martes, 2 de septiembre de 2025

Dos nadas


En estos días se cumplen 40 años que entraba en la Universidad de La Habana, en la facultad de Filosofía e Historia. Para mí en lo esencial es la fecha de inicio de cuatro décadas de amistades, unas más constantes que otras, todas entrañables, extrañables. La más persistente de ellas ha sido que he mantenido con Francisco García González, caimiteño de pro, montrealés de adopción, ahora convertido en uno de los grandes narradores cubanos de todos los tiempos con una docena de libros a sus espaldas. Y un puñado de guiones que han sido llevados a la pantalla grande y en los que, no importa lo que los directores hayan hecho con ellos, siempre laten la imaginación desbordada de Franki y la gracia con que la expresa.

Pero en aquel inicio de septiembre de 1985 no habia nadie que nos leyera el futuro. Que nos dijera que tendríamos una criatura juntos (el libro Leve historia de Cuba), que daríamos tumbos por el mundo o que nos haríamos una foto como esta en Kingston, Canadá, en 2009 durante la penúltima escapada de Franki de la isla. (De mis años universitarios no conservo la más miserable foto, si es que alguna vez tuve alguna). Daba igual lo que nos hubiera advertido el oráculo más preciso. No lo íbamos a creer. Y aunque lo hubiéramos creído no habríamos entendido nada. ¿Quién a los 17 años míos o a los 21 de Francisco entiende lo que va a ser su futuro? Todo lo que hubo ese día fue suspicacia de mi parte (“qué cara de asesino tiene ese tipo”) y generosidad de la suya. Y eso, sospecho, es lo que hay siempre en los inicios de una buena amistad: sentimientos encontrados hasta que en algún punto sentimos alinearse los afectos como los pernos de una cerradura que abre cierta puerta que no se cerrará nunca más.

P.D: La foto es de Ana Belén Martín Sevillano.

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