sábado, 18 de julio de 2020

De cómo me inicié en la "cancel culture"

Ahora, en medio de un nuevo debate sobre la vieja censura, alguien recuerda como siendo estudiante de NYU "alguien programó en el KJCC un documental que hablaba favorablemente de Fidel Castro, y Enrique Del Risco armó un reclamo en contra de la proyección. Debía ser 2002 o 2003". Es una suerte que yo tenga buena memoria, el ingrediente esencial para una mala conciencia. Y el caso es que recuerdo bien aquella ocasión en que escribí una carta de protesta contra un documental apologético sobre Fidel Castro realizado por Estela Bravo. También recuerdo que no se trataba de impedir la proyeccion de aquel documental: apologías al castrismo no han dejado de celebrarse antes o después en esas u otras universidades de la ciudad sin que yo me inmutara. Lo que distinguía aquella ocasión era que se pretendiera presentar una organización de escritores latinoamericanos en Nueva York -a la que me invitaron a formar parte- y a los organizadores no se les ocurriera nada mejor para culminar ese lanzamiento que proyectar un documental en el que se alababa al mayor perseguidor de escritores en la historia de mi país. En lugar de lanzar la tal organización con un documental o película sobre algún escritor latinoamericano se optaba por la alabanza a un tirano. ¿Acaso a alguien se le hubiera ocurrido inaugurar una asociación de escritores de cualquier sitio con un documental laudatorio de Pinochet o Videla? ¿Era lógico que unos ratones se presentaran en sociedad con una alabanza a los gatos en lugar de a algún ratón mártir, que los hay de sobra?

Los que subscribimos aquella carta de protesta no pretendíamos prohibir un documental que se exhibía por todas partes en aquellos días. Lo que hicimos en la carta fue cuestionarnos el compromiso de esa organización de escritores con una causa tan esencial para el ejercicio de la escritura como es la libertad de expresión. Como no recibimos respuesta de los organizadores del evento un grupo de activistas y artistas cubanos asistimos al acto de inauguración no a gritar ni a reventar el acto sino a debatir, esa vieja práctica ya extinta. Entre nosotros estaba el escritor Jorge Valls, quien había pasado 20 años en las prisiones cubanas por el simple hecho de ser y a quien llevábamos como prueba viva de las hazañas del Comandante a quien se dedicaba el cierre de la noche. Esa noche, sin embargo, nos quedamos con las ganas de debatir porque al final los organizadores anunciaron que por "dificultades técnicas" no podrían proyectar la película. 

Si esa noche merece que la siga recordando es porque los cubanos que habíamos ido allí nos vimos de pronto ante la situación de que en lugar de espantarnos un documental seguramente abominable para luego discutir con gente que sospechábamos blindada a cualquier argumento, se nos ofrecía la oportunidad utilizar aquella noche en Manhattan para celebrar el simple acto de estar vivos y juntos. Así fue como paramos en una cervecería belga a cien metros de allí donde pasamos las horas siguientes bebiendo y discutiendo a gritos como corresponde. Ya al final de la noche terminamos insurreccionando aquella cervecería donde no se ha bailado antes ni después poniendo a bailar hasta a las camareras mientras el siempre correcto Jorge Valls no dejaba de sonreír desde su asiento.

2 comentarios:

Miguel Iturralde dijo...

No pudieron exhibirlo por "dificultades técnicas"... una salida "decorosa". Si el documental es "Fidel, la historia no contada", está en en YouTube (no lo he visto ni pienso hacerlo), pero leyendo los comentarios dejados por quienes lo vieron uno se da cuenta de lo fútil hablar de la Revolución con muchísima gente. Me recuerda lo que Trump dijo cuando estaba en campaña presidencial, que él podía dispararle a cualquier en plena 5ta. Avenida de NYC y no perdería ni a un solo votante. Así mismo con los castristas. Saludos.

Realpolitik dijo...

Ah, nuestros siempre solidarios hermanos letrinamericanos. Todo un primor de gente. La verdad que no los merecemos, aunque por supuesto no se pueden comparar con escritores cubanos comprometidos con la "revolución." Nadie extranjero, por miserable que sea, se puede comparar con un cubano comprometido de tal forma--y de cierta manera, aunque sea torcida, eso ayuda, pues exige cierta humildad y permite cierta tolerancia. No es mucho, pero es lo que hay.