Rolando Davidson (La Habana, 1965) es de la raza de los poetas discretos. De los que sinceramente se hacen de rogar para leer sus poemas e incluso más para publicarlos. Ahora ha dado a la imprenta su Rap del humo (Ediciones En Peso, Miami, 2018), un milagro de belleza y sencillez. Su biografía es igual de parca: pasó el servicio militar haciendo una guerra fantasmal en Angola; de vuelta a Cuba pasó cuatro semestres en la Escuela de Periodismo en la Universidad de La Habana, y un año en Ciencias de Comunicaciones de los Medios Audiovisuales en el Instituto Superior de Arte; desde 1993 hasta 2018 residió en Alemania, en Stuttgart, en cuyo Museo de Arte trabajó un tiempo; desde hace unos meses reside en Valencia, España.
¿Cuál ha sido tu camino hacia la poesía?
Ha sido algo sinuoso. Casi desde que empecé mis estudios de periodismo me di cuenta de que yo buscaba otra cosa: soñaba con una carrera de escritor. Aunque ya por aquellos años hice algunas incursiones en la poesía, lo que con más gusto hubiera escrito habrían sido novelas. También empecé a escribir una pieza teatral (hasta Dios aparecía como personaje en aquella obrita de la que apenas me acuerdo). Luego, durante muchos años, me dediqué exclusivamente al estudio y a la práctica de la astrología. Justo en el año 2000, al cumplir 35 años, decidí dedicarme más en serio a la literatura, sobre todo a la poesía: ese mismo año escribí “Autopista”, “Orfeo” y muchas estrofas de “Rap del humo”.
Una cosa que evidentemente influyó mucho en mi camino hacia la poesía, fue el mar. Yo vivía a una cuadra de él, lo veía todos los días. Me fascinaba verlo en sus distintos estados de ánimo (sobre todo verlo revuelto; esto quizás revele algo sobre mi carácter, no sé). También me influyó la filosofía porque ella fue una de mis pasiones antes de la poesía. Me impresionaron mucho los filósofos presocráticos y por esa vía me atrajo la antigüedad griega en general. Ya en mi infancia me había seducido la mitología y al comenzar mis estudios universitarios me dio por profundizar más en ese mundo y leí un libro que es fundamental para toda la cultura occidental: Paideia. Los ideales de la cultura griega, de Werner Jaeger.
Y ahora, para acabar de responder a esta pregunta, quiero agregar que creo que el viaje hacia la poesía nunca termina y conduce hacia lo misterioso y yo espero que también hacia la belleza.
¿Cuáles fueron los poetas que más te impactaron en esos inicios?
Empecé a leer poesía bastante tarde, más o menos a los 21 años, cuando empecé a escribirla, y entre los primeros libros de poesía que estuve hojeando y me gustaron mucho se encontraban La realidad y el deseo de Cernuda, Altazor de Huidobro y un libro que nunca más he vuelto a ver, de Carlos Drummond de Andrade. También por aquella época me impactó mucho Borges. Creo que Borges nos impactó a todos los que escribíamos nuestras primeras letras por aquellos años. Pero yo no sabía bien cómo quería escribir. Borges era inimitable y en las revistas de literatura que se publicaban en La Habana preponderaba una poesía incoherente y hermética y así mismo trataba de escribir yo, pero como ya dije antes, no me salía casi nada.
¿Y qué poetas te han acompañado hasta ahora?
De los poetas que me han acompañado hay cinco que están en un altar mayor: Cernuda, Borges, Pessoa, Rilke y Juan Ramón Jiménez. Además de ellos, entre mis preferidos están Antonio Machado, Pedro Salinas, Altolaguirre, Jorge Guillén, Gerardo Diego, Huidobro, Gorostiza, Villaurrutia, Jorge Cuesta, Eloy Sánchez Rosillo, Rafael Guillén, José María Valverde, Ángel González, José Hierro y Vicente Gaos. También los poetas del Siglo de Oro. Nombres que acaso pueden abrumar a cualquier lector, pero cada uno de ellos yo lo asocio a algo muy especial.
¿Qué poetas cubanos te interesan especialmente?
Entre los poetas cubanos me gustan mucho Eugenio Florit, Mariano Brull y Emilio Ballagas, los tres únicos poetas cubanos escogidos para la legendaria antología Laurel. Pero el que más me gusta es José Martí. Claro, hay cosas que se deben leer situándose en aquella época. “Con los pobres de la tierra / quiero yo mi suerte echar: / el arroyo de la sierra / me complace más que el mar”. Es una de las estrofas más bellas de los Versos sencillos, pero ya no se puede escribir así, tenemos otra sensibilidad.
Los Versos sencillos son bellísimos en su aparente sencillez; son versos que resplandecen. Hay por ejemplo otra estrofa que es una de las más eufónicas de toda la poesía escrita en español: “Mi verso es de un verde claro / y de un carmín encendido: / mi verso es un ciervo herido /que busca en el monte amparo”. Y aquí ocurre también que la armonía de las imágenes acentúa la eufonía de los versos. La palabra amparo es muy bonita y nunca ha estado tan bien colocada como en esa estrofa.
Ahora, dejando a Martí, quiero mencionar a Orlando González Esteva, un poeta en el que hay mucho humor y adopta en sus poemas un tono de desenfado, un tono muy cubano. Octavio Paz escribió un artículo sobre el primer libro que Esteva publicó, Mañas de la poesía, refiriéndose principalmente al humor que hay en ese libro, pero no se dio cuenta de una cosa que cualquier cubano habría notado: la carga de nostalgia que también contenía. Porque todos los elementos de los que se extraía comicidad (Quirino con su tres, refranes, etcétera) eran imágenes muy cubanas y el poeta que las empleaba había tenido que abandonar Cuba a muy temprana edad.
