viernes, 19 de abril de 2019

Una correspondencia olvidada

Era 1988 y yo publicaba artículos humorísticos en cuanto espacio me abría sus puertas. Uno de ellos fue la sección que había empezado a dirigir el gran Héctor Zumbado en la revista Bohemia. "Zumbado", "Bohemia". Así sonaba la gloria a los 20 años. Un día quise animar a mi madre a escribir algo, ella que siempre pudo hacerlo todo y nunca se atrevía a nada. De puro orgullo. Le propuse que escribiéramos un texto a dos manos. Un intercambio epistolar entre dos de los incinerados históricos más famosos que se me ocurrieron. Yo sería el taíno Hatuey y ella la francesa Juana de Arco. Y -por única vez en la vida- mi madre aceptó la propuesta. Cada uno escribió su parte y se la llevé a Zumbado quien quedó encantado con la idea: madre e hijo publicando un texto juntos. Solo que mi madre ni muerta quiso aparecer con su nombre así que el texto apareció firmado por los personajes correspondientes. Hoy Carlos Aguilera, al publicar un enlace con la colección completa de Bohemia, me devuelve a ese texto que les dejo con el nombre de sus autores reales: Magda Arrocha y un servidor.
Fuente: Bohemia 19 de agosto, 1988, página 96


miércoles, 17 de abril de 2019

El fin del mundo en las redes sociales


Un meteorito está a punto de colisionar con el planeta Tierra y de arrasar con toda forma de vida por los próximos 10 000 años. Esta es la respuesta de las redes sociales.
 

-unos comentarán lo terrible que resultará para la humanidad la pérdida de la humanidad

-otros cambiarán la imagen de su perfil por una foto del planeta y la inscripción "Todos somos la Tierra"


-otros muchos publicarán los últimos selfies que se tomaron con el planeta de fondo


-de inmediato empezarán a aparecer los que se quejan de tanto aspaviento por el fin de la humanidad cuando hay tantos niños en África pasando hambre


-otros pondrán en duda la propia existencia de la catástrofe y la atribuirán a una conjura de los medios


-otros se quejarán de la perspectiva terricolocentrista despreciando la existencia de vida en otras galaxias


-otros se quejarán de se desvíe la atención del hecho comprobado de que el meteorito es obra del terrorismo musulmán


-otros advierten que lo del meteorito es un invento para desviar la atención sobre los verdaderos problemas de la humanidad como el calentamiento global, la corrupción y el sexismo

-otros difundirán un meme con la imagen de la Tierran estallando y un letrero que dice "¿Y ahora? ¿Por fin van a creer en el Big Bang? jajajaja"
 
-otros se pelearán con todos los anteriores. sobre todo con los que no se toman en serio un momento tan solemne

-otros criticaran una iniciativa privada para detener al meteorito con tanto oso panda por salvar


Así que cuando el meteorito por fin impacte la tierra será verdaderamente refrescante

domingo, 14 de abril de 2019

Anexionista



Anexionista. Esa es la acusación lanzada contra el artista cubano Luis Manuel Otero Alcántara por superformance “Se USA”. “Se USA” consistió en repartir banderas norteamericanas entre muchachos del humilde barrio de San Isidro en La Habana para que corrieran con ellas en una suerte de competencia festiva. El performance evocaba la protesta que el opositor Daniel Llorente ejecutó el primero de mayode 2017 corriendo frente a la tribuna de la Plaza de la Revolución con una bandera norteamericana en los momentos en que se iniciaba el desfile oficial. Si Llorente fue derribado, golpeado y detenido apenas unos cuantos metros después de iniciar su carrera por las fuerzas de seguridad (aunque vestidas de civil) el performance “Se USA” llegó a extenderse unos cinco minutos antes de que aparecieran carros de la Policía Nacional Revolucionaria a detener a sus participantes. Todo un récord: dejo decidir al lector si de eficacia policial o paciencia represiva. Y, en cuanto a los residentes en la isla, es lícito concluir que en caso de robo o asalto a mano armada es mucho más eficaz hacer ondear una bandera norteamericana que llamar a la policía directamente.


