las idolatrías, esas que nos hacen perder con tanta facilidad las perspectivas de las cosas. Eso sin pretender ser iconoclasta, una de esas posiciones que puede derivar con cierta facilidad hacia nuevas variantes del fanatismo. “Elogio de la levedad” es una invitación –para decirlo de una vez- no a destruir ciertos mitos nacionales pero sí a sostener una relación más libre y menos reverente con ellos. 

martes, 4 de octubre de 2011

Carlos Ripoll, in memoriam


Ha muerto Carlos Ripoll, importante intelectual del exilio cubano, uno de los estudiosos mejor informados y más inteligentes y atrevidos de la obra de Martí, autor de un arroz con pollo legendario y de uno de los más lúdicos experimentos literarios que haya conocido la literatura cubana. Lo recuento en un fragmento de mi libro "Elogio de la levedad":

A principios de los 70 desde el exilio Carlos Ripoll, estudioso de la obra de Martí había desarrollado un curioso experimento literario consistente en una exquisita réplica del inquisitorial proceso por el que había pasado el poemario Fuera de juego de Heberto Padilla. En este caso se trataba de un cuento inspirado directamente en la figura de Martí atribuido a un autor apócrifo al que se acompañaba un anexo que contenía las declaraciones del jurado premiando el cuento, las de la institución que había convocado el concurso condenando el autor (Casa de las Américas), la nota de arrepentimiento del propio autor y una nota que comunicaba su suicidio.
El cuento en sí resulta lo menos atractivo de un libro que replica en diseño, formato y tipografía las publicaciones de los Premios de Casa de las Américas hasta convertirse en una perfecta parodia editorial, tan perfecta que podría confundir a más de uno. El texto en cuestión versa sobre el encuentro entre Fidel Castro y un joven, Julián Pérez, (que se corresponde justamente con el segundo nombre y el segundo apellido de Martí) que encabeza una rebelión desarmada al más puro estilo cristiano. Este ha sido arrestado después de dirigir un discurso a la multitud. Julián Pérez se limita a escuchar mientras el autor pone en boca de Castro un discurso que sería cínico si no resultara a la larga autoinculpatorio. En algún momento Fidel Castro le grita al prisionero: “ahora haces el papel de Cristo ante el Gran Inquisidor”. La alusión no es casual. El monólogo de Castro tiene demasiado en común con aquél que desarrolla el Gran Inquisidor en Sevilla en un relato que cuenta Iván Karamazov en la famosa novela de Dostoievski. En ambos casos el agente del poder reconoce al mesías para a continuación recriminar su reaparición. Gran Inquisidor: “¿Por qué has venido a molestarnos? Pues has venido a molestarnos y eso lo sabes bien” Castro: “¿A qué has venido? ¿Por qué te empeñas en destruir nuestra obra?” El Gran Inquisidor desde el poder acumulado tras milenio y medio por la Iglesia puede decir que “el mismo pueblo que hoy ha besado tus pies, mañana, a una señal mía, se precipitará a echar carbón a tu pira”. Fidel Castro en cambio pide un plazo de diez años para que el pueblo madure “y verás, verás, que en menos de una semana el pueblo te quema en la plaza pública junto con tus papeles y tus sueños” (Ripoll.1971.29). Descartada la casualidad tanta coincidencia tiene un sentido. Ripoll ha usado como modelo para este encuentro entre Castro y Julián Pérez el de la narración de Dostoievski por ser esta un arquetipo acabado del enfrentamiento entre una utopía y el poder que dice encarnar dicha utopía y a su vez una representación del cinismo del poder. Fidel Castro, como el Gran Inquisidor de Dostoievski, reconoce la superioridad espiritual de aquél que dice seguir para a continuación señalar su incapacidad práctica.
Yo mismo he ayudado, hasta donde es posible, a fomentar el recuerdo de tu vida, porque creo que mereces un lugar en la Historia… Aun puedo decir que alguna de las consignas de la revolución nos las enseñaste tú, pero nosotros tuvimos que darle una dinámica que no tenían en el marco de tu pensamiento... (31)
Antes había dicho: “hiciste bien en morir entonces para que la Historia no te escupiera en el rostro por tu prédica pueril”.
En su Crítica de la razón cínica Sloterjdik hace un análisis del pasaje de Los hermanos Karamazov. Del monólogo del Gran Inquisidor nos dice que “se trata de la réplica del político al fundador de una religión; mirado algo más profundamente es un arreglo de cuentas entre la antropología y la teología, la administración y la emancipación, la institución y el individuo” (Sloterjdik.287) Para Sloterjdik el Gran Inquisidor “se vanagloria de su realismo” mientras que Jesús “no ha aprendido a pensar políticamente y no ha comprendido lo que constituye desde su punto de vista político, la naturaleza del ser humano, a saber, la necesidad de dominación.” Por su parte el Castro recreado por Ripoll le dice a Julián Pérez (Martí):
Preferiste hacer tu revolución en vez de aprovecharte de la que ya hemos hecho, preferiste andar al revés de los tiempos, no quisiste comprender nuestra obra porque está amasada con sangre y con odio, porque hace falta cierta condición que nunca has tenido para pasar sobre algunas cosas, para meter las manos en el cieno y allí formar un pueblo. Tú lo hubieras hecho de nubes. Tú convertirías en gasas y tules un pueblo que yo he querido hacer de hierro. (Ripoll.1971.31)
A continuación del monólogo tanto el Gran Inquisidor como Fidel Castro ordenan ejecutar a sus respectivos mesías. Sin embargo el autor apócrifo que ha imaginado Ripoll, Benjamín Castillo es bastante más ingenuo que Dostoievski, ingenuidad que lo lleva a escribir un relato que enviará a un concurso oficialista. Julián Pérez pasa a ser una alucinación personal de Fidel Castro que termina enloqueciéndolo y llevándolo a la muerte al tiempo que espíritu colectivo que solivianta al pueblo dominado por un ansia repentina de libertad. El mito martiano sigue intacto e incluso reforzado. Más allá de su uso el espíritu de Martí escapa a los que intentan dominarlo, trasciende las circunstancias y está llamado a terminar imponiéndose y seguir guiando a los cubanos eternamente hacia su destino nunca alcanzado. La frase final del relato sin embargo hace un guiño irónico al proceso de fabricación del mito, guiño que escapa a la ingenuidad del autor apócrifo. Luego de que los subordinados de un Castro enloquecido por el espíritu de Martí han terminado matándolo deciden dar la noticia de que ha muerto “a manos de los agentes del imperialismo yanki y combatiendo a los enemigos de la revolución”. Dice entonces el jefe de los conjurados: “Preparen los funerales más grandes que ha conocido Cuba. Ahora es un mártir. Mañana empezamos a ganar la guerra.”(44)

