Estas lecturas críticas de Virgilio Piñera son fundamentales para entender su itinerario literario y político, lejos del mito que nosotros hemos podido establecer sobre la figura del escritor quien, al confesar su miedo en 1961, se ha ido transformando en una suerte de héroe contra la política cultural del castrismo.
Los ensayos académicos contenidos en Noticias para Ulises nos obligan desde ahora a revisar nuestros juicios: Piñera, a pesar de haber sido ostracizado luego, mantuvo antes, en efecto, una actitud de sumisión, cuando no de complicidad temprana, con la política cultural del gobierno revolucionario.
Es eso lo que resalta del estudio contundente del escritor Enrique del Risco, titulado “Un breve rapto de fe”, contenido en el volumen coordinado por Gersende Camenen y Armando Valdés-Zamora. Enrisco, tal como se le conoce en los ambientes del exilio cubano, es a la vez novelista, autor, entre otras muchas, de la notable obra Turcos en la niebla, y humorista.
Pero aquí no tiene ganas de reírse ni de hacer reír a nadie. Su propósito es acabar con el mito de un Piñera que habría sido un crítico velado del castrismo, al menos durante los primeros años de la Revolución (hasta 1964, por lo menos). Nada de eso: por los escritos publicados en Cuba, que el también académico en New York University analiza sin complacencia alguna, el autor de Cuentos fríos se muestra vehemente con los escritores cubanos que no están dispuestos a seguir las consignas revolucionarias.
Piñera escribe lo siguiente:
Los así llamados escritores, no teniendo otra meta que las letras por las letras (meta muy respetable, pero invalidada de antemano por faltarle el respaldo de una realidad nacional) se hundían en su propia inseguridad.
Parece como si uno estuviera leyendo aquello del Che Guevara de 1965 en su panfleto El socialismo y el hombre en Cuba sobre el “pecado original” de los intelectuales por no haber sido lo suficientemente revolucionarios. ¿No es cierto?
Parece mentira. El crítico que había leído atentamente La mente cautiva del Premio Nobel polaco Czeslaw Milosz y había escrito sobre ese libro anticomunista, el dramaturgo que había acuñado la obra de teatro Los siervos, una bomba antiestalinista (antes de tener que retirarla de la edición de sus propias obras con la llegada al poder de la revolución castrista), se sumía en el fango del dogma, por puro oportunismo, para conseguir un puesto normalmente remunerado al principio y para ser nombrado, por obra y gracia de Guillermo Cabrera Infante, director de las Ediciones R.
Hay algo peor:
Una oda al tractor, o si prefieren algo más insólito, por ejemplo, una elegía a una tuerca puede ser una explosión poética tan efectiva como una explosión nuclear.
¡Qué estupidez! El realismo socialista de El Don apacible de Mijaíl Sholojov, de la película La línea general de Eisenstein, de la novela Tungsteno de César Vallejo, en aquellos años 60, época en que ya ni los soviéticos ni sus discípulos cubanos creían en eso, abriéndose a otras formas literarias y artísticas.
Pero hay algo todavía más indigno:
¿Y sabe lo que le espera por palabra incumplida, por acto no realizado, por impostura manifiesta y por engaño en descampado? Pues nada menos que el paredón. Es decir, el paredón del desprecio.
Aquí Piñera alude al “contrarrevolucionario”. Y pronuncia la palabra maldita: PAREDÓN. La misma que escribían entonces sus superiores en el diario Revolución, Carlos Franqui, y en su suplemento cultural Lunes, Cabrera Infante, en imperdonables llamamientos a los crímenes.
Sin embargo, Piñera, tal vez consciente de la posteridad que podrían alcanzar sus palabras, matiza su propósito al hablar solamente de “paredón del desprecio”.
Menos mal. Fueron tantos los escritores que pidieron la muerte de esa pobre gente inocente, condenada por los tribunales revolucionarios. Hasta el mismísimo Severo Sarduy, en su cuento “El torturador”. Es difícil concebir que seres tan dulces y pacíficos como Piñera o Sarduy se volcaran en esa violencia verbal, que traía o justificaba a menudo siniestras consecuencias: fusilamientos a mansalva.
