viernes, 31 de enero de 2014

Cuestión de método

"Gracias al método creado por ustedes [...] hoy todos los países del ALBA están libres de alfabetismo" dice Maduro. Y no contento con librarnos del alfabetismo el método cubano nos deja a cambio tipos como Maduro, como Ortega, como Castro II, como Mrs. Botox etc, etc.

jueves, 30 de enero de 2014

Emparejando

El presidente dominicano lo dijo lo más claro que pudo: ya que hemos venido todos a agasajar a la dictadura más extensa del continente me tienen dejar hacer en mi país lo que me dé la gana con los descendientes de haitianos. Sólo que usó bastantes más palabras y menos concordancia.



Nota: Sobrecogedor ver como Danilo consigue expresar su concepto de soberanía en el más puro estilo Teófilo Stevenson:

"Este proceso migratorio que soberanamente la República Dominicana va a celebrar –y que no aceptamos presiones de nadie, no importa que el país sea chiquito o grande- es una decisión soberana”


miércoles, 29 de enero de 2014

El mapa del tesoro

Texto de la presentación que hiciera de "Siempre nos quedará Madrid" el escritor Orestes Hurtado en la Fundación Hispano Cubana el 8 de julio del 2013:

Enrique Del Risco Arrocha. Habanero del 67. Año designado en Cuba como el del Vietnam heroico y en que a la par que se crea el Instituto del libro Cuba se retira de todas las convenciones internacionales de derechos de autor. Jean François Revel en su cuarteto de características de toda sociedad totalitaria marca estos: 1. ignorancia voluntaria de los hechos, 2. capacidad para vivir inmersos en la contradicción respecto a sus propios principios. 3. negativa a analizar sus propios fracasos y 4. rechazo al progreso. Este hecho del gremio de los libros corrobora varios de ellos. Es el año del premio Casa a Dos viejos Pánicos, de Celestino antes del alba, de De donde son los cantantes (en Francia) y (después de premio, batalla editorial y otros cuentos) de Tres Tristes Tigres de Guillermo Cabrera Infante. También es el año en que el departamento de filosofía de Universidad de La Habana lanza Pensamiento Crítico. Impulsada por Jesús Díaz, quien fuera 28 años después, también el fundador junto a Pío Serrano, Felipe Lázaro y Annabelle Rodríguez, de Encuentro de la Cultura Cubana, en cuya redacción (en el 96 o cerca) nos enzarzamos Enrique y yo en habladurías interminables y más bien herméticas.
 Dejo atrás el 67 y el 96 y me concentro en lo habanero. Y lo voy a hacer desde un recuerdo casi infantil. Coleccioné, entre otras minucias, cromos de jugadores de baseball de las Grandes Ligas. Las que llamamos cariñosamente postalitas. Heredé una colección y la tripliqué encontrando por el Vedado una caterva de coleccionistas como yo. Visité patios, solares y portales raros. Llevaba el puñado que estaba dispuesto a intercambiar y mi ávido contrincante (que podía ser de cualquier edad y condición mental) me ofrecía el suyo. Así observé una fauna altamente curiosa. La de los coleccionistas , la de los tipos que anotaban en libretas y libretas unas interminables listas, que a veces eran estadísticas de baseball o partidas de ajedrez o todo lo que sabían del río Limpopo. Esa estirpe de freakis habaneros.
 No me refiero a la tribu urbana de los rockeros. Que tiene toda mi simpatía por su altivez, resistencia y sus corrosivas humoradas, de la que son dignísimos representantes actuales los punkies de Porno para Ricardo. Me refiero a los freaks, a los fenómenos, a tipos estrafalarios que en La Habana, en rincones destartalados de La Habana han coleccionado en papeles astrosos los vestigios de una vida diversa, heterogénea, llena de sucesos, de nombres, de cifras y proezas  de otro tiempo y casi de otro mundo. Ellos, los coleccionistas de datos me impresionaron, me comunicaron una obsesión y una alegría: se podían coleccionar las historias, se podían salvar de la aplanadora. Creo que Enrique sabe a qué tipo de habanero me refiero. De qué obsesión y de qué alegría hablo, que suceden en un pueblo muy novelero, con escasa memoria y con una ética más bien resbalosa. Los que escribimos coleccionamos datos de unas vidas (reales o imaginadas, nosotros o unos conocidos que iban en el vagón de delante y a los que sólo vimos unos segundos).
 Enrique clasifica, ordena las historias de su primer exilio y de los destinos y argumentos que entonces conoció. Un escritor de variados recursos e itinerarios. Que atraviesa en libros como Obras Encogidas o Pérdida y recuperación de la inocencia por la prosa aséptica, cercana al apólogo o la fábula, a Arreola con Mrozek y que ofrecía una sarcástica imagen del dogma y de la heroicidad revolucionaria (para usar un concepto de Ichikawa). Un escritor que atraviesa el bosque de la Historia en reescrituras y ensayos entendidos como narraciones . La Historia como un cuento que debe ser contado con todos los venenos que inocula y con al menos un antídoto eficaz, el humor, la risa inteligente, la electricidad transitando por la columna vertebral del idioma. Ese es el escritor de Leve Historia de Cuba (perpetrado a cuatro manos con Francisco García) y el ensayista de Elogio de la levedad. Condición la leve, que es la del olvidadizo taíno, pero que es también la del que no quiere que le sea interrumpido el ritmo, lo narrado. 
Un escritor, que en sus libros mayores de cuentos (Lágrimas de cocodrilo y ¿Qué pensarán de nosotros en Japón?), las situaciones humanas, los hechos y sus consecuencias, cuentan con un habilísimo cronista al que no importan género o tema sino que todos los elementos de la narración ocupen por sí mismos su sitio en la orquesta y se entone compleja cantata de razones. No tengo dudas de que algunas de estas narraciones tienen cabida en la más selecta antología del cuento en español hoy. 