H/T: Penúltimos Días y La Loca del Blog (por las imágenes)

sábado, 7 de febrero de 2009

Una gentileza


A Jorge Ferrer de El Tono de la Voz quiero agradecerle haber incluido en su blog un generoso comentario sobre mi libro Elogio de la levedad y un fragmento de su capítulo final. También me da la oportunidad de leer las opiniones de los lectores que me han resultado muy instructivas sobre todo porque consiguen resumir muy bien una de las grandes virtudes cubanas: no dejar distraerse por ninguna idea ajena a la hora de soltar el discurso propio. Y otra bella tradición: dedicarse a descubrir agentes castristas en los sitios mas insospechados. Aquí reproduzco el fragmento citado por Ferrer que es un breve capítulo que lleva el mismo título que el del libro:

Elogio de la levedad
Por Enrique del Risco
A pesar del esfuerzo desmitificador de estos ensayistas su propio discurso a su vez no está exento de una dimensión mítica. Todos estos estudios, en su esfuerzo por la localización del origen del “mal” en el cuerpo mismo de la nación, “mal” en el que se que podría reincidir en cualquier futuro posible de no tomarse las debidas prevenciones, pueden resumirse en un nuevo relato mítico. Según este la Revolución y el régimen totalitario resultante son consecuencia y castigo por los pecados cometidos por aquellos que en la construcción de la nación no supieron ver, imaginar y defender otras soluciones que las que no emanaran del relato revolucionario. Conscientes de que el actual régimen ha permanecido demasiado tiempo como para desconocer su peso e importancia en la historia y la memoria nacionales estos ensayistas a diferencia de aquellos críticos de la Revolución en las primeras décadas intentan encontrarle un sentido al relato revolucionario y sobre todo a su agotamiento para imaginar salidas a la ruptura que se avecina tras la muerte de las principales figuras del régimen. De ahí que no baste con apelar a las tradiciones democráticas y liberales en el sentido más amplio, marginadas durante décadas por el discurso oficial. Estos ensayistas no desconocen el estado de agotamiento de la sociedad cubana actual, la profunda crisis de confianza en “los discursos ‘duros’ de identidad nacional, reflotados en la última década” (Nuez.12), suspicacia que algunos han dado en llamar “cansancio histórico”. Tampoco ignoran que la nueva Tierra Prometida de la democracia y el estado de derecho (“paraíso de la indistinción y de la indiferencia” al decir de Jorge Ferrer) carece del aura redentora de las revoluciones y que “es muy posible que se arribe a ella cuando ésta manifieste su canto de cisne, cuando pasa sus horas más bajas el Homo democraticus” (Nuez.12) Por lo demás el énfasis del discurso oficial en su propia gravedad y sus reacciones desmedidas hacia todo lo que pudiera parecer frívolo o leve estimularon el crecimiento de una sospecha: la de la vacuidad de ese discurso y su incapacidad de respuesta ante los discursos críticos que no imitaran su propia gravedad. Esto lleva a Carlos Alberto Aguilera a la conclusión de que
parece que un estado es mucho más frágil de lo que in situ aparenta. De ahí que como decía la Mandelstam tengan que castigar y hacer cirugía hasta el hueso, silenciando cualquier relato o palabra que coloque en evidencia los rasgos creativos. De ahí, que a todas las ficciones de estado falte risa. (Aguilera)
Esta conjunción de circunstancias políticas y necesidades discursivas, de exaltación oficial de nacionalismo y agotamiento íntimo de ese tono discursivo fue la causa de que con sorprendente sincronía muchos de estos ensayistas hayan lanzado una especie de cruzada contra los discursos graves del estado y a su vez empiecen a apelar a un discurso nacional “leve”. Desde Rafael Rojas con su propuesta de un “patriotismo suave” hasta José Manuel Prieto o Emilio Ichikawa exaltando las virtudes de la frivolidad. Desde Jorge Ferrer invitando festivamente a la apostasía patriótica hasta las arremetidas del propio Ichikawa contra la exaltación del heroísmo y el espíritu de sacrificio. Como diría Rojas al definir esta tendencia “Frente al metarrelato monumental de la nacionalidad, se coloca un discurso tenue y sensitivo que ironiza hasta su propia resistencia” (Rojas.1998.223). Las alternativas que ofrece este discurso leve y autoirónico van desde mesuradas recomendaciones de convivencia democrática o reconstrucción arquitectónica hasta propuestas ironicamente delirantes como la sustitución de los omnipresentes bustos de Martí por “piezas bicéfalas, en las que unos mismos hombros sostengan las cabezas de Martí y Shabbatai Tseví”, famoso apóstata judío (Ferrer.162) o el proyecto de monumento funerario para Fidel Castro ideado por el arquitecto exiliado Rafael Fornés.
