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viernes, 22 de octubre de 2021

Los que van a escribir te saludan



Tengo el placer de anunciarles la salida a la venta de mi libro Los que van a escribir te saludan. Ensayos sobre literatura y poder. Se trata de una recopilación de ensayos escritos durante más de veinte años sobre "lo que llamo política literaria: una suerte de guerra de guerrillas empeñada, no en favorecer o contradecir determinado proyecto político, sino en enfrentarse a las presiones que, desde los diferentes poderes, intentan apagar su voz o domesticarla". Porque "por inocente o etéreo que se pretenda, el ejercicio literario siempre representará una revuelta contra el monopolio de sentido al que aspira el poder". El libro comienza por ser un recorrido por la literatura nacional desde su llamado texto fundacional, Espejo de paciencia, hasta poetas contemporáneos como Néstor Díaz de Villegas y Gleyvis Coro Montanet pasando por las batallas que libró Virgilio Piñera contra la Ciudad Letrada primero y contra el totalitarismo local después; y por el ejemplar ejercicio literario de la generación del Mariel que según mi opinión terminó resultando "la verdadera Novela de la Revolución Cubana". También 
Los que van a escribir te saludan incluye una sección que explora el mismo tema en escritores ajenos a "la maldita circunstancia del agua por todas partes" y que incluye textos sobre Julio Cortázar, Roberto Bolaño, Joseph Brodsky y Vaclav Havel. 

Del libro ha dicho Jorge Brioso:

El enemigo de un escritor lo define. Trilce de Vallejo resulta inconcebible sin ese ruido que viene de afuera y no deja cantar al poeta. A Borges no se le puede entender sin ese concepto que corrompe y desatina todo, el infinito. La obra de Enrique Del Risco resulta inimaginable sin su ubicuo contrincante: el poder que aspira, según sus propias palabras, al monopolio del sentido. La literatura se le revela y se le rebela al poder -valga aclarar que la buena literatura es pródiga en revueltas pero no puede ser revolucionaria, eso equivaldría a plegarse a la política- al oponerle su "ambigua levedad". Los ensayos de este libro exponen a través de múltiples escenarios -que van de Espejo de paciencia a Néstor Díaz de Villegas, de Roberto Bolaño a Joseph Brodsky- los flancos de esa batalla. 

Para adquirir el libro pueden pinchar aquí.


sábado, 7 de noviembre de 2015

Bolaño distante

La revista mexicana Variopinto acaba de publicar la segunda parte de mi ensayo "Bolaño distante" (en el número anterior ya habían publicado la primera parte) y aprovecho para sacarlo aquí en su totalidad.

