¿Realmente alguien pensó que México tenía alguna oportunidad contra Argentina? Pero como la televisión hispana en Estados Unidos tiene que responder a su audiencia que consiste de un argentino cada cincuenta mexicanos (la estadística me la acabo de inventar pero sospecho que me quedé corto) en los días previos al juego se hablaba como si los mexicanos tuvieran alguna posibilidad. No es que Argentina no pueda perder porque ya lo demostró gloriosamente en su juego contra Arabia Saudita. Pero una cosa es que la albiceleste caiga víctima de su propio ego, un ego del tamaño de Júpiter (el planeta, no la moto) y otra es que se dejen eliminar del campeonato en su segundo partido. Porque si es cierto que los mexicanos se entusiasman en cada mundial y se dicen en voz alta que “sí se puede” y que esta vez serán campeones lo cierto es que ninguno se lo cree. Por mucho que se entusiasmen perder en los mundiales es una convicción grabada en el alma de cada mexicano como si lo estuviera en la piedra del calendario azteca. Los argentinos en cambio se creen cosas y la eliminación de su selección en la fase de grupos sería sentida como si a cada uno de los argentinos se le muriera la madre, la mascota y la batería del teléfono al mismo tiempo. Y en el caso de los jugadores será mejor que pidan asilo en un país enemigo como Brasil antes de asomarse por Ezeiza. El entusiasmo mexicano existe para atraer anunciadores. El argentino es necesario para alejar la fatalidad, el destierro o terminar protagonizando un tango.
Todo lo dicho
para no poder explicarme cómo fue que los jugadores argentinos no le arrancaron
el corazón de los mexicanos y se los comieron en el primer minuto de juego como
lo demandaba su derrota a manos saudíes. Sí, los argentinos estuvieron plantados
desde temprano en el área mexicana pero como si estuvieran de picnic, no como
si les urgiera vengar la afrenta del juego anterior. Apenas se asomaban por los
alrededores de la portería con algún orden mientras los del “sí se puede”
despejaban las amenazas sin problemas.
Messi no estaba
especialmente iluminado, pero ya sabemos que a Messi le basta acordarse de que
está en un campo de fútbol para que encuentre el camino de la portería. Eso fue
lo ocurrió en el minuto 64. Di María le pasó el balón fuera del área y Messi se
sacó el taco de billar que tiene por pie izquierdo y coló el balón justo por la
esquina izquierda de Memo Ochoa. Una vez ubicada la localización de la portería
Enzo Fernández recibió la pelota de un corner sacado en corto y puso la pelota
justo en la esquina en la que Ochoa apenas podía estirarse para salir bien en
la foto. No hacía falta menos para que Argentina volviera a suspirar y su ego a
expandirse por el resto de la galaxia.
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