sábado, 8 de octubre de 2022

Mi (re)tatarabuelo era una palma

La noticia me llegó a través de una tía abuela. Ana, la matrona de la familia, nacida a fines del siglo XIX, reforzaba todo lo que decía con voz cavernosa y el estremecimiento de sus libras expandidas por el sillón de su sala. Debió de ser en el abrumador verano de 1994 durante mi última visita a la ciudad de mi padre. Ana me habló de José Tomás Betancourt y Zayas, uno de los primeros cuatro mártires de la independencia cubana oriundos de Camagüey. Ya mi padre me había hablado de nuestro parentesco con aquel prócer, aunque sin hacer mucho énfasis. Ahora Ana entró en detalles. Me habló del prócer, presumiblemente atribulado ya prisionero de los españoles tras el fracaso del alzamiento que encabezara Joaquín Aguare y Agüero. El destino común de quienes sobrestiman los deseos de sus compatriotas por lanzarse a conquistar aquello que románticamente definen como “la libertad”.

El prisionero, según Ana, ya próximo a su ejecución, recibió la visita de una de sus esclavas quien llevaba una niña en brazos. La bebé, según la esclava, era hija del hacendado patriota a punto de ser ejecutado. La madre de la niña -no recuerdo que Ana mencionara el nombre- le pidió a su amo que reconociera a la niña como suya, petición a la que el prócer se negó. La niña, no obstante, vivió el resto de su vida con el apellido del padre porque, después de todo, este le correspondía tanto a ella como a su madre por ser ambas propiedad de un Betancourt.

Años después de que Ana me contara aquella historia la recordé cuando el músico Pável Urquiza me pidió que escribiera sobre el tema del mestizaje para su disco Art Bembé. En mi texto concluí que aquel no era “precisamente un ejemplo feliz de mestizaje. Al hacendado liberal, fallido libertador él mismo, le fue imposible superar la extrañeza formal hacia la mujer cuya carne no le había resultado ajena, sino cercana y apetecible”. Ni siquiera podía estar seguro de mi parentesco con el prócer como él mismo no parecía estar seguro de la paternidad sobre la niña. Y sin embargo… era difícil no creer en el gesto de la esclava que insiste en ligar su vida con el hacendado en desgracia cuando no tiene nada que ganar. Porque el castigo a los rebeldes no terminaba con la muerte de estos, sino que solía incluir el embargo de todos los bienes y la persecución de sus seres queridos.

Hace un tiempo, al hacerme las pruebas de ADN que ofrece Ancestry.com para determinar nuestro origen genético los resultados parecían corroborar la versión de la mamá de Dolores. La proporción de genes franceses que arrojaba la prueba en el caso de mi padre era lo bastante alta para pensar que provenían de aquel Betancourt que le había negado la paternidad a su bisabuela. Porque ni los Del Risco, ni los Caballero por el lado de mi abuelo o los Rodríguez y Bernada por el de mi abuela paterna justificaban aquel 8% de sangre gabacha en mis venas. El legado africano de Dolores quedaba también demostrado en el 15% de la prueba.



Entonces fue que hizo aparición Yadier del Risco. Yadier, médico camagüeyano, se comunicó conmigo tras leerse mi texto sobre José Tomás Betancourt y Zayas. Sucede que Yadier, al igual que yo, también desciende de Dolores Betancourt. Éramos primos, en suma, y podía demostrarlo documentos en mano: el testamento de mi tatarabuelo, José Apolonio del Risco Moreno, donde declara estar casado con Dolores Betancourt Varona y tener como hijos tanto a mi bisabuelo Eduardo como a la tatarabuela de Yadier, María del Risco Betancourt.


Pero, por supuesto, lo que realmente le entusiasmaba a Yadier era demostrar su parentesco con José Tomás Betancourt y Zayas, el mártir equívoco. Aunque convocado bajo “el grito de Libertad é Independencia” el hecho de que el alzamiento y proclama de San Francisco de Jucaral ocurrieran un 4 de julio y de que se los asociara con la expedición del anexionista Narciso López bastó para marginarlo del santoral castrista.