En esta apelación a la levedad se ha querido encontrar una vacuna contra futuros totalitarismos -al tiempo que se erosiona el monolitismo del discurso actual- luego de que estos ensayistas se han convencido de que “la desembocadura de todo proyecto ulterior en el gulag o en Auschwitz (...) es evitable rebajando el perfil detonante de esas retóricas que hoy nos hablan en nombre del Pueblo, de la Causa, de la Patria, incluso de la Democracia” (Nuez.13) La adopción de un discurso leve sirve para contaminar de levedad las retóricas graves a las que se enfrenta, hace sospechar del peso que se atribuyen a sí mismo los discursos graves y denuncia su fragilidad, puesta de manifiesto en su incapacidad de hacerle frente a ese discurso leve como no sea suprimiéndolo. De ahí que José Manuel Prieto manifieste su asombro de que “hasta ahora nadie haya reparado en el devastador efecto de la frivolidad sobre el cuerpo del totalitarismo.” (J. M. Prieto.73) Por eso propondrá frente a los discursos disidentes que reproducen la gravedad del discurso que critican un “tránsito hacia lo frívolo, o lo que es lo mismo, hacia lo humano: los grandiosos objetivos de la época rebajados a pequeñísimos goces actuales; un presente hinchado de significados, vasto, disfrutable en todos sus resquicios” (79) Incluso en proposiciones más vehementes como la de Jorge Ferrer, con su invitación a la apostasía incluida, se aprecia un gesto lúdico cuyo juego consiste en convertir la precariedad y el tedio histórico en sistema e incluso, señas de identidad:
Vindico, ya por fin, un nuevo reino. Vindico una nación de apóstatas que se reconozca gozosa de ser tal. Una nación deslocalizada e imbuida de una perpetua conversión. Una Cuba conversa y convertible. Otra teleología, otro espacio de redención, en el que se encarnen al mismo tiempo la tradición relegada al olvido y la ironía sobre esa misma tradición (Ferrer.160)
Otro tanto hace Emilio Ichikawa en su invitación a un hedonismo helénico en oposición al discurso del eterno sacrificio sostenido por el poder cubano. Lo que proponen todos estos textos es una fe al alcance de todos, de los mártires de la democracia y de los paralizados por el cansancio histórico. Este discurso leve responde más que a un aparente nihilismo a lo que Rojas llama una “ética intelectual de una edad sin certezas” (Rojas.1998.222).
Por otra parte, estos escritores han comprendido que para tener algún éxito en su guerra de guerrillas discursiva deben empezar por cambiar los paradigmas. Hay que tener en cuenta que no sólo se trata de enfrentar al todopoderoso sistema de propaganda castrista sino también a la nostalgia de occidente por aquellos tiempos no tan lejanos en que todo prometía cambiar de una vez y por todas. Nostalgia por los tiempos en los que los futuros gurús del posestructuralismo francés, y uno que otro estadista europeo o latinoamericano buscaban su sitio tras las barricadas.
Y he allí una de las paradojas más sugerentes del nuevo ensayismo cubano. Se ha valido de vocabularios, estrategias discursivas, gestos políticos y nuevas zonas de reinvindicación promovidos por un pensamiento nostálgico de la Revolución para cuestionarse la única revolución modélica que al menos en apariencia ha sobrevivido al siglo XXI. Han intentado evitar el enganche simbólico del régimen cubano al carro de la posmodernidad y la cultura de la diferencia denunciando su carácter básicamente antimoderno, delatando su conservadurismo profundo.
Pero existe una paradoja todavía más desconcertante. Esta es el hecho de que sea Cintio Vitier, la bestia negra de la mayor parte de los ensayistas a que me he referido, quien de una manera inédita hasta entonces hubiera insistido en 1957 en la levedad cubana y en sus posibilidades positivas. En Lo cubano en la poesía Vitier enumera diez esencias de lo cubano entre las que incluye “ingravidez”, “intrascendencia”, “despego”, “vacío” todas estas asimilables a lo que aquí he llamado “discurso leve”. Cierto es que Vitier “frente a esa imagen constante y normal de lo cubano” opone “solitario y heroico, el empeño fundacional de la trascendencia, de la gravedad, de la sustancia, alimentado cada vez de modo distinto en la raíz hispánica, como lo demuestran los casos, por lo demás tan diversos de Martí y de Lezama, concluyentes a este respecto” (Vitier.1970.576) No obstante que Vitier favorezca el gesto grave y trascendente sugiere que la levedad cubana, “ese despego tácito y oscuro”, “encierra también otros sentidos de posible aprovechamiento espiritual” (579) y señala entre las principales ventajas “la de escapar, siquiera sea parcialmente, a las fatalidades dialécticas de la cultura y a las intoxicaciones del causalismo intelectual”. O que “nuestra falta inicial de dones para la continuidad del discurso, puede llevarnos a la posibilidad de otro planteamiento de los dones” (579).