Creo que fue Auden el que ante la más veraz versión de la realidad que podía dar una autobiografía, oponía las ventajas del biógrafo. Según Auden, el biógrafo, que soy yo en esta tarde, percibe mejor “la cultura de un hombre y la influencia, en su vida, de los presupuestos que da por sentados”. En la obra de Enrique Del Risco se pasean Twain y Swift, Vonnegut y Carver, Miguel de Marcos y Paquito d´Rivera. Pero no son importantes los nombres, sí las actitudes, las tradiciones narrativas que se invocan.
Enrique Del Risco (como Alfonso Reyes exiliado en el Madrid modernista) encuentra aquí las amplitudes de idioma y bibliotecas que le hacen escribir sus más densos alcances. Asimila en un periquete los oficios de espía y embalsamador con los que el escritor debe saber disfrazarse. Siempre nos quedará Madrid son unas memorias divertidas y tristonas a un tiempo, precisamente enrisquianas y generacionalmente de todos nosotros.
 Cuando leí el libro atravesé por varios estados contrapuestos. Primero me decía: 
¡este buen hombre está hablando de mí, de mí mismo mismamente! Después pasé por la etapa: este buen hombre ha narrado algo que también pude haber armado yo como libro. ¡Vaya, se adelantó! ¡Cómo son los seguidores de los Yankees! Más tarde llegué a la plácida orilla de entender que todo eso era verdad, pero que me alegraba tanto de que hubieran sido escritas estas memorias de un tiempo grato en resonancias por quien mejor lo iba a hacer. Alguien que ante el hábito del escritor cubano de novelar el yo (de Hombres sin mujer a La Habana para un infante difunto) pretende la prosa de aprendizaje de las latitudes exiliadas por un yo abundoso en crisis y aventuras (lo que un tipo, que bien sabía lo que decía, como Schwob, veía en la base de toda novela). No hay contradicción. Las crisis y las aventuras de Siempre nos quedará Madrid son la espigada selección de unos derroteros seguidos en sus significados, en su diálogo con lo que ha sido siempre el exilio.
Enrique quiere hacernos creer que ensayó un manual de autoayuda para náufragos en esta península. Le creo sólo las intenciones sarcásticas de darnos una suerte de arte de vivir. El género mayor, la zona de la escritura  que para el sabio importa. Ese más relevante género para el filósofo. Schopenhauer al inicio del capítulo II del suyo: “Que lo que uno es contribuye más a nuestra felicidad que lo que uno tiene y que lo que uno representa lo conocemos ya más o menos de una forma general”. El autor de Siempre nos quedará Madrid trata aquí con lo que uno es, con las vicisitudes de un grupo humano en condiciones de desamparo, de límites próximos, de ética que resetea contenidos castristas por otros casi franquistas. En condiciones de cambio, reciclaje o caducidad. Para todos nosotros es un gran acontecimiento ético que se hayan narrado nuestros avatares del primer exilio. Es un libro, es un estribillo, es una intensidad recorrida, una Cuba con la consistencia de la brisa, un Madrid en la madrugada. 
Con sorna preguntaba Cabrera Infante si una historia que uno escribiese sin inspiración en lo real se podía convertir en la biografía de alguien que desconocía el escritor. Este libro, Siempre nos quedará Madrid, supondrá para unos cuantos que desconocen la historia de Cleo y Enrique en España la certeza de que ésa es su biografía (hecho a hecho). Enrique Del Risco, su blog, sus polémicas, su activismo, su obra suele tener eco, lectores, una caterva de amigos que acompañamos con gesto admirativo tan proteica y decente labor. 
Las raíces arquetípicas del narrador, que bien supo ver Benjamin, estaban en el viejo sabio que lo ha oído todo y ha permanecido inmóvil regurgitando las historias mientras el tiempo y hasta el cadáver de su enemigo desfila frente a su puerta. En el viejo sabio detenido y en el viajero, quien va a lo desconocido y arranca la flor mística, tal vez papiroflexia barata que trajo en el bolsillo, y que en la tribu es acogida como mito o ejemplo. ¿Quién reúne esas dos mitades sino el exiliado? El que olvida lo que trae y desembarca con inmensas ganas de saber donde no le esperan. El exiliado como narrador absoluto. 
Anota Roberto Calasso cómo lo más ajeno a veces nos da la clave, nos descifra el mapa. Relata una leyenda tomada de Martin Buber: la historia del Rabí Eisik de Cracovia. Que insistentemente tiene el sueño de que un tesoro fabuloso le espera en Praga junto a un castillo y un puente. Tras noches y noches en que se repite el sueño, por fin se decide a iniciar el esforzado viaje a Praga desde Cracovia. Llega y comprueba el paisaje soñado. Ahí está el castillo y el puente. Pero no sabe dónde buscar y se queda dando vueltas, vigilando. Ante un personaje desaliñado que no se aparta del sitio y del que no se sabe sus intenciones, pues interviene la guardia del castillo. El capitán sospechando, se le acerca y pregunta qué le hace estar deambulando por allí. Eisik, sumiso, le cuenta de su sueño y que le ha traído hasta el castillo y el puente. El capitán suelta una carcajada y le menciona que él también ha tenido un sueño: en él descubría un gran tesoro detrás de la estufa, en casa de un tal Eisik, en Cracovia. El Rabí calla y regresa a su hogar. Ahí, detrás de la estufa, le esperaba un tesoro.
¿Cuál es la moraleja más rápida? El tesoro está casi siempre cerca y no lo hallamos casi nunca. ¿Cuál es la que propone Calasso? La solución al enigma, la explicación del mapa del tesoro suele darla un extranjero, que además ignora que nos está iluminando. Sepan que no he dejado de hablar del prodigioso repertorio de encuentros que es la obra de Enrique Del Risco. Sepan que no he dejado de agradecer el mapa del tesoro que para unos cuantos atentos lectores significa Siempre nos quedará Madrid.