Bolaño distante
Por Enrique Del Risco 
Nunca me interesó conocer las opiniones políticas del escritor Roberto Bolaño. En parte por los mismos motivos por los que no me detenía a averiguar las de Homero o de Shakespeare: porque rebajarlos a sus pasiones o rencores más inmediatos no haría más que encoger su literatura. Pero también, debo confesarlo porque, siendo nativo de un continente en el que abominar unas dictaduras parece justificar la admiración de otras, prefería ahorrarle la vergüenza de comparar sus libros más luminosos con opiniones que –sospechaba– adolecían de los lugares comunes de la izquierda latinoamericana. Porque si algo me había dejado en claro en términos políticos la lectura de sus libros era su resignación a considerarse de izquierda. Y esa resignación, ya se sabe, micrófono por delante, conlleva a la repetición de tonterías demasiado viejas, demasiado ensayadas, mientras el entrevistado mira al techo, o al reloj o a las piernas de la entrevistadora, cualquier cosa menos pensar en lo que dice porque hace muchísimo que ciertas preguntas solo se pueden responder correctamente si no se piensan. O se piensan tanto que termina descubriéndose un sistema de razonamiento oblicuo: si se pregunta por Cuba se responde con el embargo norteamericano, si por Hugo Chávez se desvía la conversación hacia Pinochet, si se pide una comparación entre Brasil y Argentina se habla de Maradona y Pelé. Y si se trata de decidir quién ha sido el mejor futbolista del mundo entonces en aras de la unidad latinoamericana se contesta refiriendo las virtudes del Che Guevara en el cabeceo y el juego colectivo.Ah, pero no somos dueños de nuestras preocupaciones como no lo somos del destino, y un día ya hace algunos años, mientras enseñaba “Estrella distante”, mis estudiantes me obligaron a pensar en la política de Bolaño. (Algo condiciona a los estudiantes norteamericanos a exigirle una intención política a los textos de cualquier escritor de América Latina so pena de no entenderlo. No es su culpa, como no son responsables de la noción de que Latinoamérica está compuesta de guerrilleros, ejército, paramilitares, políticos, narcotraficantes y sus víctimas correspondientes. Aunque ahora que lo pienso de alguna manera llevan razón: América Latina es un continente de víctimas y verdugos que a cada rato intercambian los papeles como si no hubiera más opciones aunque en estos tiempos, de poder escoger, todos se pelearían a muerte por ser víctimas). Así que, en vez de hablar de las relaciones entre la estética y la violencia, tuvimos que “retroceder” hacia una lectura política de la novela de Bolaño. No fue difícil ver entonces en la figura de Carlos Wieder, poeta-asesino al servicio del régimen de Pinochet una condensación de los rasgos que comparten los radicalismos de izquierda y de derecha, sus instintos comunes: el ansia de absoluto –social o espiritual–, el desprecio por la vida humana y una intensa estilización de la violencia que convierte a las revoluciones en la encarnación de la poesía en la historia y determina que las guitarras se toquen con las mismas manos de matar.
No es casual que Bolaño haya escogido al poeta Raúl Zurita, reconocido poeta chileno de clara filiación de izquierdas para modelar a su pinochetista Carlos Wieder. El performance “La vida nueva”, en el que el poeta Zurita hizo que cinco aviones trazaran en los cielos de Nueva York versos en español como “MI DIOS ES HAMBRE”, “MI DIOS ES CÁNCER” guarda un parecido intenso con el de Carlos Wieder volando sobre el cielo de Concepción en un avión con el que traza en latín los primeros versículos del Génesis bíblico. O luego, cuando Wieder escribe por los mismos medios frases como “LA MUERTE ES AMISTAD”, “LA MUERTE ES CRECIMIENTO”, “LA MUERTE ES LIMPIEZA”. El Carlos Weider de Estrella distante es la encarnación del principio en el que se fundan las vanguardias políticas y estéticas más radicales: eliminar, junto a todo lastre del pasado, cualquier diferencia entre vida y poesía. Hacer de ambas una y la misma mientras se desprecian los reclamos vulgares de la realidad. Ante tanta simetría causa pena el esfuerzo que se toma la crítica Chiara Bolognese en distanciar a Wieder de Zurita diciendo que mientras “Wieder se sirve de los versos […] para fortalecer la ideología pinochetista” en el caso de “Zurita se trata de una propuesta de resistencia”[1]. Tan ocupada está Bolognese en alejar los performances de Wieder y de Zurita –en conciliar a Zurita con el creador de Carlos Wieder- que no se pregunta por qué  Bolaño fue a buscar el modelo de su poeta fascista en la orilla ideológica contraria. No se lo pregunta aunque la respuesta es fácil de imaginar. Suponer que el novelista sabía que las diferencias ideológicas y políticas eran pura circunstancia. Que bastaba que esta cambiara para que los perseguidos se convirtieran en perseguidores tan feroces como los que los precedieron. Y también que por mucho que buscara Bolaño no iba a encontrar un modelo similar en la derecha política o poética latinoamericana, al menos no después de la derrota del nazismo en Europa, cuando la derecha, sin perder su ferocidad, se hizo más pragmática, menos ideológica y espectacular. Menos poética. Es el propio Bolaño quien me evita extenderme en especulaciones. Al hablar sobre La literatura nazi en América, libro en el que por primera vez se cuenta la historia del poeta asesino de Estrella distante, -aunque presentado con el nombre de Carlos Ramírez Hoffman- el autor dice sin ambigüedad: “En La literatura nazi en América, yo cojo el mundo de la ultraderecha pero muchas veces, en realidad, de lo que hablo ahí es de la izquierda. Cojo la imagen más fácil de ser caricaturizada para hablar de otra cosa. Cuando hablo de los escritores nazis de América, en realidad estoy hablando del mundo a veces heroico, y muchas veces canalla de la literatura en general”[2]. La recreación de la inexistente literatura nazi del Nuevo Mundo obliga a encontrar esas mismas constantes en la literatura realmente existente, una literatura a la que el cambio de signo ideológico no le evita miserias similares a las de las biografías inventadas por Bolaño. Es el modo alevoso que encuentra el novelista para hacernos evidente la irrelevancia del signo político frente a lo decisivo de la intensidad de las convicciones y el grado de escrúpulo con que se asuman. Y Bolaño sabía de lo que hablaba. Como cuando recordaba los días que pasó “en El Salvador con los que serían los directores del Frente Farabundo Martí, dos o tres años mayores que yo. Unos auténticos criminales que se decían poetas”[3] y que entre otras hazañas se encargarían de ejecutar al poeta Roque Dalton mientras dormía. Al gesto de los asesinos enmascarándose tras la poesía corresponde Bolaño delatando el costado criminal de la literatura.
Pero Estrella distante -sospecho mientras acudo al sistema más policial que literario de revisar la ficha del autor, sus antecedentes, las declaraciones que hizo sin el consejo de su abogado- está encaminada también a ajustar cuentas con el Bolaño que escribía en el Manifiesto infrarrealista: “Nuestra ética es la Revolución, nuestra estética la Vida: una-sola-cosa”[4] . Se trata de un subversivo lugar común de una época en que Latinoamérica se hallaba en su fase mágica: una edad en que parecían indistinguibles la profesión de poeta y la de guerrillero, o el peso de la palabra y el de la realidad, tiempos en que se le exigía a los hechos que se plegaran a las abstracciones del materialismo histórico. Sería banal insistir en esos textos atiborrados de tópicos si la obra posterior de Bolaño no pudiera verse como el examen de una época que recetaba revoluciones para cada malestar de la condición humana; si libros como La literatura nazi en América, Estrella distante, Los detectives salvajes o hasta 2666 no pudieran entenderse también como una personal cura de desintoxicación contra ese opio que permitía asesinar en nombre del pueblo a Roque Dalton, o impelía al propio Bolaño a masacrar la ortografía en nombre de un futuro mejor:
Cortinas de agua, cemento o lata, separan una maquinaria cultural, a la que lo mismo le da servir de conciencia o culo de la clase dominante, de un acontecer cultural vivo, fregado, en constante muerte y nacimiento, ignorante de gran parte de la historia y las bellas artes (creador cotidiano de su loquísima istoria y de su alucinante vellas hartes), cuerpo que por lo pronto experimenta en sí mismo sensaciones nuevas, producto de una época en que nos acercamos a 200 kph. al cagadero o a la revolución.[5]
 Sólo como despiadado examen del tiempo y los sueños compartidos con toda una generación se pueden entender cabalmente libros como La literatura nazi en América, y descubrirle su simetría invertida. O comprender el esfuerzo del protagonista de 2666, el ex soldado del ejército nazi Hans Reiter, por buscar reposo en la literatura bajo el seudónimo impermeable de Benno von Archimboldi. O los desencuentros poco literarios de Bolaño con la intelectualidad chilena, corroída por ese aburguesamiento culposo tan común en la más reciente izquierda. Más allá de lo insondable que pueda ser una literatura intensa y desmedida como la suya, el más básico de sus mensajes cifrados está dirigido hacia sus antiguos compañeros de generación e ideales todavía atragantados de redentorismo de opereta, una opereta compuesta en estos días por cantautores o por reguetoneros con conciencia de clase. Ese mensaje viene a ser el mismo con el que Carlos Wieder concluye su primer performance aéreo en el cielo de Concepción: “Aprendan”. Y la lección a repasar es la caída en cámara lenta del Muro de Berlín, la de los muertos por la revolución continental, o de los vivos que en el interín perdieron, junto a su juventud, su cuota de ilusiones vitales. Bolaño lo repetía sin cansancio pero nunca con más claridad que al aceptar el premio Rómulo Gallegos:
 en gran medida todo lo que he escrito es una carta de amor o de despedida a mi propia generación, los que nacimos en la década del cincuenta y los que escogimos en un momento dado el ejercicio de la milicia, en este caso sería más correcto decir la militancia, y entregamos lo poco que teníamos, lo mucho que teníamos, que era nuestra juventud, a una causa que creímos la más generosa de las causas del mundo y que en cierta forma lo era, pero que en la realidad no lo era. De más está decir que luchamos a brazo partido, pero tuvimos jefes corruptos, líderes cobardes, un aparato de propaganda que era peor que una leprosería, luchamos por partidos que de haber vencido nos habrían enviado de inmediato a un campo de trabajos forzados, luchamos y pusimos toda nuestra generosidad en un ideal que hacía más de cincuenta años que estaba muerto, y algunos lo sabíamos, y cómo no lo íbamos a saber si habíamos leído a Trotski o éramos trotskistas, pero igual lo hicimos, porque fuimos estúpidos y generosos, como son los jóvenes, que todo lo entregan y no piden nada a cambio, y ahora de esos jóvenes ya no queda nada, los que no murieron en Bolivia murieron en Argentina o en Perú, y los que sobrevivieron se fueron a morir a Chile o a México, y a los que no mataron allí los mataron después en Nicaragua, en Colombia o en El Salvador. Toda Latinoamérica está sembrada con los huesos de estos jóvenes olvidados.[6]Parecería este un intento de rebajar la literatura de Bolaño a las pasiones o rencores más inmediatos de su autor, sólo por el placer burdo de sentirlos afines, pero soy el primero en reconocer que tal afinidad es falsa. Cuando comencé a escribir en serio hacía rato no me desvelaba la filiación de mis escritos. Ya me sabía demasiado sentimental como para ser aceptado por la derecha y lo bastante escarmentado para el uso conveniente de la izquierda. A Bolaño, en cambio, lo atormentaba el riesgo de serle infiel a sus inclinaciones ideológicas que confundía con su persistente amor por el prójimo mientras el prójimo tuviese el cuidado de no escribir mal. Reconocía que le hubiera gustado “ser un escritor político, de izquierda, claro está” y si algo lo había detenido era que
 los escritores políticos de izquierda me parecían infames. Si yo hubiera sido Robespierre, o no, mejor Danton, en una de esas los enviaba a la guillotina. Latinoamérica, entre sus muchas desgracias, también ha contado con un plantel de escritores de izquierda verdaderamente miserables. Quiero decir, miserables como escritores. Y ahora tiendo a pensar que también fueron miserables como hombres. Y probablemente miserables como amantes y esposos y como padres. Una desgracia. Trozos de mierda esparcidos por el destino para probar nuestro temple, supongo, porque si podíamos vivir y resistir esos libros seguramente éramos capaces de resistirlo todo. En fin, no exageremos. El siglo veinte fue pródigo en escritores de izquierda, más que malos, perversos.[7]
 Su abandono de la literatura como proyecto político se debió, si se atiende con cuidado a sus palabras, menos a sus deseos que a la conciencia angustiada de la inutilidad del esfuerzo. La misma convicción que le hizo preguntarse “¿cómo se va a reformular el discurso de izquierda si la izquierda, por ejemplo, sigue apoyando a Castro, que es lo más parecido que hay a un tirano bananero?”[8]. Si algo me importa de la política de Roberto Bolaño no es su falsa afinidad ideológica con un escritor nacido bajo el tirano favorito de buena parte de la izquierda latinoamericana y disimulado como una pesadilla sonrojante por la otra, porque al final ese escritor -junto a sus pasiones y rencores- estará tan muerto como Bolaño lo está ahora y la literatura, por mucho que se alimente de fobias sublimadas, no es otra cosa que una desmoralizada pelea contra el tiempo y la muerte. Lo que me interesa aquí es la política de su proyecto literario. La política del poeta que alguna vez soñó transformar “el territorio de la Quimera y el Mito” y terminó siendo el prosista que dinamitó discretamente la literatura de la Quimera y el Mito.
Bolaño parece haber comprendido que toda la literatura significativa de Latinoamérica, incluida la del boom -sobre todo ella- era literatura mitológica. Sofisticadísima y actualizada en los modos narrativos y que sin embargo le adeudaba a su modernidad el cuestionamiento de los mitos que conformaban su tradición. El chileno debió entender que de El reino de este mundo a Rayuela, de Cien años de soledad a La guerra del fin del mundo no se trataba de otra cosa que del recuento y exaltación de mitos históricos, culturales y sobre todo políticos. Mitos que a la altura de la mitad del siglo XX eran mitos de izquierda o reciclados por ella: el mito del Paraíso Reencontrado, el de la Revolución Definitiva (que era por supuesto una reedición del anterior), el del Continente Joven y Excepcional, el del Continente Desangrado y Violado por los Vampiros Internacionales pero Esencialmente Inocente y sobre todo el mito de que era posible y necesario que la poesía fuera un modo de revolucionar el mundo y que la Revolución fuese la forma más alta de la poesía y por tanto era legítimo que se permitiera los mismos propósitos y excesos. La literatura resultante, si no justificaba o reproducía estos mitos, los asumía como sobreentendidos indiscutibles. Una literatura a la que en su resistencia a desencantar el mundo que describía no cabía, usando el politizado vocabulario de Bolaño, llamarla de otro modo que reaccionaria.
La relación mágica de esta literatura con el mundo, pese a la actualidad de sus recursos narrativos, no la distinguía demasiado de las novelas de caballería. Como si Cervantes nunca hubiese escrito el Quijote, como si los tropiezos de la modernidad latinoamericana fuesen causados invariablemente por el embrujo de un hechicero enemigo. Y luego venía la descendencia más timorata del boom que encontró en el lema de la postmodernidad una licencia para cazar quimeras y dragones sin parecer anacrónica. Bolaño, o cualquiera que no confunda la profesión de escritor con la de sacerdote laico, conjurador y cómplice de poderes que lo sobrepasan, sabía que la literatura latinoamericana necesitaba de unos cuantos Cervantes, deshacedores de los entuertos de los mitos, escritores que comprendieran que Don Quijote sin Sancho es pura antigualla, una armadura oxidada rellena de confusión. Y no es que a cada rato no aparezca algún discípulo de Cervantes, pero los críticos suelen confundirlos con molinos de viento o ya directamente –como ha ocurrido con Bolaño– con el mago Merlín.
Sin embargo, la obra de Bolaño está poblada de Quijotes que asumen el mundo como el Quijote original toleraba a la realidad: como un campo de batalla. O donde a la realidad dura e impura o a su propia conciencia de ella les toca hacer el papel de Sancho, susurrándoles al oído que el mito solo tiene sentido si se le reconoce como juego infinito, si no se le confunde con un programa político, con un plano ideal del mundo, si el escritor no se trastoca en fabulista frente a la reconfortante fogata del Estado, de las editoriales, de los medios, de las universidades, de espaldas a la realidad y al sueño. A veces, como en Estrella distante, Sancho es el ex detective y vengador a sueldo Abel Romero, cuya ínsula Barataria es la empresa de pompas fúnebres que se comprará con lo que le paguen por matar al poeta asesino Carlos Wieder. Una empresa capitalista en la que tratará de complacer parcialmente el sueño de la igualdad social: “un entierro de burgueses para la pequeña burguesía y un entierro de pequeños burgueses para el proletariado” porque “ahí está el secreto de todo, no sólo de las empresas de pompas fúnebres, ¡de la vida en general! Tratar bien a los deudos […] hacerles notar la cordialidad, la clase, la superioridad moral de cualquier fiambre”[9]. O a veces ni siquiera necesita de Sancho porque su Quijote de turno se desdobla mágicamente en Alfonso Quijano, como en el caso de Juan Stein, de quien el narrador de Estrella distante se entera que ha participado en sucesivas empresas guerreras en Nicaragua, Angola y El Salvador para que al final otro amigo descubra confusamente la posibilidad de que Stein, profesor solterón, haya muerto sin salir nunca de Chile. O es el Ojo Silva, del cuento homónimo quien desde la India le confiesa por teléfono a un amigo que ha fracasado en la empresa de salvar una brevísima porción de humanidad en la forma de dos niños y que en medio de las lágrimas le pide dinero para el pasaje de vuelta a Europa.Para cuestionarse una literatura que servilmente asume los mitos que alguna vez le dieron sentido Roberto Bolaño recurre al viejo truco del anacronismo. Lanza a sus personajes al cumplimiento de aquellos viejos mitos con el objetivo de ponerlos a prueba, de exprimirles toda la verdad y el horror que todavía puedan contener y les hace decir como a Felipe Muller en Los detectives salvajes que “Si al infinito uno añade más infinito, el resultado es infinito. Si uno junta lo sublime con los siniestro, el resultado es siniestro”[10]. De los experimentos de la poesía que se adentra en la Materia y en la Historia sale la monstruosa exposición de fotografías de cuerpos torturados que ofrece Carlos Wieder o los rituales de la secta de los Escritores Bárbaros que “humanizan” textos clásicos defecándose, masturbándose u orinándose sobre ellos hasta llegar a su “asimilación real” exponiéndolos a “una cercanía corporal que rompía todas las barreras impuestas por la cultura, la academia y la técnica”[11]. Si hay alguna dificultad en ver allí una parodia de los procedimientos encaminados a crear una cultura proletaria a mediados del siglo pasado es porque hemos preferido olvidar aquellos proyectos como si se tratara de un mal sueño, una pretensión ridícula de adolescentes pobres en los pasillos de las universidades públicas y en cafeterías inundadas de moscas. No los olvidó Bolaño quien vio en aquellos absurdos la fuente del vacío actual del discurso político y literario latinoamericano. Bolaño se permite criticar esa realidad cubierta por mitos enquistados sin renunciar a la épica porque, parafraseando a Octavio Paz, no existe literatura sin héroes en los que reconocerse. De ahí su predilección por los poetas olvidados y por los detectives, seres ocupados en profesiones con dosis semejantes de violencia y misterio.Pero la principal lección de su escritura –si es que cabe tal pretensión en una obra de por sí ambiciosa– es sospechar no sólo de los mitos latinoamericanos sino de la realidad que se ha asentado sobre ellos, la sospecha de que los primeros y la segunda son tan obsoletos como la literatura que engendran. Que una literatura moderna (o posmoderna ya que estamos ahí) consiste no en destruir los mitos previos sino en abrirse camino en medio de ellos hasta encontrar un claro donde levantar otros nuevos, tan ilusorios como los anteriores pero cada vez más íntimos e irremplazables. Pero la principal virtud de Bolaño es menos literaria que ética. Es el valor, como lo define el propio escritor, de “abrir los ojos en la oscuridad, en esos territorios en los que nadie se atreve a entrar”[12]. Es el valor que se necesita para enfrentar dogmas convertidos en paisaje, exquisitamente conservados por la cobardía, la pereza mental y la frivolidad. Porque para Bolaño el escritor en América Latina, como en cualquier parte, sólo tiene sentido si se reconoce como un samurái que pelea contra un monstruo que lo destruirá pero aún así sale a pelear[13] en lugar de pactar con el monstruo la coreografía de un falso enfrentamiento. Un guerrero que asume, como Cervantes y tantos otros, que su oficio comienza y termina con el reconocimiento de la soledad y la derrota y en el que, por esa misma razón, cualquier patetismo sobra.
    Citas: 

