lunes, 22 de agosto de 2022

Nota a nota, sin dolor

 


Vale la pena ver el documental Nota a nota sin dolor por más de un motivo. El más obvio es el de repasar la vida del músico y compositor Alejandro Frómeta, alguien a quien es difícil exagerarle sus talentos y al que los que lo hemos conocido nos sentimos inevitablemente en deuda. Fue él uno de los principales responsables de que aquella juntamenta semanal en la confluencia de las calles 13 y 8 en El Vedado empezara a tomarse a sí misma más en serio y trascendiera como lo que fue: uno de los gérmenes de la música y hasta de la cultura que vino después. Porque no se trataba solo de los que iban allí a mostrar sus creaciones sino del público que se agrandaba semana a semana atraído por esas voces distintas que le iban haciendo suyas.

El documental Notaa nota sin dolor también es necesario porque documenta como ninguno que haya visto hasta ahora el surgimiento y desarrollo de aquella generación que de no contar con tales testimonios es como si no hubiera existido nunca. En ese sentido las imágenes que comparte, milagrosamente salvadas de archivos personales, da una fe de vida de una generación que justo por su condición marginal, fue especialmente escasa en documentación gráfica. Siguiendo a su protagonista Alejandro Frómeta no solo en su actual vida en España sino de vuelta a Cuba podemos entender mejor el ambiguo legado de aquellos días: el de un grupo de músicos que le dieron un notable giro a una de las tradiciones musicales populares más relevantes del planeta -la cubana- y a los que por olvido o ignorancia no se les menciona lo suficiente. Esta generación de músicos -al que muchos creadores contemporáneos les deben muchísimo- fue, al decir de la musicóloga Elsida González Portal en el propio documental el germen de todo lo que vino después.

Esa vuelta a la raíz tan repetida en documentales similares en los últimos tiempos tienen en el caso de Nota a nota sin dolor un sentido pleno, elocuente. Frente al tono siempre cuidadoso y calmado de Frómeta al visitar la sede de la peña que les dio nombre contrasta la desfachatez de los funcionarios que no dejan al músico entrar a filmar en el interior del edificio. En lugar de sentirse honrados por su visita le cierran el paso. Por ignorar ignoran que tienen frente a sí una de las razones por las que ese rincón de la ciudad va a trascender alguna vez.

Cierto que al final del documental se resiente en algo el ritmo que había conducido la narración hasta entonces. Que se abusa de los tópicos del genio incomprendido, del triste destino del emigrado, de la lejanía sin paliativos. Como si no bastara la presencia y la palabra siempre sabia de Frómeta, la audición de su música, el impacto de sus letras. Pero ahí está ese documento en que el biografiado habla una vez más por tanto de nosotros y eso debe bastarnos.  

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