lunes, 27 de enero de 2014

Igualdad

Un exiliado, sagaz como pocos, insinúa que un disidente es alguien de "no muy claros procederes y procedimientos" (para el que ande lento de entendederas: que es un agente de la seguridad del estado) y para demostrarlo observa que:
"Quienes lo arrestaron lo llevaron cargado (ojo, no lo  arrastraron como a los otros disidentes) al auto patrullero de la policía, mientras que los otros disidentes en la manifestación, sí eran zarandeados, golpeados, humillados, vituperados por la multitud, pateados y arrastrados"
Nada, que al final hemos terminado siendo exquisitamente igualitarios. Que al menos las patadas sean repartidas sin la menor discriminación para que la prédica guevarista no caiga en saco roto.

domingo, 26 de enero de 2014

El duodécimo Grammy

El gran Paquito D'Rivera acaba de ganar su 12mo(?) Grammy al mejor album de jazz latino lo que lo obliga definitivamente a hacer planes para ampliar la repisa donde colecciona sus fonógrafos de oro. No me extraña, la verdad, pero me alegra como si no lo esperara.

Abajo lo que escribí hace poco sobre "Song for Maura" cuando me pidieron que comentara sobre las tres mejores grabaciones hechas por cubanos que había escuchado en el 2013:
Paquito D’Rivera y el Trío Corrente: “Song for Maura”

