Hay equipos que llegan al mundial con el nombre muy bien puesto pero el fútbol se lo dejan en casa. O en el pasado. Uno de ellos es Bélgica, segunda en el ránkin de la FIFA pero que a duras penas pudo sacar adelante su partido ante la aparentemente modesta Canadá. Hoy tenía enfrente a Marruecos, un equipo forjado en la emigración. 14 son los jugadores de la selección marroquí han nacido en el extranjero, lo que no es extraño en un país dedicado a exportar a su gente por tanto tiempo. Y de vuelta, además de remesas, recibe unos muchachones que juegan muy bien al fútbol.
En principio los belgas se tomaban el juego con tanta calma que los marroquíes trasplantados empezaron a coger confianza. El primer aviso serio de que los marroquíes estaban midiendo a los belgas y no era para coserles un tuxedo llegó al final del primer tiempo con un lanzamiento de falta de Ziyech. El misil le dio en el pecho a Courtois y entró pero fue anulado porque otro de los jugadores marroquíes estaba en fuera de juego mientras le obstruía la vista al portero belga.
El siguiente lanzamiento de falta marroquí, fue en el segundo tiempo. Esta vez fue pateado por Sabiri desde el lado contrario de la portería y burló a Courtois, quien no parecía muy contento con el chiste. Era, según mi cuenta, el primer gol de falta directa anotado en el mundial. Los de Bélgica se tomaron el gol con la característica furia belga que consiste en dejar pasar el tiempo como si no hubiera nada mejor que observar cómo la hierba del estadio hace fotosíntesis. Y en medio de la peculiar furia belga (Lukaku, el máximo goleador histórico de la selección no tocó el balón durante su estadía en el césped), ya en tiempo de descuento, Aboukhlal metió un gol tras magnífica jugada de contragolpe sellando el partido en favor de la selección de las remesas. El juego terminó con un montón de jugadores marroquíes arrodillados con sus cabezas en dirección a la Meca. O de la oficina de Western Union más cercana, vaya usted a saber.
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