lunes, 13 de noviembre de 2017

La Lenin, Valls y yo

Hace unos días me enviaron un cuestionario acerca de los rumores sobre el inminente cierre de la alicaída escuela Lenin. Mis respuestas fueron extensamente citadas en un reportaje posterior de la periodista Sarah Moreno. Aquí les transcribo todas mis respuestas:
  
Se rumora que va a cerrar la Lenin. ¿Te alegra, te toma por sorpresa? ¿Lo ves como un sintoma más de la decadencia de la educación en Cuba?
Sí, me sorprende. Sabía de la debacle del sistema educativo cubano pero no pensaba que llegara tan lejos como para arrastrar consigo su “joya” más preciada. Al menos si se habla de las escuelas creadas después de 1959 en los niveles primario y medio. No sabía siquiera que desde hace tiempo de la escuela funcionaba apenas un tercio de lo que había sido antes. Pero más que síntoma de la decadencia de la educación en Cuba es una muestra del desinterés de las clases dominantes cubanas por siquiera disimular lo poco que les importa dicha decadencia: resuelto el problema educativo de sus hijos y nietos con las escuelas privadas extranjeras que se han ido abriendo en Cuba todo el discurso igualitario al que todavía echan mano se hace cada vez más vacío. Y no me alegra, por supuesto. ¿Cómo me va a alegrar que los muchachos cubanos que no pertenezcan a las élites tengan menos oportunidades de acceder a una educación de calidad que antes.

Cómo definirías la escuela, y ya en lo particular, cómo recuerdas el tiempo que pasaste ahí (por cierto, de que año a qué año).
Debí de entrar en séptimo grado en 1979 pero no me gustó la idea de estar internado y pasé mi secundaria en la calle. Pero en el momento de entrar en el preuniversitario en 1982 ya se rumoraba que todas las escuelas serían mudadas para el campo. Así que al aparecer una nueva oportunidad de entrar en la escuela accedí. La escuela acababa de ser remozada para usarla como Villa Olímpica para los Centroamericanos de 1982 así que estaba en bastante buen estado. Aun así ya se escuchaban recuentos nostálgicos de glorias pasadas cuando estudiaban allí los hijos de Fidel Castro y él mismo visitaba la escuela a cada rato. Una época en que las piscinas estaban llenas y la comida era mucho mejor. Parece ser también la época de oro del bullying: tiempos en que los hijos de dirigentes campeaban por sus respetos aterrorizando a los muchachos más débiles. La escuela que recuerdo es la más exigente del país (a excepción quizás de la Humbolt 7) y la mejor equipada. Aunque ese equipamiento era engañoso. Era una escuela-vitrina en la que muchas de sus instalaciones solo se usaban en caso de visitas de delegaciones nacionales o preferiblemente extranjeras. Piscinas que apenas fueron llenadas tres o cuatro semanas en el curso de tres años; tabloncillos que se pasaban la mayor parte del tiempo cerrados y de pronto te halaban, te daban un short y te metían a correr detrás de una pelota para que un grupo de extranjeros se asombraran de la buena vida que nos dábamos; laboratorios de idiomas que nunca vi por dentro. Y no es que soportáramos callados esas falsedades porque mucho que las criticamos en cuanta reunión había. El poeta Jorge Valls luego de pasar en la prisión política “Veinte añosy cuarenta días” como reza el título de sus memorias carcelarias al sacarlo lo llevaron directamente a ver la Lenin. Querían que comprobara todo lo que había hecho la revolución a la que tanto se había resistido*. Eso fue en 1984, cuando yo todavía andaba en aquella escuela ornamental protestando por ese engaño gigantesco o convirtiéndome en el peor jugador de fútbol que haya jugado nunca en esa escuela. Por lo demás éramos adolescentes haciendo vida de adolescentes, para bien y para mal. De allí me gradué en 1985.