No es un capítulo más de la radionovela “El romance de Paquito D’Rivera con la música brasileña” aunque lo parezca. O sí, pero sobraría el “más” porque, aunque contando con elementos parecidos, el resultado está lejos de ser previsible en los detalles que es lo que más importa. Digamos que es un capítulo importante: ese en que la maldad de la madrastra es por fin descubierta o en el que el héroe rescata a la heroína de las garras de algún desalmado. Esta vez se hace acompañar con un trío de músicos brasileños, el trío Corrente (Fabio Torres, piano, el bajista Paulo Paulelli y Edu Ribeiro en la percusión) aunque un verbo como acompañar resulta engañoso. Hablar de enfrentamiento por otro lado resultaría exagerado pero a ratos se siente la tensión que uno podría percibir en una partida de póquer. Sin embargo, pronto uno descubre que los jugadores son amigos y que más allá del resultado de la partida y de a quién vayan a parar las cantidades apostadas se trata de una celebración del simple acto de estar juntos. De una conspiración entre iguales donde Paquito pone el saxo, el clarinete y una composición dedicada a su madre, precisamente la que da título al álbum mientras que el pianista Fabio Torres aporta sus piezas “Saldera” y “Paquito” y el percusionista Ribeiro su "Cebola No Frevo". El resto pueden ser clásicos de toda la vida como el "1 X 0" de Pixinguinha, "Tem Do" de Baden Powell, “Ceu e mar” de Johnny Alf y “Sonoroso” de K-Ximbinho o un clásico reciente como “Recife Blues” que deja la grabación original de McCoy Tyner y Claudio Roditi como apenas un boceto. Ah, y se me olvidaba –aunque los finales no se deben contar- al final Paquito vuelve a conquistar a su amada pero asumo que eso ya lo sabían.

viernes, 24 de enero de 2014

"La cobardía es fea"

Hace años contaba esto luego de una conferencia del novelista portugués Antonio Lobo Antunez. Ahora leo una entrevista que le hacen en El País y se reitera en términos muy parecidos pero más concretos:

¿Sabe lo que más me impresionó del hospital?
P. ¿Qué?
R. La inmensa dignidad de la gente, de los enfermos de la planta de oncología. Todos eran príncipes. Era un hospital del Estado, así que había gente pobre, portándose con una dignidad de aristócratas, con coraje, nunca les oí una queja, a nadie oí rogar, o pedir “sálvame”. La gente aguantaba callada, sonriendo, saludándote, deseándote que mejoraras, muchos de ellos con metástasis por todas partes. Sabías que se iban a morir, y se morían sin quejarse, sin miedo. Yo he visto a gente borrarse de miedo en la guerra. Y el espectáculo de la cobardía es horrible. Vi a un teniente así: todos los oficiales le daban puntapiés y le insultaban, y el tipo no hacía otra cosa que llorar. La cobardía, físicamente, es fea. Te reduces a un ser miserable, despojado de toda dignidad de hombre.
.

jueves, 23 de enero de 2014

Porta dos fundos

Porta dos fundos, unos brasileños divertidísimos que están dando mucho de qué hablar:



miércoles, 22 de enero de 2014

Sí, me acuerdo

El año pasado, en Madrid, el escritor Orestes Hurtado me hizo un par de hermosas presentaciones de mi libro "Siempre nos quedará Madrid" pero no es hasta hace unos días que no me envió el texto revisado. Pero nunca es tarde, como dice el refrán, para sorprenderse con las palabras que han usado un libro tuyo como pretexto. Los dejo con la primera de esas presentaciones.