No obstante, si bien el alzamiento de Joaquín de Agüero y Agüero ha sido cuidadosamente extirpado de los libros de texto posteriores a 1959 su memoria sigue vivísima en Camagüey. Basta con asomarse a la plaza principal de la ciudad, el céntrico parque Agramonte, para contemplar las cuatro palmas que custodian el monumento al Mayor General Ignacio Agramonte. Cualquier camagüeyano te dirá que cada una de esas palmas está dedicada a Joaquín de Agüero y los que cayeron fusilados con él. Alguno precisará que son herederas de otras que se sembraron al poco tiempo de la ejecución de aquellos, como homenaje secreto en las narices de las autoridades españolas. Esas palmas son, con Agramonte, la Avellaneda y un puñado de artistas, escritores y deportistas parte esencial del orgullo de ser camagüeyano. (Una leyenda cuenta de cómo el niño Ignacio Agramonte mojó su pañuelo en la sangre todavía fresca del fusilado Agüero, reliquia que lo acompañaría el resto de su vida. Poco importa que las circunstancias de la muerte hicieran impensable que un niño anduviese rondando los cadáveres de los recién fusilados en medio del previsible sistema de seguridad que rodeó su ejecución en la madrugada del 12 de agosto de 1851. La leyenda nos habla más bien del deseo de sus coterráneos de establecer un nexo de sangre entre los mártires de 1851 y la guerra de independencia que estallaría 17 años más tarde).



Yadier, devoto tanto de la historia cubana como de la familiar es consciente de que la palma más cercana a la esquina donde confluyen las calles Martí e Independencia es la correspondiente a José Tomás Betancourt y Zayas, nuestro supuesto antepasado común. Poseía la prueba de que nuestro parentesco con el mártir de la céntrica palma era algo más que una leyenda familiar: el testamento de Dolores Betancourt. Su lectura bastó para desmontar la historia que me contara mi tía abuela. En el documento que data del 28 de noviembre de 1924 se afirma que Dolores tenía por entonces 78 años por lo que a la muerte de su padre contaría con 5 años de edad y por tanto no era una niña de brazos como la que me describió mi tía abuela. Más adelante, en el mismo documento Dolores declaraba “que desea ordenar su testamento y al efecto declara que es de las generales expresadas y es hija natural de Don José Tomás Betancourt y Zayas y de Doña Concepción Varona ya difuntos”.


Saber que el apellido de su madre no era Betancourt sino Varona, da pie a especulaciones que se alejan de la historia llegada a mí. O bien Concepción era una esclava que había sido antes propiedad de algún Varona o no lo había sido de nadie. Que heredara entonces el apellido de su padre podría deberse a que este la reconociera o que lo hiciera algún familiar de José Tomás con posterioridad a su muerte. Yadier se inclina por esta última posibilidad. Piensa, y no le falta razón, que en el clima represivo de aquellos días reconocer a Dolores como a su hija no le podría acarrear más que persecuciones a ella y a su madre como las que sufrió la viuda de Agüero. Tampoco sería descaminado pensar que al menos para la fecha del alzamiento ya todos los participantes hubieran liberado a sus esclavos, como había hecho de manera pública y desafiante Joaquín de Agüero en 1843.

Este intercambio con Yadier me ha enriquecido de una manera que todavía estoy digiriendo. Una de las moralejas de esta historia alertaría sobre los peligros al que nos expone la historia oral sin el correctivo de los documentos, esos que, verídicos o no, no tienen oportunidad de cambiar de declaraciones o de ajustarla a la memoria o los intereses de sus intermediarios. Luego de creer que tenía clara una fábula de relaciones ocultas y desprecios públicos ahora todo se oscurece y complica hasta un punto en que no hay enseñanza clara ni definitiva. Lo que queda es una historia de deseos personales y colectivos satisfechos a medias o insatisfechos por completo, de crueldades y humillaciones sin nombre y una curiosidad incansable ante un pasado que no deja de sorprendernos. Pero sobre todo estas revelaciones quedan como muestra de la testarudez de la realidad que se resiste a entregarse del todo y, sin embargo persiste en ser -como el árbol genealógico que Yadier me está ayudando a extender o como esa palma en un parque de Camagüey- algo que a unos cuantos les dice mucho y, al resto, nada.  



1 comentario:

samuel dijo...

Muchas gracias, Enrique, por el magnífico artículo y la lúcida reflexión.