lunes, 10 de noviembre de 2008

Presentaciones

Esta semana viajo a Miami. La razón principal es presentar mis dos últimos libros en la Feria Internacional del Libro que empezó ayer. Allí presentaré dos libros en dos actividades distintas dado el muy diferente carácter de ambos títulos:
El domingo 16 a las 2:00 pm:
“Elogio de la levedad: Mitos nacionales cubanos y sus reescrituras literarias en el siglo XX” (Editorial Colibrí).
Lugar: Salón 3313-14 del Miami Dade College, Wolfson Campus, 300 NE Second Ave., Miami.

El domingo, 16 de noviembre, a las 3.30pm.,
“¿Qué pensarán de nosotros en Japón?” (Editorial Algaida)

Salón 3315 del Miami Dade College, Wolfson Campus, 300 NE Second Ave., Miami.

Como saben “¿Qué pensarán de nosotros en Japón?” es un libro de cuentos que ganó este año el V Premio de relatos “Cortes de Cádiz” Mientras que "Elogio de la levedad" es un estudio sobre la literatura cubana en el siglo XX insistiendo en una tradición “leve” de reinterpretar los mitos cubanos sobre Martí y la Revolución. Sobre esto mismo acabo de escribir una larga respuesta a un lector de este blog que quizas les sirva para entender mejor las intenciones de "Elogio de la levedad":

El libro Omar, no pretende destruir mitos. Los esfuerzos de los ilustrados por desmontar ciertos mitos demostraron que estos, si realmente lo son (aunque eso es algo discutible en los mitos que abordo), tienen entre sus características básicas el ser indestructibles. El propósito de mi libro es bastante más modesto. Intento por una parte historiar el modo en que surgieron y fueron derivando en dogma. Por otra, trato de recrear lo que he llamado una tradición “leve” en la literatura y la cultura cubana respecto a estos mitos, una tradición que intenta escapar de la gravedad de los dogmas. El dogma no sólo ha empobrecido estos mitos reduciendo su significado a un modo muy estrecho de entender lo nacional dirigido exclusivamente a justificar y legitimar un gobierno concreto como destino -inevitable y lo que es peor: insuperable- del devenir de la historia cubana. Estamos de acuerdo en una cosa (lo que no está mal para empezar) y es que cualquier concepción de lo nacional debe tener un sentido práctico, funcional y debe tener entre sus objetivos la reconciliación y el compromiso entre los factores que conforman la nación. El problema es que esa concepción dogmática es, en teoría y práctica, ferozmente excluyente. Cuando Vitier dice que la acción revolucionaria “es la sustancia y motor […] en el reino de las transposiciones líricas o proféticas, de nuestra mejor poesía” no sólo miente sino traza en lo poético una línea para justificar la exclusión de buena parte de nuestra poesía al identificar lo mejor con lo revolucionario. Prieto por su parte identifica a la Revolución como la instancia máxima de sentido de lo nacional legitimando de igual manera un proyecto excluyente y reescribiendo la famosa frase castrista “dentro de la revolución todo, contra la revolución nada” de forma todavía más temible: “con la Revolución todo, fuera de la Revolución nada”. ¿Qué hay en ello de “reconciliación y compromiso”? Por mi parte no soy partidario del borrón y cuenta nueva, la tábula rasa por lo empobrecedor que resultaría. De ahí que en el libro recupere para la tradición leve del mito revolucionario a figuras tan comprometidas con el castrismo como Alejo Carpentier o Miguel Barnet.

jueves, 6 de noviembre de 2008

Elogio de la levedad


Recibí esta semana un par de ejemplares de mi último libro “Elogio de la levedad: Mitos nacionales cubanos y sus reescrituras literarias en el siglo XX” que acaba de publicar la Editorial Colibrí. El libro (que presentaré en al Feria del Libro de Miami la próxima semana) es una versión ampliada de mi tesis de doctorado y como su título indica trata de construir una tradición de versiones leves del mito revolucionario y el martiano en Cuba. Estudio en este libro obras de autores bastante conocidos como Lezama, Virgilio Piñera, Mañach, Cabrera Infante, Arenas, Carpentier o Novás Calvo y de otros menos conocidos pero muy importantes en su momento como lo fue Jesús Castellanos. Y junto a eso también incluyo el análisis de canciones populares, obras plásticas y hasta libros escolares. Con “Elogio de la levedad” trato de buscar una especie de contrapeso, de alternativa, al patetismo dogmático al que se han querido reducir esos mitos cubanos. Los dejo con un adelanto. El fragmento del libro “La casa del alibi” en el que abordo el intento de Cintio Vitier de convertir un poema perdido y reencontrado de Lezama en una profecía del asalto al cuartel Moncada.

