jueves, 19 de julio de 2007

Duanel Díaz sobre Heberto Padilla


Padilla, la poesía, la historia

“¿Puede la poesía aproximarse a la política sin comprometer definitivamente su calidad o su autonomía?”: vale la pena pensar en esto. Pablo de Cuba, que tiene todo el derecho a cuestionar la calidad poética de Padilla sin ser acusado por ello de castrista, supone que no, cuando afirma que su promiscuidad con la política fue en detrimento de la poesía del autor de Fuera de juego, y que esta posee escaso valor más allá de aquella coyuntura de la que el nombre del poeta es inseparable. Yo, por mi parte, respondo afirmativamente a la pregunta de marras. Sobran los ejemplos: Brecht, Auden, Pound, por poner los tres que ahora se me ocurren. Desde luego que Padilla no es poeta tan grande como estos, pero es bueno no perder la perspectiva. Apreciado en su contexto, parece evidente que Padilla es uno de los grandes poetas cubanos de la etapa posterior a 1959. Ahí está el antológico “Infancia de William Blake”, incluido en El justo tiempo humano, y si es cierto, como recuerda Hernández Busto, que hay en ese libro poemas apologéticos, no lo es menos que la gran mayoría de los mejores poetas cubanos de las últimas décadas los han tenido tanto o más que Padilla. Mientras los otros buenos poetas de su generación -Retamar y Fayad Jamís- continuaron maquillando con sus versos a la dictadura castrista, él escribió Fuera del juego.
“El último vate murió en 1914”, dijo allí, manifestando una aguda conciencia de la tensión entre poesía e historia en que se debate la modernidad. Si su antagonista Lezama quiso resolver esa tensión afirmando la capacidad integradora, redentora y profética de la poesía, Padilla, como Piñera, se mostraba conciente de aquella pérdida del aura que, en un célebre poema de Baudelaire, constituye simbólicamente a la desdichada conciencia moderna. Para este poeta que no es ya un vate asumir una historia donde la utopía se convierte en pesadilla -esa historia que es en buena medida la historia del siglo- será colocarse enfáticamente “fuera del juego”. Testimoniar la fascinación de los escritores del Este europeo por las capitas de nylon y los artículos de consumo procedentes del otro lado de la “cortina de hierro”; el sacrificio que en su nombre, el de la Historia con mayúsculas, se les exige a todos los ciudadanos; la opresiva situación donde los poemas se vuelven peligrosos.
En aquellos versos Padilla, a su pesar, fue profético. “Levántate, miedoso, -había escrito – / y vuelve a tu agujero como ayer, despreciado, / inclinando otra vez la cabeza, / que la Historia es el golpe que debes aprender a resistir. / La Historia es este sitio que nos afirma y nos desgarra. / La Historia es esta rata que cada noche sube la escalera. / La Historia es el canalla / que se acuesta de un salto también con la Gran Puta”, y él fue el miedoso en Villa Marista; él debió inclinar la cabeza ante los comisarios en la UNEAC; en su persona la poesía y la inteligencia fueron humilladas por el tirano.
Su célebre discurso de autocrítica marca con el no menos célebre de Castro en la Biblioteca Nacional los límites de toda una época: entre esos dos discursos, alfa y omega, síntoma y cumplimiento, advertencia y castigo, transcurrió, con la espada de Damocles en la cabeza, toda la literatura cubana de los sesenta. Dicho de otro modo: entre las “Palabras a los intelectuales” y el mea culpa de Padilla -que fue el mea culpa de los intelectuales, pues el poeta fue obligado a representar (auto)críticamente a todo el gremio- se jugó una partida entre las armas y las letras que estaba ganada por las primeras desde el principio. Con su famoso dictum el discurso de Castro estableció un margen cuyo paulatino estrechamiento condujo al discurso de Padilla: si en 1961 el Comandante decía que la situación cubana nada tenía que ver con Stalin, por lo que era preciso olvidar el fantasma del estalinismo, diez años después en la grotesca autocrítica de Padilla ese fantasma se presentaba con la fuerza de las evidencias. De aquellas reuniones clausuradas por Castro surgió la UNEAC, y fue justo allí, en la vieja casona del ahorcado, que el mea culpa del poeta evidenció la naturaleza policíaca de la institución presidida por Guillén.
Si se acepta, con Retamar, que la Revolución cubana abrió la literatura a la oratoria y el testimonio, habrá que aceptar que el discurso de Padilla constituye una de las piezas fundamentales de nuestra literatura revolucionaria. A fuer de caricaturesca, esa autocrítica donde el poeta reconoce su abyección y agradece a la Seguridad del Estado es toda una denuncia, la única denuncia posible; lo que en un primer nivel de sentido es una apología, en un segundo que no escapaba a nadie con un mínimo de lucidez, constituye justamente lo contrario. Con su discurso hilarante y conmovedor Padilla ponía a uno de los polos de la escritura panfletaria a significar el otro, burlando así magistralmente al poder totalitario, en una revancha de las letras que evidenciaba cuánto de pírrica tenía la victoria del estado totalitario. Al jugar el difícil papel del Galileo brechtiano, el poeta brindó la ocasión para que un buen grupo de intelectuales de izquierda, ya descontentos del rumbo de los acontecimientos en Cuba, rompieran públicamente con el régimen de Castro. Aun cuando su poesía fuera mala –que no lo es-, a Padilla hay que agradecerle eso –que no es poco.
Y hay que volver a la pregunta inicial, para responderla desde la coyuntura actual, tan diferente a aquella de 1971. Pues la separación de la política y la literatura, revolucionaria en relación con la total subordinación que establecía la escolástica marxista predominante durante los años setenta, puede volverse más bien conservadora en el contexto de una política cultural que ha tenido que adaptarse al brusco cambio de circunstancias de los años noventa. Ya se puede ser intimista, vanguardista, decadente, expresionista o absurdo, justo en la medida en que, desaparecido el antiguo contexto comunista, con ello el estado pretende adquirir una cierta respetabilidad democrática mientras mantiene la prohibición original: “Contra la Revolución, nada”. Hoy que el hermético Lezama ha sido cooptado por las instituciones, Padilla, poeta brechtiano, sigue representando una poesía civil que ha de oponer la necesidad material a las sempiternas coartadas ideales o espirituales.
Duanel Díaz

