sábado, 19 de octubre de 2024

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Una amiga presentaba un documental en mi universidad sobre la emigración venezolana. El cruce brutal a través de la selva del Darién y el resto de Centroamérica y México visto con los ojos y los teléfonos de dos muchachas simpáticas y optimistas que recomponen sus vidas como pueden en Nueva York. Al final de la proyección el público hizo comentarios sobre la condición femenina de las muchachas, sobre sus uñas, el uso de los teléfonos celulares, la cámara y la edición. Ninguna mención de lo evidente: la terrible situación de Venezuela que hace del cruce siniestro del Darién algo soportable y el descaro de su dictadura al desconocer la voluntad de su pueblo expresada en las urnas o en la fuga multitudinaria del país. Tampoco, curiosísimo en un público tan desvelado por las cuestiones raciales, se mencionó el detalle que de que las protagonistas del documental fueran negras. Un público que ve política hasta en una receta de cocina se resistía a encontrarla en la tragedia de los migrantes de Venezuela. Lo obvio parece una cuestión de mal gusto en estos predios. Nada que me sorprenda a estas alturas.

Al terminar la presentación entre empanadas y vinos se me acerca un cubano. Dice estar interesado en conocerme desde hace rato. Que incluso un amigo común le sugirió escribir sobre mis libros para su tesis de maestría.

-Pero cuando le fui a presentar la propuesta a mi profesora me dijo que prefería que escribiera sobre un autor más conocido…

-Padura -lo interrumpí.

Por supuesto que la profesora le encomendó que escribiera sobre Padura. Sucede que a la academia no siempre le molestan las obviedades: en ocasiones no puede prescindir de ellas. Y mi interlocutor terminó escribiendo su tesis sobre el padre literario de Mario Conde que, al parecer, no le entusiasma demasiado.

Rumbo al baño yo seguía descojonado de la risa.

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