[1] Bolognese, Chiara. “Roberto Bolaño y Raúl Zurita: referencias cruzadas”. Anales de Literatura Chilena. Año 11, Diciembre 2010, Número 14,  259-272.
 [2] Brathwaite, Andrés (Editor). Roberto Bolaño por sí mismo. Entrevistas escogidas. Santiago de Chile: Editorial Universidad Diego Portales, 2006, pp. 111- 112.
 [3] Ibid. p. 80.
[4] Bolaño, Roberto. “Déjenlo todo, nuevamente. Primer manifiesto infrarrealista”. http://manifiestos.infrarrealismo.com/primermanifiesto.html [5] Ibid. [6] Bolaño, Roberto. Entre paréntesis. Barcelona: Editorial Anagrama, 2004. pags. 37- 38.
 [7] Brathwaite, Andrés. Op. Cit. pp. 89- 90.
 [8] Idem. 76.
 [9] Bolaño, Roberto. Estrella distante. Nueva York: Vintage Español, Random House, Inc., 2010, p. 146.
 [10] Bolaño, Roberto. Los detectives salvajes. Barcelona: Editorial Anagrama S.A., 2003, p. 426
 [11] Bolaño, Roberto. Estrella distante. p. 140.
 [12] Bolaño, Roberto. Entre paréntesis. p. 65.
 [13] Brathwaite, Andrés Op. Cit. p. 90.


