El pasado domingo 9 de noviembre fue posiblemente el último partido de la Liga del Ibuprofen correspondiente a la temporada 2025. Ya son cinco temporadas desde que en el 2020 nos juntamos un grupo de amigos para darle algún uso a aquellos domingos sin salida de la pandemia. Por supuesto que no nos pasaba por la cabeza que cada semana del quinquenio siguiente la pasaríamos jugando aquella pelota manigüera siempre que el clima lo permita, entre marzo y noviembre.
Al año siguiente de iniciada la Liga tuvimos que interrumpirla porque el ayuntamiento había remozar el terreno donde jugábamos. Un año completo en blanco parecía bastar para cortar el impulso de la liga naciente pero no fue así. Con el nuevo terreno de yerba sintética, un sistema de absorción de agua que permite jugar casi inmediatamente después de un violento aguacero y mejoras y añadidos en equipamiento y reglas hacen el juego más atractivos tanto para los veteranos como para la gente nueva que se añade año tras año, una semana tras otra. Le hemos hecho tantos a las reglas que ya se puede hablar de otro deporte.
Hombres y mujeres, viejos y niños padeciendo cada dia del señor alternativamente la victoria y la derrota, el ponche y el jonrón pero sobre todo el agrado infinito de juntarnos ya fuera en un terreno llagado por los baches o ya acomodados a la tersura de la hierba plástica. Confirmando que ganar o perder -por mucho que nos importe- es bastante menos que el milagro de juntarnos, de recordarnos cuánto nos necesitamos, cuán preciosas pueden ser esas tres o cuatro horas semanales en que todos somos niños.
Y al final de cada juego no puede faltar el ritual de la foto colectiva de todos los que jugamos ese día o al menos los que quedan al final de la tarde. Y en lugar del "cheese" que se estila acá para fingir la sonrisa a la hora de tirar las fotos nos despedimos con un "Díaz Canel, singao!". Ojalá que la liga dure más que ese régimen que invocamos en nuestro grito de guerra.
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