viernes, 22 de febrero de 2019

Raúl Ciro, in memoriam


El músico cubano Raúl Ciro, el autor de “Villa de París”, de “Coopere con el artista cubano”, de “Dos x dos”, de “Regulación menstrual”, de parte de lo más intrincado y deslumbrante de la banda sonora de una generación, ha muerto. Lo decidió el mismo, al parecer. Sobran los detalles. Cabe ahora la tentación de releer su obra, oscura e intensa, como una larga profecía de su muerte. Prefiero, en cambio, pensar sus canciones como una cuidadosa descripción de su lucha por la vida pese a todo lo que le molestaba de ella. Porque lo cierto es que cada detalle incómodo de la existencia a Raúl le molestaba con más intensidad que a cualquiera de nosotros.

Eso creo que nadie lo discutirá: Raúl era el más sensible de nosotros. No nos dimos cuenta cuando irrumpió en la peña de 13 y 8 donde cada sábado se reunían los cantautores (palabra que odiaba Raúl) que iban a revolucionar la música cubana en los años siguientes. En aquellos momentos estábamos demasiado absorbidos por su influjo, demasiado intimidados, para detenernos en detalles como su sensibilidad. La confundíamos con sus intuiciones, que eran tremendas, y que lo situaban en una dimensión distinta a la nuestra, en la que viajaba acompañado por su compinche, Alejandro Frómeta, otro ser especial donde los haya. Entre los dos ayudaron a convertir aquella peña en algo que la excedía. De colección formidable de músicos en una suerte de culto liberador.

Y, si se piensa bien, era raro que Raúl Ciro fuera líder de aquella variopinta reunión de egos. Porque Raúl ni pretendía dirigir a nadie y las más de las veces resultaba imposible adivinar qué deseaba hacer o lo que pretendía con tales acciones. Creo que fue idea de Raúl la de conmemorar en abril de 1990 el aniversario de la invasión de Bahía de Cochinos. Pero no para celebrar la victoria de nadie sino los muertos de todos. “Todos los que murieron allí, en ambos bandos, eran cubanos”, decía. Gracias a él aprendimos, de forma definitiva y sin que el soborno de la política, merced a la sangre derramada sin distinguir bandos, los derrotados habíamos sido todos nosotros.

Toda la trayectoria musical y humana de Raúl Ciro fue, y muchos fuimos testigos de ello, un estricto culto a la dignidad y a la coherencia. Cada imagen que surgía en sus canciones, por abstrusa que pareciera, era una delicada y consecuente descripción del estado temporal de su alma y aún de su mundo interno y sus acciones externas. De su infinita necesidad de dar y recibir amor. Si algún romántico he conocido ese fue Raúl Ciro, un romántico al mismo tiempo radical y discreto: enamorado a muerte de todo lo que lo rodeaba, incesante enemigo de lo que le escocía el alma. Si en una canción hablaba de “barcos de papel en tu escalera, gratis atención a tu salud” debíamos aceptar que no se trataba de una metáfora gratuita. O ni siquiera justificada. Apenas recordaría el momento en que puso a navegar barquitos de papel por los peldaños que conducían a alguna amante desdeñosa, convencido que eran la fórmula para salvarla.

Raúl Ciro quiso a su país sin condiciones. De ninguna de las partes. Nadie le ha deseado a esa isla tan atormentada por la Historia algo mejor que su “quiero verte dormir”. Pero a cambio pedía para sí la misma comprensión, la misma libertad al desear, pensando en el famoso globo de Matías Pérez, que “nadie me hale la manga si me hallo tan alto”.

Desde que me enteré de su muerte ayer por la mañana no dejo de monologar con él, de pelearme con él, de reconciliarme con él. De recriminarme por hacerle demasiado caso, por creerle a pie juntillas lo que decía, cuando en realidad me decía lo contrario. De creerle cuando decía que no le importara que lo escucharan cuando en realidad no pedía otra cosa. De comprender que por mucho que lo quisimos, siempre nos quiso más, que por mucho que le dimos siempre estaremos en deuda con él.

Murió, dicen, solo. Sus canciones nos acompañarán siempre.

7 comentarios:

Karina dijo...

Qué tristeza me ha dado su muerte... como voy a extrañar a este hombre que no conocí. Lo siento mucho Enrique. Te mando un abrazo.

Anónimo dijo...

La muerte de un amigo es irreparable. La de un amigo que se suicida no solo nos deja huerfanos de esa zona de la realidad que el hacia habitable sino que nos deja culpables sin importar cuanto hayamos hecho. Pensamos que si se perdio alguien asi nunca hicimos lo suficiente.

Un abrazo enorme, Yoyi

Arsenio Rodríguez Quintana dijo...

la suerte de Raúl Ciro, es que tendrá gente como tu, que los conociste en ese engendro de esencias que fue para un grupo pequeño de amigos y escritores 13 y 8. Tú ya no lo dejarás morir con este texto. yo haré lo que pueda con él y sus recuerdo también. luz brillante para ti y para él...

Veronica Cervera dijo...

Un fuerte abrazo, Enrique.
Hace muchísimo no sabía de él y es muy triste tenerlo de vuelta de este modo.

AHCE dijo...

Arsenio, ya se me habia olvidado el grito de guerra de Raul. Luz brillante para ti tambien.

Realpolitik dijo...

Lo de "cantautor" no me cae bien a mí tampoco, no solamente porque suena pomposo sino porque me recuerda demasiado a los sujetos de la "Nueva Trova," que eran obviamente harina de otro costal. QEPD.

AHCE dijo...

A mí tampoco me gusta, me parece una licencia para desafinar pero insisto en llamarle "cantautor" a Raul precisamente por lo mucho que le jodía. Una suerte de broma interna.