En el 2007 mencionaba en estas mismas páginas los resultados de una investigación sobre la composición genética de Cuba. En dicho estudio se afirmaba que había “en el código genético nacional un 73,8 por ciento de herencia caucásica, es decir europea; un 16,8 por ciento de africanos y un 9,4 por ciento de indocubanos y asiáticos”. Llamaba la atención sobre todo la cifra referida a los indocubanos -en aquel entonces indistinguibles genéticamente de los asiáticos: luego de los libros de historia hubieran decretado su extinción a manos de los conquistadores una investigación venía a demostrar su persistencia genética. El relato tremebundo del exterminio indígena debía dar paso a uno más cercano a la realidad. Uno en el que los indígenas amén de ser masacrados por la espada pero sobre todo por las enfermedades más que desaparecer del todo terminaron fusionándose con los conquistadores. Sobre todo teniendo en cuenta que estos últimos eran abrumadoramente del sexo masculino y con escasa vocación por la castidad.
Ahora veo que sendos estudios, uno de 2014 y otro de este año vienen a confirmar y clarificar los hallazgos del 2007. En el del 2014 realizado entre un grupo de 1019 personas procedentes de todas las provincias cubanas dejó establecido que el origen genético de estas era un 72% europeo, un 20% africano y un 8% indocubano y asiático. El estudio del 2018, aparecido en la revista Nature, fue realizado entre 860 individuos y da resultados más específicos. Esta vez consigue separar la presencia genética asiática de la indocubana cifrando la primera en un bajísimo 2.5%. También se concluye que las provincias orientales tienen como promedio más presencia genética africana (26%) e indígena (10%) que el resto de las provincias que tienen una proporción genética del 17% para la africana y 5% para la indígena.
Estas investigaciones niegan de hecho el relato del exterminio absoluto de la población indígena y la composición étnica cubana exclusivamente de europeos, africanos y chinos. Estos resultados me parecen consistentes con la historia cubana, con sus flujos migratorios y explican montones de fenómenos que el relato oficial dejaba sin respuesta: desde la persistencia de ciertos rasgos fisonómicos y prácticas gastronómicas acentuados en las provincias orientales hasta el uso de vocablos y toponimia de origen claramente indígena por todo el país. No se trata de volver al siboneyismo del siglo XIX pero sí de reescribir ese cuento que explica el pasado cubano como un borrón y cuenta nueva donde el borrón son precisamente los aborígenes. Se trata de evitar que el exterminio parcial que sufrieron aquellos taínos y guanahatabeyes en el siglo XVI no sea completado por el exterminio que sufrieron a manos de nuestros intelectuales en el siglo XX y que todavía repetimos impulsados por una conveniente inercia.
Ahora veo que sendos estudios, uno de 2014 y otro de este año vienen a confirmar y clarificar los hallazgos del 2007. En el del 2014 realizado entre un grupo de 1019 personas procedentes de todas las provincias cubanas dejó establecido que el origen genético de estas era un 72% europeo, un 20% africano y un 8% indocubano y asiático. El estudio del 2018, aparecido en la revista Nature, fue realizado entre 860 individuos y da resultados más específicos. Esta vez consigue separar la presencia genética asiática de la indocubana cifrando la primera en un bajísimo 2.5%. También se concluye que las provincias orientales tienen como promedio más presencia genética africana (26%) e indígena (10%) que el resto de las provincias que tienen una proporción genética del 17% para la africana y 5% para la indígena.
Estas investigaciones niegan de hecho el relato del exterminio absoluto de la población indígena y la composición étnica cubana exclusivamente de europeos, africanos y chinos. Estos resultados me parecen consistentes con la historia cubana, con sus flujos migratorios y explican montones de fenómenos que el relato oficial dejaba sin respuesta: desde la persistencia de ciertos rasgos fisonómicos y prácticas gastronómicas acentuados en las provincias orientales hasta el uso de vocablos y toponimia de origen claramente indígena por todo el país. No se trata de volver al siboneyismo del siglo XIX pero sí de reescribir ese cuento que explica el pasado cubano como un borrón y cuenta nueva donde el borrón son precisamente los aborígenes. Se trata de evitar que el exterminio parcial que sufrieron aquellos taínos y guanahatabeyes en el siglo XVI no sea completado por el exterminio que sufrieron a manos de nuestros intelectuales en el siglo XX y que todavía repetimos impulsados por una conveniente inercia.
2 comentarios:
Cuando fiñe en el primer lustro de la década del 60 recuerdo un libro de geografía social, que no puedo asegurar si era un libro de texto escolar "oficial" porque era de encuadernación y papel muy buenos (ya usábamos las libretas de papel de bagazo). El libro contenía fotos de personas que vivían en pequeños y remotos poblados de la bella región oriental de la Isla, cuyas fisionomías denotaban una marcada influencia indígena. De hecho, el libro los mostraba como evidencia de la presencia de descendientes indocubanos cuando se imprimió. Y bueno, ahí está el Mulato Lindo de Banes, que era más indio que otra cosa. Saludos.
Yo me acuerdo de ese libro. Y lo recuerdo sobre todo, porque mi madre me lo regaló orgullosa como una prueba de que por el lado de su familia (toda de Holguín) tenemos una ascendencia aborigen súper importante. De hecho en el libro, al final, ponen fotos de holguineros contemporáneos para compararlas con los bocetos anatómicos de aquellos nuestros antepasados aborígenes.
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