Cuba no sólo tiene al dictador más longevo del planeta (puede que ya no gobierne pero por lo que parece sigue dictando). También tiene al imitador de un dictador por más tiempo en la historia de la humanidad: Armando Roblán. Imitaba al Comandante ya en 1959 y al parecer por la foto que vemos arriba a este parecía gustarle o al menos fingió tolerarlo más o menos el mismo que decía respetar otras libertades que luego llamaría burguesas. En 1961 –aquél año que entre otras cosas memorables produjo la frase “con la Revolución todo, contra la Revolución nada”- Roblán decidió marcharse con su imitación a la Florida. Allí Roblán ha tejido su propia leyenda: trabajador incansable aparece en teatro o televisión, escribe y dirige sus propios espectáculos, pinta, diseña escenografía, hace esculturas. Como testimonio de la calidad de sus imitaciones se cuenta que un día entró disfrazado y maquillado como el Imitado en el baño de una cafetería y un compatriota recién llegado de Cuba al verlo se desmayó. La previsible muerte de su Imitado no debe quitarle el sueño porque su imitación de su sucesor es igual o superior a la del Gran Hermano.
Pero creo que vale la pena detenerse en un instante en el paralelo entre el Dictador Perpetuo y su Imitación No Menos Perpetua, lo monstruoso campeando a sus anchas en la isla y su duplicado paródico siguiéndole los pasos y tropiezos a un poco más de un centenar de millas. Si Castro ha sido por antonomasia un hombre entregado a una idea, la de su propia grandeza, –mientras del resto de sus compatriotas se dice que siempre terminamos por abandonarlo todo- Roblán ha sido parejamente consistente en remedar las miserias del otro, en seguirlo como una sombra ridícula y tenaz: material, en fin, para una tragicomedia tan extensa como amarga, algo así como un mito en germen.
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