Turcos en la niebla, de Enrique del Risco, es mucho más que una novela: es una summa desilusionada del exilio cubano. Del Risco ha hecho de ese tema la esencia de su obra, con Siempre nos quedará Madrid, ¿Qué pensarán de nosotros en Japón? o, incluso (pero ese ensayo fue pensado antes de su partida), Leve historia de Cuba. Algunos críticos hablan de “primera novela” pero esta última producción es tan difícil de clasificar como sus anteriores. Y eso es digno de elogios, ya que su escritura es una de las menos convencionales de la literatura cubana actual.
El libro parte de una anécdota trágica: un cubano exiliado en New Jersey, Wonder Recio, se atrinchera, armado, en su taller porque las autoridades pretenden confiscárselo. Una simple historia de impagos como hubo miles, debido a la crisis de los subprimes y sus consecuencias. Aquí se trata de un mero olvido, simplemente porque Wonder tenía la mente en otra parte, en sus problemas personales, de pareja, y en Cuba, por supuesto. De ahí transmite su triste historia en directo, por medio de Facetime. A su alrededor gravitan tres personajes que vienen de la isla: Eltico, el socio fiel, British, profesor de Historia del Arte en la universidad, y Alejandra, su novia hasta poco antes de los sucesos, una “psico-argentina”, cubanizada por haberse refugiado sus padres en el “paraíso” socialista durante la dictadura militar del general Videla y compañía. Voces, más bien, que van alternando sus relatos, cruzándolos unos con otros, hasta el punto de dar una unicidad al conjunto, confundiendo sus nostalgias pasadas y sus esperanzas en el exilio. Una pandilla que recuerda a otras famosas en la literatura, de mosqueteros o de tigres. Sólo que sus integrantes no están en su elemento natural, La Habana, sino a orillas del río Hudson, a poca distancia de Manhattan, centro alrededor del cual gravitan. New Jersey puede ser un lugar tan literario como New York, donde se pueden esparcir a la vez la comedia y la tragedia. Véase la obra de Philip Roth, particularmente la última novela que escribió, Némesis.
Los Cuban-Americans de Enrique del Risco son como los judíos americanos de Roth, Portnoy o Nathan Zuckerman o Bucky Cantor: viven en un limbo. Sus actos y sus herencias son incomprensibles para los demás americanos, los que los rodean, y de los cuales no obstante parecen tan alejados, porque llevan consigo unas vivencias, casi como una religión, incomprensibles por los demás. ¿Cómo explicar la paranoia, la de la vigilancia, la que Del Risco supo compilar con tanto éxito en El compañero que me atiende, y de las traiciones, inherentes a un exilio de… ¡seis décadas! Nadie que no sea cubano es susceptible de entender lo que significa el mayor enemigo de su libertad: el tiempo.
Hay otros libros críticos sobre los exilios latinoamericanos, por ejemplo El jardín de al lado, del gran novelista chileno José Donoso, muy criticado en su época (los años 80) por haber desdibujado un retrato nada complaciente de sus compatriotas desterrados. No es fácil ir contracorriente, no mostrar a los que tuvieron que abandonar su país bajo un prisma compasivo o heroico. Nadie se salva en este retrato sin concesiones, donde los padres, incluso los más valientes, dejan de ser modelos a los que tendrían que imitar los hijos en una lucha que ya no es la misma. Nadie, excepto una figura: la de un expreso político, apodado “El Cenizo”, en la que se puede reconocer a Jorge Valls, quien tanto impacto produjo en Enrique del Risco (y en mí), quien a pesar de haber pasado más de 20 años en la cárcel, o precisamente por ello, pudo llegar a ser un maestro inconformista, esotérico a veces, para los que tuvimos la oportunidad de conocerlo en su periodo de libertad, hasta su muerte, que sobrevino poco antes de la de Fidel Castro, a quien él se negaba a nombrar (demasiado se había hablado de él).
Pero hay otros parecidos al Comandante en jefe regados por el mundo, incluyendo al padre de una joven paciente de Alejandra, tan tiránico como él, y que viene a ser nombrado, por pura metonimia, con el seudónimo de Fidel Castro. Enrique del Risco cree, como el difunto dramaturgo y titiritero René Ariza en el documental Conducta impropia, de Néstor Almendros y Orlando Jiménez-Leal, que lo peor es “el Castro que cada uno tiene dentro”. La trama abarca un largo periodo, como es natural, y casi todas las temáticas contradictorias (demasiadas, tal vez) de nuestra diáspora. Llega hasta la muerte del Innombrable, pasando por el paréntesis del acercamiento entre Barack Obama y Raúl Castro (clausurado por la elección de Donald Trump), tan esperado por los americanos que rodean al grupito de cubanos, a los que estos no pueden siquiera intentar responder con su propio escepticismo, porque para los que no han vivido el castrismo en carne propia significaba el final del enfrentamiento y, casi casi, la libertad. Esa vida está ritmada por las crisis migratorias, la del Mariel en 1980 o la de los balseros de 1994, consecutiva al “periodo especial” que vuelve una y otra vez como una obsesión para el grupo. Y también por acontecimientos mundiales como el 9/11, el 11 de septiembre de 2001, el que esos jóvenes han tenido que padecer, como americanos que se han vuelto a fin de cuentas.
La literatura de Enrique del Risco se caracterizaba por una mirada irónica, sarcástica, divertida, sobre la historia de Cuba, contemporánea o no. Con el pasar de los años ha adquirido otra dimensión, más dura pero imprescindible. Turcos en la niebla se aleja de la inmediatez de lo cubano para ofrecer las primicias de una saga que no tiene fin: la de unos beautiful losers, todos los protagonistas de este relato, cuya conclusión es sorprendente, en los cuales todos nos podemos reconocer, de una manera o de otra. Este libro es nuestro, de todos los exiliados, de todos los países, de todos los continentes.
*Reseña aparecida originalmente en Zenda Libros
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