miércoles, 16 de septiembre de 2015

Bolaño distante

La revista mexicana "Variopinto" acaba de publicar (entre otras cosas bastante más interesantes) la primera parte de mi ensayo "Bolaño distante" (la segunda parte apareceráen el próximo número) del que les adelanto un breve fragmento:
"No fue difícil ver entonces en la figura de Carlos Wieder, poeta-asesino al servicio del régimen de Pinochet una condensación de los rasgos que comparten los radicalismos de izquierda y de derecha, sus instintos comunes: el ansia de absoluto –social o espiritual–, el desprecio por la vida humana y una intensa estilización de la violencia que convierte a las revoluciones en la encarnación de la poesía en la historia y determina que las guitarras se toquen con las mismas manos de matar. [...]
"El Carlos Weider de Estrella distante es la encarnación del principio en el que se fundan las vanguardias políticas y estéticas más radicales: eliminar, junto a todo lastre del pasado, cualquier diferencia entre vida y poesía. Hacer de ambas una y la misma mientras se desprecian los reclamos vulgares de la realidad"

domingo, 27 de noviembre de 2011

La canalla sentimental y los tiranos bananeros

Esto lo hemos dicho muchos muchas veces pero siempre suena mejor cuando se escucha de labios de un muerto ilustre como Roberto Bolaño en una entrevista:


Daniel Swinburn: ¿Es posible escribir la novela de los detenidos-desaparecidos?


