martes, 16 de febrero de 2021

Phineas Gage y la condición mental de Estados Unidos*


El caso de Phineas Gage es paradigma de cómo un milagro médico deviene penoso objeto de estudio. En 1848 Gage estaba trabajando en la construcción de un ferrocarril en Cavendish, en el estado de Vermont, cuando sufrió un terrible accidente. Una carga de explosivos detonó antes de tiempo e hizo saltar una barra que le atravesó el cráneo: penetró por el lado izquierdo del rostro para salir por la parte superior. Pero Gage no solo sobrevivió, sino que ni siquiera perdió la conciencia y a los pocos minutos del accidente pudo hablar y hasta permitirse bromear con el doctor que le extrajo la barra atravesada en su cabeza.

A dos meses del accidente, el doctor que atendió a Gage ya lo consideraba completamente recuperado. No obstante, hizo notar que se había destruido el equilibrio entre la facultad intelectual del paciente “y sus propensiones animales”. Gage pasó de ser serio, sosegado y responsable, a ser “irregular, irreverente, blasfemo e impaciente”, incapaz de llevar a cabo sus planes o de tolerar la menor contrariedad.

Con el tiempo, estos cambios en la conducta convirtieron a Gage en una referencia para la neurología y la neuropsicología cognitiva. Su caso ayudó, entre otras cosas, a determinar que el lóbulo frontal, cuyas funciones se desconocían hasta entonces, era el sustrato anatómico para las funciones ejecutivas: gracias al caso de Gage, se comprobó que en esa parte del cerebro residía nuestra capacidad para hacer planes, llevarlos a cabo y corregir nuestra conducta.

Si hablo de Phineas Gage y su accidente es a propósito del acontecimiento que ha marcado este inicio de año en Estados Unidos. Me refiero al asalto al Congreso por parte de una multitud jaleada por el presidente del país en el momento en que se validaba el resultado de las elecciones.

No se trata de establecer un paralelo entre Gage y Trump. El presidente saliente no ha sufrido ningún accidente que justifique su conducta. Trump, al parecer, siempre ha sido como Gage después del accidente: un ser muy poco dado a tolerar la parte de la realidad que no se acomoda a sus deseos.

Sería exagerado decir que Trump es la barreta atravesando el lóbulo frontal de la nación, deformándole el carácter. Pero no lo es afirmar que el expresidente, y el culto que ha creado en torno a él, constituyen un elemento importante en el rapto de intolerancia que viene transformando el carácter del país desde hace un tiempo.

Pero hay más. Los psicólogos Greg Lukianoff y Jonathan Haidt han intentado explicar, en su libro The Coddling of the American Mind, cómo ciertas tendencias en la crianza de las últimas generaciones han modificado su conducta al punto de hacerlas cada vez más intolerantes a las ideas que contravengan su percepción del mundo. Esto se complementa con el fenómeno que el estudioso Robert Boyers llama “la tiranía de la virtud” en que ha devenido el culto exagerado a lo políticamente correcto.

Si a esto se le añade el impacto que han tenido en nuestras vidas las redes sociales, que nos convierten en redactores de nuestra propia realidad, podemos completar la aleación de la barra que Estados Unidos tiene alojada en nuestro lóbulo frontal.

La combinación de los retos tecnológicos y conductuales con una presidencia que ha actuado como desinhibidor de las pasiones más bajas y las más desquiciadas paranoias —a lo que se añaden circunstancias como la pandemia de la Covid-19 y la revuelta social de los últimos meses—, harían parecer un milagro la mera sobrevivencia de Estados Unidos como sociedad.

De ahí que la sociedad norteamericana no debería actuar como si nada hubiera pasado, como si lo ocurrido no afectara todos los ámbitos de convivencia. Como si esa barra no hubiera atravesado el órgano que determina nuestra capacidad de entendernos a nosotros mismos y a los demás, y de convivir pese a las diferencias. Como si fuera normal convivir en perpetua guerra civil virtual.

El caso de Phineas Gage, más allá de su trascendencia para los estudios neurológicos, no ofrece muchas esperanzas. No solo su carácter se volvió insoportable a partir del accidente, sino que en los doce años que le quedaban de vida padeció de continuas convulsiones. En medio de una de ellas le llegó la muerte.

*Publicado en Hypermedia Magazine

2 comentarios:

Miguel Iturralde dijo...

"Pasar la página y borrón y cuenta nueva" es una actitud muy peligrosa en lo concerniente a los sucesos del Día de Reyes en Washington. Nunca imaginé que algo así pudiese suceder en EE.UU., y es menester antender ese asunto con la importancia de un Septiembre 11.

Para mi es muy evidente el parelelo entre Trump y Castro el Primero. Dos mentirosos patológicos, habladores de mierda deshonestos, sin embargo, gente cubriendo casi totalmente el espectro de clases sociales y niveles de instrucción los siguieron y los siguen ciegamente.

Lo menos que necesita esta nación, donde se puede comprar un arma de fuego hasta en la farmacia, es que sea arropada por el caudillismo.

Saludos

Anónimo dijo...

“Political Correctness is Fascism pretending to be manners”. George Carlin.
Political Correctness: how the moronic silence the intelligent.
Political Correctness is the language of cowards formulated by Marxists and enforced by bullies.
Political correctness is not an attempt to remove harmful stereotypes, it’s an attempt to dictate which stereotypes are acceptable and who is to be punished for the unacceptable ones.
You can be offended. You are entitled to your own emotions. But that offense is not a tool to make societal changes… least of all the words of others. A fart has more power to directly threaten you than any spoken word.
Being constantly offended doesn’t mean you are right. It just means you’re too narcissistic to tolerate opinions different than yours.
Truth, the new hate speech. Never before in history have people been so afraid to stand up against absurdity for fear of being label a racist, a homophobe or a bigot.
I have the right to offend; you have the right to be offended. No harm, no foul. You are not in charge of what I say and I can never be in charge of how you feel.
I find the ‘sensitive’ people are themselves the worst kind of sanctimonious maggots selectively tone-policing everyone else instead of looking to their own house where they’re calling for white genocide. But that’s just me.