La victoria de Zohran Mamdani como candidato demócrata a las elecciones por la alcaldía de Nueva York el próximo noviembre ha puesto súbitamente de moda el concepto de “socialismo democrático”. Sustantivo y adjetivo que el último siglo ha presentado como irreconciliables pero ante cuya reunión muchos insisten en las virtudes del buenismo. No se trata de cometer los viejos horrores del comunismo o del llamado “socialismo del siglo XXI” que lidereó Hugo Chávez desde Venezuela. Imaginan el tal socialismo democrático como una suerte de socialdemocracia renovada y entusiasta o de capitalismo escandinavo. Cualquier cosa menos escuchar lo que el propio partido de Zohran Mamdani tiene que decir de sí mismo.
Vayamos a la página web del partido y leamos lo que proponen en cuatro breves párrafos. En el primero hablan de sustituir el capitalismo “un sistema diseñado por la clase dominante para explotarnos a todos para su propio beneficio” por el socialismo democrático “un sistema donde la gente común tenga voz y voto en nuestros lugares de trabajo, vecindarios y sociedad”. En el siguiente párrafo se aclara que “nuestra visión va más allá de la socialdemocracia histórica y deja atrás las visiones autoritarias del socialismo, relegadas al olvido”. O sea, rechazan la socialdemocracia por limitada y el comunismo por autoritario. Dicho así, con un par de trazos no hay mucho que objetar.
En el tercer
párrafo en medio de su entusiasta descripción del futuro luminoso con una
democracia “que nos permita prosperar, no solo sobrevivir, y que responda a las
preguntas fundamentales de nuestras vidas con la participación de todos” se menciona
al fin el eje de su programa, la razón del sustantivo “socialista” en el nombre
del partido: “queremos ser dueños colectivos de los motores económicos clave
que dominan nuestras vidas, como la producción de energía y el transporte”.
Opto por pensar
que son sinceros, no porque los conozca sino por parecerme el mejor método de
lidiar con los políticos, gremio notorio por su insinceridad: prefiero juzgarlos
por sus palabras y actos que por sus intenciones. Estas usualmente son oscuras
e impredecibles cuando no cambiantes. Las palabras y los actos se pueden juzgar
con mayor confianza. Y en la presentación de los socialistas democráticos noto
una incongruencia esencial sus fines y sus medios, sustantivo y adjetivo: anuncian
objetivos radicales pero a la vez rechazan los medios autoritarios. No te dejan
mucha opción: o son muy tontos y carentes de imaginación o son perversos.
Dejemos de
momento la perversión aparte para concentrarnos en la tontería. Imaginar que los
socialistas democráticos pueden acabar con el sistema capitalista y junto con este
las grandes y pequeñas fortunas que lo hacen funcionar sin prever que la
reacción de los afectados los pondrá ante la disyuntiva de perder el poder que
quieren alcanzar o usarlo para reprimir a los afectados es de una pobreza de
pensamiento, lógica, conocimientos históricos e imaginación desconsoladoras. Al
menos Marx y Lenin tenían clara la necesidad de emplear la violencia trataron
de justificarla por todos lo medios incluso antes de llegar al poder.
A estos
socialistas democráticos norteamericanos podemos imaginarlos como inofensivos hípsters
con crisis de conciencia ante las carencias ajenas o como comunistas perversos.
Yo insisto en lo primero, en parte porque el trumpismo ha abusado de la
etiqueta comunista hasta quitarle todo el sentido: todo el que no concuerde con
ellos, es consciente o inconscientemente comunista. En parte porque cualquier malvado
encontraría mejor modo de justificarse ante el mundo que el de los socialistas
democráticos. Y también porque esa vuelta virtual a la Segunda Guerra Mundial
que enfrentaba a fascistas y comunistas no concuerda con una realidad más pobre
y desteñida. Dice Fernando Savater que Trump no es fascista porque le falta
cultura. Yo añadiría: estos socialistas democráticos no son comunistas porque les
faltan arrestos y determinación.
De cualquier
manera, les deseo lo mejor: o sea, que pierdan todas las elecciones que tengan
por delante y así se eviten la disyuntiva de matar o morir. Que tengan una
larga vida disfrutando sus capuchinos sin lactosa ni cafeína imaginando frente
a su laptop maneras de combatir su mala conciencia o su tedio que no nos
incluyan al resto de nosotros.
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