lunes, 13 de julio de 2009

Veinte y quince

Son los años transcurridos desde que dos acontecimientos encharcaran de muerte el 13 de julio. La fecha es lo de menos porque si lo pensamos bien justo ese día apenas fuimos conscientes de lo que acababa de pasar. El peso de la muerte y cómo fue infiltrándose en nuestra conciencia los días y meses siguientes, eso fue lo decisivo. Cuarenta y un muertos en total no son tantos si se piensa en los nueve mil a la cuenta del castrismo pero agotaron el crédito al parecer infinito que le habíamos otorgado a aquello que llamábamos Revolución los que nacimos con ella. Primero fueron los fusilamientos de Arnaldo Ochoa, Antonio De La Guardia, Jorge Martínez y Amado Padrón. Para algunos apuró su ruptura con el régimen la impiedad con que éste había tratado a algunos de sus mejores servidores. Para los que albergaban la creencia de que el sistema podía ser reformado desde adentro, de que todavía era posible una perestroika cubana, el fusilamiento de Ochoa -con toda la arbitrariedad legal que trajo aparejada , el ocultamiento de las verdaderas razones de la condena, el circo obsceno montado alrededor del proceso- era la última prueba necesaria para convencernos de que toda esperanza que nos quedara carecía de fundamento, que nuestros amigos “gusanos” tenían la razón: Aquello no tenía remedio. La muerte era lo único que podía mantenerlo a flote. (Trabajar en el cementerio fue una oportunidad privilegiada de comprobar que la saña del gobierno no se atenuaba siquiera ante la muerte. Tanto por el ocultamiento que rodeó la tumba -a la larga la familia sólo fue autorizada a poner una tarja que rezaba “A Nenín de su familia”- como por el eufemismo que aparecía en su boleta de defunción: “Causa de muerte: anemia aguda”).
Cinco años después el hundimiento del remolcador Trece de Marzo en el que fueron asesinadas 37 personas -y entre ellas diez menores de edad- no fue sólo una confirmación de la vocación criminal del régimen sino de que sus escrúpulos habían llegado justo al grado cero ese en el que no se detendrían ni ante la vida de una niña de cinco meses. porque sus padres querían escaparse del país. Trataron de convencernos de que había sido un accidente para de inmediato exaltar a los asesinos. Las circunstancias descritas en el propio parte oficial eran demasiado obvias incluso para el que estuviera dispuesto a engañarse. La intersección del remolcador en alta mar no fue un acto desesperado: advertidos del plan de escape sus perseguidores lo estaban esperando pacientemente a la salida de la bahía. Bien podían haber frustrado la fuga antes incluso de que llegaran a subirse al remolcador pero prefirieron el crimen, el escarmiento. Incluso en el parte oficial -ofrecido una semana después- se explicaba que los asesinos habían actuado en defensa de la Revolución. Nunca quedó tan claro que la Revolución era eso: una coartada para el asesinato y ella misma el crimen perfecto.

4 comentarios:

Anónimo dijo...

Coniooo Enrisco, apretastes.Muy bien dicho, sobre todo el ultimo parrafo.

Anónimo dijo...

genial.enrisco for president

J.Campos dijo...

Gracias una vez mas, Enrisco.

Michell Pérez Acosta dijo...

Coño q buen artículo Enrisco..en el blog TIERRADENTRO http://elyoyin.blogspot.com, un testimonio conmovedor de una sobreviviente d la tragedia del Remolcador 13 d marzo...Confieso q llegué hasta las lágrimas leyendo "aquello", pq además, no hay un apice d melodrama en el relato, es la verdad dura y cruda, tal cual fue..
Saludos desde mi rincón del Mundo..