"La gente ha renunciado a ser humanidad, a ser gente, decía el Cenizo. Ha renunciado a la libertad. A lo que no renuncian es a regresar al paraíso. Y allí no hay nada más peligroso que se pueda concebir que la libertad. La libertad, no el pecado, fue lo que nos expulsó del paraíso, al que sólo podremos regresar si renunciamos a ella. «El comunismo fue apenas el principio», dijo. Si antes fue la imposición de un grupito, luego lo va a pedir todo el planeta.
A gritos, como un bebé. Se van a sentar de nuevo al pie del árbol de la ciencia del bien y del mal con la cara más inocente del mundo. A esperar a que el maná —orgánico y sin colesterol— les caiga del cielo. Fingiendo que somos inocentes. Y puros. Eso es lo malo, decía. Porque al final no hay nada peor que el que aspira sin descanso a parecer puro, a ser puro.
«Por eso a los cubanos nos huyen como a la peste», comenté yo. «Como venimos del paraíso, para lo único que serviríamos era para aguarles la fiesta». «Hacen bien en esquivarnos», me respondió el Cenizo. «No es bueno hacerle caso a quien se pasa la vida quejándose. Sufrir no te hace más sabio, sino más rencoroso. Y sin cierta ingenuidad, cierta ilusión, cierta comemierdería, la humanidad se quedaría donde está. Para siempre.» «Cuidado, no se me vuelva comunista», le dije para hacerlo sonreír. «Uno sólo cambia de vivo para muerto», me dijo, y sonrió, pero sin ganas.
[...]
A gritos, como un bebé. Se van a sentar de nuevo al pie del árbol de la ciencia del bien y del mal con la cara más inocente del mundo. A esperar a que el maná —orgánico y sin colesterol— les caiga del cielo. Fingiendo que somos inocentes. Y puros. Eso es lo malo, decía. Porque al final no hay nada peor que el que aspira sin descanso a parecer puro, a ser puro.
«Por eso a los cubanos nos huyen como a la peste», comenté yo. «Como venimos del paraíso, para lo único que serviríamos era para aguarles la fiesta». «Hacen bien en esquivarnos», me respondió el Cenizo. «No es bueno hacerle caso a quien se pasa la vida quejándose. Sufrir no te hace más sabio, sino más rencoroso. Y sin cierta ingenuidad, cierta ilusión, cierta comemierdería, la humanidad se quedaría donde está. Para siempre.» «Cuidado, no se me vuelva comunista», le dije para hacerlo sonreír. «Uno sólo cambia de vivo para muerto», me dijo, y sonrió, pero sin ganas.
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El Cenizo tiene razón. Si Dios quisiera explicarle algo a la humanidad nunca elegiría a un pueblo tan jodido como el nuestro, incapaz de aprender de su propia experiencia. Gente que se le escapa a un ególatra inescrupuloso para terminar entregada al próximo ególatra inescrupuloso que se aparezca. Basta que tuerza la boca y mueva los brazos indicando que la victoria total y absoluta los espera al doblar la esquina. Porque los cubanos, como cualquier otra tribu, tienen la necesidad de aplaudir, de creerse, después de haber perdido tantas veces, que están ganando, que esta vez sí van a ganar. Sobre todo, si se trata de nosotros, los cubanos exiliados. Porque el exilio —como le gustaba decir al British— no es más que el nombre elegante de una gran derrota. Existimos para ser derrotados una y otra vez en nombre de una victoria final que nunca llegará. O que, cuando llegue, no le importará a nadie. Los pocos que todavía nos consideramos exiliados, digo. Los que nos pasamos la vida machacando los mismos argumentos sin acabar de entender nada. O sin poder hacer nada con lo aprendido"
Tomado de Turcos en la niebla
1 comentario:
Sí, exilio es una suerte de eufemismo, una forma de disimular o evadir nuestro desprestigio y bochorno, aunque no alcanza el ridículo de la tan socorrida “revolución traicionada.”
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