I. 
Sí, me acuerdo. Así entona Marcelo Mastroianni la letanía de recuerdos en sus memorias. “Sí, me acuerdo cuando sonaba Stardust y yo bailaba con...”.
 Sí, me acuerdo que Enrique y yo estuvimos en el velorio de Gastón Baquero. Yo lo había visitado en la residencia en que pasó los últimos tiempos. Lo visitaba, conversábamos. Lúcidas, calmas maneras. Recuerdo su entusiasmo por Chibás, que había traducido a Joyce. Un viejo que se iba y que mantuvo su amabilidad, su elegancia de pensamiento. Un viejo exiliado al final de su camino. Enrique y yo estuvimos en el velorio. Dimos un largo paseo hablantín y llegamos al tanatorio. Allí estaban todos.
 Varias décadas de huidos, escondidos, plantados, transplantados, viejitos cubanos, seres entre la pérdida y lo inasible de lo que tenemos. Gente talentosa, noble, con vidas enrevesadas, y que a fuerza de destilar el mejor dialecto podían ser siempre los testigos, los que sí que pueden hacer el cuento. Éramos los más jóvenes allí. Los únicos casi acabados de llegar.
 Comprobábamos nosotros que era cierto aquel dicharacho que en el aterrizaje alguien nos repitió con voz neutra, esperando el efecto: “los primeros veinte años son los más difíciles, luego la cosa va cogiendo su nivel”. Que aquello era cierto y que el exilio era un largo camino con viento. Long and winding road. Que el tiempo pasaba transparentemente por el rostro del exiliado. Que ellos habían atravesado décadas de lejanía, silencio, olvido, desaparición de todo vestigio en la isla de que alguna vez existieron. Eran los testigos de un proceso del que, como dice mi mamá, el que se salva queda bobo.
 Sí, me acuerdo del único texto que publiqué en Tribuna Hispana, la revista en que trabajó Enrique en los años narrados en Siempre nos quedará Madrid. Allí apareció su detective interplanetario Chick Ferrari. Delicioso rincón que me salvaba de toda la escombrera de noticias que lo rodeaba. Un pequeño texto que Enrique casi me arrebató. Extraigo un fragmento que tiene 16 o 17 años de escrito y lo hago para que vean que siempre estuvimos atentos a la amplitud y desolación que vivíamos.
 Viajamos por extensas necesidades: por irnos, por no poder seguir aquí, por ir allí, porque nos obligan a irnos, porque allí nos llaman insistentemente, por saber, por no saber. El que se va renuncia a todo lo vertebrado. Nos vamos y arriesgamos tanto. Poco nos aquieta envolver lo tambaleante en palabras. Resignados y nerviosos, breves.
 Cuando el viajero llega, cuando cuelga sus más finas prendas para que no se le arruguen, hemos entrado en el exilio. Vocablo que invoca hambre en la buhardilla, pero que colecciona y regala preguntas importantes.
 Nadie tan en el exilio como el escritor, ese pervertido a un tiempo tan fácil y tan difícil de aniquilar. El que trabaja con la materia de los desencuentros está en otra parte. Vulgar como todos. Imposible como nadie. No lo elevo. Sólo lo nombro como el obrero del recorrido (por no decir de nuevo viaje) entre nosotros y nosotros mismos.
 Irse no es abrir la puerta y cruzar la calle hacia ninguna parte. Exiliarse es quedarse en el rincón más solo. Alguna tarde solucionamos el enigma: estamos solos, creyendo abrir los ojos, reventados, vacíos, igualitos a los demás, pero con una certeza. La memoria de una lejanía que mereció la pena.
 “Los dioses en el exilio”, el melodioso recorrido de Heine por cómo fueron sepultadas con el cristianismo las deidades grecorromanas, se llamó en la primera impresión en alemán “Los dioses en la miseria”.
 En el exilio un balcón del que salen voces nos atraviesa, nos sienta en un salón que vimos una definitiva vez en la infancia. En el exilio no sólo somos extranjeros, también escépticos, desamparados.
 La simbología, siguiendo a la literatura, ha fijado que el extranjero representa el papel del que destrona y ocupa el poder. “Es un símbolo de las posibilidades de cambio imprevisto, del futuro presentizado, de la mutación en suma”.
 En el desamparo del exilio, en el escepticismo a que nos somete, tenemos una posible senda. Expuestos a una luz extraña, desmitificadora, desnudos, quizás insinuamos respuestas. El exilio como la más salvífica experiencia estética. La idea de que todo exilio ocurre dentro y protege, desde su desolación, del cuento de la realidad.
 Queda claro que atendimos desde el inicio. Queda claro, no gracias a que yo invoque una serie de anécdotas o ideas. Queda claro porque existen libros como Siempre nos  quedará Madrid, que narra el exilio madrileño, el primer exilio antes de irse a Nueva York, del escritor Enrique del Risco Arrocha. Habanero del 67. Narrador, ensayista, historiador, polemista, bloguero, profesor en el departamento de español y portugués de la Universidad de Nueva York. Autor de libros como Obras encogidas, Pérdida y recuperación de la inocencia, Leve historia de Cuba, Lágrimas de cocodrilo, El comandante ya tiene quien le escriba, ¿Qué pensarán de nosotros en Japón? y Elogio de la levedad. En este último traza la historia de los mitos nacionales cubanos y cómo se reescribieron, cómo se comentaron y es libro que en las muchas sendas que abre, desvela no sólo las escrituras hechas sino también las muchas que no hemos sido capaces de articular como nación… aún.
 Relecturas y reescrituras son las bases de la historia narrada. La historia como trama, donde también es necesario hacer estallar convenciones y cánones, pero jueguito en que hay que mantener el ritmo. Eso pedía Reinaldo Arenas: “hasta el final, la ecuanimidad y el ritmo”. Enrique posee licencia para narrar, porque tiene bien presentes las reglas de lo que se cuenta al lado de la hoguera. Esas antiguas reglas de la claridad y la cadencia, el detalle iluminador y el fino estilismo del control entre diversos registros del idioma.
