Cuenta Carlos Barral en sus "Memorias" sobre su primer viaje a La Habana en 1963:
"cuando estábamos libres de compromisos con ministros, viceministros y burócratas, Heberto [Padilla] me paseaba por las nuevas instituciones populares, desde asociaciones de escritores y artistas, residencias de becarios, aulas populares y esas cosas que se había inventado la Revolución, pero también con mucha malignidad, malignidad política, por las que testimoniaban el cambio, la apropiación popular. Recuerdo con mucho detalle una visita al que había sido elegantísimo club náutico de La Habana, convertido ahora en un inmundo balneario. El puerto se había transformado en un tómbolo sin dragar y disponía de unas instalaciones sucias y degradadas, que olían insoportablemente a orina y que la roña devoraba. Heberto estaba muy irónico aquella tarde, intentando explicarnos con ejemplos el costo de la reeducación del pueblo.
[...] La clase revolucionaria era en gran medida una capa intelectual y universitaria que aún tenía fresco el sacrificio de sus antiguos privilegios y que yo creo que en el fondo tenía la sensación de que los había cambiado por otros. Las casadas de Casa de las Américas -como las bautizaría más tarde José Agustín Goytisolo, quien afirmaba querer ser su gato- eran generalmente jóvenes damas de buena familia al servicio de una revolución que presentaban, seguramente sin quererlo, como moderadamente aristocrática"[...] La clase revolucionaria era en gran medida una capa intelectual y universitaria que aún tenía fresco el sacrificio de sus antiguos privilegios y que yo creo que en el fondo tenía la sensación de que los había cambiado por otros. Las casadas de Casa de las Américas -como las bautizaría más tarde José Agustín Goytisolo, quien afirmaba querer ser su gato- eran generalmente jóvenes damas de buena familia al servicio de una revolución que presentaban, seguramente sin quererlo, como moderadamente aristocrática"
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