Terrible amanecer con la muerte. Con la noticia de la muerte de un amigo quiero decir. Hacía treinta años que no veía a José Tellez, El Enano, pero a falta de una ofensa imperdonable, El Jose, sin acento, es de esa gente a la que tienes por amigo hasta el fin de los días.
Lo conocí como parte de Los Hepáticos ese grupo fantástico donde estaban Omar Franco, Otto Ortiz, Luis Simpson, Carlos Vázquez (Rikimbili) y El Jose. En medio de la sofisticación que imperaba entre los grupos teatrales de humor de la época (La Seña, La Leña, Nos-Y-Otros, Salamanca, Onondivepa, La Piña, Lengua Viva etc) Los Hepáticos preferían un humor más popular, más directo pero igual de inteligente. El sketch de “Los guapos” de Otto y Omar hizo época en aquellos espectáculos en el Carlos Marx a finales de los ochenta a donde los humoristas acudían a entretener al público pero también a ponerse a prueba y deslumbrar a sus colegas.
Luego de la marcha de Omar y Otto del grupo Los Hepáticos se mantuvieron en esa élite del humor teatral cuyo escalafón no aparecía publicado en ningún sitio pero todos los que pertenecíamos al mundillo revisábamos con celo. Un gesto, una exclamación después de cada presentación, la elocuente telegrafía de las cejas, equivalía a un pulgar hacia arriba o hacia abajo en el coliseo romano: “Estos sí”, “estos no”. Los Hepáticos siempre fueron “sí”. Todavía recuerdo de esa época un chiste de Carlos que ya no lo es: “Cuba pertenece al Tercer Mundo con grandes posibilidades de pasar al Cuarto”.
En un principio las apariciones de El Jose en escena eran menores (no pun intended) pero efectivas. A la corrección de las maneras le faltaba décadas por llegar al teatro pero las rígidas reglas del ICRT censuraban la aparición de un enano en pantalla porque supuestamente promovería la burla a los defectos físicos. Jose debía conformarse con exhibir su talento en los escenarios y Los Hepáticos no se cortaban para usar a un enano que le bastaba pararse en el escenario para arrancarle carcajadas al público. Hasta que un día en el teatro Mella El Jose salió solo a escena para soltar un monólogo que nadie esperaba, el de la tragicómica existencia de alguien como él. Alguien a quien la mayor parte de las veces veían más como un protecto de persona. Todas las carcajadas que desató aquel monólogo no bastaron para disimular el estremecimiento de entender que, chistes aparte, El Jose nos hablaba con el corazón en la mano de heridas y humillaciones reales. Ni impidieron que nos metiéramos en su piel de enano negro. No creo que luego de ver ese monólogo con aire shakespereano -como el de Shylock en El mercader de Venecia en versión de enano habanero- alguien siguiera viendo a El Jose -o a los enanos en general, fueran actores o no- del mismo modo.
Ya en mis últimos años habaneros entablamos una relación más cercana. Carlos y Jose buscaban renovar el repertorio del grupo y fueron a visitarme a La Víbora donde vivía con Eida. O alguna vez los fui a ver a una termoeléctrica donde trabajaban como técnicos con uniforme y una seriedad que no haría sospechar que su verdadera vocación era hacer reír.
No perteneciendo a la plantilla de ningún grupo no era extraño que buena parte de estos en algún momento me pidieran algún texto para representar. Lo distinto fue el tremendo agradecimiento que me mostraron Carlos y Jose cuando les escribí un par de sketchs (creo que uno iba sobre un circo romano y otro sobre un juego de pelota ¿o eran uno los dos?) ese agradecimiento que distingue a la gente bien nacida y bien criada -disculpen el anacrcronismo- del resto. Carlos, al notar que colábamos el café con un calcetín viejo al rato nos trajo una cafetera italiana. Hablo de la época más oscura de la república de Cuba hasta que la de ahora mismo le ganara en oscuridad, cuando la entrega de una cafetera era el equivalente medieval de regalar medio reino.
Pero El Jose subió la parada. Se apareció nada menos que con un cake hecho por su madre cuyos ingredientes bien podían equivaler a meses de racionamiento. Solo que El Jose no contaba con una cosa: hacía semanas que Eida y yo llevábamos separados. “Cuando se lo dije se puso más chiquito de lo que era” me contó Eida por teléfono. Hacía rato que yo había aprendido a medir a la gente más allá de su estatura. Gestos como ese, un cake en medio del apocalipsis, son el mejor epitafio de cualquiera.
No volví a ver a Jose desde aquellos días y ahora es tarde para agradecerle de nuevo lo mucho que me conmovió su regalo. Ahora, cuando la muerte debe haberlo encogido más que cuando se apareció en La Víbora con un cake en las manos, sobra todo lo que no sea el agradecimiento de haberlo tenido entre nosotros. Sobra incluso la última pregunta que tenía pendiente: Coño Jose, ¿por qué no contestas mis mensajes?
P.S. de Armando Tejuca: "Hoy estaba recordando algo que quizás olvidaste. En tus últimos días en Cuba me pasaste varios amigos. Nos veíamos con algún amigo y como si se tratara de una herencia me decías "tu sigue la amistad con este que ya me voy". Un día me llamaste y me dijiste que tenías el compromiso de escribir un monólogo para Tellez, "el enano" y que ya no te daba tiempo, me dejabas su teléfono y su amistad y el compromiso de que yo le escribiera algo. Y en unos días te piraste. Lo llamé y nos vimos dos o tres veces en varios lugares y me lo encontraba a cada rato y lo primero que hacía era preguntar por tí. Siempre en bicicleta. Comencé a escribir algo, Tellez era Hitler. Odiaba a los hombres imperfectos y a los negros. Escribí dos o tres párrafos para darme cuenta que me había metido en tremendo rollo. Aquello del racismo y el poder se me fue de las manos y preferí quitarme del humor escrito. O sea, tus herencias fueron amigos y de frente contra el poder. Cada vez que vi a Tellez después en tv o las redes recordaba aquellos días de bicicletas y Aquelarres. Sé cuánto le apreciabas y lo siento mucho. Un abrazo".
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