El grunge -esa
ola que nos trajo a Nirvana, Soundgarden, Pearl Jam, Alice in Chains, Stone Temple
Pilots y unos cuantos más a inicios de los noventa- fue la última versión del
rock que escuché con asombro y alborozo. Y aunque ya el rock en Cuba no gozaba
del aire clandestino que lo rodeaba en los 70 de entrada teníamos que resignarnos
a grabaciones casi siempre infames y a unos pocos minutos en un programa
televisivo cuyo nombre -Colorama- exhibía de cuerpo entero el desfase que lo
había originado, el de una época en que el color en la pantalla chica todavía era
noticia.
Ya uno estaba
resignado a no escuchar grunge en vivo -todavía faltaba una larga década para
que Audioslave tocara en La Habana como si fuera lo más natural del mundo mientras
yo tenía la descortesía de no quedarme a esperarlos- y de pronto, un domingo
por la tarde nos encontramos con Joker en el patio de la Casa de la Cultura de
Plaza. (Sí, el mismo edificio que en su avatar anterior de Lyceum and Lawn Tennis
Club había sido testigo de la batalla a pedradas entre Lezama Lima y Virgilio
Piñera, entre otros eventos culturales no tan reseñables).
Joker era una
banda, que al fin, que nos ponía a bailar y dar brincos -por si se notaba la
diferencia- a los pelúos locales como mismo las otras, las que cantaban en
inglés, lo hacían con los pelúos que salían en Colorama con aquellas melenas a
las que incluso en la bruma de los televisores en blanco y negro se les
adivinaba mayor intimidad con el champú que las nuestras. Brincar sobre el
cemento calcinado del extinto Lyceum and Lawn Tennis Club era -como en aquel
chiste soviético en que un pobre diablo le aclara a la KGB que a quien están
buscando es al vecino de arriba- nuestra idea habanera de la felicidad y hasta
de la libertad.
Ahora descubro que Joker no solo me alegró aquella tarde dominical sino que además se tomó el trabajo de dejar atrás unas cuantas grabaciones antes de desaparecer sin penas ni glorias, como le correspondía a cualquier banda de rock patrio no subvencionada por el prestigio oficial. Y yo, que he sufrido tantos chascos revisitando placeres de aquellos años, descubro que incluso sin el doping del calor el hambre y la desesperanza de aquellos años los de Joker no suenan tan mal. Si no están a la altura de aquel recuerdo glorioso al menos suenan mejor que aquellos diálogos de Eliseo Subiela con sus lados oscuros del corazón y sus hombres mirando hacia algún punto cardinal que alguna vez creímos profundos y que, vueltos a escuchar, descubrimos que, si alguna profundidad revelaban, era la de nuestra idiotez de entonces.
Gracias Joker.
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