lunes, 13 de enero de 2025

El wokismo como religión

 


Hace rato el wokismo dejó de ser ideología nebulosa para convertirse en religión hecha y derecha bajo la que vivimos todos. No como religión oficial de Estado pero sí de los medios de comunicación, centros de enseñanza y cualquier otro espacio de intercambio público. Una religión sin dios ni trascendencia, pero obsesionada, como los otros monoteísmos, con un absoluto, la inalcanzable justicia social, y empeñada en el diseño y edificación de un infierno bastante más accesible y real que su paraíso.

Independientemente de que estés convertido o no a la nueva fe debes dar cuenta de que no andas en pactos con el demonio de la incorrección. Dar todo el tiempo señales de beatitud para que no te confundan con los infieles practicantes del sexismo, el racismo, la homofobia o cualquier otro de los nuevos pecados capitales. Aunque no venga a cuento aludes esos pecados como antiguamente los católicos se santiguaban ante la mención del diablo.

Puede suceder que, por ejemplo, un periodista no encuentre mejor ejemplo para ilustrar una tendencia sociológica (como por ejemplo, cuando colisionan el mundo de tus amigos con el de tu pareja) con una comedia televisiva anterior a estos iluminados tiempos, una de esas que ahora sería inconcebible. Pues mencionamos la referencia pecaminosa, pero siempre advirtiendo nuestro horror ante los pecados que se cometían en la serie sin apenas pensárselo.

La serie es, por ejemplo, Seinfeld y entonces, para dar muestra de esa nueva conciencia a la que alude el término “woke” nos disculpamos de antemano como un monje de la Alta Edad Media se excusaría por mencionar a Aristóteles o cualquier otro filósofo o escritor surgido antes de las enseñanzas de Nuestro Salvador. O como los historiadores del castrismo temprano se sentían obligados, cada vez que en sus textos debían mencionar algún protagonista de los hechos que contaban que luego se había exiliado siempre hacían acompañar su nombre con un “(traidor)” o (“apátrida)” y así cubrirse las espaldas por haberse atrevido a mencionar a alguien borrado de la historia oficial.

En estos tiempos, en cambio, se hace notar que el material en cuestión está “dated”, que ha “envejecido mal”, que solo cabe en una conciencia entenebrecida por el oscurantismo pre-woke. Y se advierte de entrada: “Este capítulo se emitió en 1995 y se nota. La serie está plagada de chistes machistas, racistas y homófobos que es difícil que pasaran el filtro actual, pero también refleja situaciones cotidianas que siguen a la orden del día 30 años después”.

Y en esa nota -que se puede tomar como fórmula universal de disculpa ante el pecado de incorrección- brilla la conciencia woke en todo su esplendor. Por un lado aparece la conciencia de lo terriblemente viejo y ajeno que le resulta a la nueva religión todo lo producido antes de su advenimiento. Por otro, que por muy iluminadora que resulte la nueva religión en la consecución del Bien absoluto de la justicia social no sirve para explicarlo todo. O más bien no sirve para explicar nada que escape a los rígidos moldes en que el wokismo trata de ajustar el mundo, que es casi todo. Porque, a fin de cuentas, nuestra humanidad no ha cambiado tanto como pretendemos. Eso sí, ahora somos bastante más hipócritas que antes.

 

Enrisco, entre la libertad y el poder*


Por Jorge Fernández Era

Pérdida y recuperación de la inocencia es de esos libros que hacen cambiar la percepción de la literatura, el humor y la frontera que suele construirse entre ambos. Lo publicó en 1994 alguien que formó parte del movimiento humorístico surgido en los ochenta en las universidades cubanas. Hoy Enrique del Risco es el escritor que con más hondura e ironía analiza los entresijos de la política criolla en las últimas siete décadas. Así lo avalan, entre otros, su libro de artículos El comandante ya tiene quien le escriba (2003), el de memorias Nuestra hambre en La Habana, el de ensayos Historia y masoquismo (2023), así como las antologías El compañero que me atiende (2017) y otra en camino donde varios intelectuales ahondan en las influencias de la perestroika y la glasnost en el pensamiento cubano de finales del siglo XX.

¿Cómo funciona entre los humoristas el raro equilibrio entre ser gracioso y pesado?

Tú lo has dicho: es un equilibrio y los equilibrios siempre son complicados. No hay receta única ni permanente, pero para no caer en la pesadez hay que evitar los excesos y los lugares comunes. Hay que sorprender al espectador lo que te obliga a buscar la originalidad, incluso en los temas más manidos. Y sobre todo hay que respetar al público. Pensar que es tan inteligente o más que tú y tratarlo en consecuencia. Y saber usar la complicidad que tienes con tu público sin abusar de ella (el monólogo de El Bacán sobre Chipre es una demostración magistral de cómo usar esa complicidad). Siempre habrá público más tonto que uno, pero para ese no hacen falta los humoristas: se ríen con cualquier cosa.  

Después de tu icónico texto de hace más de treinta años "El humor entre la libertad y el poder", ¿quién de ellos tres ha cambiado? ¿Lo has hecho tú?