 Enrique llega a su primer tomo de memorias. Habrá más. Llega en plenitud de facultades como narrador. Después de un espléndido libro de cuentos ¿Qué pensarán de nosotros en Japón? Llega al reto de escribir sobre lo ocurrido 18 años atrás, en una ciudad, que como ya sabemos, ha desaparecido. Sobre la experiencia de unos exiliados cubanos en el Madrid de mediados de los noventa, entre el tardofelipismo y el inicio del reinado de Mr. Ansar.
 Pues sí, Enrique se apresta a narrar con emoción (el sympathos de los griegos) su renacimiento agrio y risueño en esta ciudad. Con bonhomía, con nobleza afilada que permite al otro asombrar con su diferencia. Con los ardides del narrador nos muestra razones, bondades y miserias, el cubano que inventa, el que se reinventa y por supuesto, el cubano que revienta. Al principio hablaba de la atención. De atender a las historias y los sentidos. Erráticas unas, efímeros otros. Que nos rodeaban y rodearon en aquel año 95. Enrique sabe que ese aprendizaje de la atención es la cultura. Lo que da substancia, lo que sostiene los hechos narrados. Parece la novela picaresca del primer expatriado, pero se trata de la memoria de una España, algo aturdida, en su primer encuentro real, masivo, constante con el que llega de lejos. Como si fuera el fascículo final de una serie sobre la transición. Una España que recibía con sospechas a estos escapados del paraíso. ¿Cómo? ¡Algo está mal en vosotros, chavales! Una España cándida, de porteras, pero en la que sonaba un idioma que nos interesó, ese español de Jardiel Poncela o Cansinos-Assens por ejemplo. Enrique sabía leer ahí una ganancia, una estancia del idioma llena de sugerencias. Gracias a Jardiel o a las porteras. Narrando ese Madrid al que, mientras llegan ellos (Cleo y Enrique), se le va arrimando una primera inmigración variopinta, una primera posibilidad de mestizaje. En el narrador confluyen Jardiel, las porteras y hasta Ilf y Petrov. Una sucesión de aventurillas que van superponiendo láminas y esas láminas producen en el lector una sensación: el cambio, el de algunos de ustedes, el impacto quiero decir, fue tremendo. Que el primer exilio no lo notó Enrique un buen día, nos sucedió a todos. Todas nuestras aventurillas de exiliados, emigrantes, desterrados, transterrados, desislados, se parecen.
 Casi ninguna puede ser contada con tanta simpatía, con tanta curiosidad, con tan detallista manera la estática milagrosa de lo que somos. Casi ninguna podrá contarse con la melancólica vía que Enrique elige situando un tiempo de bares y cantinas y canutos y cuerpos y música y letras libres. Una edad que parecía, efectivamente, un divino guión. Pero había que estar allí en medio, sonriente como Enrique,  para padecer el humano, demasiado humano guión y ahora contarlo en Siempre nos quedará Madrid.
 Aquel Madrid, aquel tiempo, aquellos descubrimientos. De artilugios, oficios, cantidades. Las herramientas todas del hombre, pero todas todas. El descubrimiento de expresiones que por primera vez sabíamos a qué aludían. Gracias a situaciones propias, familiares, que nos llegaban como sopladas desde la isla o del lugar al que intentas incrustarte. Esos hallazgos, esas iniciaciones urbanas los escribe Enrique del Risco, el exiliado. Y anota algo más difícil de representar, cómo el idioma se amplía, capta más, se hace más preciso. Es un lenguaje que abarca y convierte en comedia (no del arte) (sino del que parte), tantos avatares, tantas historias descabelladas de nuestra generación acá y acullá. Un lenguaje que no obvia las enfermedades mentales que persisten en ese primer limbo ni se deja arrastrar por la problemática relación del taíno con la verdad narrada, con el cuento, la muela, el chisme y el brete. Gran virtud es la claridad y el ritmo en la prosa de Enrique del Risco. Con esas cercanías podemos seguir con exactitud los detalles de un espacio-tiempo y llevar los ejemplos a que sean hechos y actitudes de la manada, de la tribu, de una generación. Generación, que a mí por fastidiar y evocar a un tiempo, me gusta llamar “la generación prendida”. La de los que se exiliaron a mediados de los noventa, la del escritor que se enfrenta a un Madrid, que como espacio literario es huérfano. Una ciudad a la que ni Cansinos, ni Gómez de la Serna, ni Sawa ni Emilio Carrére, por citar a vuelapluma, le han hecho lo que Joyce a Dublín. Ese remover las coordenadas aún espera por la gran novela moderna que lo haga. Pero esas historias pendientes de narrar suelen envolver al que llega.
 Esa es la ciudad que Enrique pasea, graba (siempre supo que la narraría) y con una piedad y un ritmo que para su literatura siempre ha necesitado este escritor. Pero que fueron adquiridas aquí, en Lavapiés o La Latina. Me atrevería a desafiar a los especialistas en su obra en este tema. De la parodia al análisis zumbante del discurso de la Historia (sus reescrituras) o la Levedad (que puede entenderse como un territorio de abandono de la presión, de las imposiciones exteriores: un goce, una libertad y una expansión alveolar. Un tono que nada interrumpe. Ensanchamientos del sentido y de la búsqueda personal del escritor que aquí, en Madrid,  se evidenciaron para Enrique del Risco y que son hondura, tristitia temporum, voluntad de vivir manifestándose, partidito de fútbol con unas litronas de porterías, libertad pobre pero propia, Siempre nos quedará Madrid. Autopsia a un tiempo en que la cubanidad quizás fue amor, pero no fue jamón.

