En la protesta frente a la Misión de Cuba ante la ONU del sábado pasado en apoyo a los perseguidos en la isla no había nadie más entusiasta que una perfecta desconocida. Debo aclarar que el mundo de los cubanos que participa en estas manifestaciones en estos lares no abunda en sorpresas. Las caras suelen ser conocidas y a las nuevas les toma un par de protestas hasta sentirse cómodas del todo. Esta no. La mujer en cuestión era rabia en estado puro, desfogándose contra la fachada de ladrillos que representa en Manhattan el rostro de nuestra dictadura.
Averigüé hasta enterarme que la desconocida había sido invitada por un amigo a quien le gustan los experimentos sociales. En este caso quería saber cómo respondería alguien que todavía reside en Cuba a una experiencia tan rara como protestar contra su gobierno. El experimento había sobrepasado todas las expectativas de mi amigo. Aquella señora gritaba como si le fuera la vida en ello, o mejor, como si en unos días no fuera a ser atendida en la aduana cubana por representantes del mismo gobierno contra el que protestaba en medio de Lexington Avenue. Pero nadie podía sacar mejores conclusiones del experimento que la propia desconocida quien en algún momento se giró para nosotros y dijo entre entusiasta y desoncertada:
-Yo no sabía que tenía tantas ganas de gritar.
3 comentarios:
Sí, hay muchos cubanos con ganas de gritar, dentro y fuera de Cuba, por muchas razones. La gran mayoría no lo hace porque lo estima sino peligroso inútil, como ponerse a gritar por estar harto de la miseria humana que pulula por doquier.
El "problema" con ese experimento es que después, al regresar a la prisión, se hace muy difícil no seguir gritando.
Ese podria ser uno de los logros de la revolucion: ser la primera potencia exportadora de gritos
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