domingo, 23 de diciembre de 2018

“…una Antilla cualquiera” (en la era del reguetón)*


Virgilio Piñera
Por Enrique Del Risco

Muchos han advertido la manera en que Cintio Vitier en su épico ensayo Lo cubano en la poesía repentinamente abandona su habitual benevolencia para con los poetas locales y la emprende contra Virgilio Piñera. Allí Vitier, con saña inusual, acusa a Piñera y su poema “La isla en peso” de convertir a Cuba “tan intensa y profundamente individualizada en sus misterios esenciales por generaciones de poetas, en una caótica, telúrica y atroz Antilla cualquiera, para festín de existencialistas”. Cómodo resultaría descalificar esta frase como racista. Cómodo pero no demasiado útil si de lo que se trata es de entender ―digámoslo en términos administrativos― la política exterior del grupo Orígenes.

Me interesa esta frase como uno de los momentos más explícitos en los que un intelectual cubano haya resumido lo que muchos llaman “el mito de la excepcionalidad cubana”. La idea de que la mayor de las Antillas era un país predestinado a cumplir un destino único en la Historia Universal tuvo una larga tradición en la prédica revolucionaria del siglo XX cubano. Miguel Sales apunta que, sin embargo, en los años republicanos “los delirios de protagonismo universal de los cubanos” parecieron enfriarse “como si las secuelas de la guerra [de independencia de 1895] y la intervención extranjera [norteamericana, en 1898] hubieran sido una cura de sobriedad y modestia para los ideólogos”. Pero ―como vimos en la frase de Vitier―, en esos años la Poesía pretendía tomar el relevo de la Historia o la Política en la tarea de desprender a la mayor de las Antillas de su realidad geográfica. “Nuestra sangre, nuestra sensibilidad, nuestra historia” ―afirma Vitier― “nos impulsan por caminos muy distintos”. Una década antes el propio Vitier había expuesto sus repugnancias hacia el poema de Piñera en una carta a su autor: “[…] lo único que sí no puedo compartir de tu poema es la descripción, en general, de una isla ¿en qué siempre lejanísimo trópico?donde yo nunca he vivido ni quiero vivir. Porque mi patria, la que está formándose y yo estoy formando en mi medida, nada tiene que ver con esa pestilente roca de que hablas”. 
Cintio Vitier

“La ínsula distinta en el Cosmos, o lo que es lo mismo, la ínsula indistinta en el Cosmos” era la fórmula lezamiana para resolver la oposición entre singularidad nacional cubana y la universalidad a que aspiraba su cultura. Pero en la visión origenista esa universalidad sólo era alcanzable si se desprende la ínsula de sus circunstancias geográficas. No se trataba sólo de que el contexto caribeño le quedara estrecho al doble viaje origenista a “los orígenes traicionados de la nacionalidad y a la ‘gran tradición’ de la poesía”. También ese Caribe contra el que se recortaba el proyecto de Orígenes era visto como una amenaza para su propósito “de construir un archivo de mitos y valores nacionales, transmitidos por medio de una expresión inteligible desde los códigos de la alta cultura occidental” al decir de Rafael Rojas. Es a la sombra de esta amenaza que se perfila la imagen del Caribe. Un Caribe descrito como un páramo histórico y cultural, espacio fragmentado y ajeno al legado europeo católico, un estorbo en el avance “hacia la coherencia y la intimidad dentro de un orbe cultural que tiene a Roma por centro”. Según esta visión Cuba es distinta gracias a la profundidad de la huella europea: “Si [Europa] no interviniera no sería Cuba, sería una Antilla, una Antilla en el Caribe” afirma el crítico de arte Guy Pérez Cisneros como quien pronuncia una maldición. Esta maldición alcanza a la poesía de Nicolás Guillén y al resto del movimiento poético afrocubano que “nos antillaniza, en el peor sentido de la palabra. Lo cubano aquí pierde su individualidad, su perfil, para sumergirnos en una especie de difuso pintoresquismo antillano, que lo falsea todo”.

Grupo Orígenes
No es que Lezama ni Vitier rechazaran de plano los valores culturales afrocubanos. Más bien decían resistirse a la representación del todo insular de acuerdo a la moda europea: “el ojo europeo superpuesto al insular”. Si en el vanguardismo caribeño veían una impostura de sujetos deslumbrados por las últimas modas de occidente, en la poesía afrocubana percibían una recreación de la imagen turística impuesta desde los centros metropolitanos de Europa y Estados Unidos. Una Cuba demasiado folklórica, desasida de esa Historia Universal en la que el origenismo quería inscribir su imagen de lo nacional.

Para Lezama, quien definía a Orígenes como “un estado organizado frente al tiempo”, el anacronismo era el arma para enfrentar los diversos tiempos que acosaban a la isla: el de la modernidad funcional y sin sustancia de la república reciente; el tiempo histórico de la épica independentista; el de las revoluciones sucesivas que decían seguir husos horarios universales o locales; el tiempo frenético de las vanguardias europeas; y el tiempo detenido de los trópicos.

Resulta lógico que esa delicada resistencia se sintiera amenazada ante el desafío que significó la aparición de La isla en peso. La nada origenista en la que “palpita siempre una significación divina” no supo qué hacer frente al vacío o la “nada por defecto” que anunciaba el Virgilio cubano. Al tiempo mítico de Orígenes Piñera le opuso “el horroroso paseo circular” compuesto por “los cuatro momentos en que se abre el cáncer: madrugada, mediodía, crepúsculo y noche”. Frente al tiempo lineal y ascendente de la nada a la esperanza, Piñera extiende el sinsentido del círculo.   

