miércoles, 18 de marzo de 2020

Jabón


Por Clara Astiasarán

Cuando pienso que no hay jabón, me da igual que te llames David o Daniel. Esa manera en que pasamos de Arquímedes a los nombres bíblicos me deja claro lo maltrecha que está la policía política. Es como cambiar la penicilina por el culto del domingo. Y eso es exactamente lo que hemos hecho: abandonar el jabón por la fe. Aunque él nos había abandonado antes. Nuestra orfandad es sistémica, pero la costumbre no es suficiente escudo ante el terror, Dios tampoco. Así que cuando pienso que no hay jabón, ni vitamina C, ni alcohol, tampoco pienso mucho en Luis Manuel. Es más, leí que Claudia le llevó jabón y como está aislado puede que se salve de este nuevo fin del mundo. Ay, Dios. ¡Está aislado! ¿Tendrá coronavirus?

Eso no me quita el sueño. El jabón si. No en pompas, los poetas pueden abstenerse. Pienso en barras de 500 gramos, en papeles de colores, en dibujos botánicos, en nombres franceses e italianos. Esos jabones que huelen a paredes de cerámicas azules, a tardes soleadas bajo un bergamoto de Calabria, a rosa, a lavanda. En eso pensaba hace unas semanas, hasta que llegó el coronavirus a Italia. Me pregunto de qué les habrá servido tener tantos y tantos sapones. Eso es lo que yo llamo un pueblo malagradecido. Un pueblo que valora sus libertades individuales, pero no valora sus jabones, pierde el derecho a la protesta. El contagio se ha hecho inmanejable tras la falta de control y supervisión estatal, la movilidad constante y el turismo avasallador y desorganizado. Seguro nos cambiarían todo su jabón por los protocolos diseñados por los CDR. Y hablando de protestar, no puedo pensar en Luis Manuel, porque cancelé mi vuelo a Sicilia, y esa pequeña y privilegiada desgracia, ocupa ahora todo lo que mi encefalograma plano puede permitirse. Eso y el jabón.

¿Qué pasa cuando un pueblo enérgico y viral llora sin jabón? No lo sé, nadie habla del jabón. Es tan insignificante, tan cotidiano, tan sólido, tan básico, tan no básico, tan dirigido. Los cubanos estamos resignados a lo dirigido, ese juguete, esa limosna de mínimas garantías que constituye la base psicológica de nuestra infantilización. En ese intercambio simbólico con el estado nos comportamos más como un círculo infantil, que como ciudadanos de un país. Lo que si nos interesa es la épica. No hay épica en el jabón. Lo que sí hay en el jabón es eficacia, lo dice la OMS todos los días, desde hace dos semanas. Si te lavas las manos continuamente con agua y jabón es muy probable que disminuyan las probabilidades de contraer bacterias y virus como el COVID-19. Tienes que lavarlas entre 45 y 60 segundos, la medida es que puedas cantar dos veces feliz cumpleaños. Menos de lo que inviertes en un post en redes sociales. ¿Qué son 45 o 60 segundos lavándote las manos, si con eso te garantizas la vida? Por cierto: ¿cuántas ‘pastillas’ de jabón gasta una persona en dos años? ¿Y en cinco? Definitivamente son más jabones que cumpleaños.

Los cubanos sabemos poco de eficacia, porque sabemos muy poco de jabones. La eficacia implica un alto nivel de coherencia y responsabilidad, pero sobre todo implica decisión, radicalidad. Las materias primas con las que se hacen los jabones son radicales. La sosa cáustica, por ejemplo, no hay que explicarla. Hay tanta literatura contenida en su solo nombre. Sin embargo, el jabón como producto es anodino, lo interesante en él es la materia y sus protocolos. Por tanto, cuando se vuelve objeto de análisis, la conversación constantemente se desvía y terminamos por confundir el compromiso higiénico con el ideológico, como si la política supiera algo de asepsia. Nadie escribe una carta pública para exigir jabón, al gobierno quiero decir, porque hacia Miami hay una gran tradición en ese tipo de correspondencia. Como la del arte cubano de trabajar con la bandera, que es larguísima; por eso Luis Manuel hizo de todo con ella. Espero que haya tenido jabón para lavarla después, para mi eso zanjaría la discusión. Ahí tienen su bandera limpia y doblada en triángulo. Como nueva. ¿No es ese, acaso, el poder redentor del jabón? Somos un pueblo tan lleno de odio y tan falto de jabones.

Desde hace tres meses se viene registrando el desabastecimiento de productos de primera necesidad, y el jabón ha sacado a relucir su talante diplomático, pues medios oficiales e independientes han lamentado por igual su ausencia. Y ahora llegó el coronavirus y, con él, la aplastante certeza de estar huérfanos de jabón. Seamos honestos, ante esta pandemia esa es la única prioridad: lavarse y lavarse las manos. Los artistas en la isla viajan mucho, deben tener muchos jabones, lavarse bien las manos es lo de ellos. Me gusta la gente que entiende de prioridades. Y son muchos: Arquímedes, David, Daniel e incluso Luis Manuel. Pero no todos se bañan seguido, se les nota, hay gente francamente antihigiénica. En ese país que hay que bañarse mínimo dos veces al día, no hay espacio para más churre. Y que quede claro que a nadie aquí le interesan las metáforas. Para eso están las cosas grandes: los derechos humanos o la libertad (a secas, tan seca) sin agua y sin jabón.

Antes del jabón a mi lo único que me interesaba era el aguacate. Siempre digo que es un derecho humano: comer y comer aguacate hasta el hartazgo. Para comer aguacate hay que ser libre. Y el aguacate también: libre y democrático. No hay un jabón por la libre en Cuba ahora. Ni siquiera hay jabón ¿A Luis Manuel le gustará el aguacate? ¿Y el jabón, le gustará el jabón?

2 comentarios:

Miguel Iturralde dijo...

¡Buenísimo! recordé cuando estuve en Cuba en 2003, a los dos años de la muerte de mi padre, saliendo del museo que alberga el Castillo de la Real Fuerza, una empleada me siguió hasta la calle y me preguntó si no tenía aunque fuese una pastillita de jabón, de esas que ponen en los cuartos de baño de los hoteles, que le regalara. Saludos.

Realpolitik dijo...

No hay problema, al menos para la izquierda iluminada. Si el pueblo no tiene jabón, por no hablar de agua, que se conforme con medicina (tercermundista) “gratis.” Total, si se trata de indios con levita, aunque ya de levita sólo queda la remota memoria.