martes, 21 de enero de 2014

Prohías político

Acabo de subir a "Prohias Politico" las caricaturas que me quedaban pendientes. "Prohias Politico" es un un blog dedicado al humor politico de dos grandes de la caricatura cubana: Antonio Prohías y Eduardo Abela. Reitero mi agradecimiento a Armando Tejuca y a Alen Lauzán por haber digitalizado las imagenes. Sirva esto además de homenaje al traductor Alberto Romo quien se encargara de recoger los recortes de las caricaturas de Prohías en una colección personal que me hizo llegar la también traductora (y editora) Teresa Mlawer.



jueves, 16 de enero de 2014

Secta

En la guagüita que va para Nueva York me encuentro con un muchacho cubano- americano, hijo de marielito, que dice haberme visto en algún sitio. Un chico despierto y simpático. Hablamos de amigos comunes, me cuenta la historia del padre. Se ve que Cuba le suena a un sitio raro, casi legendario en el que -por cierto- nunca ha estado. Me pregunta si he regresado allá alguna vez y le digo que no, que he sacado a todo el mundo y no tengo ningún motivo de fuerza mayor para ir. Me dice entonces que ha visto a muchos cubanos venir en los últimos tiempos. Le respondo entonces que no todos piensan quedarse, que en muchos casos vienen a explorar el terreno, a ver si creen que podrán desenvolverse afuera y luego regresan a Cuba.

-Entonces ¡son como los amish! –dice el muchacho con todo el candor del mundo y yo me parto de la risa jugueteando con la idea de que en definitiva somos una secta desconectada de la realidad exterior que necesita ir tanteándola poco a poco para ver si puede acostumbrarse a ella. Amish. Sí, eso es lo que somos. La guagua desembarca en Manhattan, le estoy pagando al chofer y todavía me retuerzo de la risa. Amish. Esos tipos que no usan electricidad, ni automóviles y van descalzos a todas partes o en carretones, sin importarles el siglo de que se trate.


Es lo bueno de ver las cosas desde afuera.

miércoles, 15 de enero de 2014

El que persevera...

En El Nacional de Venezuela  apareció hace días un interesante resumen de las relaciones entre Rómulo Betancourt y Fidel Castro. también sirve como argumento adicional para refutar la tesis de que el antiamericanismo castrista fue su reacción a los planes de la CIA para derrocarlo: ya el 25 de enero de 1959 Castro le proponía a Betancourt una alianza antiamericana donde Venezuela pondría el petróleo. Como el Comandante es un tipo paciente insistió con el plan hasta que le funcionó con Chávez, sólo que 40 años después.