Alguna vez hemos comentado que la gente de la Lenin se creían mejores, es verdad esto? ¿De dónde crees que surge esa percepción?
Puede que sí se creyeran mejores sobre todo si debían compararse con muchachos de otras escuelas pero la Lenin resultó para muchos una cura de humildad. De ser los primeros expedientes con las notas más altas en sus respectivas escuelas la mayoría pasábamos a ser estudiantes promedio donde solo unos pocos sobresalían. Si no mejores seguramente se sentirían distintos al resto de los muchachos. Eran seis años de una vida bastante enclaustrada, siguiendo las mismas rutinas, conociendo a las mismas personas, compartiendo vida con ellos: era inevitable que tuvieran modos de convivir y hasta hablar muy específicos. Una de las primeras cosas que tuve que hacer al entrar fue aprender ese dialecto de la Lenin con palabras, giros y chistes muy específicos. Y los apodos espectaculares que les ponían a los profesores. Incluso la manera de usar el uniforme con el monograma rojo, las corbatas (que solo se usaban al salir de la escuela) o las medias blancas de las muchachas contribuía a marcar una diferencia. Yo y en general los que entramos en décimo siempre nos sentimos un poco intrusos, siempre nos sentimos “los nuevos” en comparación con los que estaban allí desde séptimo grado. En fin, existía una dinámica más o menos común de todo grupo que tiene ciertos privilegios en un ambiente más bien miserable.

A diferencia de personas de otros países que se sienten orgullosos de las escuelas a las que asistieron, ¿crees que no es motivo de orgullo, o más bien algo que uno esconde, el hecho de que fue a la Lenin?
En lo personal por todo lo que te dije anteriormente  no me avergüenza pero tampoco me enorgullece demasiado. Al fin y al cabo fueron tres años de mi vida y no seis como ocurrió con la mayoría de mis compañeros de graduación. Pero en general lo que me encuentro es orgullo de haber pertenecido a una escuela de élite. A casi todo el mundo le encanta sentirse especial, por una razón o por otra. En mi caso más importante fue la Universidad de La Habana donde estudié cinco años y viví experiencias mucho más decisivas. Pero es innegable que la Lenin es una de las escuelas más grandes y con mayor tradición en los últimos cincuenta años de historia cubana (gracias sobre todo a que las anteriores fueron eliminadas). Donde quiera se encuentra uno con antiguos estudiantes de la Lenin con los que, al margen de las diferencias de todo tipo, puede establecer un tipo de complicidad muy especial. Los pobres que se encuentran en medio de ese intercambio no saben qué hacer porque no entienden nada de lo que decimos. Y los compadezco.


*El poeta y ex prisionero político Jorge Valls dice en sus memorias: “En el Instituto Lenin el director me facilitó una serie de estadísticas para demostrarme lo bien que funcionaba todo. Era un colegio de lujo, con muchos jardines, museos y patios de recreo. Me acordaba de la hija de Osvaldo Figueroa, a la que habían expulsado de aquel colegio porque su padre era un preso político que no había aceptado el plan de reeducación. Pensaba en cómo aquello la había puesto en contra de su padre”

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Efectivamente, esto es otra muestra de la desconexión de la dictadura para con su responsabilidad con el pueblo, desconexión que además de en la educación se extiende a la sanidad. Al pueblo, que lo mantenga Miami y que se las arregle como pueda… ellos están solamente para el negocio: vender en sus tiendas a sobre precio y esquilmarle al cubano lo que recibe de remesas.

Realpolitik dijo...

O sea, la versión escolar de una aldea Potemkin, con el nombre de Lenin. Perfecto. Porque claro, tal afinidad por la Rusia soviética era tan natural y lógica como la afinidad de Cuba por la China roja, Corea del Norte, Vietnam o Iran. Santocielo, la perversion--y el resto del mundo tan campante, como si nada.

Anónimo dijo...

XD si la Lenin esta asi, como estaran las demas ? La Lenin no deberia dejar de existir incluso aunque cambie el gobierno y la politica. Si bien es un simbolo de la Cuba subvencionada de los an~os 80, tambien lo es de la juventud de muchisimos cubanos, donde escucharon a los Beatles por primera vez o dieron el primer beso, ojala se salve y en un futuro sea una escuela realmente de elite.

Realpolitik dijo...

Lo mismo que Alemania fue rigurosamente desnazificada, y por las mismas razones, Cuba debe ser descastrificada. Desgraciadamente, eso no se puede dar por seguro, ni siquiera por probable, solamente por posible. Hace un tiempo, me quedé estupefacto al ver latas de carne rusa a la venta en Miami, lo cual indica que hay gente que las compra. Todavía me cuesta trabajo creerlo. Vamos bien.

Realpolitik dijo...

Lo que pasa con “la Lenin” es que todo frente falso acaba por desmoronarse y mostrar su falsedad. Es simplemente asunto de tiempo.