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viernes, 17 de mayo de 2019

Los turcos en "El Nuevo Herald"


El escritor Carlos García Pandiello escribe en El Nuevo Herald una una reseña de Turcos en la niebla donde dice entre otras cosas: 

De esa pluralidad de perspectivas, donde las voces diferenciadas de los personajes van tejiendo una amplia red de significados en torno a la experiencia cubana del totalitarismo y el destierro, se deriva la excepcionalidad de esta novela: la primera apuesta por escribir –y si no es la primera seguramente es la más lograda– una historia sobre el destierro cubano que se adscriba al concepto de “novela total”.

Read more here: https://www.elnuevoherald.com/vivir-mejor/artes-letras/article230391119.html?fbclid=IwAR3u9AnAE-LFh23KACvnIu16dh5YAlUW4HAGiu904cu8_UbY3pjUu6E-3QY#storylink=cpy

martes, 8 de septiembre de 2015

W.H. Auden y los críticos

W.H. Auden sobre los críticos:
“Dios sabe que los escritores pueden ser bastante estúpidos, pero no tanto como parecen creer algunos críticos. Me refiero a la clase de críticos que al condenar cierta obra o pasaje, no vislumbran jamás la posibilidad de que el autor haya previsto exactamente lo que están a punto de decir"
"Lo que, enfáticamente, no le pido a un crítico es que me diga lo que tengo que aprobar o desaprobar. No tengo objeción en que me revele qué autores le gustan o le disgustan; de hecho me resulta útil saberlo, porque, teniédolo en cuentacon respecto de los libros que he leído, me prevengo de asentir o disentir de sus veredictos sobre los libros que no he leído aún. Pero que no busque imponerme su ley. La responsabilidad de lo que escojo leer es mía y nadie en el mundo puede escoger por mí"
"El arte malo es omnipresente, pero las obras de peor calidad suelen ser fugaces, puesto que siempre se ven superadas por otras aún más malas. Por tanto, resulta innecesario atacarlas, porque perecerán de todos modos"
"El único procedimiento sensato para un crítico es permanecer en silencio frente a obras que considera francamente malas mientras al mismo tiempo difunde su entusiasmo a favor de aquellas que considera buenas; especialmente si son ignoradas o subestimadas por el público. Hay libros que son injustamente olvidados; ninguno es injustamente recordado"
"No se educa el paladar de una persona diciéndole que su dieta habitual —col blanda y demasiado hervida, digamos— es asquerosa, sino persuadiéndola de que pruebe un plato de verduras correctamente preparado"
"Atacar los libros malos no solo supone una pérdida de tiempo, sino que es malo para el carácter"
"Una de las razones que hacen a los buenos críticos más escasos que los buenos novelistas o poetas es la naturaleza del egoísmo humano. El poeta o el novelista debe aprender a ser humilde frente a su tema, que es la vida en general. Pero el tema del crítico, aquel frente al cual debe aprender a ser humilde, se compone de autores, es decir de seres humanos; y este tipo de humildad es mucho menos frecuente: Es más fácil decir “la vida es más importante que lo que yo pueda decir sobre ella” que decir “La obra de señor A es más importante que lo que yo pueda decir sobre ella"

Post data:
Quería añadir que Auden también escribió sobre ese otro tipo de críticos (y de poetas) que son los tiranos.

Epitaph on a Tyrant

 Perfection, of a kind, was what he was after,
And the poetry he invented was easy to understand;
He knew human folly like the back of his hand,
And was greatly interested in armies and fleets;
When he laughed, respectable senators burst with laughter,
And when he cried the little children died in the streets.

[Epitafio para un tirano

Andaba tras cierta forma de perfección
y la poesía que inventaba era fácil de entender;
conocía la tontería humana como a la palma de su mano,
y estaba muy interesado en flotas y en armadas;
cuando se reía, reventaban de risa los respetables senadores,
y cuando lloraba, los niñitos se morían en las calles] 

miércoles, 20 de noviembre de 2013

Crimen y sutileza

Mark Lilla, el autor de The Reckless Mind: Intellectuals in Politics (un libro fundamental para entender las tendencias filotiránicas de la intelectualidad en el siglo XX) disecciona en estos días la película “Hannah Arendt” de Von Trotta. Lilla se ocupa –para entender mejor el alcance de la película y sus limitaciones- de rastrear las circunstancias intelectuales no sólo del debate al que se enfrentó Arendt sino las que mediaron la actitud de la cineasta hacia la filósofa empezando por los típicos prejuicios de la izquierda occidental contra una crítica profunda del comunismo:

Von Trotta admite en el libro de Wiebel que ella , al igual que muchos en la izquierda alemana en las décadas de 1960 y 1970 , despreció a Arendt por comparar el comunismo y el nazismo como ejemplos de totalitarismo y se negó a leer sus libros. Pero más tarde se encontró con la biografía de Elisabeth Young- Bruehl y descubrió a una figura fuerte, una filósofa comprometida en el debate político, cuya vida personal también era rica en amigos y amantes. Esa era una mujer a la que podía admirar y celebrar.
La transición del desprecio a la admiración, sin embargo, renueva el repertorio de torpezas de la realizadora:

El problema es que von Trotta ha elegido un episodio en la vida de Arendt, donde las apuestas eran tan altas, intelectual y moralmente, que no puede ser tratado como el telón de fondo de una historia de interés humano sin faltar al buen gusto. Aunque puede ser una batalla perdida nunca se insistirá bastante en que el Holocausto no es una circunstancia aceptable para viajes sentimentales.
Otro momento sugerente del artículo es cuando aborda las curiosas justificaciones a las que echó mano la izquierda alemana para justificar el terrorismo de ultraizquierda en plena democracia:

Cuando el radicalismo de izquierda estaba en su violento apogeo en la década de 1970 se convirtió en lugar común el siguiente falso silogismo: los crímenes nazis fueron posibles gracias a la obediencia ciega a las órdenes y las convenciones sociales, por lo tanto, cualquier persona que todavía obedece a reglas y sigue las convenciones es cómplice del nazismo mientras que cualquier persona que se rebele contra ellos golpea retrospectivamente a Hitler. Para la izquierda en ese período, el Holocausto no era fundamentalmente sobre los judíos y el odio hacia ellos (de hecho, el antisemitismo era común en la izquierda radical). El análisis del holocausto se centraba, de una manera narcisista, en la relación alemanes con ellos mismos y en caso extremo en su falta de voluntad de pensar por sí mismos. La Hannah Arendt de Von Trotta comparte esa perspectiva.
Sin embargo el argumento central de Lilla con respecto a la película y al debate en el que Arendt se vio envuelta es la dificultad de analizar los horrores del Holocausto en toda su complejidad sin perder lo que él mismo llama “claridad moral” un concepto que en tiempos tan sutiles como los que vivimos puede sonar fundamentalista:

[Primo] Levi cuenta la historia de Chaim Rumkowski, el vanidoso y dictatorial anciano judío del gueto de Lodz que imprimía sellos con su imagen sobre ellos, comisionaba himnos que celebraban su grandeza e inspeccionaba sus dominios en un carruaje tirado por caballos . Historias como éstas que unos han contado y otros han querido enterrar son complicaciones mal recibidas. Pero Levi las cuenta sin permitir que el lector pierda de vista la simple realidad moral en la que tuvieron lugar. Sí, "todos nos reflejamos en Rumkowski , su ambigüedad es nuestra, es nuestra segunda naturaleza, somos híbridos moldeados de arcilla y espíritu. Sin embargo, "no lo sé y no tengo mucho interés en saber si en mi interior se esconde un asesino: lo que sí sé es que yo era una víctima inocente y que no era un asesino".

viernes, 14 de octubre de 2011

Delirium tremens

Hablar ahora de una obra de teatro estrenada hace diecisiete años debe parecer tan anacrónico como contar las primeras impresiones de la llegada de Colón a América. Pero Delirio habanero, pieza firmada por el dramaturgo cubano más importante en los últimos treinta años, el ya fallecido Alberto Pedro, ya lleva en sí el estigma de la atemporalidad. O no. Delirio habanero parecería la respuesta teatral a la última Cuba, la de las atrofiadas concesiones a los negocios particulares cuando en realidad nos hace sospechar que su feroz actualidad se debe a que pese a los cambios epidérmicos el país actual no escapa a la época en que se concibió la obra.

La situación dramática no puede ser más sencilla: en un bar dilapidado por la ofensiva revolucionaria de 1968 y las erosivas décadas que le sucedieron tres locos traman la manera de devolverle el esplendor que nunca tuvo. Solo que los personajes en los que su locura encarna son la esencia redescubierta de la nación. El Bárbaro (Mario Guerra) dice ser el mismísimo Benny Moré, La Reina (Laura de la Uz) es una Celia Cruz regresada de incógnito de su largo exilio y Varilla (Amaryllis Núñez) es el antiguo barman de un restaurante legendario de La Habana que intenta atenuar en el choque entre los egos de El Bárbaro y la Reina y así evitar que naufrague su plan de abrir el utópico Varilla’s Bar.

¿Por qué, entonces, representar una obra tan local e intrascendente, por qué empecinarse en personajes que pierden buena parte de su significado fuera de los límites en que surgieron? La respuesta más económica es que no hay nada más local e intrascendente que la vida que nos ha tocado vivir a cada uno de nosotros como intrascendente y local debió parecerle a Homero la conquista de una ciudad que solo con mucha paciencia arqueológica ha conseguido ubicarse en el mapa. A menos que intentemos imitar la locura de los personajes el tema central de Delirio habanero no es lo que en el gusto cubano por el eufemismo se ha dado en llamar “el problema de la diáspora”. Más allá de su delirio ni el Bárbaro, ni la Reina, ni Varilla han puesto un pie fuera de la isla. El gran tema de la obra no es la relación de una nación con los que se van, los que escapan de su asfixiante abrazo, sino la de un pueblo consigo mismo y con su destino en un país debatido entre la grandeza perdida y el sueño -cada vez más infundado- de recuperarla.

Pese a condición subalterna, abrumado por la gloria imaginaria del Bárbaro y la Reina, es Varilla el personaje decisivo de la trama. No recuerdo un retrato más fiel y comprensivo del pueblo cubano como en esa mezcla de entusiasmo, tenacidad voluble, espíritu soñador, desprecio por el prójimo, reverencia por sus ídolos e ingenuidad tierna y frívola que el que se condensa en el personaje de Varilla. Si la Reina y el Bárbaro son el delirio de la gloria perdida Varilla representa la única (y remota) posibilidad de darle alguna consistencia a sus quimeras. La cercanía inteligente e intensa del director Raúl Martín hacia el texto, la fuerza con que los actores Mario Guerra y Amaryllis Núñez enfrentan sus papeles y la maestría con que Laura de la Uz asume ese espíritu cuya envoltura humana fue conocida como Celia Cruz le da a esta puesta de Delirio habanero una sustancia insondable y milagrosa. Un modo de recordarnos por qué los griegos iban al teatro como quien se prepara para una decisiva entrevista con los dioses.

[Delirio habanero se presenta en Nueva York en el Repertorio español hasta el domingo 16 y en Miami los días 20 y 21 en el Miami Dade County Auditorium]