Lo de icónico no sé para quién pero algo han cambiado la libertad y el humor aunque el poder siga en el mismo sitio. El aquel texto decía que era parte de la lógica del humor enfrentarse al poder y arrebatarle espacios de libertad sin la cual el humor no puede existir. Por supuesto que tenía en mente, por una parte, a un poder totalitario como el cubano y, por otra, el humor que se ejerce en el espacio público. Porque en privado el humor nunca dejó de ser libre. (Recuerdo el primer chiste político que escuché: “¿Si choca el avión de Fidel con el avión de Raúl quién se salva? Respuesta: el pueblo”. Eso es bastante libre ¿no? Aunque el niño fidelista que yo era entonces no le agarrara la gracia de inmediato). Desde 1994, cuando apareció publicado el texto, el humor cubano ha conquistado amplios espacios de libertad. Y lo consiguió dentro del país, donde el poder ha tenido que resignarse a ver pasar por la televisión a Mentepollo o Pánfilo con su “Vivir del cuento”: posiblemente el momento más dulce del humor en su relación con el poder fue cuando Obama, el primer presidente norteamericano que visitaba Cuba en casi un siglo prefirió ir al set de “Vivir del cuento” antes que ir a rendirle pleitesía a Fidel Castro en Punto Cero, el centro del poder simbólico del totalitarismo cubano por entonces.

Ese poder también han tenido que resignarse a que tú sigas escribiendo, aunque hayas sufrido en carne propia su poco sentido del humor. Otros, supongo que con menos vocación de héroes, hemos preferido buscarnos la libertad por fuera de la isla (pienso en la legión de humoristas que llevamos décadas haciendo humor como Ramón Fernández Larrea, Pepe Pelayo, Alexis Valdés. El Pible, Garrincha o Lauzán a los que se han ido sumando una legión en los últimos años). Y lo mejor que hemos podido hacer es no usar libertad como disculpa para caer en la pesadez que es en definitiva tanto o más peligrosa para un humorista como el poder.

Encima ha ayudado mucho que la tecnología digital nos liberara en buena medida de la condena que separaba a los humoristas cubanos en adentro y afuera. Recuerdo hace ya un par de décadas al ver a Jorge Bacallao leyendo su texto sobre La Habana pensar en lo bueno que hubiera sido dejar constancia de todos los espectáculos que se hicieron en el Carlos Marx y en el Mella a fines de los ochenta y principios de los 90. O de las lecturas que hacíamos en la peña “Esperando por Gutenberg” Eduardo del Llano, Pedro Lorenzo y yo en La Madriguera. Esas posibilidades de la era digital han cambiado mucho las cosas; lo mismo acá podemos acceder a lo que hacen adentro por ejemplo en el espacio “La risa por delante” (donde por cierto, vi un monólogo de El Capitán 10 que me pareció muy bien pensado),  o a los cortos de Otto Ortiz, que a los magníficos espectáculos de la nueva versión de La Leña del Humor. Y desde allá también pueden mantenerse al tanto de lo que hacemos acá.

"El Comandante no tiene quien le escriba", y sin embargo tú lo haces.

Llevaba años sin escribir humor cuando retomé mi nombre de guerra como Enrisco para publicar columnas semanales en Cubaencuentro hacia el año 2000. En ese tiempo hacer el humor con la política cubana no era muy bien visto. En parte porque en el exilio se había impuesto un tono solemne para hablar de “la pobre Cuba mártir del castrocomunismo” y esas lindezas y en parte porque los humoristas salidos de Cuba desde los inicios de la Revolución se habían impuesto un “humorismo combativo” que es una contradicción en sí mismo. Tú te puedes burlar de una dictadura y de paso hacer que la gente le pierda parte del miedo o el respeto que inspira, pero de ahí a creerte que eres un “soldado de la risa” o cualquier otra metáfora bélica que se te ocurra va un salto peligrosísimo. El mundo del enfrentamiento bélico y las metáforas que engendra está lleno de rigidez y la rigidez solo le puede servir a un humorista para burlarse de ella.

De ahí que, el mayor mérito que tuvieron aquellas columnas mías de Cubaencuentro -de las que una parte fue a dar al libro El comandante ya tiene quien le escriba- junto a las cartas de Ramón Fernández Larrea y la irrupción apoteósica de Lauzán con su Guamá, fue cambiar la percepción que se tenía de que el humor político del exilio debía ser tan acartonado como el que se hacía en Cuba solo que cambiando al Tío Sam por Fidel. Porque si en algo estaban de acuerdo el castrismo y el anticastrismo era en que la política era asunto serio. Sin embargo, como dice Woody Allen la comedia es tragedia más tiempo y nosotros habíamos vivido demasiado tiempo en Cuba como para darnos cuenta de que por muy macabro que fuera el sistema en el fondo era una farsa.

Los que empezamos a hacer humor con la política en aquellos años queríamos ser libres no solo como personas sino también como humoristas y esa libertad creativa que buscábamos se reflejó en lo que hacíamos. En mi caso también ayudó que yo no esperé a salir de Cuba para hacer humor político. Al menos en lo que al humor se refiere, al salir de Cuba ya era libre. La diferencia fue que en Cuba a Fidel me refería como “presidente” y ya fuera le pude llamar “comandante”.

Es un axioma el que un chiste no puede ni debe explicarse. ¿Puede explicarse Cuba?

Desde el punto de vista de la geografía es facilísimo. Pero si con “Cuba” no te refieres solo al archipiélago mayor de las Antillas sino al régimen que impera en allí Aquello es una broma pesada (recuérdese que en 1959 Fidel Castro tuvo la ocurrencia de ofrecer “libertad con pan”), un mal chiste que solo consigue que se le tome en serio por la vileza local y la estupidez extranjera. O también viceversa.

*Publicadas primero en 14ymedio presento aquí la versión íntegra de las respuestas que le enviara a mi colega y amigo Jorge Fernández Era.