Anexionista. Una acusación que alcanzó su vigencia máxima en la Cuba de mediados del siglo XIX. Días en que los estados sureños y norteños de los Estados Unidos pugnaban en torno a la cuestión de la esclavitud y los primeros buscaban nuevos territorios con los que reforzar su causa. Fue entonces que un grupo de cubanos y norteamericanos quiso aprovechar el interés de los sureños por adquirir territorios en los que la esclavitud fuera legal para, con el apoyo de estos, separarse de España y unirse a los Estados Unidos. Eso explica cada detalle del diseño de la bandera cubana, creada por el general venezolano Narciso López en Nueva York: tanto los tres colores con que está compuesta (los mismos de la enseña norteamericana), las tres franjas azules simbolizando los tres departamentos en los que se dividía por entonces la isla (remedando las trece franjas rojas de la norteamericana que simbolizaban las trece colonias originales) y la estrella solitaria, destinada a unirse en un futuro a la constelación de la enseña norteamericana como antes había ocurrido con efímera la República de Texas. Tras el fracaso de las expediciones del general López primero y, luego, de la guerra civil norteamericana que pusiera fin a la esclavitud el anexionismo dejó de ser asunto serio. Fue, si acaso, el amor no correspondido de ciertos cubanos en el siglo XIX hacia un vecino interesado en relaciones cercanas, pero sin exagerar. Un equivalente al “te quiero, pero como amigo” de las relaciones adolescentes. Ni siquiera durante las dos intervenciones militares (la de 1898 a 1902 y la de 1906 al 1909) a los que los Estados Unidos sometieron a la isla estos cedieron a la tentación de hacerla parte integral de su territorio.
Que la acusación de anexionista aparezca obsesivamente en boca del régimen cubano para calumniar a todo el que se le oponga no demuestra más que su persistente anacronismo. Igual le valdría hacerles un juicio inquisitorial por brujería y entendimientos con el maligno. El supuesto anexionismo se correspondería así con el núcleo de la propaganda oficial: aquellos que se le oponen no pretenden democratizar el país sino entregarlo al apetito insaciable del vecino. No se explica entonces por qué hace apenas tres años el entonces presidente cubano agasajó al entonces presidente norteamericano de visita en la isla. Ni por qué se fotografió con este usando como fondo la misma bandera que en el barrio de San Isidro ha servido de cuerpo del delito.
Con la acusación de anexionismo el régimen cubano asume que el performance “Se USA” es en realidad un ritual mágico para provocar que el ejército norteamericano invada la isla para que, a resultas de la invasión, Cuba termine siendo el estado 51 de la Unión. O sea, nos invita a retrotraernos a 1850, la época en que la anexión era una posibilidad real y buena parte de los negros cubanos, esclavos. Cualquier cosa con tal de escamotear lo evidente: esto es, que si lo que el artista trataba de demostrar en plena Bienal de La Habana que Cuba sigue siendo un Estado policial, represivo casi hasta la perfección, -al punto de tratar un simple juego callejero con banderas como si fuera una invasión extranjera- lo ha demostrado con creces. Y en este sentido la contribución del régimen cubano en el performance de Otero Alcántara ha resultado inapreciable.

martes, 9 de abril de 2019

Churrisco: la pérdida del eslabón perdido


Todavía falta creérmelo, que siempre es la parte más difícil de la muerte de gente muy querida. Conocí a Octavio Rodríguez cuando lo que se convertirِía en el movimiento humorístico que todavía domina el escenario nacional era poco menos que clandestino. (Yo tendría unos 18 años y todavía no había publicado una línea). Fue en la entonces llamada Casa del Joven Creador pero ya Octavio era un hombre maduro. En medio de actores improvisados Octavio le daba vida convincente a Armando Churrisco, el personaje creado por el grupo Nos-Y –Otros que representaba a la todavía intocable casta de los funcionarios: ignorante y zafio, absurdo y audaz era la bestia negra de las nuevas generaciones de entonces y sin embargo le resultaba  imposible escapar a la simpatía natural que irradiaba el actor que lo encarnaba.

