sábado, 18 de junio de 2022

Sopa de gallo

Junto al primer capítulo de Nuestra hambre en La Habana los editores de la revista E-Flux  me pidieron que les enviara una "receta significativa" de aquellos años para su número dedicado a la comida y la agricultura. No se me ocurrió una receta que diera a "entender o conocer con precisión" los noventa cubanos que la de "sopa de gallo". Los editores, comprensivos, aceptaron mi propuesta pese a lo mucho que tiene de tomadura de pelo ofrecer como receta la mezcla de agua con azúcar. Creo que entendieron lo revelador que sería para sus lectores que el agua con azúcar pase a ser el plato nacional más socorrido de un país. De manera que publicaron en la revista mi receta magníficamente traducida al inglés por Anna Kushner. Aquí les comparto mi texto original en español.


Sopa de gallo

No hubo receta más socorrida en mi juventud cubana que la llamada “sopa de gallo”. La oración anterior requiere dos aclaraciones. La primera: mi juventud en Cuba coincide con la época que el régimen cubano, con su fecunda imaginación para nombrar la realidad, llamó “Período Especial”. “Especialmente miserable” querían decir, pero no lo decían por modestia. Esa creatividad cubana para bautizar el universo me lleva a la segunda aclaración de la frase que encabeza este párrafo. Y es que la llamada “sopa de gallo” no era otra cosa que el resultado de la mezcla de agua y azúcar. Lo de “gallo” era metáfora pura y nada había en la “sopa de gallo” que recordara a una sopa excepto su consistencia acuosa. No sé si el nombre fue creado en ese momento o provenía de alguna recuperada tradición popular. Lo cierto es que en los noventas las cafeterías del Estado (las únicas existentes por entonces) anunciaban el agua con azúcar como “sopa de gallo” en sus menús. Muchas veces era lo único que ofrecían. O lo presentaban como plato fuerte junto a un postre que usualmente consistía en dulce de cáscara de toronja.

“Sopa de gallo” no fue el único nombre que recibió aquella combinación de agua y azúcar. También se la llamó “prismas”. En ese caso sí puedo explicar el origen. Procede de un programa de televisión titulado así, “Prismas”. Se transmitía hacia las 11:30 pm y se anunciaba con la frase “poco antes de la media noche… ‘Prismas’ es para usted”. Esa era más o menos la hora que el agua con azúcar se hacía más necesaria para apaciguar el hambre y permitir que nos fuéramos a la cama con algo en el estómago. “Milordo” fue otra designación que recibió la mixtura de agua y azúcar, pero su etimología me es desconocida. Como dicen de los inuit y la nieve, los cubanos nos prodigamos en nombrar al azúcar disuelta en agua. El azúcar era todavía la primera industria del país y, dentro del estrechísimo racionamiento con el que debíamos sobrevivir la cuota de azúcar, era particularmente generosa: cinco libras por persona al mes. El agua no abundaba precisamente, pero al menos alcanzaba para confeccionar dicho plato.

Ingredientes:

-Agua

-Azúcar

Instrucciones:

Rellene un recipiente cualquiera con agua. Puede ser fría, caliente o del tiempo, así de adaptable es la receta al gusto del consumidor. Luego añádale tantas cucharadas de azúcar como desee. Revuelva enérgicamente la mezcla con una cuchara. Eso es todo.

Puede servir la sopa de gallo de inmediato o, si lo prefiere, refrigerarla antes de consumirla. No se tome muy al pie de la letra el nombre de la receta. No es necesario que se la sirva en un plato hondo o que la tome con cuchara. Con un vaso cualquiera es suficiente.

Nota:

Tras unos cuantos días consumiéndola el sabor de la sopa de gallo se vuelve monótono. Se recomienda en ese caso que, antes de añadir el azúcar, ponga el agua a hervir con alguna planta aromática. Me dirán que en sitios en los que la “sopa de gallo” se considera un plato aceptable no abundarán las plantas aromáticas y tendrán razón. Por eso, llegada la hora de preparar mi “sopa de gallo” salía a merodear los jardines de mis vecinos para robarles unas ramitas de toronjil de menta o de cañasanta. De ahí que la nocturnidad en el consumo de la sopa de gallo se complementara a la perfección con la tarea de eludir la vigilancia que los vecinos pudieran ejercer sobre sus jardines. Nunca pensé ponerle nombre a esa variante, pero bien podría ser “sopa de gallo a las finas yerbas”. Si el verbo no encuentra maneras de infundirle nueva gracia a la materia ¿cómo justificar su existencia entonces?

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Tambien se le decia "guchipupa" cuando se ligaba con alcohol de farmacia.

Anónimo dijo...

Prismas pense que solo se usaba en el Pedagogico donde estudiaba pero no, resulta que era mas universal. La nostalgia es mala consejera. Al leer este articulo recorde con agrado aquellos años terribles. Con el disgusto y las perretas con que los viví.