Mostrando entradas con la etiqueta viajes. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta viajes. Mostrar todas las entradas

jueves, 7 de septiembre de 2023

Buscando a Calvert Casey en Roma

Calvert Casey. Foto cortesía del cineasta Riccardo Vega.

No tuve suerte con Calvert Casey en Roma. No es que llegara 54 años después de su muerte, el 16 de mayo de 1969. El Cimitero acattolico, donde hay una tarja dedicada a su memoria, estaba cerrado hasta nuevo aviso. Tampoco pude conseguir la dirección exacta de la Piazza Margana donde el escritor americano-cubano (para describirlo en orden formativo) vivió hasta que puso fin a su vida con una sobredosis de somníferos.

En cuanto llegué a la Piazza Margana -que da título al único capítulo sobreviviente de una novela destruida por Casey y dicen que allí estaba ubicado su apartamento romano- la acribillé a fotos. La Margana es una plaza pequeña y bella, una belleza discreta comparada con la tendencia al exceso que domina la ciudad. Ni edificios barrocos ni fuentes de Bernini. La plaza acoge a un restaurant en una de sus esquinas y en ella también radica una base de segways, esas carriolas con pretensiones que alguna vez anunciaron que revolucionarían el mundo y hoy apenas atraen breves bandadas de turistas incautos.


Los turistas se balanceaban torpemente en los aparatos, alistándose para recorrer la ciudad mientras yo trataba de adivinar en qué rincón de la plaza un escritor extranjero -extranjero de todas partes quiero decir- se había matado a pastillazos hacía más de medio siglo. Finalmente entré en la única puerta abierta que encontré entre aquellos palacetes reconvertidos en edificios de apartamentos o algo peor. Me recibió un cartel que decía "Propiedad privada". Seguí haciendo fotos con mi teléfono hasta que apareció el portero a preguntar, receloso, qué hacíamos allí. Cuando le mencionamos a un escritor cubano muerto hacía mucho tiempo su rostro se distendió.


Al parecer nada le resulta más inofensivo a los porteros italianos que los buscadores de escritores muertos, cubanos o de cualquier otro sitio. Sobre Casey el portero no sabía nada pero en cambio nos informó que en ese edificio había vivido alguna vez el famoso novelista italiano Alberto Moravia. Una plaga, pensé, eso son los escritores. Una plaga de la que la humanidad no se ha podido librar durante milenios, incluso cuando no pocos de ellos eligen el autoexterminio.

Todo este instructivo relato para hacer un llamado a quien sepa la dirección exacta donde vivió y murió Casey para que me lo haga saber. Muchas gracias por anticipado.



lunes, 28 de agosto de 2023

Viñeta napolitana



Rumbo a Nápoles dos veces le pregunté a un soldado si valía la pena visitar el Quartieri Spagnolo y dos veces me dijo que no. En eso fue terminante pero cuando le pedí razones su única respuesta fue reír. Como si ya imaginara a los tres pobres extranjeros inocentones en manos de los vecinos de uno de los peores barrios en una ciudad ya de por sí con fama canalla.
Pero, por supuesto, que decidimos no hacerle caso. No obstante, tendríamos cuidado. Cosa de no adentrarnos demasiado. Dar una vuelta comando, para no tentar el peligro. Cosa de que cuando los malevos del barrio se dieran cuenta de la clase de berracos que se habían puesto a su alcance ya estuviéramos fuera.
En el mapa habíamos visto la cuadrícula apretada del barrio que alguna vez albergó a las tropas de ocupación española en los tiempos en que media Italia estaba bajo el dominio de Carlos V & Sons. Nada de laberintos sino pasillos estrechos hechos de piedra y sábanas colgantes. Eso era lo que imaginábamos. Encima llegamos de noche que, como cualquiera sabe, no es el mejor momentos para que los tontos curiosos se las den de audaces. Entramos pero, para sorpresa nuestra, en lugar de calles lúgubres y malevos emboscados, dimos con una de las mayores reservas de restaurantes de Occidente. Cuadras y cuadras llenas de mesas con manteles y gente comiendo o esperando por sus platos. En muchos había incluso pequeñas colas de turistas esperando por alguna maravilla prometida por guías o youtubers.
Elegimos un restaurante lo bastante lleno para asegurarse la popularidad pero no tanto como para hacer cola. Para recordarnos que aquello era un trozo de ciudad viva y no un boulevard hecho a la medida del turismo a cada rato un carro pasaba lentamente entre las mesas. Carros caros, típicos de barrios pobres con ganancias ocultas. Los camareros parecían salidos de una extraña obra de teatro que contaba la vida de gente que en su vida anterior se la ganaban de manera muy distinta a la obsequiosidad mecánica de la hostelería. Y con la mala fama del barrio lo más cómodo era imaginarlos como antiguos ladronzuelos y estafadores domesticados por el capitalismo posindustrial y hispster.
Era fácil imaginar entonces una serie en al que un barrio de mafiosos se ha reconvertido para hacer frente a un explosivo aluvión turístico. Allí estaba el maître alto, canoso y de barba cuidada, antiguo artifice de tratos y contrabandos decidiendo en qué mesa sentar a cada grupo de comensales; o su jefe, el nuevo dueño del restaurante ladrándole órdenes a la cocina como mismo antes mandaba a matar rivales o deudores escurridizos. O su hija, camarera de labios estirados por el botox que quería compensar su torpeza en el servicio con la cercanía al poder. O el camarero esmirriado y simpático que le susurra al oído de la hija del dueño requiebros mal recibidos.
Fácil imaginar las situaciones que generarían personajes así en una serie televisiva. Cómo se sentirían tentados a resolver los retos del nuevo negocio con sus viejas mañas de matarifes. Cómo enfrentarían la competencia obstinada de mafiosos tan recovertidos como ellos a la hostelería pero tan tentados a tomar el atajo de la violencia ante el primer inconveniente. Fácil suponer la inesperada aparición en la puerta contigua de un local regentado por tipos procedentes de un país sitio exótico y tenebroso que fuerza a los viejos rivales a súbitas alianzas. Historias que caminan solas con ingredientes y conductores adecuados.
Del lado de acá de la realidad se comió bien y se disfrutó de ambiente tan sugestivo. Sin embargo, a la hora de pagar la hija del dueño, la del botox, nos pidió que pagáramos en efectivo. No era política de la casa, aclaró, solo que se había descompuesto la máquina que procesaba las tarjetas de crédito. Le respondimos que lo sentíamos, que no teníamos efectivo suficiente para pagar la cuenta a menos, claro, que aceptara a reducirla a un tercio. Mágicamente Miss Botox decidió probar suerte con el aparato que un momento antes decía que no funcionaba. Cruzó los dedos de ambas manos y como era de esperar el aparato respondió sin mayores problemas. Si alguna vez se deciden hacer la serie de mafiosos devenidos en hosteleros en barrio de antigua mala fama les recomiendo enfáticamente a Miss Botox para uno de los protagónicos.