6 comentarios:

analista dijo...

Buen comentario Duanel. mas, tengo una pregunta: ¿cómo se miden los poetas para determinar si es grande o pequeño? Que yo sepa, el poetómetro no ha sido inventado aún.

Muchos saludos

Anónimo dijo...

analista, la respuesta es simple: Los miden los intelectuales.

Infortunato Liborio del Campo dijo...

Analista depende del bando en que estés. (en lo político y en lo sexual) Aunque ciertamente en los últimos dos siglos han predominado los comunistas en el bando de los grandes poetas. Duanel pudo mencionar a Neruda, Luis de Aragón, Lorca o Paul Eluard, pero no son de su bando. Sin embargo menciona a Brecht, es decir todavía queda algo de bueno en él. jejeje.


Oye chico listo, yo leí Fuera del Juego hace sólo 5 años y para mi tenía la misma vigencia que hace casi 40 años cuando se publicó. Tienes razón no sólo era un buen poeta, sino un poeta con grandes cojones, los cojones de un poeta no se miden en las mazmorras de Villa Marista, sino frente a la hoja en blanco en la máquina de escribir.

Anónimo dijo...

infortunato, qué bien te quedó el comentario!

De un porrazo.

Anónimo dijo...

Analista pregunta cómo se mide la grandeza o el valor de la poesía. Yo, por tener unas cuantas décadas de vida, me sé bien la respuesta. Se mide con el tiempo y un ganchito.

Y no es un chiste o un decir. Ya yo he pasado por todas. ¿Quién se acuerda, p.e., de Rabindranath Tagore, que en sus tiempos era considerado la hostia? Hoy nadie se atreve a citar aquellos versos que parecen frases de almanaque, a no ser en las cursilerías que nos envían a cada rato por email.

Lo mismo cabe decir de la poesía coloquial de los años 60 y 70. Da grima releerla.

La posmodernidad se encargó de poner "en su lugar la poesía" conversacional y ñangaroide de esa época. La tiró a cacharro. Con pocas excepciones, entre las que descuella precisamente la de Heberto Padilla.

Sin duda que HP ha pasado la prueba de los cuarenta años, que ya es bastante. Digan lo que digan los chicos de la epistemología de la afocancia (de los que excluyo a Duanel como serio intelectual que no sigue el estilo de esa capilla que se imita a sí misma), ahí sigue Padilla, fuera de juego y más allá de su caso y su "justo tiempo humano".

¿Pasará también la prueba de los cien años? La respuesta la darán mis biznietos. PRECISA MENTE

Anónimo dijo...

Es muy facil torear desde las gradas y Padilla fue torturado en Villa Marista dirigido expresamente por el ASNOCASTRO y la carne es debil asi que habia que ponerse en sus zapatos.... y luego hablar