lunes, 8 de diciembre de 2025

Un rey en Queens


El martes 2 de diciembre fuimos a ver el concierto de Pedro Luis Ferrer en Terraza 7, en Queens. Después de más de treinta años sin verlo no iba en busca de aquel cantautor que ponía a correr a los segurosos con sus conciertos. El único artista que se atrevía a decir en público lo que muchos pensábamos y un poco más allá, solo que con rima y ritmo y con una gracia infinita. Han pasado treinta años, el abuelo Paco está muerto y enterrado y aunque su dictadura sigue matando y avasallando de muchas maneras distintas ya ni la rima ni la gracia alcanzan para describir tanto horror.

En efecto, Pedro Luis era otro. Aquella imprescindible voz de resistencia se ha convertido en algo menos contingente pero mas esencial y profundo. Ahora le urge rescatar, preservar y reconstruir parte del legado cultural menos obvio. Sones, sonidos, salidos de sitios que él conoce como nadie porque les sabe su música. De “esencias” habla el músico más que de canciones siendo al mismo tiempo más abstracto y tremendamente preciso. En estos días escandaliza una nota reciente en el periódico español de El País preocupada por la supervivencia del manjuarí, un pez endémico que es a la vez una especie de fósil viviente. Le preocupa menos a ese periódico la supervivencia del cubano, especímen del que sobreviven aún en la isla unos nueve millones de ejemplares. La música que rescata Pedro Luis es menos antigua que el manjuarí y hará poco por salvar a esos millones de cubanos que sobreviven en la isla pero sirve para recordarnos algo de lo mejor que supieron hacer mientras vivían, cómo supieron rimar y ritmar sus alegrías y hasta sus tristezas.

Por dos horas cantaron y tocaron Pedro Luis y su hija Lena Ferrer quien lo acompaña con la marímbula, las claves y todo el repertorio cubano de percusión que suele perderse en formatos rítmicamente más fastuosos. Éramos no más de quince espectadores un martes por la noche en un rincón perdido de Queens y tocaron como si fuéramos cientos de personas en el Carnegie Hall: tal fue la seriedad y la entrega. Y con seriedad quiero decir la seriedad de Pedro Luis, esa que no le impide tomar una frase irrelevante como “tú estás toda tostada, toda tostada estás tú” y con esa alquimia cubana para exterminar las eses convertirla en ritmo puro: “Tu etá to totá, to totá etá tú”. O que recomienda a la bailadora de una conga tener la precaución de lavarse “la mandonga”. Juegos infantiles con el idioma que nos informan que Pedro Luis y la esencia popular que representa siguen vivos a pesar de todo.

Privilegio. No se me ocurre mejor palabra para resumir esas dos horas escuchar a Pedro Luis y Lena desgranando guarachas, sones montunos, nengones, congas y cuanto género en extinción se le ha ocurrido darle una sobrevida. Como los sones de güirón que ignoraba hasta esa noche. A veces las explicaciones sobraban, la música bastaba para hablar por el músico. (Extrañé, eso sí, el formidable contador de cuentos que era Pedro Luis en aquellos conciertos de los 80 y 90). Fue aquella una clase magistral en toda regla sobre la música campesina, tan amenazadas de extinción como el propio campo y los campesinos. Si algo no tuvo ese aliento de eternidad amenazada fue la canción extra que cantó al final del concierto. Un éxito de antaño, “Cubano 100%”, que ahora, cuando toda Cuba parece haberse ido suena -con ese reclamo por “los de adentro”- extrañamente anacrónica.