Fue, al parecer, un encuentro tenso que al poner las cartas sobre la mesa demostró la absoluta imposibilidad del más mínimo entendimiento. En principio, Castro plantea la necesidad de contar con el respaldo ideológico, político y sobre todo material –petróleo y respaldo financiero– por parte de un gobierno que considera posible enrielar por una vía de enfrentamiento contra Estados Unidos y favorable al desarrollo de sus propias políticas antiimperialistas. Conoce del ánimo revolucionario de los sectores populares, pues ha participado en una masiva y exultante manifestación popular de respaldo, que le organiza el movimiento estudiantil que lo ha invitado al país y, que según el propio Castro, convoca a más de 300.000 caraqueños; resiente la animadversión de los manifestantes contra el recién elegido presidente de la República y pulsa el ánimo contestatario y fervientemente favorable a una radicalización del proceso sociopolítico que vive el país. Sabe, asimismo y de primera mano, de la honda penetración del comunismo venezolano en las filas de las Fuerzas Armadas, y recibe la constatación en el entusiasta discurso de bienvenida que le da en Maiquetía el almirante Wolfgang Larrazábal, y conoce del ánimo imperante en el interior del partido Acción Democrática por los discursos de los líderes de AD Luis Beltrán Prieto Figueroa y Carlos Alberto Rangel. De allí la confianza con que se abre y trata de ganarse a Betancourt hacia una alianza antiimperialista y consolidar un frente unido que busque el control revolucionario del continente. La máxima y nunca abandonada aspiración de su vida. El respaldo de Betancourt le permitiría lograrlo a los menores costos en vidas y bienes.

miércoles, 8 de enero de 2014

Otro libro de viajes

No hace mucho citaba las impresiones de un bloguero argentino a su paso por Cuba a propósito de los argumentos que a veces usan los nativos para justificar eso que -contra el sentido estricto de la palabra- llaman Revolución. Pues hoy el bloguero -que se llama Nicolás Calvo- me deja saber que sus impresiones de la visita junto con las de Juan Ignacio Incardona ya son libro digital llamado Viví Cuba. Crónicas de viaje por la revolución cubana al que se puede acceder gratuitamente aquí. Me he asomado a él y da la impresión de ser el típico libro de entusiastas de la revolución cubana a los que la realidad les da en los dientes. De esos que llega emocionados por estar "en la tierra que había liberado el Che". De los que declaran sin rubor que conocer la isla "era uno de los objetivos y sueños de mi vida y estaba ahí, frente a mí" pero que para empezar a cambiar de idea no necesitan ni salir del aeropuerto. Basta con declarar ante el agente en la aduana que se es periodista y ser sometido a una exhaustiva (y educativa) revisión.

“Bienvenido a Cuba”, me dice el policía de civil extendiéndome su mano. Toda la secuencia duró casi una hora y media, y después de darme la vuelta a todo el equipaje –literalmente-, finalmente me dejan entrar al país. Levanté las cejas, le di la mano por compromiso, y sin emitir palabra, le hice un gesto de sorpresa como para que se diera cuenta de que la estadía en la tierra de Fidel no había empezado de la mejor manera.
Me marcaron la cancha de una forma para nada sutil; ahí tomé conciencia de que en Cuba no se puede andar jodiendo y entrevistando a quien uno quiera. ¿Pero por qué? ¿No puedo hablar con quien desee y consultarle sobre los temas que me inquietan y me generan dudas? ¿Qué tendrán que esconder? “Si algo esconden es porque algo anda mal”, pensaba mientras viajaba en el taxi hasta la casa particular donde me iba a hospedar.“Aquí no hay miedo”, decía el slogan en un cartel propagandístico en la vía pública cercano al aeropuerto, debajo del retrato de Raúl Castro. Me reí por dentro. Qué extraño, ya yo tuve miedo y no hice nada malo. Además, si no hay miedo, ¿hace falta aclararlo?

lunes, 6 de enero de 2014

Boicot

¿Cómo alinear en el mismo sistema de exigencias morales el actual boicot de la academia norteamericana contra las universidades israelíes y su entusiasta colaboración con las universidades cubanas? No es que se trate de igualar la situación de los palestinos con la de los cubanos pero se supone que la sensibilidad ante la injusticia y la segregación de los académicos norteamericanos se dé por aludida ante universidades que no dejan de proclamar que “son para los revolucionarios” que, como sabemos, es la manera local de referirse al servilismo político. Una sensibilidad parecida deberían mostrar ante tan flagrante muestra de discriminación ideológica y la misma falta de libertad académica que se señala en el caso palestino, digo yo. 

Si ASA invocara razones políticas antes que morales lo entendería. Digamos que los académicos pretenden, en el caso israelí, equilibrar la intensa ayuda que le presta su gobierno a Israel con un gesto simbólico y con ello intentar presionar al gobierno norteamericano para que actúe en dirección distinta. Pero no, lo que se invoca es la libertad y los valores éticos:


The Council voted for an academic boycott of Israeli institutions as an ethical stance, a form of material and symbolic action. It represents a principle of solidarity with scholars and students deprived of their academic freedom and an aspiration to enlarge that freedom for all, including Palestinians.   
La política, se sobreentiende, da lugar a mucho rejuego, pero la ética debiera ser más o menos la misma en todos los casos.