Al leer este ensayo deslumbrante de Enrique del Risco, Piñera dejó de ser para mí Virgilio, aquel fantástico escritor del absurdo, kafkiano por antonomasia, disidente y rebelde, tal vez sin saberlo, homosexual sometido al odio y a la vindicta de los “hombres nuevos” del castrismo, el que expresaba su miedo, en un paradójico acto de valentía, ante el comandante en jefe Fidel Castro en la Biblioteca Nacional, en junio de 1961.
La desmitificación llevada a cabo por mi amigo Enrique me agrada sobremanera, ya que yo había realizado algo parecido con quien fuera mi maestro, Guillermo Cabrera Infante, atrayéndome terribles anatemas por su parte, ya que fue en vida de él, así como descalificaciones de todos los que, en el exilio, creían que no se podía cuestionar a personeros de la disidencia, so pretexto de hacerle el juego al castrismo.
Pienso, por mi parte, que son esos deslices iniciales los que han impedido la unidad de los exiliados, los de fuera y los de dentro también, ya que muchos de ellos tuvieron que sufrir de esos escritos insensatos, que sus autores intentaron ocultar. Enrique del Risco, con ese escrito, les rinde justicia a las víctimas.
Otro ensayo, más parcial, de este compendio, viene a confirmar esa extraña actitud de Virgilio Piñera: el de Gersende Camenen, que analiza una mínima correspondencia (dos cartas) con Severo Sarduy, ya residente en Francia, quien aún no había cortado sus lazos con la Revolución (nunca lo hará del todo, al menos públicamente).
Lo que podía unir a ambos escritores era el miedo a la persecución contra los homosexuales, puesta en práctica durante la “noche de las tres P” (de “proxenetas, prostitutas y pederastas”) que se abatió en 1961, entre otros, contra el propio Piñera, al que fueron a detener en su casa de Guanabo y que sólo fue liberado gracias a la intervención de personalidades revolucionarias de alto nivel.
Lo que resulta incomprensible es que el otrora tan lúcido dramaturgo se dejara embaucar por la mística revolucionaria. No fue capaz de entrever, a pesar de haber oído (y de habérselo contado a Sarduy) a la multitud gritar en una reunión “Hombres, sí; locas, no”, que se aproximaba el tiempo de la UMAP, esa sigla que significaba la instalación, sobre todo en la provincia de Camagüey, de verdaderos campos de concentración para homosexuales, católicos, adeptos de las religiones afrocubanas, fans de los Beatles y de Elvis Presley…
Piñera seguía firme en su ceguera, incluso después de un viaje por Europa, durante el cual tuvo la oportunidad de no regresar a Cuba y, sin embargo, regresó. De hecho, se puso a criticar violentamente a Sarduy, soltándole, en un francés malo (según Gersende Camenen a la manera del Père Ubu, el personaje de Alfred Jarry): “Paris, merde”.
Sarduy no le guardó rencor a Piñera. Llegó incluso a escribir un poema, que pasó a la posteridad, mucho más que sus despiadados ataques, titulado: “Pido la canonización de Virgilio Piñera”.
Finalmente, después de ese relativamente largo período tristemente revolucionario de Virgilio Piñera, nos quedan pocos testimonios. El más valioso es sin duda el de su amigo y discípulo, el gran escritor hoy exiliado, Abilio Estévez. El volumen de ensayos concluye con una fina entrevista a este último realizada por Armando Valdés-Zamora, en la que esboza un retrato literario de quien fuera condenado, al igual que José Lezama Lima, al ostracismo y a un relativo anonimato, hasta el año de su muerte, en 1979.
Los coordinadores de la obra realizan un trabajo de investigación académica nada pesado (al contrario de la inmensa mayoría de ellos), al negarse a descartar los elementos más molestos sobre su vida y su obra.
Entre las demás contribuciones, hay que señalar, entre otras, la del amigo alemán Christoph Singler, catedrático en la universidad francesa, sobre la huella de Franz Kafka en su escritura, así como las de los escritores cubanos exiliados: Gerardo Fernández Fe y Ernesto Hernández Busto, cuya propia obra ha recibido, a lo largo de los años, la influencia literaria y moral de Virgilio Piñera, al menos las más sugestivas, la de antes de la Revolución y la de la época del ostracismo.
Espero que su recepción llegue mucho más allá de los círculos académicos, ya que su objetivo es restablecer la verdad, aunque nos duela.
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