Bolaño: “Es posible. El único problema es quién y cómo. Porque escribir sobre ese tema para que al final tengamos, por ejemplo, una novela de las así llamadas de denuncia, bueno, mejor es no escribir nada. O una novela plagada de guiños a lo que Borges llamaba ‘la canalla sentimental’. Ése es el riesgo y el escollo. Para escribir sobre esto sería necesario que el novelista se planteara, dentro de la misma novela, el actual vacío en el discurso de la izquierda o la necesidad de reformular ese discurso. Ahora bien, la pregunta es: ¿cómo se va a reformular el discurso de izquierda si la izquierda, por ejemplo, sigue apoyando a Castro, que es lo más parecido que hay a un tirano bananero? En realidad, en este aspecto estamos en pañales”.

viernes, 4 de noviembre de 2011

Un malentendido literario

Como todo escritor que se respete Roberto Bolaño puso extremo cuidado en el cultivo de malentendidos. Uno de ellos –quizás el más notorio- es que era un escritor de izquierdas. Para confirmarlo estaban, entre otros detalles biográficos, su detención en tiempos del golpe de estado de Pinochet o su exilio. Pero lo cierto es que lo único que le quedaba a Bolaño de izquierdas en su última década de vida, sin duda la más creativa, era la desilusión. Y eso es algo que prefiere ignorar la mayor parte de la crítica, ejercida por miembros de la izquierda hereditaria y nostálgica a quien les resultaría incómodo relacionar su admiración por la obra del chileno con el desencanto que da sentido a toda su narrativa madura.

Esto no significa -siguiendo el precepto borgeano de que no ser ser católico no te convierte automáticamente en mormón- que Bolaño fuese un escritor de derechas. Según su propia confesión el discurso vacío de la derecha ya lo daba por sentado pero lo que lo incomodaba especialmente –aburrir es el verbo que usa- era el discurso vacío de la izquierda. No sólo por sus múltiples inconsecuencias como la de sus compañeros de exilio que, por ejemplo, preconizaban la liberación absoluta de la humanidad mientras intensamente practicaban la homofobia porque esa “gente de izquierda” “pensaba, al menos de cintura para abajo, exactamente igual que la gente de derecha que en aquel tiempo se enseñoreaba de Chile”. Aunque Bolaño conservaba intacta su repugnancia hacia las injusticias sociales contra las que se erige el ideario de la izquierda exhibía un rechazo no menor hacia un discurso que, a falta de otra cosa, se ha rellenado con la sangre de generaciones de jóvenes latinoamericanos. No en balde llamó a aquella fiebre generacional por formar guerrillas en Latinoamérica “guerras floridas” en memoria de las guerras rituales destinadas a procurar prisioneros para ser sacrificados en tiempos de hambruna; ni gratuita su insistencia en hablar de la extensa trampa en la que cayó aquella promoción de “luchadores latinoamericanos errantes, entelequia compuesta de huérfanos que, como su nombre indica, erraban por el ancho mundo ofreciendo sus servicios al mejor postor, que casi siempre, por lo demás, era el peor”.

“Estrella distante”, posiblemente su novela más compacta es a la vez su denuncia más aguda y oscura de ese discurso vacío de la izquierda. La figura de Carlos Wieder, poeta- asesino al servicio del régimen de Pinochet, es una condensación de los rasgos que comparten los radicalismos de izquierda y de derecha, sus instintos comunes: el ansia de absoluto -social o espiritual- y el desprecio por la vida humana justificadas a través de una intensa estetización de la violencia. No es casual que Bolaño haya escogido al poeta Raúl Zurita, poeta de clara filiación izquierdista para modelar a su pinochetista Carlos Wieder. El performance “La vida nueva” de Zurita en el que cinco aviones trazan en los cielos de Nueva York versos en español como “MI DIOS ES HAMBRE”, “MI DIOS ES CANCER” se traduce a un Carlos Weider volando sobre el cielo de Concepción en un avión con el que traza en latín los primeros versículos en Génesis bíblico. (O antes, en “La literatura nazi en América" Bolaño hace a Carlos Ramírez Hoffman, previa encarnación literaria de Zurita- Weider, escribir en el mismo cielo y por lo mismos medios frases como “LA MUERTE ES AMISTAD”, “LA MUERTE ES RESPONSABILIDAD”). Reducir la elección del modelo a las usuales rencillas literarias o a la tensión entre exilio y la resistencia artística de izquierdas dentro del régimen de Pinochet es negarle profundidad a la novela. El Carlos Weider de “Estrella distante” es la encarnación del principio en que se fundan las vanguardias políticas y estéticas más radicales: eliminar junto a todo lastre del pasado cualquier diferencia entre vida y poesía. Hacer de ambas una y la misma cosa. Pero la novela de Bolaño, sospecho, está encaminada menos a ajustar cuentas con los colegas y compañeros de ruta que con el Bolaño que veinte años antes de la publicación de “Estrella distante” escribía en su Manifiesto infrarrealista: “Nuestra ética es la Revolución, nuestra estética la Vida: una-sola-cosa”. Escribir “Estrella distante” fue su propia cura de desintoxicación contra ese nuevo opio de los pueblos que permitía asesinar en nombre del pueblo al poeta Roque Dalton o al propio Bolaño lo impelía a masacrar el lenguaje en nombre de un futuro mejor:

Cortinas de agua, cemento o lata, separan una maquinaria cultural, a la que lo mismo le da servir de conciencia o culo de la clase dominante, de un acontecer cultural vivo, fregado, en constante muerte y nacimiento, ignorante de gran parte de la historia y las bellas artes (creador cotidiano de su loquísima istoria y de su alucinante vellas hartes), cuerpo que por lo pronto experimenta en sí mismo sensaciones nuevas, producto de una época en que nos acercamos a 200 kph. al cagadero o a la revolución
Sólo así se pueden entender a cabalidad libros como “La literatura nazi en América”, descubrirle su simetria invertida. O comprender el esfuerzo del protagonista de “2666”, el ex soldado del ejército nazi Hans Reiter, por buscar reposo en la literatura bajo el seudónimo impermeable de Benno von Archimboldi. O los desencuentros poco literarios de Bolaño con la intelectualidad chilena, corroída por ese aburguesamiento culpable tan propio de la más reciente izquierda. Más allá de lo insondable que pueda ser una literatura intensa y desmedida como la suya el más básico de sus mensajes cifrados está dirigido hacia sus antiguos compañeros de generación e ideales todavía atragantados de estupidez redentora. Ese mensaje viene a ser el mismo con el que Carlos Wieder concluye su primer performance aéreo en el cielo de Concepción: “Aprendan”. Pero a Bolaño –el mejor, por paradójico, de los discípulos que ha tenido Borges- poco le importaría que alguien como yo venga a develarle sus códigos. Ya de antemano estaba seguro de que nadie me va a hacer caso.

Fotografía del performance de Raúl Zurita “La vida nueva”.

miércoles, 7 de septiembre de 2011

Bolaño y los escritores de izquierda

Dando vueltas (por internet, por supuesto, que es por donde uno pasea en estos tiempos lluviosos) me encuentro con una vieja entrevista a Roberto Bolaño y en ella un párrafo que resume muy bien su drama como escritor latinoamericano “comprometido”, una angustia que si se lee con atención se encuentra en casi todos sus libros:
Siempre quise ser un escritor político, de izquierdas, claro está, pero los escritores políticos de la izquierda me parecían infames. Si yo hubiera sido Robespierre, o no, mejor Danton, en una de esas los envío a la guillotina. Latinoamérica, entre sus muchas desgracias, también ha contado con un plantel de escritores de izquierda verdaderamente miserables. Quiero decir, miserables como escritores. Y yo ahora tiendo a pensar que también fueron miserables como hombres. Y probablemente miserables como amantes y como esposos y como padres. Una desgracia. Trozos de mierda esparcidos por el destino para probar nuestro temple, supongo, porque si podíamos vivir y resistir esos libros seguramente éramos capaces de resistirlo todo. En fin, no exageremos. El siglo 20 fue pródigo en escritores de izquierda más que malos, perversos.

miércoles, 13 de mayo de 2009

¿Qué es el exilio?

Un amigo desde Cuba me pregunta “¿qué es el exilio?” y antes que tenga tiempo de contestarle me envía la respuesta. En realidad lo que me envía es una conferencia de Roberto Bolaño sobre el tema “Literatura y exilio” a la que tengo muy poco que añadir. Si acaso subrayar un par de frases. Una de ellas es cuando se refiere a 1984, esa fábula sobre el totalitarismo y cuya fecha el chileno califica como “símbolo de la ignominia y de la oscuridad y de la derrota moral del ser humano”. No me gusta la frase por original sino porque se ve de mal gusto entre escritores usar un lenguaje tan rotundo y sin embargo Bolaño no se corta para usar palabras como “ignominia” o “derrota moral”. Y uno se siente un poquito justificado en dedicarle tanto tiempo a atacar algo que uno considera ultrajante (otra de las palabritas que se reservan a los panfletos) mientras que otros lo asumen como perfectamente normal o hasta paradisíaco. Y la clave está en esa expresión: “derrota moral”. Porque los totalitarismos no se conforman con controlar a la gente, con humillarlas, tratarlas como esclavos o como niños con retardo severo. No están satisfechos si sus súbditos no alaban el sistema como lo mejor que les pudiera pasar jamás. Por eso a los que se le resisten los acusan entonces de sirvientes de alguna potencia extraña. Tales sistemas se consideran tan perfectos o superiores al resto que para ellos la crítica o la disensión sólo puede obedecer a fuerzas ajenas o a la peor de las traiciones.
Si algún sentido tiene el escándalo diario que armamos en los blogs no es tanto cambiar la realidad cubana sino hacerle saber al totalitarismo que algo todavía en nosotros se resiste a darse por vencido y sin esa derrota total nunca podrán aspirar a su victoria completa sobre la voluntad de los demás, ese viejo sueño. Así mismo, con todo y lo ridículo que suena. La otra frase es en realidad una pregunta. Una pregunta retórica sobre las razones (falsas) para la nostalgia de los exiliados, una nostalgia que a mí también se me vuelve incomprensible: “¿Se puede tener nostalgia por la tierra en donde uno estuvo a punto de morir? ¿Se puede tener nostalgia de la pobreza, de la intolerancia, de la prepotencia, de la injusticia?”

