lunes, 25 de marzo de 2019

Palabras por el Premio Fernando Quiñones*

El escritor cubano Enrique del Risco, al recoger el premio por 'Turcos en la niebla'.
Creo, al contrario de lo que escribió John Donne y subscribía Hemingway, el famoso torero americano, que todos somos islas hasta tanto no demostremos lo contrario. Y si de islas se trata, los emigrados lo somos por partida doble. Porque a la isla que nos viene de nacimiento habrá que añadirle esa a la que arribamos al dejar atrás nuestro suelo natal. Allí seremos isla y náufrago a la vez. Porque, y a veces de manera más literal que figurada, emigrar es naufragar. Y, como ocurre con los náufragos, la primera tarea del emigrante es sobrevivir, mantenerse a flote y buscar tierra firme para luego hacer el famoso recuento de lo poco que pudo salvar del desastre y lo que le sirva en el lugar de acogida para que la vida le sea soportable. Entonces llegará el momento de comprobar si no estamos solos en nuestra isla. Si habrá seres con quienes compartir nuestro náufrago destino. Y el siguiente paso será escribir un mensaje que meteremos en una botella para lanzarla al mar. Porque por más que reconozcamos nuestra condición de isla nunca nos resignaremos del todo a ella.

De eso se trata Turcos en la niebla. De naufragios, sobrevivencias y botellas al mar. Cuatro botellas que arrojan sus personajes Wonder, Eltico, Alejandra y el British al mar de sinsentidos que los rodea. La más urgente y desesperada de todas las botellas es la que lanza Wonder, cubano exiliado, mientras aguarda, armado hasta las encías, a que la policía de Nueva Jersey asalte su taller. Wonder intenta explicarnos que, pese a las apariencias, él no es un terrorista ni un asesino en masa sino alguien al que la vida lo fue despojando de opciones hasta dejarle solo esa. Para entonces caer en cuenta que hablar de “su vida” es pura exageración. Existe una quinta botella que es la propia novela Turcos en la niebla que contiene las botellas antes mencionadas y que intenté, pese a su contenido, que fuera lo más ligera posible y no terminara hundiéndose. Y esa botella, en efecto, navegó con fortuna hasta encontrarse con el Premio Unicaja “Fernando Quiñones” y con el jurado abierto y desprejuiciado que se lo otorgó: porque hay que ser muy abierto y desprejuiciado para darle tal premio a este náufrago que les habla hoy.

Me alegra de manera muy especial que a Turcos en la niebla le tocara ganar el Premio Unicaja al Mensaje en una Botella Fernando Quiñones y me trajera precisamente a la más americana de las ciudades españolas y, sin dudas, la más habanera. Cádiz es, además, la tierra de José Manuel García Gil, el poeta que me rescató de mi naufragio español hace muchísimo tiempo y con quien desde entonces, y casi al descuido, no dejo de acumular deudas de gratitud. No menos agradecido estoy a que este premio lleve el nombre de Fernando Quiñones: un escritor entregado a la recreación de su versión íntima de isla que era al mismo tiempo Cádiz y el universo. El autor de Las crónicas de al-Andalus también ejerció el oficio de náufrago reuniendo todo lo que pudo salvar de la furia del mar y del tiempo: naufragios de fenicios y romanos; de árabes y gitanos; de musulmanes y cristianos; de castellanos y andaluces; de pícaros y piratas. Recordemos que Quiñones erigió su espléndida obra con lo que en su tiempo todavía se consideraban materiales de desecho, mucho antes de que se pusieran de moda la diversidad y el reciclaje. Porque al autor de Flamenco, vida y muerte, como creador honesto y sensible que era, no lo urgían las modas sino que escribía al ritmo, -tranquilo y visionario - que le dictaba su justo tiempo humano. Y esa misma probidad y sensibilidad eran las que le evitaban a Quiñones ceder a las tentaciones de la pureza y le permitieron abrazar todo lo que la vida le puso delante para crear ese mundo habitable y acogedor que es su obra.

Celebro por tanto que la isla metafórica de mis náufragos Wonder, Eltico, Alejandra y el British se haya abierto camino hasta la isla de Mané, de Quiñones y de un puñado de recuerdos personales que solo borrarán la muerte… o un buen Alzheimer. Mi alegría es tal que quizás consiga al fin ponerme de acuerdo con John Donne. Reconocerle que, incluso siendo islas, los humanos estamos igualados por nuestra soledad frente al mundo. Y que eso basta para identificarnos en nuestra común humanidad. No por gusto el tema central de Turcos en la niebla es el mejor remedio que hemos inventado para superar nuestra condición de islas, nuestro más eficaz mecanismo de sobrevivencia: la amistad.

Vivimos tiempos contradictorios: una época en la que cada vez más personas escriben y se comunican, y sin embargo parecen entenderse cada vez menos. En tales circunstancias, alcanzar a ser medianamente comprendido cuando nos separa un océano de circunstancias resulta un milagro. Un milagro como este premio que me ha traído hoy ante ustedes y que aprecio como no pueden imaginarse. Un milagro ante el que no encuentro palabras mejores que “muchas gracias”.      

Muchas gracias.

*Discurso leído el 19 de marzo del 2019 en respuesta a la entrega del Premio Unicaja Fernando Quiñones de novela.

3 comentarios:

Enrisco dijo...

Por error he borrado un comentario anónimo que afirma que Alejandra, personaje de "Turcos en la niebla" escribe igual que Enrisco. Y debo reconocer que me ha descubierto: Alejandra cest moi.

el fume dijo...

Yo creo que no lo borraste sino que el comentario aparece en el post anterior, con el fragmento de la novela donde se lee a Alejandra.

Anónimo dijo...

me alegro infinitamente por ti!