Usualmente el equipo
inglés viene acompañado de más fantasmas que los que pueblan los castillos de
por allá. Los fantasmas de viejas derrotas, de penaltis fallados, de balones
que se escapan entre los dedos de los porteros en cámara lenta hacia la red, de
goles en contra en el último minuto. Fantasmas que han alimentado un fatalismo
casi tan profundo como el de los mexicanos en el fútbol o de un cubano en la
cola de la democracia.
Ante ese panorama
este partido contra Suecia les debió parecer una apacible excusión campestre.
Una excursión sin mayores sobresaltos que encontrarse un paraje minado con
plastones de mierda de vaca ante los que basta andar atentos para no hundirse
en el medio de uno de ellos. Algo tan apacible como encontrarse con un gol en
un tiro de esquina que aterrizó en la frente de Mcguire para de inmediato
rebotar dentro de la red. Luego los ingleses pudieron anotar al menos dos goles
más. Sin embargo, tanto empeño pusieron en fallarlos que hicieron pensar a más
de uno en el regreso de los viejos fantasmas en la forma de oportunidades
perdidas que pronto serían lamentadas.
Las plastas de vaca
aparecieron recién en el segundo tiempo cuando el entrenador sueco debió
recordarles a sus jugadores en el vestuario de qué lado se encontraba la
portería contraria y qué se esperaba que hicieran con ella. Pero cuando más
entusiasmados andaban los suecos con el redescubrimiento de la esencia del
fútbol llegó el segundo gol inglés nacido de otra frente, esta vez la de Dele
Alli. Un gol que a los suecos debió sonarles a mazo de juez reafirmando la
sentencia. Todavía los suecos tuvieron tiempo de lanzar unos cuantos ataques
que parecían cargados de peligro pero nada. Esta vez a los ingleses no les
falló ni la defensa ni el portero que rechazaba los balones como si de un
videojuego se tratara. Con las plastas de vaca esquivadas una a una y los
fantasmas conjurados nada más se interpuso entre Inglaterra y las semifinales
donde se encontrarán con Croacia o con el mismísimo Putin disfrazado de equipo
de fútbol.
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