EXILIO Y LITERATURA
Roberto Bolaño

He sido invitado para hablar del exilio. La invitación me llegó escrita en inglés y yo no sé hablar inglés. Hubo una época en que sí sabía o creía que sabía, en cualquier caso hubo una época, cuando yo era adolescente, en que creía que podía leer en inglés tan bien, o tan mal, como el español. Esa época desdichadamente ya pasó. No sé leer inglés. Por lo que pude entender de la carta creo que tenía que hablar sobre el exilio. La literatura y el exilio. Pero es muy posible que esté absolutamente equivocado, lo cual, bien mirado, sería a la postre una ventaja, pues yo no creo en el exilio, sobre todo no creo en el exilio cuando esta palabra va junto a la palabra literatura.
Para mí, creo que es conveniente decirlo ya mismo, es un placer estar aquí con ustedes, en la renombrada y famosa Viena. Para mí Viena tiene mucho que ver con la literatura y con la vida de algunas personas muy cercanas a mí y que entendieron el exilio como en ocasiones lo entiendo yo mismo, es decir como vida como actitud ante la vida. En 1978 o tal vez en 1979 el poeta mexicano Mario Santiago, de regreso de Israel , pasó unos días en esta ciudad. Según me contó él mismo, un día la policía lo detuvo y luego fue expulsado. En la orden de expulsión se le conminaba a no regresar a Austria hasta 1984, una fecha que le parecía significativa y divertida a Mario y que hoy también me lo parece a mí. George Orwell no sólo es uno de los escritores remarcables del siglo XX sino también y sobre todo y mayormente un hombre valiente y bueno. Así que a Mario, en aquél año ya un tanto lejano de 1978 ó ´79, le pareció divertido que lo expulsaran de Austria con esa recomendación, como si Austria lo hubiera castigado a no pisar suelo austríaco hasta que pasaran seis años y se cumpliera la fecha de la novela, una fecha que para muchos fue el símbolo de la ignominia y de la oscuridad y de la derrota moral del ser humano. Y aquí, dejando de lado lo significativo de la fecha, los mensajes ocultos que el azar o ese monstruo aún más salvaje que es la causalidad enviaba al poeta mexicano y por intermedio de éste me enviaba a mí, podemos hablar o retomar el posible discurso del exilio o del destierro: el ministerio del Interior austríaco o la policía austríaca o la Seguridad austríaca cursa una orden de expulsión y envía mediante esa orden a mi amigo Mario Santiago al limbo, a la tierra de nadie, que en inglés se dice no man´s land, que francamente, queda mejor que en español, pues en español tierra de nadie significa exactamente eso, tierra yerma, tierra muerta, tierra en donde no hay nada, mientras que en inglés se sobreentiende que sólo no hay hombres, pero animales o bichos o insectos sí hay, lo que la hace más agradable, no quiero decir muy agradable, pero infinitamente más agradable que en la acepción española, aunque probablemente mi percepción de ambos términos esté condicionada por mi ignorancia progresiva del inglés e incluso por mi ignorancia progresiva del español ( el diccionario de la Real Academia Española no registra el término tierra de nadie, cosa que no es de extrañar, o yo no he buscado bien) . Pero lo cierto es que a mi amigo mexicano lo expulsan y lo ponen en l tierra de nadie. Yo veo la escena así: unos funcionarios austríacos timbran el pasaporte de Mario con la señal indeleble de que no puede pisar suelo austríaco hasta que se cumpla la fecha fatídica de Orwell y luego lo meten en un tren y lo despachan, con un billete gratis pagado por el estado austríaco, hacia el destierro temporal o hacia un exilio cierto de cinco años, al cabo de los cuales mi amigo puede, sí así lo desea, pedir un visado y volver a pisar las hermosas calles de Viena. Si Mario Santiago hubiera sido un fanático de los festivales musicales de Salzburgo, sin duda se habría marchado de Austria con lágrimas en los ojos. Pero Mario nunca fue a Salzburgo. Se montó en el tren y no bajó hasta París y tras vivir unos meses en París tomó un avión rumbo a México y cuando llegó la fecha fatídica o festiva, depende de 1984, Mario siguió viviendo en México y escribiendo en México poemas que nadie quería publicar y que posiblemente están entre los mejores de la poesía mexicana de finales del siglo XX, y tuvo accidentes y viajó y se enamoró y tuvo hijos y vivió una vida buena o mala, una vida en todo caso en los extramuros del poder mexicano, y en 1998 un automóvil lo atropelló en circunstancias oscuras, un coche que se dio a la fuga mientras Mario se daba a la muerte, tirado y solo en una calle nocturna de unos de los barrios periféricos de México Distrito Federal, una ciudad que en algún momento de su historia se asemejó al paraíso y que hoy se asemeja al infierno, pero no un infierno cualquiera sino el infierno especial de los hermanos Marx, el infierno de Guy Debord, el infierno de Sam Peckinpah, es decir un infierno singular en grado extremo y allí murió Mario, como mueren los poetas, sumido en la inconsciencia y sin papeles, motivo por el cual cuando llegó una ambulancia a buscar su cuerpo roto nadie supo quién era y el cadáver se pasó varios días en la morgue, sin deudos que lo reclamaran, en una suerte de revelación final, en una suerte de epifanía negativa, quiero decir, como el negativo fotográfico de una epifanía, que es también la crónica cotidiana de nuestros países. Y entre las muchas cosas que quedaron inconclusas, una de ellas fue el regreso a Viena, el regreso a Austria, esta Austria que para mí, huelga decirlo, no es la Austria de Haider sino la Austria de los jóvenes que están contra Haider y que salen a la calle y lo hacen público, la Austria de Mario Santiago, poeta mexicano expulsado de Austria en 1978 e imposibilitado de regresar a Austria hasta 1984, es decir desterrado de Austria en el no man´s land del ancho mundo y a quien, por lo demás, Austria y México y Estados Unidos y la felizmente extinta Unión Soviética y Chile y China le traían sin cuidado, entre otras cosas porque no creía en países y las Únicas fronteras que respetaba eran las fronteras de los sueños, las fronteras temblorosas del amor y del desamor, las fronteras del valor y del miedo, las fronteras doradas de la ética. Y con esto tengo la impresión de que he dicho todo lo que tenía que decir sobre literatura y exilio o sobre literatura y destierro, pero la carta que recibí, que era larga y prolija, ponía especial énfasis en que debía hablar durante veinte minutos, algo que ustedes seguramente no me agradecerán y que para mí se puede convertir en un suplicio, sobre todo porque no estoy seguro de haber traducido correctamente esa misiva endemoniada, y además porque siempre he creído que los mejores discursos son los discursos breves. Literatura y exilio son, creo, las dos caras de la misma moneda, nuestro destino puesto en manos del azar. Sin salir de mi casa conozco el mundo, dice el Tao Te King, e incluso así, sin salir uno de su propia casa, el exilio y el destierro se hacen presentes desde el primer momento. La literatura de Kafka, la más esclarecedora y terrible (y también la más humilde) del siglo XX, así lo demuestra hasta la saciedad. Por supuesto, por el aire de Europa suena una cantinela y es la cantinela del dolor de los exiliados, una música hecha de quejas y lamentaciones y una nostalgia difícilmente inteligible. ¿Se puede tener nostalgia por la tierra en donde uno estuvo a punto de morir? ¿Se puede tener nostalgia de la pobreza, de la intolerancia, de la prepotencia, de la injusticia? La cantinela, entonada por latinoamericanos y también por escritores de otras zonas depauperadas o traumatizadas insiste en la nostalgia, en el regreso al país natal y a mí eso siempre me ha sonado a mentira. Para el escritor de verdad su única patria es su biblioteca, una biblioteca que puede estar en estanterías o dentro de su memoria. El político puede y debe sentir nostalgia, es difícil para un político medrar en el extranjero. El trabajador no puede ni debe sentir nostalgia: sus manos son su patria. ¿Entonces quién entona esta espantosa cantinela? Las primeras veces que la oí pensé que eran los masoquistas. Si estás preso en una cárcel de Tailandia y eres suizo, es normal que desees cumplir tu condena una cárcel de Suiza. Lo contrario, es decir que seas un tailandés preso en Suiza y sin embargo desees cumplir el resto de tu condena en una cárcel de Tailandia, no es normal, a menos que esa nostalgia anormal esté dictada por la soledad. La soledad sí que es capaz de generar deseos que no se corresponden con el sentido común o con la realidad. Pero yo estaba hablando de escritores, es decir estaba hablando de mí, y allí sí que puedo decir que mi patria es mi hijo y mi biblioteca. Una biblioteca modesta que he perdido en dos ocasiones, con motivo de dos trasladados radicales y desastrosos y que he rehecho con paciencia. Y llegado a este punto, al punto de la biblioteca, no puedo sino acordarme de un poema de Nicanor Parra, un poema que me viene como anillo al dedo para hablar de literatura e incluso de literatura china y exilio o destierro. El poema empieza hablando de los cuatro grandes poetas chilenos, una discusión eminentemente chilena que la demás gente, es decir el 99, 99 por ciento de críticos literarios del planeta Tierra, ignoran con educación y un poco de hastío. Hay quienes afirman que los cuatro grandes poetas de Chile son Gabriela Mistral, Pablo Neruda, Vicente Huidobro y Pablo de Rokha, otros que son Pablo Neruda, Nicanor Parra, Vicente Huidobro y Gabriela Mistral, en fin, el orden varía según los interlocutores, pero siempre son cuatro sillas y cinco poetas, cuando lo más lógico y lo más sencillo sería hablar de los cinco grandes poetas de Chile y no de los cuatro grandes poetas de Chile. Hasta que llegó el poema de Nicanor Parra, que dice así:

