No dejo de encontrar fascinante y aleccionador el reciente incidente en el que un grupo de reguetoneros chocó con un conocido rockero en un estudio televisivo de Miami. Y chocar no es -en este caso- metáfora. Son patadas literales que recibe el rockero por preguntarle a los reguetoneros qué pensaban del decreto 349. Ese que parece diseñado por el gobierno especialmente para ellos. Para someterlos y tenerlos comiendo de la mano. Un decreto contra el que los protestones de siempre -como el rockero antes aludido- se han encarnizado por considerarlo un ataque contra la libertad de expresión, ese unicornio -azul- de las praderas cubanas.
Y es entonces que, interrogados sobre el decreto, nuestros reguetoneros, gente sensible y puntillosa con su dignidad y sus derechos, patean al rockero que pretende violar su sacrosanto derecho a no hablar de política cuando y donde ellos lo estimen pertinente. Si el rockero quería una respuesta -rápida- ahí la tiene: el gobierno emite un decreto vagamente dirigido contra nosotros y dejaremos todo claro convirtiéndonos en tropa de choque del gobierno. Porque una cosa es que yo le responda en una canción a mi colega Michikaki el Tralla que es un cobarde y le reventaré la cara en cuanto me lo encuentre en la calle y otra muy distinta es hacer referencia a un decreto dictado por los que tienen el poder.
Que -para el que no lo haya entendido- la guapería de reguetón es eso, un gesto artístico, puro performance. En cambio las patadas al rockero son -y debemos apreciarlas en lo que valen- la más auténtica y sincera expresión de su miedo.
Y es entonces que, interrogados sobre el decreto, nuestros reguetoneros, gente sensible y puntillosa con su dignidad y sus derechos, patean al rockero que pretende violar su sacrosanto derecho a no hablar de política cuando y donde ellos lo estimen pertinente. Si el rockero quería una respuesta -rápida- ahí la tiene: el gobierno emite un decreto vagamente dirigido contra nosotros y dejaremos todo claro convirtiéndonos en tropa de choque del gobierno. Porque una cosa es que yo le responda en una canción a mi colega Michikaki el Tralla que es un cobarde y le reventaré la cara en cuanto me lo encuentre en la calle y otra muy distinta es hacer referencia a un decreto dictado por los que tienen el poder.
Que -para el que no lo haya entendido- la guapería de reguetón es eso, un gesto artístico, puro performance. En cambio las patadas al rockero son -y debemos apreciarlas en lo que valen- la más auténtica y sincera expresión de su miedo.
1 comentario:
Ah, la guapería del reguetón, o el "machismo" del rap, igual que la "attitude" de tanto farandulero que busca una imagen rentable. Total, como si fueran otra cosa que entretenimiento completamente dispensable salvo para los que viven del cuento. Bah.
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