Y debo mencionar también a Félix Lizárraga, del cual lamentablemente no he podido leer mucho. Uno de los poemas que más me han gustado en toda mi vida fue escrito por él: un soneto sobre el martirio de San Sebastián.
En Alemania, donde residiste por tantos años, ¿encontraste poetas que te interesaran?
Hay muchos poetas alemanes que me gustan, pero el gran hallazgo fue Rilke. Lo lúdico y lo esotérico se funden en él, dando paso a una poesía sin igual. Su lectura suele ser un desafío, pero ya dijo Lezama que solo lo difícil nos estimula.
¿Qué frase, de poeta o pensador, dirías que define mejor tu creación?
“A veces en las tardes una cara / nos mira desde el fondo de un espejo. / El arte debe ser como ese espejo / que nos revela nuestra propia cara”.
Es de un poema de Borges titulado “Arte poética” y lo he usado como exergo de Rap del humo.
Háblame de ese libro, Rap del humo.
El poemario está dividido en dos partes. En la primera, además del “Rap del humo”, inspirado en los Versos sencillos de Martí, hay una serie de sonetos y décimas; es la parte más voluminosa del cuaderno, porque en los últimos tiempos he escrito casi exclusivamente poemas rimados. En la segunda parte, que lleva por título “He ahí la balanza”, están los poemas en verso libre. En la primera parte metí todas mis ganas de jugar y en la segunda hay varios poemas más extensos en los que se nota una inspiración más sostenida y donde asoma más a menudo el dolor; pero esa segunda sección también está salpicada aquí y allá de algunos poemas muy cortos que son como chispazos de humor. De ahí el título: “He ahí la balanza”. En la primera parte del poemario creo que se reconoce una unidad estilística; mientras que en los versos libres casi invento un estilo nuevo para cada poema, lo cual se ve sobre todo en los poemas más extensos.
¿Qué escribes ahora?
Últimamente he escrito muchas décimas. La décima es una estrofa típicamente cubana, muchos poetas cubanos han escrito décimas; pero algunas de las más lindas que he leído las escribió un mexicano, Xavier Villaurrutia: las diez de Décima muerte.
Además, tengo casi listo para publicar un libro de cuentos y prosas titulado Hombre de los brazos cruzados.
¿Por qué escribir poesía en estos tiempos (más allá del “¿por qué no?”)?
Es una pregunta que no sabría responder, pues soy medio budista y según Buda el tiempo es ilusorio. Pero como la mayor parte del tiempo me muevo a través del tiempo, voy a responderla.
Me parece necesario no solo escribir sino también leer poesía en la actualidad, porque la poesía posee una inmediatez que no tienen otros géneros y en estos tiempos de velocidad qué mejor que un soneto, una décima o un haiku que tratan de resumir a veces el sentido de la vida en unos cuantos versos.
Lo que pasa con la poesía es que para leerla hay que concentrarse un poquitín más y tal vez eso espanta a algunos lectores.
¿Qué lector imaginas para tus poemas?
A mí me parece que lo que los poetas debieran preguntarse es qué poeta imaginan los lectores actuales. El desinterés en la poesía de hoy se debe también a que los poetas no tienen en cuenta al lector. Yo no trato de escribir más fácil, pero sí trato de hacerme entender en mis poemas. Hay poetas hoy en día que escriben para cumplir con la expectativa de los críticos. A estos se les ve a menudo elogiando el despojamiento de un poeta. Y si uno le echa un vistazo al poemario elogiado encuentra no una escritura despojada, sino completamente seca, poco atractiva para cualquier lector. El mismo Borges decía que le gustaba la retórica, y lo decía porque a veces extrañaba un poco de belleza en la poesía de su tiempo, que aún es el nuestro.
Ventana
I
Abro la ventana y miro afuera.
La mañana crece en bullicio, en colores
dirigiéndose al mediodía
como un arcoiris hacia el cenit.
Pasan carros por el pavimento:
rojos, verdes, amarillos,
gruesos brochazos de un pintor
insatisfecho ya para siempre
con una sola parte de su lienzo.
Mi mirada va nombrando las cosas,
pues cree entenderlas,
pero hago de este modo
- cual si abriese un libro
por el medio - un corte
en el curso ya viejo de la mañana,
y estas que llegan a mi orilla son olas
que iniciaron su camino allá lejos,
en el horizonte del alba.
II
La ventana es igual a unos ojos
donde se asoma el alma.
Los ojos miran afuera
porque dentro, en el alma,
no sucede gran cosa,
y así se abren también
las ventanas de las casas
que de sí mismas se aburren.
III
El sol va escalando los techos,
después las nubes y, en su ascención,
cual papalote a su cola,
iza consigo la jornada.
Saetas de luz persiguen
a las sombras, que se encogen,
y es como si, por ahora,
las fichas blancas
a las negras fueran ganando.
Me inclino hacia afuera de mi ventana;
aunque se me escapa su alma,
toco la piel del día.
Puedo nombrar
su impresión en mis sentidos,
que conforma mi propia alma.
IV
Como las cosas que tienen un principio
han de tener también un final,
quien abrió una ventana
en algún momento la cierra.
No tenía qué hacer dentro,
ni cuanto afuera veía ya lo aburría
pero no ha podido sobreponerse
a la extraña inquietud
de no sentirse ni dentro ni fuera.
*Entrevista aparecida en Hypermedia Magazine. El poema es cortesía de Rolando davidson especialemnte para este blog.
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