¿Actor? Solo en sus ratos libres con ese amateurismo forzado que debían cargar todos aquellos humoristas. Vivía de su trabajo como profesor universitario en la Facultad de Lenguas Extranjeras donde apadrinó un magnífico grupo de humoristas -la Piña del Humor-y uno lo imaginaba como el profesor más divertido del mundo. Mayor que el resto de nosotros siempre lo vimos como un contemporáneo. A diferencia de otros de su misma generación a quienes vaíamos como representantes de un humor definitivamente obsoleto Churrisco y su florecimiento más bien tardío constituían un extraño fenómeno: juntaba la mejor tradición del teatro bufo –una tradición  que intentaron extirpar por constituir un rezago del pasado- con una perfecta comprensión de lo que se traía entre manos la nueva generación de humoristas. Su Churrisco era el eslabón perdido y reencontrado -luego de la larga Edad Oscura que vivió el humor Cubano hacia la década del 70- entre nosotros y el pasado que apenas entreveíamos en los nostálgicos recuentos de nuestros abuelos.

No había casualidad en ello. Octavio era sobrino-nieto de Lepoldo Fernández cuyos trofeos custodiaba en su apartamento de El Vedado. Y a su vez, su Churrisco estaba emparentado con Trespatines, ese personaje que, luego de seis décadas de escamoteo nacional, (en contraste con su continua fama latinoamericana) ha vuelto a ser “estrenado” en la television de la isla. El pícaro de su tío abuelo, habilidoso pero impotente frente a la ley, reencarnó, gracias a Churrisco, en un pícaro con poder que era a la vez ley y trampa. Y luego estaba la persona limpia que le daba vida al personaje: cariñosa y querible, tan generosa con su talento como con el ajeno

Mientras practico creerme su muerte, empezando a hablar de él en pasado, me aferro al consuelo de que, a diferencia de lo que me ha pasado con otros, pude verlo una última vez cuando hace unos años se presentó en función única en Nueva Jersey. Verlos a ambos, a Churrisco y a Octavio durante y después de la función refrescó el recuerdo de él en un par de décadas: el mismo ser humano al que le sobraba la integridad que le faltaba a su personaje. Y ese consuelo se refuerza con el detalle de que mis hijos me acompañaron esa noche. Saber que su recuerdo de Octavio no va a depender exclusivamente de mi desconfiable memoria es algo que de alguna manera me reconforta.

lunes, 8 de abril de 2019

“Cuba es uno de los mayores yacimientos de silencio del planeta”


El periodista Gonzalo Cachero me hace una entrevista que salió hoy en el periódico español El País:

Foto de Jaime Villanueva para El País 
Defiende el escritor Enrique del Risco que su última novela, Turcos en la niebla(Alianza, 2019), que presentó en Madrid a finales de marzo, es un ajuste de cuentas con la esperanza de libertad que ha alentado a muchos cubanos a dejar su país por razones políticas. Más concretamente, con la engañosa promesa de felicidad que envuelven estas huidas y que termina por sumir al individuo en un baño de realidad andando el tiempo. Exiliado de la Cuba castrista, que abandonó en 1995 tras renunciar a una fe de la que fue militante, a Del Risco (La Habana, 52 años) le interesa más subrayar la ausencia de brújula vital que en su opinión caracteriza el exilio que la añoranza por la tierra perdida. Centrada parcialmente en Nueva York, ciudad en la que el autor reside desde hace más de 20 años, Turcos en la niebla, novela ganadora del XX Premio Unicaja de Novela Fernando Quiñones, rebate, a través de las historias de cuatro protagonistas que abandonaron Cuba, la idea de que se puede acabar con los males interiores poniendo tierra (u océano, en este caso) de por medio.
Pregunta. ¿Qué imagen del exilio cubano ha buscado trasladar en Turcos en la niebla?
Respuesta. El exiliado es en general un tipo muy especial de emigrante, alguien que tiene que reconstruir el mundo que deja atrás y que al comienzo de esa operación trata de aislar los males del pasado y de mantenerse incontaminado de ellos, algo imposible, porque el mal se lo lleva uno siempre consigo mismo. Al final, acaba preguntándose por las cosas que no tienen que ver con el motivo que le llevó a partir y que, sin embargo, hacen que su vida sea peor de lo que podría ser en realidad. He tratado que todo eso esté en esta novela.
P. Sus personajes parecen incapaces de cambiar el rumbo de sus vidas. Uno de ellos llega incluso a preguntarse si podrá creer en algo que no sea la gravedad.
R. Los protagonistas tienen vidas que son un absurdo, pero un absurdo tan común que los propios personajes lo han naturalizado. Así es en gran parte la vida de los cubanos, incluida la de aquellos que han huido: un absurdo naturalizado que se explica por el mundo totalitario del que tratan de escapar. Los protagonistas de la novela no saben vivir en Cuba, pero tampoco están capacitados para hacerlo en otro lugar, porque piensan más en lo que ocurre en la isla que en su propia vida. El exilio les crea una especie de barrera que los aísla del presente y los hace impermeables a su realidad más inmediata. Y todo esto es muy curioso, porque esa naturalización inconsciente de la vida que hacen los cubanos también la realiza el mundo occidental.
P. ¿Qué quiere decir?
R. Los visitantes, no digo todos, pero sí muchos, acaban pensando que lo que ocurre allá es algo que no podría ser de otra manera. El sistema político y todas sus consecuencias, me refiero. Y eso puede tener algo de interesante, incluso atractivo para los occidentales que están insatisfechos con sus sociedades, pero solo porque no viven allí día a día. Si lo hicieran, se darían cuenta de que los cubanos no merecemos vivir de esa forma, por más que satisfaga la curiosidad de tantos turistas.
P. ¿Le parece que Occidente no juzga Cuba con los mismos cánones que a sí mismo?
R. Cuba ha sufrido un proceso de orientalización motivado por las condiciones en las que ha vivido los últimos 60 años. Al principio era para muchos un futuro, una utopía, pero después ha pasado a ser un modelo de sociedad alternativa. Ciertamente son imágenes trágicas ambas, no sé cuál de las dos es peor. Creo que con la primera es más fácil engañarse; la segunda es ya un poco más cínica, aunque de esta última no puedo hablar tanto porque me la perdí. La época en la que Cuba comenzó a ser percibida como un paraíso alternativo coincidió con el momento en el que yo salí del país. Ahora, desde la distancia, creo que Cuba sigue siendo ambas cosas: es el retrato del Che, pero en una extraña mezcla con el Chevrolet 53 de los tiempos de [el dictador Fulgencio] Batista.
P. El monólogo final de uno de los personajes es a evitar por todos los medios el silencio. ¿Qué sentido tiene esa llamada en la Cuba de 2019?
R. Cuba es uno de los mayores yacimientos de silencio del planeta. Pero es un silencio muy locuaz, que está acallado. Pongo un ejemplo. No hace mucho leí un artículo en un periódico importante que presentaba Cuba como un paraíso para los homosexuales, cuando el Gobierno tiene una trayectoria de homofobia de Estado más que demostrada, pero bastó que la hija de Raúl Castro se convirtiera en defensora de los derechos de estas personas para anular esa imagen. Por desgracia hay multitud de formas por las que se silencia lo que ocurre allí. En parte esto se explica porque Cuba interesa más como modelo que como realidad. Suelo decir que, más que un país, Cuba es una idea. Estoy de acuerdo con eso que dice [el filósofo Slavoj] Zizek de que los cubanos llevamos décadas condenados a ser siempre el sueño de los otros. Algo que tiene que ver con otra idea que comparto, de [el novelista] Reinaldo Arenas, que decía que los cubanos venimos del futuro. Venir de allí tiene sus desventajas: una de ellas es que no mejora nuestra capacidad de imaginarnos que lo que vendrá será mejor.


