jueves, 17 de noviembre de 2022

Ida Camejo (1935-2022)


Al vacío que ha dejado Ida Camejo entre todos los que la conocimos no acabamos de verle el fondo y sospecho que cada día que pase se ensanchará más todavía. Mujer sencilla, bondadosa, generosa y al mismo incisiva y más lista que el hambre. Con apenas un sexto grado no le hicieron falta diplomas ni títulos porque su inteligencia clara, que nunca la abandonó, le hacía entender la vida como pocos y la ayudó a esquivar los espejismos en los que encallaron tantos de su generación.
Siempre me consideré su hijo postizo, pero eso no me hacía especial. Fuimos muchos los que con apenas acercarnos a su casa nos sentimos atrapados por su cariño. La puerta de su casa en Buenavista se abría por la mañana y no se cerraba hasta la hora de acostarse. Por ahí entraba y salía todo el barrio a buscar algo que casi siempre encontraba. Fue por ella y por sus hijos, por ese hogar abierto a todos creado por ellos, que hasta hoy me siento hijo adoptivo de Buenavista. (Ahora que lo pienso, Buenavista estaba llena por el amor de madres así, infinitamente generosas, pero incluso entre ellas Ida era especial). A su casa iba a jugar de niño. Y de joven a presentarle mis novias y a comer sus dulces que defendía de la voracidad del resto de sus hijos, mis hermanos de la costumbre, del alma. Ida no apelaba a esos viejos trucos de escamotearnos el cariño ni a ponernos a competir porque sabíamos que su amor siempre alcanzaba para todos pero los dulces, en cambio no eran infinitos. "Ese no lo toquen que es el de Enrique" decía y el resto de sus hijos se resignaba a obedecerla. Y así sabías, en esa Habana permanentemente hambrienta, que no hacía falta otra prueba de amor.
Al salir de Cuba seguimos en contacto. Una vez, al colgar el teléfono lloré desconsoladamente ante la posibilidad de no volverla a ver. Por suerte dos de sus hijos se mudaron a Miami y la trajeron. Así pude volverla a ver cada vez que viajaba a aquella ciudad. Me complacía verla tan lúcida como siempre, sin esos ataques de nostalgia que paralizan a tantos viejos en una ciudad tan aséptica y árida para muchos. Ida encontraba la forma de disfrutar de los pequeños placeres que le ofrecía Miami con tanta o más intensidad con que lo hacía en Buenavista. Nos sentábamos en la terraza de su hija empeñados vaciar bolsas de maní y a despellejar la vida y los recuerdos que teníamos en común. Ida me hablaba lo mismo de su infancia en el valle de Viñales que de su juventud cuando fue dueña de una tiendecita en Buenavista hasta que la Revolución con su infinita generosidad se la arrebató para disolverla en la nada.
Pero su incesante sentido del deber le impedía a Ida entregarse por completo a los placeres miameses. Viajaba a cada rato a Buenavista a ocuparse del hijo que había quedado atrás, de los nietos que como todos los de su generación sueñan con irse alguna vez de allí. "El barrio se está quedando vacío, Enrique. ¿Recuerdas todos los niños que había antes? Ahora solo quedamos los viejos"
Vi a Ida por última vez este verano, lúcida y pícara como siempre, enamorada de su familia y de la mía, si es que todavía caben esas distinciones, porque mis hijos habían aprendido a quererla con la misma facilidad que yo y del resto de los que la conocimos. Como siempre que la veía deseé que esa no fuera la última vez sin darme cuenta que lo que deseaba, al menos en la que a mí respecta, era que fuera inmortal. Y eso siempre es demasiado pedir.
El fin de semana pasado me llamaron para avisarme de que había sufrido un derrame cerebral. Irreversible. Su muerte era cuestión de tiempo. Su fin de este lado de la existencia, donde las palabras Buenavista o Miami tienen sentido, llegó ayer a las tres de la tarde. Evito acaparar el dolor de su pérdida para mí solo. Fuimos muchos los que Ida tocó en vida porque ella era como un planeta, con su propia fuerza de gravedad que nos arrastraba a ella sin ningún subterfugio emocional, solo con su bondad transparente y con su gracia. Por eso Buenavista y Miami desde ayer se han llenado con sus huérfanos. Abrazo grande a todos ellos: a Jesús, a Mamita, a Tatá, a Luis Carlos, a Fidelito, a Alejandro y a todos los que tuvimos la suerte de compartirla.
Pero recuerden: ese pozuelo con dulce de fruta bomba que está en el fondo del refrigerador ni lo toquen, que es el mío.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Nuestra familia te agradece por tan linda muestra de cariño. Y ella está feliz allá arriba, esperando, para volver a vernos algún dia.

Anónimo dijo...

Muy bonitas palabras

Anónimo dijo...

Bello, ella se merece estar en el cielo junto a Dios, mis oraciones les llegarán siempre

Anónimo dijo...

Mis mas sentidas condolencias para toda la fanilia, Ida una gran vecina que en paz descanse,🙏🏿🙏🏿🙏🏿

Anónimo dijo...

Ayer cuando supe que mi mamita, mi ángel protector desde que yo era muy pequeña, había dejado su estancia en la tierra, para unirse a Dios nuestro señor en el cielo, me embargo una profunda tristeza pues mi otra madre había muerto. Si embargo espero que no sufriera en sus últimos momentos y que gracias a mi ahijada y niña grande pudo disfrutar muchas cosas que la vida en sus años jóvenes no le permitió, pues lucho por tener una familia hermosa de 3 hijos maravillosos y sus nietas, pasando muchos trabajos y dificultades, un día fueron premiados al poder viajar y disfrutar de los pequeños placeres que la vida nos puede dar.
Mima bella y maravillosa espero que cuando llegue mi turno, nos encontremos y me guíes como cuando era pequeña, a caminar por los caminos del cielo y estemos juntitas con mi madrecita. Te quiero mucho y siempre estarás en mi corazón. Mi hermosa y maravillosa segunda madre