Impresionante. De otra manera no se puede describir el paso de Mayeya Castro por Estados Unidos. Pese al ambiente herméticamente controlado que envolvió sus presentaciones no dejó de decir despropósitos, de manifestar su desprecio por el exilio, por los homosexuales, por la inteligencia del prójimo. En San Francisco no sólo se refirió al exilio como “mafia” o delincuentes” sino que explicó que los homosexuales se iban de Cuba y denunciaban los atropellos de su familia porque querían ponerse tetas más grandes. En una reunión a puertas cerradas con los editores de The Nation sintiéndose en confianza se relajó y rompió su propia marca implantada en sus famosas declaraciones sobre la prostitución casera y la albañilería en Cuba. Por un lado precisó que al hablar de mafia se refería a los que habían emigrado en los sesentas que eran todos “asesinos y torturadores”. Al defender el derecho al aborto dijo que si se consideraba que un feto tenía vida habría que oponerse al uso de antibióticos porque las bacterias eran también una forma de vida que llevaban mucho más tiempo en la Tierra que nosotros. O cuando le preguntaron sobre el derribo de las avionetas de Hermanos al Rescate lo defendió diciendo que habían violado el espacio aéreo cubano y que si el ejército norteamericano hubiera hecho lo mismo el 11 de septiembre del 2001 habrían evitado la caída de las Torres Gemelas. Así, sin pestañear. Sus anfitriones todavía no se han dado por enterados.
Si había dudas de a nombre de quién hablaba basta atender a su mensaje: si nos dan a los Cinco les devolvemos a Alan Gross. Ese fue mensaje concreto de El Padrino que entregó Mayeya Corleone. Un canje en toda regla a propuesta de los secuestradores. El otro, algo más difuso, es que están dispuestos a entenderse con el gobierno de Obama si pasa por alto la crónica violación de los derechos humanos en Cuba. Nada de esto es nuevo ni sorprendente. Tampoco la deferencia de cierto sector de la izquierda norteamericana y la discreta ignorancia del resto, tan sensible en todo lo demás. No se me ocurre a estas alturas otra explicación que el simple y viejo racismo: si Mayeya les parece aceptable es porque no creen que de los cubanos se pueda esperar nada mejor, ni que merezcan otra cosa que una mano dura que los controle. El mismo racismo que atribuyen por descontado a la derecha del espectro político. Pero su ubicuidad o su constancia no hace al racismo exquisito menos escandaloso.
Si había dudas de a nombre de quién hablaba basta atender a su mensaje: si nos dan a los Cinco les devolvemos a Alan Gross. Ese fue mensaje concreto de El Padrino que entregó Mayeya Corleone. Un canje en toda regla a propuesta de los secuestradores. El otro, algo más difuso, es que están dispuestos a entenderse con el gobierno de Obama si pasa por alto la crónica violación de los derechos humanos en Cuba. Nada de esto es nuevo ni sorprendente. Tampoco la deferencia de cierto sector de la izquierda norteamericana y la discreta ignorancia del resto, tan sensible en todo lo demás. No se me ocurre a estas alturas otra explicación que el simple y viejo racismo: si Mayeya les parece aceptable es porque no creen que de los cubanos se pueda esperar nada mejor, ni que merezcan otra cosa que una mano dura que los controle. El mismo racismo que atribuyen por descontado a la derecha del espectro político. Pero su ubicuidad o su constancia no hace al racismo exquisito menos escandaloso.