martes, 23 de junio de 2020

Los pepillos y los guapos


¿Hubo alguna vez algún tipo de división racial en las escuelas de nuestra juventud? Antes de descartar la pregunta invito a pensarla despacio. Porque la más reconocida división en las escuelas de nuestra adolescencia no era racial sino más bien “cultural”. Era la que había entre los pepillos y los guapos. La clasificación variaba de nombre con los años pero la división se mantuvo intacta (de un lado los pepillos, bitongos, frikis, del otro los guapos, cheos). División que se perpetúa ahora -si no estoy mal informado- en la clasificación entre mikis y reparteros. Una demarcación que, aunque fijada en base a preferencias musicales, modos de vestir etc, tenía como base las diferencias de clase y de raza.

Los pepillos era mayoritariamente blancos, solían vivir en los mejores barrios, les gustaba el rock, el pop norteamericano. Los guapos eran mayoritariamente negros, vivían en los peores barrios de la ciudad y preferían la música bailable cubana o la música afroamericana. Ser pepillo negro o guapo blanco no era infrecuente pero visto en conjunto resultaba una anomalía estadística. Los límites entre la pepillancia y la guapería, no siendo estrictamente raciales, solían ser permeables. Se podía pasar de una condición a otra por preferencias personales o presión colectiva. Fuera de La Habana supongo que funcionaría distinto y ser pepillo en pueblos pequeños fuera una verdadera rareza.
            
Mi escuela secundaria, situada en Miramar estaba dividida casi a partes iguales entre pepillos y guapos. Los pepillos eran de los alrededores de la escuela. Los guapos venían desde más lejos, de Buenavista. Yo no era nada. Puesto a escoger me sentía más cercano a los guapos aunque fuera porque vivía a pocos metros de Buenavista pero a la hora de las fiestas todos íbamos a las de Miramar. En la escuela las batallas eran campales: de guapos con pepillos, de guapos con guapos, que para eso eran guapos. Allí una navaja no era una anomalía estadística. 

Al llegar al preuniversitario en la vocacional Lenin, una escuela mayoritariamente blanca, me hice pepillo como pepilla era la práctica totalidad de la escuela. Pero pepillos que aprendíamos a bailar casino, el baile oficial de los guapos, supongo que para multiplicar las opciones de apareo. 

Era una división conocida pero discreta. Porque desde la abolición oficial de las clases sociales y las razas el pueblo debía estar unido y así nunca sería vencido. Uno de los despliegues públicos más sonados de la oposición entre guapos y pepillos fue la primera competencia anual de ese fenómeno televisivo y social que fue el programa Para bailar. Las dos parejas finalistas eran dos pares de hermanos: los Santos contra los Francia. Ninguno era blanco pero debe considerarse que el racismo cubano es altamente sofisticado. Los Santos, de piel más oscura eran los representantes de los guapos: además del color de la piel los definía como guapos su manera de vestir, su gestualidad, la energía con que atacaron el “Aguanile Boncó” de Irakere. Los Francia - hijos de embajadores según se decía- eran de piel más clara, y se inclinaban por música claramente pepilla. Al final el jurado votó por los Santos pero la mitad del país que prefería a los Francia recibió la decisión escandalizada. Se contaba que ante la rebelión desatada hubo que interrumpir la transmisión para luego remendarla de mala manera. Meses después de la competencia todavía se podía ver grupos que con las venas del cuello a punto de reventar se gritaban a la cara “¡Los Santos!”, “¡Los Francia!”, gritos de guerra que proclamaban una división que oficialmente no existía.


1 comentario:

Realpolitik dijo...

Pues claro que no existía ni existe ninguna lacra burguesa en el paraíso castrista, y mucho menos entre los hombres nuevos, salvo cuando la lacra resulta tan obvia que hay que convertirla en chiste cínico--como hizo el Comandante con la prostitución.