Injusto fue acusar a “La isla en peso” de estar poseído “por la vieja mirada del autoexotismo”. Al llamado de Lezama de “convertir el majá en sierpe, o por lo menos, en serpiente” o sea, de traducir la sustancia local a una lengua universal, Piñera corresponde deteniéndose en “ciertas palabras tradicionales: el aguacero, la siesta, el cañaveral, el tabaco”. Pero “con simple ademán, apenas si onomatopéyicamente,/ titánicamente paso por encima de su música/ y digo: el agua, el mediodía, el azúcar, el humo”. La traición de Piñera al origenismo fue más profunda aun al servirse del modelo más ajeno posible, el de otro poeta caribeño, Aimé Cesaire, para representar el peso y el tiempo de la isla. Vitier identificó de inmediato las influencias de Cesaire en el cubano. Lo que no pareció advertir fue el violento giro que le da Piñera al poema del martiniqués. Al igual que Cesaire, Piñera transita por su realidad isleña a través de los distintos momentos del día, un modo de usar el eterno presente antillano para emparentar una isla con otra. Pero a Vitier se le escapa que el diálogo que Piñera intenta entablar con Cesaire está dominado por la diferencia entre el tono auroral del martiniqués y la nocturnidad alevosa de Piñera. Cesaire anuncia: “he aquí el fin de este amanecer, mi plegaria viril. No escucho las risas ni los gritos, fijos los ojos en esta ciudad que profetizo bella”. Piñera, en cambio, empuja el tiempo de su isla hacia la noche que “sabe arrancar las máscaras de la civilización”. Vitier apenas percibió una repetición incesante del presente allí donde Piñera representa el ciclo de esperanzas y decepciones de la Historia nacional: el tránsito desde “el rastro luminoso de un sueño mal parido” hasta la “noche antillana” “sin memoria, sin historia”. Lo que Piñera le advierte a Cesaire es que al esperanzado amanecer de la Historia siempre le seguirá el resto del día. Que ese ciclo está condenado a repetirse. Pero no sólo es maldición sino también escape. “La isla en peso” es un modo ―mucho más sutil del que se le ha supuesto― de representar a un mismo tiempo la sincronía y la anacronía de Cuba respecto al resto del Caribe. Y de admitir que pese a denominadores comunes ―la tensa confluencia étnica, el clima, la naturaleza, los goces y sufrimientos similares y la misma sensación de vacío― era evidente la ausencia de una sincronía antillana, elemento indispensable ―según Benedict Anderson― para construir una comunidad imaginada. Que más que incomunicadas por las lenguas que circulan por el Caribe, las Antillas están separadas por el cristal de los diferentes tiempos en que transcurren sus historias.
Aimee Cesaire

A más de setenta años de su publicación La isla en peso es el poema más citado, recreado y discutido en la Cuba actual pero su vitalidad no se debe atribuir en exclusiva a la fuerza de sus imágenes. Algo tendrá que ver que el hecho de que tres lustros después de salir de la imprenta la isla real se viese envuelta en el más anacrónico de sus sueños: la Revolución Cubana de 1959. Las evidencias de que la eternidad totalitaria ensanchó la anacronía cubana con respecto al resto del Caribe ―y del continente― son abrumadoras. Una de ellas es que historia cultural cubana en las siguientes cuatro décadas es más fácil de comprender si se la entiende en sincronía con culturas tan remotas como la polaca o la checa que si se la compara con la de Jamaica o Puerto Rico. La actual vigencia de “La isla en peso” se explica porque en la noche de la utopía totalitaria, es Cuba la que imita al poema de Piñera. La Historia le dio la razón al autor de “La isla en peso”: debajo de los escombros del sueño origenista o del revolucionario, resistente a cualquier cataclismo, permanece la furiosa noche caribeña, esa que hoy la uniforma el ritmo del reguetón. Una de las claves definitivas de esa última sincronía antillana quizás la tenga el caribeño V.S. Naipaul cuando dice: “Los esclavos de las plantaciones del Caribe conocieron mundos distintos. El mundo del día: era el mundo blanco. Y el mundo de la noche era el mundo africano, con su magia, sus espíritus, sus verdaderos dioses. […] Para el no iniciado, para el amo de esclavos, el mundo africano de la noche podía parecerle un mundo de espectros, un mundo pueril, un carnaval. Pero, para el africano […], era el único mundo verdadero; que trocaba hombres blancos por fantasmas y convertía la vida de la plantación en una simple quimera”.

Justo allí radica el vigor y la flaqueza de cualquier identidad colectiva en el Caribe: en la persistencia de los instintos creados en aquellas noches en los barracones y en su no menos persistente negación. Sólo en esa noche ―con la que se termina reconciliándose Piñera en su famoso poema― cobra sentido nuestra ilusoria cercanía.


*Texto aparecido originalmente en la revista dominicana El País Cultural en el número de noviembre de 2017.

3 comentarios:

Unknown dijo...

Excelente Vindicacion de Virgilio o, parafraseando al propio Vitier, este Rescate de Pileta. La pretendida excepcionalidad cubana está presente desde antes de su mismo origen, pues Cubanacan significaba La Gran Tierra del Centro, o también, El Centro del Mundo. Después Colón con aquello de «la tierra más fermosa» (que repitió en varios lugares), hasta Martí con «el fiel de la balanza del mundo» y hasta el febril Wertz con su seudo profecía, han marcado el triste sino de la pobre isla y sus «predestinados» habitantes...

Unknown dijo...

Pileta no: PIÑERA. Maldito corrector.

Realpolitik dijo...

Vitier no es respetable. Un catolicón "martiano" vendido al castrismo ateo y totalitario. Ni siquiera se cuidó lo suficiente para no firmar la infame carta del 2003 apoyando la "Primavera Negra" y las ejecuciones sumarias de tres cubanos de color por intentar fugarse de la finca del Mayoral Fidel. Bah.