lunes, 20 de octubre de 2008

20 de octubre

Cada veinte de octubre suelo recibir mensajes de dos amigos que viven en Cuba. Uno de ellos me recuerda que a pesar de la distancia, las diferencias políticas etc sigo, según él, perteneciendo a la cultura cubana. El otro amigo me recuerda que un veinte de octubre de 1995 tomé un avión rumbo a Madrid sin intenciones de aprovechar el pasaje de regreso. Ambos mensajes pese a su periodicidad tienen la virtud de conmoverme. No porque aprecie (en el caso del primer amigo) pertenecer a una cultura cuyos parámetros de acceso se me hacen un tanto incomprensibles (una cultura que, por ejemplo, toma como punto de partida la escritura de un himno) ni porque considere que los aportes a que alude mi amigo merezcan ser considerados siquiera en la liga de los de Armandito el Tintorero. Me conmueve la lealtad de esos amigos, el que a pesar de la distancia sigan reservando cada año un momento para recordarme esa amistad. Si debo escoger –y en esto no se vea humildad sino amor por ciertas concreciones- prefiero pertenecer a la memoria de ciertos amigos que a la arbitraria abstracción de una cultura. O dicho de otro modo: poco y mal puede importarle a uno una cultura si no empieza por importarle a ciertos amigos. Ando corto de tiempo pues estoy empeñado en sacar adelante un libro sobre mi experiencia española. Allí, por si se lo preguntan esos y otros amigos habrá un capítulo dedicado a las despedidas –aquél veinte de octubre y los días anteriores- pero dada la estructura poco lineal del libro todavía no he llegado a ese punto. En sustitución a ese capítulo de las despedidas los dejo entonces con las primeras páginas de lo que es hasta ahora mero borrador.