jueves, 4 de abril de 2019

Turcos de 10

Reseña de hoy en el periódico español La Razón sobre mi novela "Turcos en la niebla" muy bien acompañado con Martin Amis, Vila-Matas, Bukowski y el último premio Alfaguara. Y a la mía le dan un 10. Me siento la Nadia Comaneci de los pesos completos.



martes, 2 de abril de 2019

La guerra antes de Netflix*

Por Enrisco
Antes de que apareciera Netflix (o ese Netflix ortopédico que era la televisión) no había nada más entretenido que una buena guerra.  Fíjense en este detalle: luego de disfrutar dos guerras mundiales en treinta años la producción de la Copa Mundial de las guerras se ha paralizado. Y no es casual que ocurriera tras la difusión mundial de la televisión. Hay quien culpa a la bomba atómica. Pero ¿para qué necesita Alemania una guerra con Francia cuando le puede propinar una buena goleada en vivo y en directo? O viceversa.
Pero en la era pretelevisiva nada como las guerras para mantenerse entretenido, cambiar de aires, crearse odios y amores virtuales y aprender un poco de Historia y de Geografía, asignaturas en las que los norteamericanos han estado tradicionalmente flojos. Algo así ocurrió en 1868, cuando los habitantes de las últimas colonias españolas en el Nuevo Mundo, Cuba y Puerto Rico, se cansaron de que les llamaran “españoles” impunemente. Y de ser gobernados por políticos corruptos sin tener derecho a ser políticos corruptos ellos mismos. También tendrían otros motivos, porque los pueblos —como los adolescentes— siempre encontrarán razones para reclamar independencia. Así que, aprovechando que las cosas no andaban muy estables por España y el ejército acababa de jubilar a la reina Isabel II, boricuas y cubiches decidieron alzarse en armas.
En Puerto Rico el alzamiento, ahora conocido como “el Grito de Lares”, se produjo el 23 de septiembre y un par de días más tarde ya se estaban haciendo las conclusiones del evento y repartiendo años de prisión para los implicados. No obstante, en las menos de 30 horas que duró el alzamiento les dio tiempo para: proclamar la república de Puerto Rico, crear un gobierno provisional, abolir el sistema de libretas de jornaleros, declarar libres a los esclavos en armas contra las autoridades, saquear el pueblo de Lares, apresar a sus autoridades y ser derrotados en un combate que pasó a la historia como la batalla del Pepino. Hay gente que sabe aprovechar el tiempo.
Los cubanos se retrasaron, pero no por mucho tiempo. Menos de tres semanas después, el 10 de octubre, lanzaron su Grito, el de la Demajagua, que era el nombre de la finca en que se habían reunido los complotados. Los cubanos también formaron gobierno, liberaron esclavos y hasta se hicieron derrotar en su primer combate, pero tuvieron el cuidado de hacerlo en un pueblo llamado Yara para que el enfrentamiento no trascendiera como una riña en un puesto de verduras.
Sin embargo, de alguna manera los cubanos se las arreglaron para que una empresa con un comienzo tan poco promisorio sobreviviera diez años más, aunque sin conseguir su objetivo que era —no estaba de más recordarlo— la independencia.
La consecuencia fundamental en lo que respecta a la presencia latina en Nueva York es la llegada a la ciudad de millares de cubanos y boricuas. Y que fuera más frecuente escuchar el español en el transporte público o leerlo en la prensa diaria. Si Nueva York se había convertido en el destino de los principales productos antillanos (azúcar, tabaco y exiliados) no era extraño que lo siguiera siendo por un buen rato.
Acá llegarían por igual aristócratas y torcedores de tabaco a beber el amargo vino del exilio. Lejos de la familia, los amigos y los plátanos maduros fritos. A escuchar una lengua extraña. O a escuchar en lengua conocida de boca de exiliados veteranos cosas como: “Mira que te dije que aquello nunca iba a cambiar”. Por algo muchos de ellos decidían que era mejor incorporarse a la guerra en Cuba que seguirla por periódico. Y de Nueva York zarparon unas cuantas expediciones para liberar la isla y que que los periódicos tuvieran algo emocionante que contar.
Publicado previamente en Nuestra Voz.