La casa del alibi
En un ensayo incluído en su libro Para llegar a Orígenes, Cintio Vitier nos relata la que fue para él un estremecedora epifanía. El domingo 8 de diciembre de 1985 le “fue dado encontrar, o recibir, como la más inesperada y deseada de las epístolas, un poema desconocido de Lezama, escrito treinta y dos años atrás.”(Vitier.1994.35) El poema, titulado “La casa del alibi” databa de 1953, año del centenario de Martí y, no estará de más recordarlo, del ataque que encabezara Fidel Castro contra la segunda fortaleza del país, el cuartel Moncada. La imagen central del poema, la misma que le da título, había aparecido ese año en el breve texto “Secularidad de José Martí” que Lezama había incluído en el número dedicado a honrar a Martí en el centenario de su nacimiento. En este texto Lezama nos explica –y quizás aquí forcemos un poco el significado de “explicar”- que el alibi es el estado místico “donde la imaginación puede engendrar el sucedido y cada hecho se transfigura en el espejo de sus enigmas”.(Lezama.1981.197)
Ahora, con el poema recién descubierto en la mano, Vitier pasa a desempeñar funciones de hermeneuta de un modo bastante elemental. No lee el poema como tal sino como profecía. La presencia de Martí en el poema aludiría a un “suceso inminente y desconocido”. Cada frase tiene –según Vitier- su equivalente inequívoco en la historia cubana. “El período que se inicia con la frustración de la república martiana es interpretado por Lezama en este poema como una marcha por el desierto, semejante a la que evoca el libro del Éxodo en el Antiguo testamento (libro básico para la hoy llamada Teología de la Liberación).”(Vitier.1994.49) Luego acumula una sucesión de preguntas para las que tiene como respuesta la revelación que finalmente le atribuirá al poema. “¿Por qué sentía que la casa del alibi, la casa de la realización de lo imposible, estaba ‘recién sacudida y recién nacida’?”. “¿Por qué para Martí, ‘la última casa del alibi’, nuestra única esperanza, “está en la séptima luna de las mareas’?”(Ibid.52) Y entonces remata: “¿No es esa la luna correspondiente al mes de julio?”.
La asociación de la séptima luna con el mes de julio es la pieza básica de la interpretación de Vitier: el poema es una profecía del ataque al cuartel Moncada y el consecuente advenimiento de la Revolución que haría realidad la anhelada república martiana. A partir de ahí todas las imágenes del poema se convierten en visiones “nostradámicas”. Las “varillas cayendo como granos de arroz” son una metáfora “de un carnaval o de una balacera” (el ataque al Moncada se produjo en plena época de carnavales). No conocer con exactitud la fecha del poema no le quita el sentido oracular. “Si este poema se escribió antes del asalto al cuartel Moncada, resulta de una videncia casi increíble; si se escribió después, cuando el ímpetu revolucionario parecía haber fracasado una vez más, constituye igualmente, en la región de los símbolos, un testimonio profético” (Ibid.54)
Lo que me interesaría no es determinar la mayor o menor precisión de la interpretación de los versos de Lezama por Vitier, sino a la naturaleza de esta exégesis. Para aclararla valdría la pena averiguar qué necesidad tendría Vitier de exprimir esta rocambolesca profecía del poema de Lezama. Como una y otra vez lo confirman sus textos Vitier es un místico con más fe que inspiración que ha dirigido su compulsiva idolatría hacia Dios, Lezama, Martí y la Revolución. Vitier es justamente el centro de este culto múltiple y quien trata de imprimir un sentido único a sustancias tan dispares. Vitier fue testigo del desencanto de Lezama hacia la Revolución y de la paralela marginación con que el régimen sometió al poeta. Vitier presenció y hasta sufrió en carne propia los conflictos entre los religiosos y el poder revolucionario como sufrió el menosprecio durante años por sus contribuciones al estudio de Martí. Vitier conoció de cerca la heterodoxa religiosidad de Lezama y posiblemente le hayan parecido insuficientes sus muestras de devoción por Martí, reducidas, en las páginas de Orígenes, a apenas a una cuartilla cuando ya la efemérides del centenario la hacía inexcusable.