Llegué a este planeta el 21 de octubre de 1995, a una distancia casi exacta de trece años del momento en que escribo estas páginas. Venía desde otro mundo y todo lo que encontraba a mi llegada me parecía maravilloso. No era la mirada de un turista. “Un extraterrestre”, deben haber pensado los que me vieron ese día por Madrid con los ojos desorbitados y la cabeza girando de un lado a otro como si estuviera respirando por la mirada y anduviese desesperadamente a la caza de bolsones de oxígeno. Y tenían razón. Luego de 28 años dentro acababa de salir afuera y no terminaba de creérmelo. Porque acá afuera todo era distinto -las aceras, las paredes, las flores, la ropa, la gente, los colores, los olores, los ruidos- y trataba de percibirlos como si de repente hubiera tenido una visión y no supiera cuándo esta iba a desaparecer. Quizás esta visión la hubiera tenido en cualquier sitio de la parte de afuera del mundo (el mundo en el que había vivido hasta entonces) al que hubiera llegado pero sucede que en mi caso la parte de afuera que me tocó ver por primera vez fue Madrid.
Ese Madrid ya no existe.
Lo digo sin nostalgia. Es apenas una constatación.
Lo primero que hice ya una vez desembarcado en Madrid fue tomar el metro. Lo tomé en Antón Martín. Y las primeras estaciones por las que atravesó el tren eran las mismas que había escuchado en una canción de Joaquín Sabina años atrás: Tirso de Molina, Sol, Gran Vía, Tribunal (¿dónde queda tu oficina para irte a buscar?). De algún modo esa coincidencia la tomé como una señal del destino. En aquellos días de apabullamiento sensorial y entusiasmada incertidumbre todo me parecía una señal. Una señal de que mi nueva vida sería además de nueva, buena. Y las señales más frecuentes serán fragmentos familiares en un mundo perfectamente desconocido. Así de nuevo era todo. Y de incierto. (Siempre hubo alguien a mi lado diciéndome que aquello era el famoso esto o el famoso lo otro pero lo cierto es que excepto la puerta de Alcalá, la puerta del Sol, el Museo del Prado y dos o tres sitios más todo era virginalmente nuevo para mí).
Ahora cuando viajo a Madrid también siento que lo hago a una ciudad diferente de aquella que conocí trece años atrás. El metro por ejemplo. La extensión de las líneas prácticamente se ha duplicado. En 1995 la línea verde iba a Canillejas a Aluche mientras que hoy se extiende tres o cuatro paradas más allá de los antiguos extremos. Hay líneas que antes simplemente no existían. Pero ese no es el cambio más profundo. En 1995 entraba a un vagón del metro de Madrid buscando obsesivamente si había una cara extranjera igual que la mía. Alguien que fuera parte de Nosotros, o sea, los Otros. A diferencia de los antiguos exploradores no me sentía especialmente cómodo con la idea de ser en aquellos vagones el único representante del resto del mundo. Me sentía un intruso y de alguna manera buscaba alguna complicidad en esa intromisión. Da igual de dónde fuera el Otro. Bastaba que fuera diferente de Ellos para sentirme acompañado. Montar hoy en un vagón del metro madrileño es una experiencia radicalmente distinta. Ahora Ellos, los aborígenes, están en minoría y eso me hace sentir por Ellos algo parecido a la compasión. Si tienen edad suficiente como para recordar cómo era un vagón del metro madrileño trece años atrás –y sobre todo, si recuerdan aquél Madrid con nostalgia- deben sentirse tan perdidos como yo lo estuve aquél 21 de octubre y las semanas y meses que lo sucedieron sin la compensación del asombro. Ellos no decidieron cambiar de mundo. Sin tomar la decisión de cambiar de vida, sin apenas darles tiempo a los necesarios ajustes, la vida ha cambiado a su alrededor. Algo nos asemeja: para ellos no hay regreso posible a aquél mundo en el que pensábamos que íbamos a pasar el resto de nuestras vidas. Pero esa semejanza es ilusoria y es que sospecho que su nostalgia por el mundo en el que vivían hace trece años es muy superior a la que tengo por el mundo en el que viví hasta el 20 de octubre de 1995.
Mi deslumbramiento aquella mañana del 21 de octubre de 1995 no es nada nuevo. De hecho ya fue descrito por un griego hace dos mil trescientos años. El griego hablaba del mito de una caverna en la que vivían encadenados unos prisioneros. Los prisioneros estaban sujetos de manera que no podían voltear la cabeza. Así que no les quedaba otro remedio que mirar al frente, a una pared de la caverna en la que se proyectaban las sombras de lo que ocurría en el exterior. Así imaginaba el griego que los hombres percibían la realidad, como puras sombras. De vez en cuando un prisionero se liberaba y conseguía salir de la caverna y la luz del sol, luego de estar tanto tiempo en la oscuridad lo deslumbraba. A esos hombres enceguecidos que intentaban acostumbrar los ojos a la luz de la realidad el griego los llamaba filósofos y estaban destinados a conducir al resto de los hombres hacia el mundo real. Así imaginaba el griego su profesión porque él también era un filósofo. Yo no soy un filósofo. Un pasaje de avión no te convierte en guía espiritual de la humanidad pero créanme, la oscuridad y el deslumbramiento eran reales. Salir del aeropuerto de Barajas aquella mañana si no era como salir de una caverna al menos era como pasar de ver una película en blanco y negro a una en colores. Y no es que no sospechara de la existencia de los colores pero hay una distancia decisiva que separa el sospechar del saber, la misma que separaba a los que estaban dentro de la cueva y los que lograban salir.
Ya en Madrid me ocurrió un deslumbramiento similar y en este caso también tuvo que ver con el cine. Posiblemente se tratara de la primera o segunda semana de estar allí. Acababan de estrenar una película de Almodóvar. No era la primera película de Almodóvar que veía. Ni siquiera era de las mejores pero al reconocer lugares de un Madrid que ya se me iba haciendo familiar empecé a experimentar un disfrute distinto. El goce que supone reconciliarse con una realidad que hasta no hace mucho era ajena -aunque no por ello menos deseable- y que ahora empezaba a hacer mía. La película acabó y al encender las luces los acomodadores nos fueron conduciendo hacia la puerta del fondo de la sala, una puerta que daba directamente a la calle. Entonces me golpeó el segundo deslumbramiento: ver de nuevo las calles de Madrid no empotradas en la pantalla del cine sino en sus tres dimensiones habituales. Creo que enseguida comprendí la naturaleza del deslumbramiento. Cuando en La Habana veía una película al salir del cine regresaba a las aceras sucias y cuarteadas de la realidad, al calor que parecía podrirlo todo y ese reencuentro con mi realidad siempre tenía el sabor de un despertar, de un mal despertar de un buen sueño. No importaba siquiera que la película transcurriera en las calles de La Habana: la falta de continuidad entre la película y la realidad era igualmente chocante. Ese día, en cambio, salí al fresco del otoño madrileño, a una calle cuadriculada por losas grises y enmarcada por tiendas y restaurantes y comprobé con placer que no conseguía despertar. El continuo entre la película y la realidad me permitían seguir soñando que era un personaje en esa película asombrosa que era para mí ese Madrid del otoño de 1995.

11 comentarios:

y con alias. dijo...

Hola enrisco:

te creo ... es una experiencia única en la vida, e irrepetible.

ese libro tuyo me lo pienso beber.

y olé por los amigos...aché pa'tí

mis saludos y mis respetos.

Manuel Sosa dijo...

Y escogiste el Día de la Cultura Cubana.