Los cuatro grandes poetas de Chile
Son tres
Alonso de Ercilla y Rubén Darío.


Como ustedes saben, Alonso de Ercilla fue un soldado español, noble y bizarro, que participó en las guerras coloniales contra los araucanos y que de vuelta en su Castilla natal escribió La Araucana, que para los chilenos es el libro fundacional de nuestro país y que para los amantes de la poesía y de la historia es un libro magnífico, lleno de arrojo y lleno de generosidad. Rubén Darío, como ustedes también saben, y si no lo saben no importa –es tanto lo que todos ignoramos incluso de nosotros mismos-, fue el creador de modernismo y uno de los poetas más importantes de la lengua española en el siglo XX, probablemente el más importante, nacido en Nicaragua en 1867 y muerto en Nicaragua en 1916, que llegó a Chile a finales del siglo XIX y donde tuvo buenos amigos y mejores lecturas pero en donde también fue tratado como un indio o como un cabecita negra por una clase dominante chilena que siempre se ha vanagloriado de pertenecer al cien por ciento a la raza blanca. Así que cuando Parra dice que los mejores poetas chilenos son Ercilla y Darío, que pasaron por Chile y que tuvieron experiencias fuertes en Chile (Alonso de Ercilla en la guerra y Darío en las escaramuzas de salón) y que escribieron en Chile o sobre Chile, y en la lengua común que es el español, pues dice la verdad y no sólo zanja la ya aburrida cuestión de los cuatro grandes sino que abre nuevas interrogantes, nuevos caminos, además de ser su poema o artefacto, que es como Parra denomina a estos textos cortos, una versión o diversión de aquellos versos de Huidobro que dicen así:

Los cuatro puntos cardinales
Son tres
El sur y el norte.


Los versos de Huidobro son muy buenos y a mi me gustan mucho, son versos aéreos, como buena parte de la poesía de Huidobro, pero la versión/diversión de Parra me gusta más, es como un artefacto explosivo puesto allí para que los chilenos abramos los ojos y nos dejemos de tonterías, es un poema que indaga en la cuarta dimensión, tal como pretendía Huidobro, pero en una cuarta dimensión de la conciencia ciudadana, y aunque a primera vista parece un chiste, y además es un chiste, al segundo vistazo se nos revela como una declaración de los derechos humanos. Es un poema que, al menos a los compungidos y atareados chilenos, nos dice la verdad, es decir que nuestros cuatro grandes poetas son Ercilla y Darío, el primero muerto en su Castilla natal en 1594, tras una vida de viajero impenitente ( fue paje de Felipe II y viajó por Europa y luego combatió en Chile a las órdenes de Alderete y en Perú a las órdenes de García Hurtado de Mendoza), el segundo muerto en su Nicaragua natal tras haber vivido prácticamente toda su vida en el extranjero, en 1916, dos años después de la muerte de Trakl, ocurrida en 1914. Y ahora que he tocado a Trakl permítanme una digresión pues se me ocurre pensar que cuando éste abandona los estudios y entra a trabajar en una farmacia como aprendiz, a la tierna pero ya no inocente edad de dieciocho años, también está optando ( y optando de forma natural) por el destierro, pues entrar a trabajar en una farmacia a los dieciocho años es una forma de destierro, así como la drogadicción es otra forma de destierro, y el incesto otra más, como bien sabían los clásicos griegos. En fin, tenemos a Rubén Darío y tenemos a Alonso de Ercilla, que son los cuatro grandes poetas chilenos, y tenemos lo primero que no enseña el poema de Parra, es decir, que no tenemos ni a Darío ni a Ercilla, que no podemos apropiarnos de ellos, sólo leerlos, que ya es bastante. La segunda enseñanza del poema de Parra es que el nacionalismo es nefasto y cae por su propio peso, no sé si se entenderá el término caer por su propio peso, imaginaos una estatua hecha de mierda que se hunde lentamente en el desierto, bueno, eso es caer por su propio peso. Y la tercera enseñanza del poema de Parra es que probablemente nuestros dos mejores poetas, los dos mejores poetas chilenos fueron un español y un nicaragüense que pasaron por esas tierras australes, uno como soldado y persona de gran curiosidad intelectual, el otro como emigrante, como un joven sin dinero pero dispuesto a labrarse un nombre, ambos sin ninguna intención de quedarse, ambos sin ninguna intención de convertirse en los más grandes poetas chilenos, simplemente dos personas, dos viajeros. Y con esto creo que queda claro lo que pienso sobre literatura y exilio o sobre literatura y destierro.