De ahí el deslumbramiento que le produjo el poema. De ahí que se refiera a este como “la más inesperada y deseada de las epístolas”. Otros textos de Lezama como “El 26 de julio: imagen y posibilidad” o “Ernesto Guevara, comandante nuestro” han sido enarbolados innumerables veces, incluso por Vitier, para demostrar el compromiso de Lezama con la Revolución pero la fecha y lugar de publicación no hace difícil colgarles el estigma de responder a algún encargo. De cualquier forma, por alguna razón resultaban insuficientes para cumplir las funciones que al parecer el poema cumple con largueza. Siendo un poema previo a la Revolución y que había permanecido inédito hasta después de la muerte de Lezama, no se le podían achacar a su autor intenciones de congraciarse con el poder. Precisamente ese estatus inédito parecía garantizarle ser la expresión de las más íntimas visiones, más que convicciones, de Lezama. Las imágenes herméticas del poema más que las alusiones directas de los artículos mencionados crean algo más que una simpatía o alineación política: Lezama es mucho más que uno de aquellos “compañeros de viaje” de que hablaba Lenin: es todo un profeta de la Revolución.
Convertir este texto en profecía le resuelve demasiados problemas a Vitier para resistirse a ello. La profecía le daría un sentido único a la trinidad particular de Vitier (que como los tres mosqueteros son en realidad cuatro). Poco importa cuales han sido las relaciones entre sí de los cuatro ídolos de Vitier si todos responden a un plan único que desborda a Martí, a Lezama y a la Revolución y los unifica en torno a la voluntad divina. Pese al ateísmo rabioso de la Revolución, Dios es según Vitier, su principio y su fin, pues Dios y la Revolución, pese a sus diferencias diríamos que tácticas, responden al mismo plan trascendente y eterno. De ese plan Martí y Lezama serían sus más fieles intérpretes y profetas. Cumpliendo esa función de profeta Lezama, pese a sus resabios poéticos, pese a su tan citada frase de que “un país frustrado en lo esencial político, puede alcanzar virtudes y expresiones por otros cotos de mayor realeza”, pese a su fe irreductible en la poesía se aproxima a Martí y prefigura el advenimiento de la encarnación de la poesía en la historia. Vitier, cita al Lezama que habla de la “marcha de la imaginación como historia, la imaginación encarnando en otra clase de actos y de hechos” para malentenderlo. A esa “otra clase de actos y de hechos”, los de la imaginación y la poesía no puede verlos sino como concreciones políticas que insisten en reclamar supuestas trascendencias. Llegados al punto en que Vitier asume que la acción revolucionaria “es la sustancia y motor […] en el reino de las transposiciones líricas o proféticas, de nuestra mejor poesía”(Vitier.1970.10) sólo entendiendo a Lezama como profeta, o sea, malentendiéndolo, puede incluso perdonársele no haber empuñado alguna vez una ametralladora.
La confianza en este plan trascendente servirá para superar cualquier contingencia que sugiera que este plan ha fracasado. Mientras más evidentes son las señales de este fracaso más necesarias se hacen para el discurso del poder arranques místicos como el de Vitier. Que estas conclusiones no quedan en el delirio personal de Vitier viene a confirmarlo el prólogo a la última edición de Lo cubano en la poesía, prólogo que lleva la firma del escritor y (el detalle no es irrelevante) ministro de cultura cubano Abel Prieto. Entre sus conclusiones, el ministro resalta que
Si de nuestra historia sólo nos dejan el cuento fragmentario y difuso, desprovisto de significación, […], el cubano de hoy queda otra vez a la interperie, ante la vida cotidiana plagada de carencias y dificultades enormes, ya sin explicación ni salida. Es en esa dimensión, entre la superficialidad y la carencia de finalidad, donde el pueblo de Cuba estaría indefenso ante la presencia renovada del “imposible”.(Prieto.20)

