sábado, 19 de julio de 2025

Rumbo al aeropuerto



Rumbo al aeropuerto, el taxista con músculos de policía me pregunta por ICE. Es el latiguillo de casi todos los españoles con los que me encuentro. Los hace sentirse generosos con la inmigración, superiores espiritualmente a esos bárbaros americanos que deportan inmigrantes a punta de metralleta. El taxista se muestra ufano de casi todo: de su origen castizo, de las generaciones de madrileños que se acumulan en su ADN, de su novia venezolana que amenaza con contaminar tanta pureza, de la generosidad migratoria española en comparación con la reciente mezquindad norteamericana.

Dejo que el taxista se regodee con los argumentos previsibles: con quienes contará Trump para cosechar tomates; o quiénes trabajarán en las fábricas que pretende reabrir gracias a la guerra de aranceles. (“Aquí a los inmigrantes se les detiene pero no se les apunta con un fusil en la cabeza”, recalca). No le digo que hace décadas me marché a los Estados Unidos luego de que el país de mis bisabuelos se negara a ofrecerme cualquier viso de legalidad mientras, en cambio ese donde ahora impera ICE me acogió con la generosidad de la que ahora reniega. Aquella época que terminó apenas hace unos meses parece tan lejana que no tiene sentido evocarla ahora que Trump ha convertido a la nación que preside en símbolo de mezquindad migratoria. En cambio los castizos taxistas madrileños le agradecerán al presidente estadounidense el poder ufanarse sobre la superioridad moral española como no lo hacían desde que la flota del almirante Cervera fuera hundida a la salida de la bahía de Santiago de Cuba.

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