Toma nota: necesitamos crear un Día del Exiliado Cubano.

Tenemos que buscarnos motivos para festejar, hombre.

Enrisco dijo...

si Sosa, cada uno celebra su dia personal y un cumpleaños colectivo no vendria mal. el problema es elegir el dia. se puede escoger alguna fuga colectiva (Mariel o los balseros) o a alguna figura celebre: marti (15 de enero de 1871) o Heredia que fue junto con Varela de nuestros primeros exiliados oficiales aunque no se si pueda determinarse una fecha concreta. un dia para brindar juntos donde quiera que estemos aunque sea por el hecho de que tenemos con que brindar.

Anónimo dijo...

bueno el dia que se parta el socio todos vamos a brindar eso es seguro, asi que a partir de ese momento ya tendran su fecha del exiliado. Al menos aqui en miami lo haran feriado y dia de orgullo nacional

Jorge Salcedo dijo...

Esa es fácil, Enrique: El 24 de febrero. Día del Exiliado Cubano. Oficial.

Ernesto G. dijo...

Que nombres tienen las estaciones de metro de Madrid. Que ciudad, coño! Y qué vino! Voy a abrir una botellita de tinto ahora para celebrar ese libro que estás escribiendo. Y el dia del exiliado es todos los dias que vivimos en libertad.

Armando Tejuca dijo...

Pero que clase de descarao usted me ha salido, resulta que le piden que narre la salida de cuba y se pone a hablar de la llegada a España, así cualquiera macho.
Yo pondré una anécdota de tu salida pues ese día fui junto a tus padres y tu hermano en el aeropuerto, estaba también Marlen con la barriga de Amanda, mira cuanta gente fue a despedirte...
Me acuerdo que estábamos haciendo chistes sin parar, en esa frecuencia en que todo es un chiste y en la cual entramos cada vez que nos vemos. Llego el momento de chequear los papeles y entro Eida, detrás fuiste tú, te veíamos a dos metros de distancia en aquel aeropuerto vacío, un nudo se nos hizo a todos en la garganta, tu hablabas con el oficial, de momento te viras para nosotros y nos dices: vamos, hagan un chistecito ahora...
Pusimos unas risitas de esas que se ponen cuando un chiste no sale bueno, pues coño… cada cosa tiene su momento.
Era el 20 de octubre y todos jugábamos con la idea de que cuba se estaba perdiendo a una de las personas que mas la quería. Pesabas 120 lbs pues como era usual en esos años decidiste mandar las libras delante. Eras idea y ansias de ser libre y como muchos no nos quedo de otra que buscar esa libertad afuera de la isla.
Sobre el fenómeno película- realidad es muy buena descripción, ahora estaba viendo los trailers de El cuerno de la abundancia y vi que Tabio decidió filmar todo sin retocar nada, pensándolo bien el tipo esta tratando de lograr que la gente cuando salga del cine no sienta la diferencia, como en muchos cines habaneros los olores de los baños son el olor ambiente ocurrirá por primera vez en la historia del cine cubano que el espectador no sabrá en donde empieza la película y en donde comienza el diario malgaste habanero.
Que horror!

Anónimo dijo...

me hicistes llorar, creo que lo que vivistes, lo hemos sentido muchos. Nunca voy a olvidar cuando tuve frente a mi una cesta de frutas variadas, en un puestecillo........era un "still-life"?
Luego segui llorando cuando Tejuca describio el momento de la despedida, lo vivi letra a letra....recomendare mucho tu libro................es parte de nuestra generacion definitivamente.
Somos ciudadanos del otro mundo......... gracias a dios!!!!!Lo unico que lamento que no sea en un mismo lugar.

Alexis Romay dijo...

Compadre, el texto es exquisito. Tu anécdota tiene el don de ser única y emblemática. Y el complemento del Teju no tiene desperdicio...

Ah, tengo una fecha para celebrar el día de los exiliados cubanos: 28 de diciembre. Que es el día del inocente. Que es el día de los santos inocentes.

Anónimo dijo...

Coño..yo tambien sentia eso... entrar en el metro y mirar a los emigrantes, como yo, y comparar... Ahora entro, miro y me dan lastima los espannoles..

Unknown dijo...

Muy bueno...No puedo evitar las comparaciones conmigo, yo tambien me vine a los 28 años pero un par de ellos antes que tu.A mi tambien me mándan dos mensajes cada 21 de marzo (mi fecha) Pero uno dice ...Gracias por dejarme mas espacio y otro ...devuelveme el pitusa o mandame uno ahora que puedes, Cabrón!...Ah! el metro de ahora me gusta mas pero al ver caras parecidas a la mia en vez de sentirme acompañado creo que solo comparto su soledad.