Y según afirma Vitier y repite Prieto los máximos responsables de ese relato son el pueblo por buscarle sentido a la historia, Martí “en cuanto a vocero fiel de ese pueblo” y la Revolución “en cuanto se empeña en cumplir el mandato del pueblo de Martí”.
La lectura que hace Vitier del poema de Lezama es una transposición del modo en que ha sido interpretada la obra y la vida martiana: una profecía con la que la nación debe trascender, o esquivar, su contingencia. Esa lectura profética pretende convertir al mito en base de una nueva religión que combine esencialismo nacionalista y el vocabulario ilustrado del marxismo. De cualquier forma la lectura de Martí como texto profético viola la neutralidad del mito al intentar darle un sentido específico forzándolo a servir exclusivamente al régimen político cubano. La reverencia que se le aparenta rendir es por supuesto engañosa. El discurso del poder aparenta sometérsele cuando en realidad lo está sometiendo a su propio discurso trascendentalista. La realidad ha vuelto a escapar al control de los que la administran. Martí vuelve a ser llamado al centro del discurso del poder, ya no como simple antecedente del presente como ocurrió en las primeras décadas de la Revolución. Martí vuelve a ser el depositario del secreto del camino que conduce a la utopía. Su mito sin embargo, y como veremos en el siguiente capítulo, parece tener vida propia, más allá de las coerciones que históricamente le han impuesto.