Una semana atrás va
a un consulado cubano un amigo escritor. Buen escritor. Lleva sin ir a Cuba más
o menos el mismo tiempo que yo, un buen par de décadas. Pero su madre está muy
enferma y se siente obligado. Mi amigo desprecia a aquel régimen pero con la
misma discreción con que lleva todo en su vida, con la misma lucidez y
contención con que escribe. Cuando lo llamaron del consulado entendió que le
entregaría en permiso de entrada a Cuba sin más pero el funcionario le comunica
que no. Que no le pueden dar, junto con el pasaporte, la llamada habilitación
que le permitiría la entrada a su país. Pero que no se preocupe, añade el
funcionario. Porque cuando una puerta se cierra otras pueden abrirse y con la
mano señala hacia otras puertas imaginarias. El gesto y la ambigüedad son, para
mi amigo, muy claros. Un gesto que tantea su disposición a colaborar con ese
régimen que desprecia a cambio de lo que debería ser su derecho. Mi amigo le
agradece el ofrecimiento pero le dice que no. Que la única puerta que tomará es
esa que está a sus espaldas para marcharse a su casa. Y se va.
Todo esto lo cuento por si a alguien se le
ocurre preguntarme cuándo pienso ir a Cuba. A mí, que allá ni siquiera tengo
una madre enferma.
1 comentario:
esos cabrones. genios y figuras hasta la sepultura. Y todavia no desean reconocer que TODO, todo, todo, lo desbarataron en pedazos tan pequenos que sera imposible recomponer la nacion a como deberia ser. como decia el flaco Olmedo (remendando su expresion celebre) "que suerte para desgraciar a otros!"
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